Como velero en altamar: la historia del Club Acalli

«No tengo miedo a las tormentas, pues estoy aprendiendo cómo navegar mi barco». En 1868, la autora estadounidense Louisa May Alcott puso estas palabras en labios de una de sus protagonistas. Y a 3,885 kilómetros de distancia, en la ciudad de Los Mochis, México, un club de niñas se ha propuesto enseñar a navegar mar adentro.

Acalli en lengua náhuatl quiere decir barco en altamar. El océano siempre atrae a los más aventureros. «Duc in altum. —¡Mar adentro! —Rechaza el pesimismo que te hace cobarde» [1]. Se requiere una brújula, seguridad en el timón y un destino que valga la pena. Quizá hayan sido estas las características que inspiraron el nombre del club de niñas que se encuentra en Los Mochis.

Patricia colabora en el club Acalli. Psicóloga social de profesión y navegante por altamar en la práctica, Patricia está encargada de la formación de las asociadas del club y de los padres de familia. Virtudes. Estudio. Aprovechamiento del tiempo. Trato con Dios. Jugar para ganar y aprender a perder. Tener espíritu de servicio. El camino es largo, pero «nosotras ponemos nuestro mejor esfuerzo y Dios pone lo demás».

En Acalli, hay cocina, manualidades y baile, actividades que se entretejen con charlas de formación y un horario que permita llegar a todo. Las asociadas, que tienen entre 9 y 11 años, encuentran en Acalli un lugar donde se sienten queridas por lo que son y exigidas para mejorar cada día. Cuando llegan a la universidad, son ellas mismas las que deciden regresar para seguir formando en el club a las nuevas generaciones: «Ser instructora es una alegría y también es una responsabilidad», explica Patricia.

«¡Eres tan joven! —Me pareces un barco que emprende la marcha. —Esa ligera desviación de ahora, si no la corriges, hará que al final no llegues a puerto». [2] Son detalles: terminar bien la manualidad y dejar el material ordenado; estudiar para los exámenes; sonreír en la tertulia a pesar del cansancio. En una brújula, un par de grados pueden marcar la diferencia.

Imagen del retablo del oratorio

En la ciudad de Los Mochis, no hay un centro del Opus Dei. No siempre es fácil, pero precisamente son las dificultades las que hacen volar la imaginación para resolver problemas. «Nos equivocamos y volvemos a empezar, con la gracia de Dios y poniendo a rezar a mucha gente». Ahora, un sacerdote va a confesar cada sábado tanto a las asociadas como a las mamás, y el club ya cuenta con un pequeño oratorio. La imagen del retablo –que representa a la Sagrada Familia– es un óleo pintado por una de las mamás de Acalli. Otras familias han donado muebles para la casa donde tiene lugar el club, e incluso una mamá, que es decoradora de interiores, ha ayudado mucho en el diseño de los espacios. Formas de agradecer que no necesitan palabras.

Como en el océano, los días soleados se entremezclan con las tormentas y los huracanes. Un día, falta hasta lo más necesario. Otro, «leer las cartas que las niñas escribieron a la Virgen de Guadalupe por su fiesta nos llenó de alegría». Detalles de ternura y piedad de alma fina.

«Nos damos cuenta de que llevamos en las manos los tesoros de muchas familias». Acalli lleva un cargamento muy preciado, y es consciente de que muchas cosas grandes dependen de que llegue a puerto seguro. «Por eso, sabemos que lo más importante es abandonarnos en Dios: Él se encarga de todo», afirma Patricia con una sonrisa. Con un Capitán en el timón, no habrá tormenta que pueda desviar a Acalli de su curso.


[1] San Josemaría, Camino, n. 792.

[2] San Josemaría, Camino, n. 248.