En este podcast Santiago Martínez Sánchez, historiador y director del Centro de Estudios Josemaría Escrivá, explica cuáles fueron las circunstancias que dieron lugar a esta expedición, el recorrido que realizaron los viajeros, la forma en que se financió el proyecto y los objetivos que persiguieron.
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Este podcast es una síntesis del artículo publicado en el número de 2023 de la revista Studia et Documenta. Ahí cuento con más detalle lo que ahora narro.
Entre abril y septiembre de 1948, tres hombres del Opus Dei viajaron por seis países de América: Estados Unidos, Canadá, México, Perú, Chile y Argentina. De esos casi seis meses, la mitad del tiempo lo pasaron en México. Se lo había encargado el Fundador de la Obra para tantear las posibilidades de expansión de la institución en ese inmenso continente. Durante su expedición, escribieron cartas y redactaron un diario. Estos documentos, más alguna entrevista, han servido para escribir el artículo y para preparar este podcast.
Hablaremos de quiénes eran los viajeros, del origen y motivos de esa expedición, y de cuál fue su financiación, su itinerario y sus objetivos. Y acabaremos con unas conclusiones.
Los tres viajeros
Desde luego, fue un viaje de gran importancia para la Obra, pues entre 1948 y 1957 se comenzó el trabajo apostólico del Opus Dei en esos países.
Vamos a comenzar por los viajeros. Esta historia arrancó cuando a las diez de la mañana del 13 de abril de 1948, tres hombres del Opus Dei tomaron en el aeropuerto de Barajas, en Madrid, un avión de cuatro hélices de la compañía TWA, hacia Nueva York. Eran el sacerdote Pedro Casciaro; el catedrático de Historia del Derecho de la Universidad de Valencia, Ignacio de la Concha y el licenciado en Filosofía y Letras, José Vila. Casciaro y de la Concha tenían 33 y 32 años. José Vilá cumplió 25 años durante el viaje.
Fernando Valenciano nacido en 1923 –acaba de cumplir 100 años– pudo conocerles al pedir la admisión en el Opus Dei en 1939. Valenciano recuerda a Pedro Casciaro como alguien muy detallista, un tipo de mundo, un gentleman. «Antes de ordenarse sacerdote -recuerda Valenciano- lucía un bigotito muy a la moda, a la moda de entonces, claro, y vestía pañuelo y una corbata muy escogida. Era simpático, arrollador, un gran conversador. Solía padecer migrañas y tenía que retirarse, a veces a reposar». A Ignacio de la Concha –prosigue Valenciano– «yo le veía entonces como un señor mayor, gordito, con bigote y sombrero. Era simpático, buena persona. En Moncloa, donde coincidí con él, hacía mucho apostolado». José Vila –finaliza Valenciano– «era más serio, menos hablador, muy artista. Un poeta».
El caso es que Pedro Casciaro era un levantino con parientes de origen británico y familia republicana de izquierdas. De hecho, sus padres se exiliaron al acabar la Guerra Civil española y no pudieron ir a su ordenación sacerdotal en septiembre del año 46. ¿Por qué Josemaría Escrivá le escogió a él y le puso al frente de la expedición? Por ser el secretario general del Opus Dei, un alto cargo de la institución; por ser sacerdote, lo que facilitaría para poder celebrar misas a sus acompañantes y también entablar diálogo con otros sacerdotes y obispos de las diócesis que visitasen en América; y por tener un gran don de gentes.
Ignacio de la Concha era de Villaviciosa (Asturias). En 1948 era catedrático de Historia del Derecho en la Universidad de Valencia. Acompañó a Casciaro en este viaje y en otro, también en ese año 48, para iniciar el trabajo estable del Opus Dei en México. Regresó a España en 1954 y tiempo después se desvinculó del Opus Dei. Viajó por dos motivos. Uno por ser catedrático, lo cual era una muy buena carta de presentación en las universidades americanas, especialmente en las de habla hispana. Otro por tener una extensa parentela en México, los Martínez Pando. Su tío Facundo Martínez había ido a hacer las Américas y allí en México se estableció, se casó e hizo fortuna. Sus parientes mexicanos podrían facilitar a los viajeros contactos, gestiones, dinero y de hecho, así fue.
José Vila era el más joven. En 1948 era licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla, secretario del Instituto de Hispanismo en Madrid y estaba también realizando su tesis doctoral. Se dedicó a la crítica literaria y en 1954 también se desvinculó del Opus Dei.
¿Idiomas? Pues Casciaro sabía algo de inglés y los demás, nada. De hecho, escribieron recién llegados a Nueva York en abril del 48, una postal a otros de España en la que le decían algo así como: «No entendemos una sola palabra de lo que nos dicen. Pero eso sí, estamos muy animados». Los tres chapurrean algo de francés, que les fue útil para las semanas que pasaron en Canadá.
El Opus Dei en 1948
Ahora, unas pinceladas sobre el Opus Dei en el año 48. El final de la Segunda Guerra Mundial permitió libertad de movimientos por los antiguos escenarios bélicos, y para el Opus Dei, la posibilidad de exportar fuera de España el mensaje de la santidad cristiana en el mundo que predicaba Josemaría Escrivá y que ya entonces vivían unos 800 miembros, sobre todo en España, y también algunos otros en Portugal, Italia, Francia, Reino Unido e Irlanda. El Opus Dei quería salir de Europa, y este viaje debía servirle para trazar el ritmo, seleccionar los lugares y escoger las personas que podrían acometer esa empresa.
En la década de los años 40, la principal cantera de vocaciones de la Obra fueron residencias de estudiantes creadas en ciudades universitarias españolas. El precedente fue la residencia DYA de los años republicanos, modelo que se repitió al acabar la guerra. En la década de los años 40 surgieron en España nueve residencias: ocho de chicos y una femenina. Casciaro, de la Concha y Vila habían vivido en algunas de esas residencias y tenían en mente iniciativas similares para poner en marcha en los países americanos por los que viajaban.
¿De quién fue la iniciativa de esta expedición? La idea partió de Josemaría Escrivá, que sentía desde antiguo el deseo de trasplantar la Obra a otros países. Hablan de esto en algunos de sus papeles autobiográficos o cartas a conocidos que escribe entre el año 1931 y 1938. Entonces, en el 38, en mitad de la guerra española y diez años antes de este viaje, ya escribía sobre su deseo de extender la Obra «por Madrid, Berlín, Oxford, París, Roma, Oslo, Tokio, Zurich, Buenos Aires, Chicago...».
Para san Josemaría, el viaje era más que una simple exploración. El 11 de marzo del 48 le escribió a Casciaro: «otra cosa importante para que no se me olvide: tú vas a América, Pedro, como consiliario de todo el continente. Ríete tú de Colón y los conquistadores. Con el fin de que tengas competencias para admitir socios supernumerarios y así se te facilite la labor espiritual cuando convenga». Había un deseo de permanencia y de dejar, si era posible a gente de la Obra que pudiera preparar o facilitar gestiones para quien fuese después a establecerse en esos países.
¿Fue la institución reclamada allí? Pues sí, a comienzos del año 46, José María González Barredo, un miembro numerario de la Obra, llegó a Estados Unidos. Después de residir en Nueva York, Boston y Washington, se estableció en Chicago en enero de 1948 y allí reclamó a san Josémaría que fuese más gente. Pero además, y sobre todo, hubo algunos obispos americanos que pidieron a la Obra que fuese a sus países. Por ejemplo, en Argentina, Antonio Caggiano, obispo de Rosario y recién creado cardenal en febrero del año 46, conoció entonces a Josemaría y Álvaro del Portillo y les pidió que la Obra fuese a América.
En Chile el obispo de La Serena, Alfredo Cifuentes, viajó en el otoño del 46 a Roma. Allí el sustituto de la secretaría de Estado, Giovanni Battista Montini, le habló de la Obra. Él conectó con el Fundador y sus colaboradores y les pidió que fuesen a Chile.
En México el obispo de Yucatán, Fernando Ruiz Solórzano, llegó a España de paso hacia Roma, en febrero del 48, donde Pedro Casciaro le explicó la Obra y luego en Roma, Álvaro del Portillo, lo visitó.
Preparativos y financiación
Bien, ¿qué decir de los preparativos? Pues que no fueron pocos. Había que seleccionar a los viajeros, establecer el itinerario, buscar la financiación, pensar en una red de posibles contactos. En fin, muchas cosas. En torno a las navidades de 1947 debió cuajar en Josemaría Escrivá la idea de enviar a algunos de los miembros de la Obra para que vieran y le informasen sobre las posibilidades de arraigar la Obra en América, en particular en Chicago y Buenos Aires. En enero del 48 encargó a Pedro Casciaro que se pusiera a trabajar en ello.
Casciaro contó al obispo de La Serena, monseñor Cifuentes, que él mismo viajaría al país andino. Y monseñor Cifuentes lo aplaudía: «No sabe cuánto celebro la buena noticia que me da de su viaje a Chile en dos o tres meses más. Estoy cierto que ese viaje no ha de ser de turismo, sino de gran provecho para futuros proyectos de la Obra aquí en Chile en donde tanto la necesitamos».
¿Qué países visitar? Estaba claro que Chicago y Buenos Aires (USA y Argentina), México y Chile. Sobre la marcha se sumaron Perú y Canadá al itinerario que habían establecido. Se pensó también en visitar otros países. Por ejemplo, hubo gestiones preliminares para ser recibidos en Cuba por el arzobispo de La Habana; y consideraron si viajar a Panamá después del consejo de un conocido en Chicago. Pero todo quedó en nada.
¿Qué decir de la financiación? Por consejo de Joaquín Ruiz-Giménez, un académico y político español que por entonces dirigía el Instituto de Cultura Hispánica (dependiente del ministerio de Asuntos Exteriores) presentaron una instancia a ese ministerio español, en marzo de 1948. Proponían «realizar un estudio sistemático de las condiciones culturales de las Universidades y Centros científicos Superiores de USA, México, Chile y Argentina». Pedían que el Ministerio pagase gastos de estancia y desplazamientos: los vuelos Madrid - Nueva York, y la vuelta Buenos Aires - Madrid. En total solicitaron 11.000 dólares. El Ministerio les dio 5.000 dólares, más el importe de los billetes ida y vuelta.
A lo largo del viaje hubo una preocupación constante por el dinero. De hecho, en la primera semana en Nueva York se gastaron 500 de los 5.000 dólares de subvención en gastos de comida y estancia.
Esa subvención implicaba que el viaje sería también una expedición cultural española por América, lo cual suponía dictar conferencias, que era entonces la actividad habitual de los académicos que visitaban naciones iberoamericanas financiados por el Ministerio.
Ignacio de la Concha y José Vila dieron conferencias y las embajadas españolas fueron informando al ministro de Exteriores. Por ejemplo, José Vila sobre “De la soledad a la alegría”, en México Distrito Federal; sobre “Hadas y Gnomos” y de “Novelistas europeos contemporáneos” en la Universidad de Puebla. También de “Poesía religiosa de la postguerra en España” en la sala de conferencia de El Mercurio, en Santiago de Chile.
Ignacio de la Concha habló en México sobre “Así se forjó España” y en la Universidad de Buenos Aires sobre “La evolución de las fuentes del derecho castellano durante la Edad Media”, que era un tema de tesis e investigación postdoctoral.
Los objetivos del viaje
Los objetivos que tuvieron fueron cinco. El primero, explicar el Opus Dei a cuantas más autoridades eclesiásticas mejor, en particular a obispos. El segundo, y en paralelo, visitar universidades y establecer relaciones con académicos ya que sobre todo Ignacio de la Concha y José Vila, que iban de misión cultural, les interesaba crear y consolidar futuras redes académicas con profesores americanos. También enviaban a España fotografías, folletos y material diverso sobre el funcionamiento de las universidades americanas de habla castellana o inglesa. A la vez, esos contactos servían para dar a conocer el Opus Dei a académicos y para difundir entre ellos el mensaje de la cristianización de los ambientes intelectuales. Finalmente, ese interés por la Universidad americana podría conectar con el proyecto universitario que Escrivá de Balaguer comenzó en Pamplona en el año 52 como Estudio General de Navarra, que fue el embrión de la Universidad de Navarra.
El tercer objetivo fue hacerse una idea de cuáles eran las necesidades pastorales que la Iglesia Católica tenía en cada sitio. De hecho, a partir de sus conversaciones con prelados y con académicos, y de sus visitas a los campus de universidades católicas, llegaron a la conclusión que crear residencias universitarias podría ser un buen comienzo. El cuarto objetivo era extender la devoción privada a Isidoro Zorzano, un miembro del Opus Dei que había nacido en Argentina y que había muerto casi con 40 años en el año 1943 y cuya causa de beatificación se abriría en octubre de 1948.
Por último, esperaban resolver un objetivo estratégico: encontrar en América benefactores, mecenas, que aliviaran la situación económica del Opus Dei al otro lado del Atlántico donde se estaban poniendo en marcha muchas iniciativas. Casciaro expuso así al Fundador su idea por carta: «Cuando alguna vez he hablado con usted de América, cobra la esperanza de que allí no encontraríamos estos problemas económicos, sino que podría ser de ayuda para la labor en Europa. Por eso, aunque en este viaje que se prepara no quepa hacer demasiado, si parece que sería oportuno orientarse bien en el sentido económico y, sobre todo, yo me iría más tranquilo si fuera con un hombre que supiese lo que cuesta y lo que vale ganar una peseta, o al menos que sea un poco lince para estas cosas».
Las impresiones del viaje
¿Qué impresiones de los viajeros? Pedro Casciaro le decía sorprendido a san Josemaría nada más llegar a Estados Unidos: «Y realmente esto no se parece nada al mundo que conocíamos hasta ahora». En Estados Unidos y Canadá «las distancias son enormes», escribieron. Se movían en autobús; y así recorrieron la distancia entre Nueva York, Chicago, Detroit, Toronto, Ottawa, Montreal, Quebec, Nueva York de nuevo y finalmente Washington, desde donde salieron hacia México. Casciaro creía que había sido un error de principiante no moverse en coche. En una carta al Fundador el 30 de abril del 48 le decía lo siguiente: «Ha sido una lástima que no viniera en la expedición uno que tuviera gran experiencia de automóviles y condujera bien: hubiera traído cuenta hacer todos los viajes en coche propio y en la Argentina hubiésemos tenido el mismo dinero y un coche: me ha costado tragar la novatada, pero sin una persona experta no se podía uno lanzar con estas distancias tan enormes».
Las impresiones sobre México donde estuvieron casi tres meses y visitaron siete ciudades: la capital, Cuernavaca, Mérida en Yucatán, Puebla, Morelia, Guadalajara y Zamora. La República Mexicana la dirigía, por entonces, un gobierno que había abandonado la secularización iniciada por la fuerza con la Revolución de 1910 y la Constitución muy anticlerical de 1917. Entre 1940 y 1952, los presidentes del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Manuel Ávila Camacho y Miguel Alemán, tuvieron un tono más conciliador con la Iglesia Católica, relajando las leyes anticlericales y permitiendo el culto católico. Eso contribuyó a que las impresiones de los viajeros sobre México fueran inmejorables durante toda su estancia. Quedaron embrujados por la cultura, el ambiente, la idiosincrasia de los mexicanos. El diario que escribieron y las cartas que redactaron tienen ese entusiasmo superlativo. Para ellos el calor humano y la posibilidad de relacionarse con muchos más que en las semanas anteriores fue algo definitivo. «Estamos contentísimos en México, escribían. La lista de amistades que trajimos se va prolongando de una manera alarmante». La verdad es que México les fascinó. Pedro Casciaro insistió una y otra vez al Fundador en que México era una tierra prometida. «Padre, las cosas que le cuento sobre las posibilidades de trabajo en México no son impresiones vagas. Hemos concretado con bastantes personas, así que es solo cuestión de preparar gente. Aquí el curso oficial comienza a primeros de diciembre».
Eran también unas posibilidades magníficas también por la colaboración económica que habían encontrado en algunas familias y por las promesas de trabajo que varios amigos ofrecieron para los del Opus Dei que llegasen en el futuro.
En Perú estuvieron casi una semana. Fue una corta estancia, estuvieron en Lima únicamente. En un contexto de incertidumbre e inestabilidad política y social previa a la llegada de un gobierno militar al poder en octubre del 48, que derrocó al presidente José Luis Bustamante y Rivero. Habían cambiado de hemisferio y agosto era puro invierno y se hacía sentir en Lima. Allí los viajeros sentían nostalgia de México y en las cartas Casciaro seguía insistiendo al Fundador. «Estamos muy contentos de nuestra estancia en México y sería una lástima que no se pudiera enviar gente cuanto antes, antes de que se enfríen las amistades». En Lima se entrevistaron con diplomáticos, eclesiásticos y académicos. Con estos últimos vieron las dos universidades de la ciudad: la de San Marcos y la Universidad Católica. También visitaron dos veces al cardenal arzobispo de Lima, y éste los relacionó con algunos prohombres católicos del país.
En Chile estuvieron con los chilenos conocidos, es decir, con el obispo de La Serena, el sacerdote Raúl Pérez Olmedo y el joven profesional Raúl Mardones. Además, conectaron en Santiago con un buen puñado de personas. La opinión sumamente positiva de las jornadas la contaron así al Fundador: «La impresión que hemos sacado de Chile es estupenda. Es inverosímil, en tan pocos días como hemos estado, el cúmulo de atenciones y la acogida tan cordial que hemos tenido. Hay mucha inquietud espiritual, los estudiantes tienen mucha categoría humana y social y las posibilidades para una residencia son espléndidas. Por la cuestión económica principalmente saldría la cosa rapidísimo porque hay muy buenos amigos y el Sr. Arzobispo de la Serena y todos los Prelados tienen preparado el terreno para que vayamos».
Con respecto a su paso por Argentina, en aquel momento había unas cordialísimas relaciones diplomáticas, económicas y políticas entre España y Argentina. Esto se producía también por los lazos comunes derivados del intenso flujo migratorio español intensísimo que había llegado a este país a lo largo de la primera mitad del siglo. Allí se reunieron con eclesiásticos, académicos y diplomáticos como en el resto de sitios. Por ejemplo con el cardenal Antonio Caggiano, que les recibió en Rosario y les insistió en que debían quedarse más tiempo para conocer la Universidad y a un grupo de estudiantes católicos. Entre los catedráticos que conocieron destacan: Claudio Sánchez Albornoz, un historiador exiliado de España por la Guerra Civil y afincado en la Argentina desde 1940. También Ricardo Levene, un destacado historiador argentino, presidente entonces de la Academia Nacional de Historia.
Conclusiones del viaje de los ojeadores
¿Cuáles fueron los resultados de esta expedición? En esas naciones pretendían detectar ambientes donde pudiese arraigar con el tiempo el Opus Dei. Hablaron con los obispos de las 22 ciudades en que estuvieron, pues no les interesaba recorrer esos países con profundidad. Ellos eran ojeadores. Se conformaron con una visión general, sobre qué ciudad o ciudades elegir para implantar la Obra y qué iniciativas merecería la pena empezar. Los que vinieran después ya decidirían dónde y cómo continuar. Se entrevistaron con un total de 250 personas, la mitad de ellos académicos, editores y periodistas, es decir, gente del mundo de la cultura. Más de una cuarta parte fueron eclesiásticos. Otra cuarta parte es un conjunto variado de diplomáticos, políticos (muy pocos) y algunos empresarios.
¿Y qué conclusiones podemos extraer? En primer lugar, fue un viaje querido por el Fundador para tantear las posibilidades de expansión del Opus Dei en ese continente. San Josemaría no quería divulgar o expandir el Opus Dei mediante libros o de discursos, sino con personas que fuesen capaces de contagiar alrededor suyo un carisma hecho vida. Hubo expectativas prometedoras, sobre todo en México, y también en el resto de países a medio y largo plazo.
Una segunda conclusión es que eligieron esos países y no otros, básicamente por solicitudes de la jerarquía católica de algunas diócesis por eso es que hablaron con eclesiásticos, especialmente con obispos. También se movieron en el ámbito académico por el matiz de la misión cultural que aquella expedición tuvo gracias a la financiación que recibieron del Ministerio de Asuntos Exteriores español.
Una tercera conclusión es que este viaje no obedeció a razones políticas, sino a motivos religiosos. Ciertamente, la expedición se pagó con una bolsa de viaje, con una beca del Ministerio de Asuntos Exteriores español. Esa financiación la solían recibir académicos a cambio de algún tipo de acción cultural que divulgarse el nombre de España y de lo español por el mundo. Por eso, porque no fueron motivos políticos, sino religiosos, México, el país más alejado políticamente de la España de Franco, la sede del gobierno republicano en el exilio y sede de una potentísima colonia española antifranquista, el paradigma del anticlericalismo latinoamericano, fue el epicentro emocional y cronológico de los viajeros. Fue el gran potencial apostólico del viaje de estos expedicionarios.
En definitiva, los ojeadores cumplieron con su misión de ir, ver, relacionarse y explicar el mensaje del Opus Dei a un número significativo de personas. Los doscientos cincuenta americanos con los que se entrevistaron fueron una sólida plataforma para cultivar y extender la institución cuando más tarde hubiese miembros que viviesen permanentemente en los países ojeados por nuestros tres viajeros.