Empezamos a llamarlo "Padre"

Lola Pardo Conde es de Valladolid, España. A través de su hermano, su familia conoció a san Josemaría en los años cuarenta. Pidió la admisión como supernumeraria en 1964.

Recuerdo que conocí al Padre —así llamábamos a san Josemaría— después del final de la Guerra Civil española.

Solía venir a Valladolid con otras personas del Opus Dei y empezó a encontrarse con estudiantes universitarios, entre ellos mi hermano Adolfo. Para empezar, se reunían en los distintos hoteles donde se hospedaba, el Hotel España, el Hotel Castilla, y otros. A medida que la labor apostólica crecía y se intensificaba, alquilaron un piso al que llamaron "El Rincón". El 2 de mayo de 1943, el Padre bendijo el piso y trajo una estatua de la Virgen, que se colocó en la repisa sobre la chimenea del salón. El Padre tenía tertulias allí con los estudiantes; los formaba en el espíritu del Opus Dei y dirigía su oración.

Nuestro primer encuentro con San Josemaría

Mi madre acababa de quedarse viuda, muy joven, con cinco hijos y estaba preocupada por saber dónde iba a estudiar mi hermano Adolfo todas las tardes. Una tarde vino nuestro tutor a nuestra casa y empezó a decirle cosas malas a mi madre sobre el Opus Dei. Ella estaba muy molesta y le habló a mi hermano al respecto. Adolfo le dijo que en el Opus Dei solo se hablaba de Dios, se estudiaba y se rezaba el Rosario; pero que, para su tranquilidad, podría ir a hablar con el sacerdote que había fundado el Opus Dei la próxima vez que viniera a la ciudad.

San Josemaría llegó a Valladolid, se enteró de la preocupación de mi madre y le dijo a mi hermano que vendría a nuestro piso, que estaba en la calle Recoletos 13, en el primer piso. Llegó a media tarde. Su rostro combinaba la dignidad sacerdotal con la alegría y la calidez. A todos nos impresionó mucho su gran alegría y su forma lenta pero espontánea de hablar. Todos comenzamos a llamarlo "Padre". En el transcurso de la conversación, mi madre dijo con su habitual franqueza: "La gente dice que son masones".

La voz del Padre no perdió su cordial serenidad. Su respuesta fue: "Hija mía, pueden decir lo que quieran". Continuó explicándonos que la gente del Opus Dei solo intenta amar a Dios, a la Iglesia y al Papa; y acercar muchas almas a Dios haciendo bien su trabajo ordinario. Dejó claro que amaba y respetaba a todas las instituciones de la Iglesia, y destacó que las personas del Opus Dei no eran religiosos, porque Dios quería que estuvieran en medio del mundo.

Como los primeros cristianos

Nos miró a los cinco niños con mucho cariño mientras estábamos allí sentados siguiendo sus palabras sin pestañear, y nos dijo que éramos nosotros los que teníamos que conquistar el mundo, poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas. Lo lograríamos, dijo, si rezábamos mucho, como los primeros cristianos. Luego nos habló de sus hijas, refiriéndose a las mujeres que pertenecían al Opus Dei, y dijo que les gustaría visitarnos.

Varias semanas después, el fundador del Opus Dei, vino a comer con nosotros. Todos estábamos ansiosos por volver a verlo, ya que estábamos muy impresionados por su gran fe en todo lo que estaba haciendo.

Un día ese sacerdote será santo...

Después de que el padre se fue, mi hermano Miguel, que tenía unos diez años, le dijo a mi madre: "Tendrás que cuidar mucho esa silla, mamá, porque un día ese sacerdote será santo".

Unos días después vino a visitarnos Encarnita Ortega. Fue una de las primeras mujeres en solicitar la admisión en el Opus Dei. Nos invitó a un retiro en la residencia Zurbarán de Madrid. Fuimos mi hermana María Luisa y yo.

La primera meditación corrió a cargo de d. José Luis Múzquiz, uno de los tres primeros miembros del Opus Dei en ser ordenados sacerdotes. Tenía una tos muy fuerte. A la mañana siguiente se presentó san Josemaría y nos dijo: "Desafortunadamente para vosotras, ese hijo mío se ha puesto malo, ¡y me tenéis a mí! No soy bueno...".

Cuando comenzó la oración con las palabras "Señor mío y Dios mío...", me impresionó profundamente. Se notaba que estaba absolutamente inmerso en Dios. Luego habló sobre el valor infinito de la Santa Misa. Desde entonces he ido todos los días sin falta, excepto cuando he estado enferma.

Siempre recordaré con cariño aquel primer retiro, y estoy profundamente agradecida a Dios por haber tenido la suerte de hacer un retiro con san Josemaría. Le hizo mucho bien a mi alma a pesar de mi juventud e inmadurez.

Años más tarde, en 1964, solicité ser admitida en el Opus Dei como supernumeraria. Después vi al fundador en tertulias con mucha gente. En una de ellas nos dijo que teníamos que amar los defectos de nuestros maridos siempre que no ofendan a Dios. Les dijo lo mismo a los hombres con respecto a sus esposas.

Nunca pensé que viviría para ver la canonización del Padre; ha sido uno de los momentos más felices de mi vida. Doy gracias a Dios por ello de todo corazón. Y todavía resuenan en mi mente, las palabras que escuché decir a san Josemaría al comienzo de la meditación de mi primer retiro: "¡Señor mío y Dios mío!".