Con corazón de Padre IV: el Niño perdido

«¿Cómo? ¿No está contigo?» José adivina la respuesta en los ojos de María. Por un momento, se queda inmóvil, incapaz de asimilar lo que supone la angustia en la mirada de su esposa. Un hombre pasa junto a José y le ofrece una bolsita de higos. Pero el carpintero ni siquiera responde. Su hijo está perdido.

José y María corren de grupo en grupo. Encogimiento de hombros. Negativas. Algunos, también indiferencia. Nadie lo ha visto. El sol se acerca al horizonte, y salen las primeras estrellas. Se encienden varias hogueras, y la caravana se prepara para pasar la noche.


Cuando tengo una preocupación, se la cuento al Señor y me pongo en sus manos: sé que Él sabe más y al final todo es para bien. Y para eso, yo le pido mucha ayuda a san José.
– Alfonso Rodríguez

María se ha sentado junto al burrito que los acompaña desde Nazaret. Tiene el rostro surcado de lágrimas y el polvo del día. Reza en voz baja. Al bajar la mirada, nota una pequeña herida en su talón izquierdo, probablemente fruto de alguna piedra del camino. Siente un vacío en el estómago: Jesús se había hecho una muy parecida apenas unos días atrás, jugando con sus amigos.

Alfonso tiene una idea muy clara con respecto a la formación de su familia: «No se trata solamente de que nuestros hijos sean buenas personas: nuestra prioridad es que vayan por el camino que Dios quiere para ellos».
José se acerca lentamente. La oscuridad lo ha obligado a detener la búsqueda, y al final se ha rendido ante la evidencia: el Niño no está en el grupo. Tiene el rostro desencajado, y las líneas de la frente se le han quedado marcadas de tanto fruncir el ceño. Se detiene junto a María. Ella se levanta y le ofrece un poco de agua. Silencio. A unos metros de distancia, se oye la risa de un niño pequeño.

La noche es fría. José prende una hoguera, y, mientras atiza el fuego, viene a su mente la imagen de una cueva en Belén. ¡Qué angustia la de esa noche, doce años atrás! Había pasado miedo… y había dudado: ¿se habría equivocado Dios al elegirlo para una misión para la que no estaba preparado? Ahora, lo asalta el mismo temblor en el corazón. Inconscientemente, mira sus manos, rasposas por el trabajo con la madera, pero que habían aprendido a cargar a un bebé con delicadeza. José, por primera vez en todo el día, llora.

¿Qué hacer cuando se te agota la paciencia? Vuelve a recargar, haz oración y para delante. Y pienso que el trato con Jesús es como esa batería que te da energía durante el día. Así sería la vida de san José.
–Fernando D.

Al día siguiente, María y José emprenden el regreso a Jerusalén. María camina con rapidez, mientras murmura con los labios una oración que le enseñó su padre: es lo único que puede pensar. Caminan en silencio. José tiene el corazón encogido y el estómago revuelto. Las piernas le tiemblan un poco, aunque quizás eso se deba a que no ha comido nada desde el día anterior.

Fernando D. y Rocío llevan siete años de matrimonio. Saben bien que una relación se construye todos los días: «Vas raspando, vas reconstruyendo, vas aprendiendo. Y nos damos cuenta de la gran fortaleza que supone para nuestros hijos que nosotros cuidemos nuestro matrimonio».
Cae la tarde. Ya a las afueras de Jerusalén, se detienen para que el burrito pueda beber un poco de agua. Las estrellas acompañan a María y a José en una segunda noche en vela. María, ante la insistencia de su esposo, se recuesta, pero no logra conciliar el sueño. José, pensando que ella duerme, llora.

Las paredes del Templo de Jerusalén reciben a centenares de personas. María y José se abren paso con dificultad. El Niño había quedado muy impresionado al conocer el Templo por primera vez, y es ahí donde han decidido empezar la búsqueda.

La formación de los hijos desde casa es muy importante. San José ayuda en eso, y María también. Yo lo veo mucho como papá.
–José Luis

María, con ojos de madre, lo ve primero. Alto para su edad, pero con la mirada risueña tan propia de los niños, Jesús escucha a un hombre mayor que habla con voz grave y pausada. Tras unos minutos, la mirada del Niño se cruza con la de Sus padres, que permanecen inmóviles junto a una columna del Templo. Jesús se pone en pie y, tras un breve intercambio de palabras con el hombre mayor, se dirige hacia María y José.

José Luis siempre quiso tener seis hijos. La mayor murió muy pequeña, y después llegaron los otros cinco. «El rezar juntos, el siempre tomar en cuenta a san José y mantener un trato con la Sagrada Familia ha sido muy importante en mi vida».
Una manifestación de sorpresa y cariño: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira cómo tu padre y yo, angustiados, te buscábamos». Una respuesta que crea más preguntas: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?»

Fernando H. y su esposa siempre han procurado formar a sus hijos con el ejemplo. Y eso permea: «A veces, cuando se me ha hecho un poco tarde, mis hijos me preguntan: “Papá, ¿qué no vas a ir hoy a tus medios de formación?” Es una de las cosas que se van dando como familia».
El Niño sonríe, como si pensara: «Sé que están confundidos, pero también sé que guardarán mis palabras en el corazón». Su madre sabe mucho de eso.


Hay que estar cerca: lo más importante es rezar por nuestros hijos. Y eso siempre, porque siempre voy a ser su papá.
–Fernando H.

El carpintero guarda silencio. Se admira y acepta, aunque no comprenda. «Y nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca. A veces, nosotros quisiéramos tener todo bajo control, pero Él tiene siempre una mirada más amplia» (Francisco, carta apostólica Patris corde, n.2).