Con corazón de padre III: Egipto

José abre los ojos. Escucha los latidos de su corazón en los oídos. Se incorpora, sobresaltado. Mira a su alrededor: todo permanece igual. María y el Niño duermen. José puede escuchar su respiración acompasada. Mira por la ventana y aguza el oído: el canto de los grillos es lo único que interrumpe el silencio nocturno. Todavía están a tiempo.

María escucha con los ojos muy abiertos la rápida explicación de su esposo, y, sin hacer preguntas, recorre la habitación tomando lo imprescindible: pañales limpios para el Niño, un poco de pan preparado el día anterior, lo que queda del oro de los Magos... José, mientras tanto, se dirige al exterior, donde su fiel burrito descansa plácidamente. Con habilidad, le pone la brida y lo toma de las riendas. Silencio. Obediencia pronta. Ambos saben de esto.

María escucha con los ojos muy abiertos la rápida explicación de su esposo, y, sin hacer preguntas, recorre la habitación tomando lo imprescindible: pañales limpios para el Niño, un poco de pan preparado el día anterior, lo que queda del oro de los Magos... José, mientras tanto, se dirige al exterior, donde su fiel burrito descansa plácidamente. Con habilidad, le pone la brida y lo toma de las riendas. Silencio. Obediencia pronta. Ambos saben de esto.

En la puerta, María ya lo espera. Pálida, lleva al Niño en brazos, aún dormido. José acomoda un par de mantas sobre el lomo del burrito y sostiene al Niño mientras su esposa monta. Jesús se mueve en sueños. José lo mira y siente un nudo en el estómago.

La pequeña familia nazarena camina sigilosamente por las calles de Belén. José agradece que sea una noche sin luna, y utiliza los callejones menos transitados para salir de la ciudad. A veces, les parece escuchar voces de soldados y se detienen, procurando contener los latidos de su corazón. Sin embargo, no encuentran a nadie por el camino, con la excepción de un perrito que se limita a seguirlos.

De san José, admiro mucho su obediencia: cómo el Señor le habla en un sueño e inmediatamente responde. –Fer H.

Fer H., que acaba de cumplir 40 años de casado, piensa que es muy importante la capacidad de asombro: «No dejemos nunca de admirarnos de las cosas; todo lo que llega es de Dios».


ALGO EN LO QUE INTENTO IMITAR A SAN JOSÉ ES EN SU PACIENCIA ANTE TANTAS DIFICULTADES, COMO CUANDO TUVO QUE HUIR A EGIPTO SIN SABER CUÁNTO TIEMPO PASARÍA AHÍ. LE PIDO ESA PACIENCIA, Y TAMBIÉN LA FORTALEZA PARA ACEPTAR LA VOLUNTAD DE DIOS.–ALFONSO

Polvo. Frío. Miedo. Nuevamente, un cambio de planes y un destino desconocido. Pero José no piensa en la clientela que había logrado conseguir en Belén ni en la cuna que había construido para Jesús. María no piensa en su casita, cuidada con tanto cariño, ni en los dátiles rellenos de miel que había comprado para sorprender a José. Ambos saben que lo único que importa va aún dormido, arrullado por el caminar del burro.

Alfonso y su familia procuran rezar el Rosario en familia: «Nuestra prioridad es que nuestros hijos estén cerca de Dios”.
María oprime al Niño contra su pecho. Por primera vez en mucho tiempo, siente un miedo que la inmoviliza; nota la boca seca y le cuesta respirar. ¿Habrá llegado ya la hora de su Hijo? Al llegar a una esquina que cruza con una calle principal, José se detiene para escuchar. Tiene el ceño fruncido y está muy pálido. María recorre con la mirada el rostro de su esposo, y nota que su corazón se serena: Dios confía en él, y ella también. «Si a veces pareciera que Dios no nos ayuda, no significa que nos haya abandonado, sino que confía en nosotros, en lo que podemos planear, inventar, encontrar» (Patris Corde, n.5).

La oscuridad se retira poco a poco, y el amanecer los alcanza fuera ya de las calles de Belén. Después de caminar toda la noche y parte del día, la familia nazarena se ha detenido bajo una vieja acacia para descansar. Las ramas del árbol, dobladas por el viento, ofrecen una agradable protección contra los rayos del sol, que ya se encuentra en su punto más alto. María ha sacado el pan que llevaba, y ella y el Niño comen un poco. José ha dicho que no tiene hambre. «El amor trae consigo la alegría, pero es una alegría que tiene sus raíces en forma de cruz» (En el taller de José, n.43). Jesús, con un pedazo de pan en la mano, mira con curiosidad a su alrededor. José lo toma de brazos de María para que su esposa pueda descansar un poco. Ella intenta protestar, pero finalmente se recuesta y en pocos segundos se queda dormida.

José juega con Jesús: el carpintero hace figuras con la sombra de sus manos y el Niño ríe. Sencillez. Normalidad extraordinaria. Así, José vio la grandeza de Dios en los ojos de Jesús, y «Jesús vio la ternura de Dios en José» (Patris Corde, n.2).


HAY MUCHAS COSAS QUE VAN Y VIENEN. PERO LA VERDAD ES QUE LA FORTALEZA DE SEMBRARTE EN DIOS, NADA TE LA QUITA. ESO ES LO QUE MÁS PAZ TE PUEDE DAR.–FER D.

A la caída de la tarde, la familia nazarena se pone nuevamente en camino. José se mantiene lejos de las rutas principales, y se mueve por lugares poco transitados. Pronto aparecen las primeras estrellas y el Niño se entretiene mirándolas, mientras Su Madre le habla de Abraham, un hombre que también las contemplaba cada noche. José escucha. A veces, se pregunta por qué Aquel que creó el universo, al que los profetas anunciaron y al que tantos reyes esperaron conocer, se entrega a la libertad de los hombres. No comprende, pero confía: él tampoco explica al martillo el producto final del trabajo de carpintería.

Fer D. recuerda que se casó el día 24 de mayo, fecha en la que se celebra la Virgen del Rocío. Y fue precisamente ante esta imagen donde su esposa dejó el ramo de boda: «Son justo estos pequeños recuerdos los puntos de apoyo que te ayudan a no caerte, a seguir siempre confiando en Dios».
Pasan las horas. El sol se asoma ya por el horizonte. José nota la pesadez de sus párpados y la cabeza nublada. Han caminado toda la noche. El carpintero de Nazaret se detiene y María baja del burro con el Niño en brazos. José vislumbra un pequeño poblado que se ve más adelante. Han cruzado la frontera.

En diciembre de 2020, pasé cuatro semanas internado a causa del COVID-19. Realmente, fue la oración la que me sacó adelante. Y me di cuenta de que no tenía nada que reclamar: solo podía dar gracias.–José Luis

«Dios está allí donde el hombre está en peligro, donde el hombre sufre, donde huye, donde experimenta rechazo y abandono» (Francisco, 29 de diciembre de 2013). Desempleo. Soledad. Falta de recursos. Desconocimiento del idioma. José y María conocen bien las dificultades de los comienzos. Sin embargo, mientras contemplan las fronteras de su nuevo hogar, ambos elevan una acción de gracias a Yahvé. Y luego José, «el verdadero “milagro” con el que Dios salvó al Niño y a su madre»(Patris Corde, n.5), pone a Jesús sobre sus hombros y señala con la mano las tierras fértiles del Río Nilo. Ya falta poco.

José Luis se contagió de COVID-19 en diciembre de 2020. «Pocos días antes, un amigo había sido internado por la misma razón. Estuve muy al pendiente de él, y le decía: “Tenemos que salir juntos”. Poco después de que salimos del hospital, él murió. A mí me afectó muchísimo, pero después pensé que Dios no se llevó al más enfermo, sino al que tenía las manos llenas».