En el Hotel Sabadell

“Tiempo de caminar”, libro de Ana Sastre sobre el fundador del Opus Dei.

También Pedro Casciaro ha sido destinado, al fin, al acuartelamiento de Burgos. En la ciudad castellana se reúne con el Padre, José María Albareda y Paco Botella. Alquilarán una habitación en el Hotel Sabadell, situado en el número 32 de la calle de la Merced, frente al río Arlanzón. Hubieran deseado un pequeño piso para trabajar y recibir a cuantos vienen continuamente a ver al Padre, pero en estos momentos la escasez de viviendas en Burgos es enorme y encontrar un inmueble resulta empresa poco menos que imposible. Por eso, desde finales de marzo de 1938, ocupan esta habitación de un primer piso hotelero, en la que van a vivir más de ocho meses.

La carencia de medios es total. Albareda gana el sueldo mínimo en su tarea docente, como es lógico en los tiempos que transcurren; los militarizados comen en el cuartel y perciben una cantidad, casi simbólica, para atender a sus gastos personales. El Padre multiplica su actividad sacerdotal, sin recibir ningún estipendio. Juan Jiménez Vargas y Ricardo Fernández Vallespín hacen economías increíbles para girar algo de dinero a este pequeño grupo, que ha de sobrevivir y ayudar, incluso, a otros que están aún en peores condiciones monetarias.

A pesar de la situación, la generosidad y el optimismo del Padre continúan inalterables. Escribe a todos los amigos que están en las trincheras:

«Que nos pidáis con confianza libros, ropa, dinero. Os lo enviaremos enseguida con gusto. Pedid con sencillez y libertad. Muchos de vosotros nos enviáis dinero (...): esos ahorros que hacéis, para nuestra pobre caja común, tendremos verdadera alegría en emplearlos en favor de quienes pasen apuros económicos»(4).

Y a fin de que no descuiden la empresa sobrenatural a la que han sido llamados les pide, como recíproca generosidad:

«Necesitamos 50 hombres que amen a Jesucristo sobre todas las cosas»(5).

La habitación del Hotel Sabadell mide unos 28 metros cuadrados. Desde este reducido espacio van a organizar y desplegar una gran actividad. La parte más amplia del cuarto está ocupada por tres camas niqueladas de muelles ruidosos. También por un armario ropero de pequeñas dimensiones. Completan la decoración una mesa rectangular y un par de sillas. Junto a la puerta de entrada, otra estancia oscura, separada por una cortina blanca del espacio anterior, se convierte en dormitorio del Padre. Cerca de su cama hay una mesita de noche y un lavabo. Una percha sobresale clavada en la madera de la puerta.

Un mirador encristalado -y que se sitúa precisamente sobre la marquesina de la puerta de entrada al Hotel-, les comunica con el exterior. Este mirador, equipado con una mesita y dos sillones de mimbre, será la salita de recibo del Padre durante todos estos meses. Por allí pasarán muchísimas personas, de la más diversa edad y condición. De Burgos y de toda España. Hay antiguos residentes de Ferraz y amigos que, con sólo tres o cuatro días de permiso para visitar a su familia, llegan al Hotel Sabadell y dedican gran parte del tiempo a hablar largamente con el Padre. Siempre los recibe con el mismo cariño, alegría y esperanza firme en el futuro; con buen ánimo para superar la situación hasta que llegue la paz.

En ocasiones, el Padre sale de la habitación y se lleva, en larga y amistosa charla, a cualquiera de los que han venido a verle. Caminan por la orilla del Arlanzón, a veces una hora tras otra, comunicando a todos el mensaje de quien le habló al corazón -desde la adolescencia- y le dijo que había venido a pegar fuego a la tierra y que le necesitaba para propagar el incendio.

Años más tarde, don Antonio Rodilla escribe: «Durante la Guerra de España fui una vez a verle a Burgos, aprovechando la limpieza de fondos del buque de la Armada del que yo era capellán entonces. Se me saltaron las lágrimas al verle. Me lo encontré hecho un esqueleto. Estuve allí unos días con él. Vivía en absoluta pobreza» (6).

En la estrecha convivencia que impone la habitación del Hotel, se comparte todo. Por supuesto, la economía sufre bancarrota crónica. Paco lleva la contabilidad: los escasos medios en metálico se meten en una caja de madera que tuvo su primer destino como envase de un queso de Burgos que regaló un amigo. Su apertura completa es fácil: gira sobre uno de los cuatro clavos que la sujetaban en origen. Con gran humor, Paco, estudiante de Ciencias Exactas, apunta en una hoja de papel los gastos de cada día: una flecha hacia la derecha indica gasto. Después de la cantidad, anota el concepto. Una flecha hacia la izquierda, significa ingreso, seguido de las correspondientes aclaraciones.

Un día en que Albareda acierta a ojear este original sistema lo bautiza con el apodo de «la contabilidad vectorial». El Padre, al saberlo, comenta:

-«¡Vergüenza debiera daros que, entre dos matemáticos y un investigador científico, llevéis las cuentas peor que la cocinera de mi madre! »(7).

Carecen de ropa, de alimentos, de cosas indispensables. El Padre sigue echándole garbo humano a la sotana que le regaló don Marcelino Olaechea en Pamplona y a la teja, que ya ha adquirido una variante descolorida del negro primitivo. Muestra a sus hijos, con el ejemplo, cómo vivir la auténtica dignidad de la pobreza. La limpieza y el orden perfectos para mantener el clima grato a los demás, aun en las peores circunstancias.

Cada vez que Albareda sale de viaje, y es situación que se repite con frecuencia por necesidades de su trabajo, el Padre se queda solo durante el día y come poquísimo en un figón por un precio irrisorio. Así no produce gasto alguno en el hotel. Por la noche no cena. Cuando llegan Pedro y Paco, finalizado su servicio en el cuartel, sólo obtienen respuestas evasivas cuando intentan averiguar lo que ha tomado a lo largo de la jornada.

Por más que los tres presionen sobre el Padre no logran, la mayor parte de las veces, que gaste lo indispensable en su persona. Entre José María, Pedro y Paco, alguna noche consiguen llevarle andando hasta la estación de ferrocarril y allí, en una fonda, que es mucho más barata, se esfuerzan para que coma una tortilla.

A esto hay que añadir sus mortificaciones constantes, en las que no excluye la sed, ni el cansancio, ni la disciplina. Por más que lo oculta, la convivencia estrecha acaba delatando su entrega.

Un día, aprovechando una de las constantes salidas del Padre, Paco y Pedro deciden eliminar la teja, descolorida y deteriorada, para que se compre una nueva. Y, sin más preámbulos, la destruyen. A su regreso les echa una buena bronca -mezcla de afecto y reconvención sin impaciencia-, que Pedro y Paco aguantan impasibles en la satisfacción de lograr que estrene sombrero. Lo peor es que el sistema fallará con la sotana. Han decidido romperla también de arriba a abajo. Cuando vuelven del cuartel, encuentran al Padre, silencioso, cosiendo la rasgadura. A partir de aquel día usará la misma, pero habrá de ponerse encima la dulleta aunque caiga un sol caliente, para disimular la defectuosa artesanía que une las dos piezas.

Durante el tiempo de residencia en el Hotel Sabadell, el Padre celebra Misa todos los días en la capilla de las Teresianas, que está muy cerca.

Desde mediados de enero de 1939, oficia en un altar lateral, a la derecha de la nave central, en la iglesia de San Cosme y San Damián. Es de estilo barroco, con motivos de frutas talladas y policromadas, y está dedicado a la Virgen. Tiene una bella imagen de la Inmaculada, con las manos juntas y tres cabezas de ángeles en la base, alrededor de la media luna. Entre enero y marzo del 39, Pedro tiene que desplazarse a Calatayud y es Paco el que ayuda habitualmente al Padre durante el Santo Sacrificio. Y una vez más, es testigo de su piedad.

El Padre se lanza, durante el día, a un trabajo constante. Mantiene vivo el contacto con los que acuden a su dirección y consejo. No sólo cuando vuelven de los frentes y van a visitarle, sino a través de centenares de cartas y noticias que les hace llegar de modo ininterrumpido. No quiere que se sientan solos, que el peligro, el ocio o el desaliento hagan presa en ellos. Volcará su afecto en todos, sean o no de la Obra. Su caligrafía, animosa y recia, cruza Madrid, Andalucía, Castilla, Aragón... Y cuando no llegan sus letras, aparece en persona para llevar unas horas de amistad y de aliento. De esta experiencia sacará, más adelante, motivos de reflexión, de diálogo con Dios, de encuentros sucesivos con su vocación y su fe:

«No sé si tú habrás estado en la guerra. Hace ya muchos años, yo pude pisar alguna vez el campo de batalla, después de algunas horas de haber acabado la pelea; y allí había, abandonados por el suelo, mantas, cantimploras y macutos llenos de recuerdos de familia: cartas, fotografías de personas amadas... ¡Y no eran de los derrotados; eran de los victoriosos! Aquello, todo aquello les sobraba, para correr más aprisa y saltar el parapeto enemigo (...).

No olvides que, para llegar hasta Cristo se precisa el sacrificio; tirar todo lo que estorbe: manta, macuto, cantimplora. Tú has de proceder igualmente en esta contienda para la gloria de Dios, en esta lucha de amor y de paz, con la que tratamos de extender el reinado de Cristo. Por servir a la Iglesia, al Romano Pontífice y a las almas, debes estar dispuesto a renunciar a todo lo que sobre; a quedarte sin esa manta, que es abrigo en las noches crudas; sin esos recuerdos amados de la familia; sin el refrigerio del agua. Lección de fe, lección de amor. Porque hay que amar a Cristo así»(8).

Desde el mirador de su cuarto del hotel alcanza a ver las flechas góticas de la Catedral que se reflejan en el agua. El río pasa, poco caudaloso de ordinario, pero constante, frío, rozando unas piedras que se mantienen intactas desde el siglo XIII. Es un buen lugar éste para hablar a los que se entregan, para proyectar permanencias, lealtades y oración. Años más tarde, el Fundador del Opus Dei recordará todavía aquellas frases de «Mío Cid» que le servían de pauta en su apostolado epistolar, en su conversación con Dios:

«La oración fecha, luego cavalgava»(9).

Como la Obra. Primero junto a Dios, pidiendo fuerza y amor. Luego el trabajo duro, constante, serio. Pero iluminado con la Presencia que lo transforma siempre. Es el Cantar de gesta de lo cotidiano: convertir en endecasílabo, verso dedicado a lo heroico, la prosa diaria.

Sus cartas transmiten esta energía humana y sobrenatural.

También el afecto desbordante por sus hijos y amigos. Escribe a Tomás Alvira en febrero de 1938: «Jesús te guarde. Querido Tomás: ¡Qué ganas tengo de darte un abrazo! Mientras, te pido que nos ayudes, con tus oraciones y tus trabajos.

Yo voy corriendo de un lado a otro: acabo de venir de Vitoria y Bilbao. Y antes: Palencia, Valladolid, Salamanca y Avila. Ahora estoy curando un catarro que pesqué en el Norte. Después, voy a León y Astorga. Tomasico: ¿cuándo harás una escapada, para que nos veamos?»(10)

En junio de 1938 uno pregunta, desde el frente, dónde está el Padre durante aquellos días. Y la respuesta es expresiva:

«En el vagón de ferrocarril, o en algún coche desvencijado, por estas carreteras, o... en el frente»(11)

Porque, efectivamente, le llaman de todas partes y acude sin poner jamás pretexto de enfermedad, cansancio u ocupación más inmediata. Está siempre al servicio de la Iglesia y de las almas.

En uno de estos desplazamientos en busca de un muchacho de la Obra movilizado en los frentes andaluces, tiene el dinero justo para los trenes de regreso. No le queda prácticamente nada para comer ni para imprevistos.

Don Francisco Botella testimonia que, en febrero de 1938, estando el Padre en Burgos, un hijo suyo escribía muy de tarde en tarde y lacónicamente. Estaba en el frente de jaca, con mucha actividad bélica. Aunque el Fundador en aquellos días estaba enfermo con fiebre alta, decidió ir a verle, desafiando toda clase mde incomodidades en los precarios medios de transporte existentes.

En agosto de 1938 dirige unos Ejercicios Espirituales para Religiosas, en Vitoria. Se lo ha pedido Monseñor Lauzurica, Obispo Administrador Apostólico de la diócesis. La Hermana Elvira Vergara, que forma parte de la Comunidad, escribirá tiempo después:

«Solamente nos daba dos pláticas diarias, pero tenían tal profundidad y eran de tanta exigencia, que nos bastaban para mantenernos recogidas todo el día; no teníamos que recurrir a ningún libro que nos ayudara»(12).

Y la Hermana María Loyola Larrañaga:

«El, personalmente, pasaba horas y horas cerca del sagrario, y tenía un trato frecuente con Dios (...).

Vivía en la más absoluta pobreza: sólo tenía una sotana y en cierta ocasión, nos la dio para que se la cosiéramos; estaba hecha jirones (...). La ropa interior la tenía tan rota que no había modo de meter la aguja en un trozo de tela que no estuviese "pasada", hasta tal punto que la Madre Juana decidió comprarle dos mudas » (13).

Y la Hermana Juana Quiroga añade:

«Estoy segura de que muchas noches no dormía o -al menos a nuestro parecer- en la cama. En efecto: las sábanas estaban sin arrugas y, aunque él dejaba la cama destapada, como si la hubiera usado, nosotras nos dábamos cuenta de que, si había dormido, no había sido en la cama. Creemos que se servía del duro suelo para descansar».

Y Ascensión Quiroga:

«A don Josemaría, a su vida santa, debo mi perseverancia en la Orden; le debo el conocimiento inapreciable del verdadero amor a Dios, la firmeza y el impulso que es capaz de tener un enamorado de Cristo»(14)

Sus cartas de este año le sitúan, alternativamente, en Santiago de Compostela, León, Teruel, Sevilla... Y en todas las ciudades ha dejado amigos, personas con las que mantiene contacto desde el Hotel de Burgos en el que apenas tiene tiempo de reposar unas jornadas entre uno y otro desplazamiento.

Ante el montón de correspondencia que llega de los que andan repartidos por España, contesta en una hoja informativa que puede servirles de respuesta conjunta:

«Qué bien reflejáis, en vuestras cartas, la alegría que os producen estas líneas: son como recibir a un mismo tiempo cartas de muchos amigos: recuerdos de muchas horas de trabajar y de reír juntos; deseos y confianzas de un nuevo y más laborioso porvenir.

Y después de la avidez y de las gratas impresiones de esta lectura, seguís pensando, ahondáis en la raíz de esta noble amistad y encontráis mucho más: más frecuente que vuestras cartas es vuestra oración diaria, cada uno por todos; más viva que vuestro recuerdo es vuestra unión (...) con la Misa que el Padre celebra por vosotros. Nunca estáis solos, y a través de estos días tan trágicamente accidentados, una misma visión de amor infinito se os ofrece»(15)

Y en junio de 1938:

«No hemos podido celebrar el mes de la Virgen como de costumbre, pero Ella -la Señora- que tanta predilección tiene por todo lo nuestro, ha recibido el obsequio de unas flores, ofrecidas en nombre de todos nosotros, el último día de mayo en un Altar olvidado»(16).

Hay, sin embargo, una imagen de la Señora que, durante este mayo de 1938, ha recibido el amor y la petición por todos del Fundador. Está pintada sobre madera y preside la habitación del Hotel Sabadell, de Burgos. Es un regalo de la familia de José María Albareda. En estos días difíciles es la mejor esperanza. Su mirada dulce es una formidable protección.

En medio de este ajetreo apostólico, el Padre no arrincona tampoco su gran vocación de estudioso, la obligación de mantener en sus hijos el estímulo constante del trabajo intelectual. Les empuja a que aprovechen el tiempo, a que estudien idiomas, a que no abandonen los conocimientos que aprendieron porque la paz, que ha de llegar algún día, les necesita en la mejor batalla de la reconstrucción y del servicio. En sus entrevistas con Obispos, profesores, intelectuales de todo nivel, pide medios que puedan llenar la vigilia y el esfuerzo de los que viven en el frente. Durante aquellos largos paseos por la orilla del Arlanzón, de Fuentes Blancas, de la Cartuja o de las Huelgas, habla de las necesidades de una juventud que ha de reincorporarse a sus quehaceres. A la seria profesión de cada día.

Recogerá esta solicitud en el punto 467 de «Camino»: «Libros. -Extendí la mano, como un pobrecito de Cristo, y pedí libros. ¡Libros!, que son alimento, para la inteligencia católica, apostólica y romana de muchos jóvenes universitarios...». Y en una comunicación, fechada en abril de 1938: «Dieciséis profesores de Universidad y Escuelas Especiales solicitan el envío de libros para vosotros, de sus amistades, de distintos países de Europa y de América. Preparad vuestros instrumentos de trabajo (...). Pero no olvidéis que el trabajo sobrenatural de nuestra empresa necesita oración, sacrificios, frecuencia de Sacramentos»(17).

Más adelante -una vez acabada la guerra-, insiste de nuevo:

«Id orientando el estudio, que la orientación es siempre considerable ganancia de tiempo (...). No paséis por la carrera como si toda ella fuese una llanura. Buscad los relieves. Tened personalidad. Trazad vuestro surco. Y que los surcos de todos, hagan producir el campo del Padre de familias» (18).

Y una vez más:

«Pensad en todas las cosas que están por hacer, y pensad también en que no hay nada que se haga solo, sin el trabajo inteligente de alguien»(19) .