Con corazón de Padre V: el carpintero y el Niño

José abre la puerta del taller. El olor a madera –fresco y reconfortante– le da la bienvenida. Al entrar, algunas virutas de aserrín crujen bajo sus pies: ese día pondría más atención al barrer. Bajo la ventana, colocada sobre la repisa, se encuentra una pequeña vasija con flores blancas. José sonríe: María nunca falla.

El carpintero toma uno de los dos delantales de cuero colgados junto a la puerta. Después, tomando una gran tabla de madera, la coloca sobre la mesa de trabajo. Sus ojos expertos recorren los dos metros cuadrados de material. Lleva trabajando en un taller desde que tiene memoria, pero todavía se admira de la posibilidad de transformar un pedazo de madera en una carreta, o en una puerta, o en una cuna: es como si Yahvé quisiera hacerlo partícipe de Su Creación.

«Me imagino a san José pensando siempre en lo mejor para sus clientes, con justicia y caridad, haciendo las cosas lo mejor posible. Eso es algo que intento vivir en mi trabajo».
Fernando D.

Con un carboncillo, hace algunos trazos sobre la tabla. Después de dudarlo un poco, redondea las esquinas del rectángulo que ha dibujado. Susana tiene un hijo pequeño, y puede ser peligroso tener una mesa con bordes demasiado pronunciados. El mismo Jesús casi se había abierto la frente mientras jugaba junto a la mesa del taller. Pero él, José, había alcanzado a poner la mano sobre la cabeza del Niño antes de que se golpeara con una de las esquinas. El recuerdo le hace sonreír: un carpintero, ¿protegiendo al Hijo de Dios? Yahvé evidentemente tenía sentido del humor.

Fernando D. tiene un despacho de asesoría patrimonial. «De san José he aprendido que la vocación al trabajo es una vocación al servicio. Y, eventualmente, la gente te pregunta: ¿por qué estás tan contento? ¿Por qué haces las cosas de esta manera? Así, se da una oportunidad muy padre de compartir aquello en lo que crees».
La puerta del taller se abre, y Jesús entra, tarareando una canción. En sus brazos lleva un montón de leña. Tras saludar a su padre, el Niño deja su carga en la parte trasera de la habitación, no sin antes separar unos cuantos troncos: María había pedido algo de leña para la cocina.
José Luis siempre –en su negocio– se encomienda mucho a san José. «Creo que él me entiende, pues sabe lo que cuesta sacar adelante una familia. Por eso, lo tengo muy presente».
Después, Jesús toma el segundo delantal. José, disimuladamente, alza la mirada de su mesa de trabajo. El Niño es ahora tan alto que no necesita un nudo extra para ajustarse el delantal al cuello. El carpintero suspira: esos últimos quince años habían pasado volando. Hacía apenas unos días que Jesús daba sus primeros pasos y hoy prácticamente podría reemplazarlo en el taller.

«En las dificultades que enfrento todos los días en mi trabajo, acudo a san José: tengo fe en que él me entiende y me ayuda siempre».
José Luis

Jesús se sienta sobre un banquillo y comienza a lijar algunas piezas de madera. Mientras trabaja, frunce un poco el ceño, concentrado. José sonríe levemente; María hace exactamente la misma expresión cuando trabaja.

La mañana pasa rápidamente. Un par de horas después del medio día, la puerta del taller se abre nuevamente. José y Jesús levantan la mirada al mismo tiempo, lo que hace reír a María. «Ya está lista la comida». Ambos se apresuran a colgar el delantal; después de horas de esfuerzo, esas son las palabras que más desean escuchar. «Mira cuántos motivos para venerar a San José y para aprender de su vida: fue un varón fuerte en la fe...; sacó adelante a su familia —a Jesús y a María—, con su trabajo esforzado (...)» (Forja, 552).

«En mi vida, he descubierto que el trabajo es servicio: por eso, con nuestro trabajo, nos formamos y formamos a los demás».
Fernando H.

Por la tarde, José y Jesús regresan al taller. La tarde es fría, a pesar de que aún es agosto. Padre e hijo, codo a codo, continúan con su labor. Un chiste. Una sonrisa. Un «mejor hazlo así; es más fácil». Los ángeles, que abundan en el taller, se asombran ante el misterio.

Fernando H. lleva trabajando muchos años: «Pero no se trata de hacer las cosas por hacerlas; si no, sería mero activismo. Si no trabajamos por amor, no vale la pena».
Las sombras de las herramientas se alargan por las paredes del taller, mientras los últimos rayos de sol entran por la ventana abierta. José guarda las piezas que ha trabajado: en un par de días, la mesa de Susana estará lista. Jesús continúa enfrascado en su tarea. El carpintero, tras colgar el delantal junto a la puerta, se acerca a su hijo con curiosidad. El Niño, con una sonrisa, le muestra su trabajo: en Sus manos, hay una pequeña figurilla tallada de madera. José la toma con delicadeza. Se trata de una pequeña cueva, en cuyo interior se pueden distinguir dos personas y –en medio de ellas– un cuadrado diminuto, parecido a una mesa.

«¿Es la cueva de Belén?» Jesús responde afirmativamente con la cabeza. «Todavía no está terminado», explica con una sonrisa. «Es para mamá. Pensé que sería un buen regalo de cumpleaños».

«Siempre existe el riesgo de perder el trabajo. Y esa preocupación creo que también la tenía san José: "¿Qué voy a hacer yo en Egipto? ¿Cómo conseguiré nuevos clientes? ¿Cómo podré mantener a mi esposa y mi hijo?" Pero todos los días entrego esa preocupación al Señor y me pongo en sus manos».
Alfonso

José, con el pretexto de mirar mejor la pieza, gira levemente la cabeza para esconder su emoción. Por su memoria, desfilan las imágenes que son ahora su tesoro más grande: la mirada gozosa de María cuando él le relató ese primer sueño con el ángel; el Niño indefenso recostado en el pesebre de Belén; la primera vez que Jesús lo llamó “padre”; la llegada de los Magos; aquella ocasión en la que llevó al Niño a jugar a las orillas del río Nilo; el día que encontraron a Jesús en el Templo tras tres días de ausencia.

Alfonso –todos los días al empezar su trabajo– se pregunta: ¿Cómo lo haría san José? «Seguramente trabajaba siempre echándole todas las ganas, con todo el esfuerzo, con la mejor dedicación. Y eso es algo que yo trato de aprender de él».
El carpintero, de ojos expertos y manos endurecidas por el trabajo con la madera, sonríe al Dios hecho hombre. Sonríe a su hijo. «Creo que es el mejor regalo». Jesús le devuelve la sonrisa, agradecido, y guarda sus herramientas. José lo mira por unos instantes: el carpintero lleva años trabajando la madera; es experto en la construcción de puertas y mesas de trabajo; conoce a la perfección los distintos tipos de cortes para cada pieza. Pero, en estos últimos quince años, ha aprendido de su esposa uno de los secretos más grandes: ha aprendido a guardar las cosas en su corazón, corazón de padre.