San Josemaría, un eterno enamorado de la Virgen de Guadalupe

Si bien el fundador del Opus Dei nunca fomentó una especial devoción a una imagen en particular de la Madre de Dios; es verdad que la Virgen de Guadalupe tuvo un gran impacto en su vida y en la de la Obra.

Un día san Josemaría invitó a la sede en Roma al entonces primado de México monseñor Miguel Darío Miranda y le confesó: “Tengo tantas ganas de ir a rezarle a la Guadalupana, que cuando esté delante de Ella, no me sacarán del Santuario ni con una grúa". Y Mons. Miranda, con su característica chispa y buen humor, le respondió de inmediato: “Pues le aseguro que no seré yo quien mande llamar la grúa, monseñor".

El 12 de diciembre de 1931 una palabras del Salmo 104 resonaron en el alma de san Josemaría con especial intensidad,Inter médium montium pertransibunt aquae[1]. No sería casualidad que además de que el fundador vivía mucha preocupación por el cómo sacaría la labor adelante ese año se cumplían justamente 400 años de la aparición de la Virgen en la tilma de san Juan Diego.

En mayo de 1970san Josemaría visitó México con el deseo de poder rezar frente a la imagen de la Virgen de Guadalupe en la Villa. Del 19 al 24 de mayo de 1970 en una discreta tribuna superior de la antigua Basílica tuvo por fin la dicha de orar ante la Virgen de Guadalupe, en una intimidad completa y confiada. Desde un principio comentó que venía a México a pedirle a la Señora por la Iglesia entera, por el Papa y por el Opus Dei. Durante esos días rezó las tres partes completas de Rosario, pero ya desde el 20 de mayo, fue que recibió de Dios, la confirmación de que el Opus Dei sería erigido como Prelatura Personal.

San Josemaría frente a la Virgen de Guadalupe durante su visita a México

En la Villa san Josemaría pasaba horas rezando. Su mirada la ponía muy fija y suplicante hacia aquella Morena que lo cautivó tanto. Algunas veces el santo se dirigía a Ella, en voz alta, con plena confianza y le decía: “Te ofrezco un futuro de amor, con muchas almas. Yo –que no soy nada, que solo no puedo nada- me atrevo a ofrecerte muchas almas, oleadas de almas, en todo el mundo y en todos los tiempos, decididas a entregarse a tu Hijo, y al servicio de los demás, para llevarlos a Él".

“Hijos míos (…) quiero agradecer vivamente a mi Madre Santísima del Cielo la alegría inmensa de estas horas (…) que hemos pasado en su compañía, con la imagen suya tan cerca. Y deseo decirle que me cuesta arrancar: ¡han sido unos días tan humanos y tan sobrenaturales! (…) “Santa María de Guadalupe, Asiento de la Sabiduría, Esperanza nuestra, ¡ruega por nosotros! (…) Nos hemos puesto en sus brazos. Ella arreglará todo. Estoy seguro de que ya está arreglado en estos momentos.” [2]

En el cuarto de trabajo del beato Álvaro, en Roma, está aún hoy en día un cuadro con la imagen de la Virgen de Guadalupe. Es de suponer que fue el mismísimo san Josemaría quien lo colocó allí, pues siempre estaba pendiente de todos los detalles que pudieran llevar a sus hijos a Dios. En ese cuarto trabajaban el beato Álvaro, don Javier y san Josemaría. Esa imagen de Nuestra Madre del Cielo es testigo de las innumerables miradas de cariño que le dedicaban sus hijos y de todos los Angelus que rezaron juntos en ese cuarto.

El segundo cuadro de la Virgen de Guadalupe que ha pasado a formar parte de la historia del Opus Dei, es el que se colocó en el cuarto de descanso durante la visita de san Josemaría a Jaltepec, donde se representa a san Juan Diego extendiendo la mano y recibiendo una rosa que le entrega la Virgen de Guadalupe. “Así querría morir: mirando a la Santísima Virgen, y que Ella me dé una flor" dijo el fundador a una de las personas que estaba con él. Por eso sus hijos enviarían esa imágen meses después a Roma, donde se conserva hasta la actualidad en Cavabianca, junto al oratorio de Nuestra Señora de los Ángeles.

Cinco años después, en 1975, tras haber visitado a algunas de sus hijas en Castelgandolfo, llegó a Roma, y se dirigió a su oficina para despachar algunos asuntos de trabajo con Mons. Álvaro del Portillo y Mons. Javier Echevarría. Al entrar a la habitación, como era su costumbre, miró con cariño a la imagen de la Virgen de Guadalupe que tenía ahí. En ese momento, su corazón súbitamente dejó de latir y cayó desplomado. El Señor había escuchado su plegaria: contemplar con afecto, por última vez en esta tierra, a la Morena del Tepeyac, que Ella le diera una flor, un beso, y se lo llevara al Cielo.

Así concluyó la vida de este santo enamorado de Dios y de la Morenita. El 6 de octubre de 2002, san Juan Pablo II lo canonizó en la Plaza de san Pedro, en Roma, frente a miles de peregrinos provenientes de los cinco continentes.


[1] "Haces brotar vertientes en las quebradas, que corren por en medio de los montes,"

Salmos, 104(vg 10)

[2] Testimonio de quienes lo acompañaron durante esas fechas