Un testimonio de alegría: mi hijo

Angie de León cuenta cómo su familia sobrellevó la enfermedad de su hijo Wei Wei y cómo lograron, a través del dolor ofrecido, encontrar la paz y la alegría.

Wei Wei fue el primer hijo de Angie y Víctor.

Vengo de una familia de origen chino radicada en Ecuador desde 1910. Yo soy la primera generación nacida en el país, al igual que mi esposo, Víctor, que también es chino ecuatoriano. Somos una familia feliz, mi casa está siempre abierta a todos: los compañeros de mis hijos, sus padres, vecinos, y un largo etc.

Wei Wei nació en 1998, fue mi primer hijo, amado y esperado desde el primer momento. Con los años llegaron Ken Ken, Angelie y Chien Chien.

Wei Wei junto a sus padres, hermanos y tíos.

Cuando Wei Wei tenía dos años vimos conveniente ponerlo en el maternal de Delta-Torremar, labor apostólica del Opus Dei. Desde el principio me di cuenta de que esa iba a ser mi familia, por el modo como me recibieron y por el ambiente de alegría y servicio. Poco a poco fueron incorporándose al Pre-escolar el resto de mis hijos.

Cuando nuestro hijo pasó al Colegio Torremar procuramos participar en las actividades de voluntariado que el colegio organizaba. La primera que recuerdo fue una labor social en una escuelita que se llamaba “Bendición de Dios” en una comuna muy humilde que se llama Tierra Blanca. Pasados varios años los chicos fueron creciendo y los padres nos fuimos haciendo amigos.

Wei Wei junto a sus compañeros del Colegio Torremar

Empiezan los problemas

En enero del año 2016 a Wei Wei le detectaron un cáncer al cerebro, tuvimos que viajar a los Estados Unidos para iniciar el tratamiento, ya que en Ecuador no había posibilidad de hacerlo.

En este proceso estuvimos muy acompañados por los compañeros de Wei Wei y sus padres, con sus oraciones constantes y su apoyo emocional. Mi familia y los amigos cercanos se hicieron presentes en estos meses de ausencia cuidando de nuestros hijos que se quedaron en Guayaquil.

Wei Wei en el hospital donde recibía su tratamiento

Yo pedí la admisión como Supernumeraria en octubre del 2016 a los 4 meses de regresar con Wei de su tratamiento.

Aprendimos que en el dolor ofrecido se puede encontrar la paz y la alegría

Durante la época del tratamiento médico de Wei Wei, él escuchaba atentamente lo que decían los médicos y siempre supo que el pronóstico médico le daba un bajo porcentaje de supervivencia; pero tanto para él como para nosotros el pronóstico siempre fue la voluntad del Señor.

La preocupación y el dolor nos llevó a refugiarnos en el rezo del Santo Rosario. Yo acudía a su misericordia y me sentía plenamente comprendida por Ella. Aprendimos que en el dolor ofrecido se puede encontrar la paz y la alegría.

Cuando la terapia y la radiación comenzaron, el cabello empezó a caerse y Wei lo ofrecía por los sacerdotes, las vocaciones y el Opus Dei.A sus cinco pastillas de quimio las llamaba: Jesús, José, María, Arcángel Miguel y Arcángel Gabriel. Y a su ángel de la guarda, al que acudía con frecuencia, le puso por nombre Lucho (de luchar).

Un regalo de Dios

Wei fue un milagro de Dios, culminó el colegio, aprendió a manejar, empezó la universidad, viajó a dar las gracias a nuestra Madre a Lourdes y vivió 5 años más después de ser diagnosticado; cuando los pacientes con este tipo de tumores llegan a un máximo de 2 años.

Wei Wei y sus amigos del colegio en el día de la sesión de fotos por su graduación

Nos enseñó que la coherencia llega con el ejemplo más que con sus palabras. Su medicina le provocaba fuertes calambres prolongados en las piernas, la mayoría de las veces en las noches; en medio del sueño y del dolor me decía que rezaba lo mismo que yo rezaba con mis amigas: rosario largo. Eran las romerías que yo hacía con mis amigas por su salud.

Nunca me sentí sola, sabía que había muchas personas rezando conmigo, por mi hijo, por mí.

Aprendimos todos de su obediencia: tomaba los extractos de jugos más desagradables y amargos sin quejarse, a ofrecer lo que no le gustaba para no molestar a otros. Aprendimos con él a no tener miedo a la muerte, porque nuestra meta es el Cielo, la casa del Padre.

Nunca me sentí sola, sabía que había muchas personas rezando conmigo, por mi hijo, por mí. Descubrí la maravilla de la comunión de los santos.

Amigos de Wei Wei y sus padres luego de una misa ofrecida por su recuperación.

El desenlace

El sábado 21 de diciembre alrededor de las 7h00 llegó su terapista respiratorio y nos indicó que Wei Wei estaba mal, que debíamos llamar a la familia completa para que se despidan. Avisamos a todas las personas que habían compartido con Wei su camino, llegaron sacerdotes de la Obra y de la Parroquia, le dieron la Unción de enfermos, llegaron dos religiosas a las que habíamos ayudado a mejorar su capilla, llegaron amigos, familiares, compañeros, personas de la Obra.

Rezamos muchos rosarios, cada uno se fue despidiendo de Wei Wei. Yo le agradecí por ser un hijo tan bueno, por su nobleza de corazón, la generosidad de llevar con alegría y sin quejas su enfermedad y de decirle que sí al Señor con tanto amor.

El día de su sepelio, un sacerdote capellán del colegio que lo conocía desde pequeño, lo recordó como su amigo gordito de ojos rasgados, y nos dijo que sus últimos meses de tanto dolor no los había enfrentado con rabia sino con amor a Cristo, como medio de expiación y que Dios Padre lo premiará con la alegría del Cielo para siempre, para siempre.

Los amigos y familiares que nos acompañaron hasta el cementerio empezaron a entonar villancicos, porque en medio del dolor cuando hay fe y esperanza cabe la verdadera alegría.

Por: Angie de León

Los compañeros de promoción hicieron camisetas con el nombre de Wei Wei para su campeonato de fútbol de ex alumnos.