«Hijo entregado, cielo ganado»

¿Escenario? Un desierto. ¿Año? Nadie lo recuerda. ¿Personajes? Un aviador y un Principito. La novela de Antoine de Saint-Exupéry que dio vida a uno de los héroes más queridos de todos los tiempos inicia, como toda gran historia, con el llamado a una aventura. Un aviador que aprende a dibujar un cordero y el secreto para ver lo esencial. Un aviador que se atreve a escuchar al Principito porque, «cuando el misterio es demasiado impresionante, es imposible desobedecer».

La vocación de un hijo también es un misterio demasiado grande para poder expresarse en palabras. La llamada es, en palabras de san Josemaría Escrivá de Balaguer, «la gracia mayor que el Señor ha podido hacerte». Es el llamado a la aventura de una historia destinada a seguir para siempre, que trasciende la muerte y se inserta en la eternidad.

¿Escenario? Un panteón. ¿Año? 2009. ¿Personajes? Claudio y su padre. Dos sillas, una hielera con agua y refrescos, y rosario en mano. Se sientan frente a una tumba que ambos conocen muy bien. «Papá, me voy a Roma. Mamá ya lo sabía, pero quería dar la noticia a los dos».

Cambio de escenario. Cambio de personajes. Luz de la Madrid, celular en mano, en la habitación de su padre. En línea, está José, desde Roma: «Papá, me ordeno sacerdote». Emoción. Algunas lágrimas. Su madre también se enteraría en el Cielo.

Nuevo mensaje para la familia Vera. «Papá, mamá, tengo que contarles algo». Una llamada. Una noticia. La abuela: «Se los dije. Les dije que Roberto se ordenaría en Roma». Agradecimiento… porque Dios no se cansa de dar.

Para las tres familias, los meses se hacían largos para el momento de la ordenación sacerdotal, que tendría lugar en mayo de 2020. Maletas. Boletos de avión. Planes. Ilusión por estar en la Ciudad Eterna. Un hijo que se ordena. Entonces, sin previo aviso, los planes cambian. Nuevo escenario, con un personaje microscópico. Se oyen frases optimistas por todas partes: «En mayo seguro termina». «No creo que dure tanto». «La ordenación ahora será en septiembre. Seguro para entonces ya podremos ir».

Omnia in bonum. Todo pasa por algo. Para las familias, la manera de vivir la historia ha cambiado. «No estaremos ahí, físicamente, pero Roberto sabe que estaremos acompañándolo». «Tengo una cierta nostalgia de no poder acompañar a Claudio, pero al mismo tiempo noto mucha fuerza interior». «Yo incluso lo he ofrecido para que José sea un sacerdote muy santo».

«He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos», dijo un zorro en la novela de Saint-Exupéry. Es fácil escucharlo, o ponerlo de estatus en redes sociales, o usarlo de fondo de pantalla. Vivirlo… no lo es tanto. Aprender a mirar con el corazón es una lección para toda la vida.

«Es difícil, pero, la verdad, aún así, estamos felices. Sé que vamos a acompañar a José desde acá, que lo vamos a ver». «Aunque no pueda estar con Claudio, yo creo que le podemos sacar provecho a las cosas que parecen malas, pero que no son malas; al contrario, son buenas a pesar de lo que aparentan». «Aunque físicamente no estaremos, esto nos va a unir más con Roberto; desde aquí veremos toda la ordenación».

Esta historia supone que sus personajes aprendan a ver lo esencial. Cambios de escenario. Problemas con la escenografía. Desvaríos con el guión. Cuestiones accidentales que, miradas con el corazón, son sencillamente un nuevo camino hacia el esperado desenlace. «¿Qué espero de Claudio? Que sea un sacerdote santo y que sirva para servir, para servir a la Iglesia y a la Obra.» «Tenemos la certeza de que José será un sacerdote muy feliz que llevará muchas personas a Dios». «Confiamos en que Roberto será un sacerdote muy fiel. Siempre ha tomado su papel como hermano mayor, y ahora será el hermano mayor de muchas personas».

«Lo que hace importante a tu rosa es el tiempo que perdiste con ella», continúa diciendo el zorro al Principito. Tiempo. Tiempo para aprender a hablar, a caminar y a andar en bicicleta. Jugar con los hermanos y pelearse con ellos. Clases de natación y, luego, clases de manejo. Los años se van volando. Un día, cada uno da el paso fuera del hogar. Para el hijo, el paso es difícil. Para los padres, lo es aún más.

«No tengan miedo. Lo mejor que les puede pasar en la vida es que sus hijos se entreguen a Dios, porque Dios no traiciona. Yo no podría ser más feliz por la vocación de Claudio». «No piensen que van a perder un hijo, sino todo lo contrario. Es un gran regalo. El papá de José siempre decía: “Hijo dado, Cielo ganado”». «Ver contento a Roberto es ya una alegría. Dios te da mucho y nunca te deja solo. A nosotros nunca nos ha dejado». Padres que nunca dejan solos a sus hijos. Padres que estarán presentes en la ordenación, algunos desde México y otros desde el Cielo.

«Si un niño llega a ustedes, si este niño ríe y tiene cabellos de oro y nunca responde a sus preguntas, adivinarán enseguida quién es». El aviador, que nunca olvidará cómo dibujar corderos, espera encontrar al Principito algún día. Tal vez lo hizo, aunque Antoine de Saint-Exupéry no lo haya dejado escrito en su libro. La novela termina, pero la historia continúa, así como también continúa la historia de tres familias que se dan cuenta del gran regalo que han recibido. Porque “cuando el misterio es demasiado impresionante, es imposible desobedecer”.