Don Pedro Casciaro: En el alma del IPADE

Como recuerda el autor, la labor de don Pedro Casciaro en la capellanía de esta institución educativa estuvo siempre enfocada al trato único, personalizado y generoso que cada persona le merecía.

Don Pedro saluda a san Juan Pablo II en la beatificación de san Josemaría.

Tuve la dicha de trabajar estrechamente con don Pedro Casciaro en el Departamento de Formación Integral del Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa (IPADE) y puedo afirmar que el cariño y dedicación a su trabajo sacerdotal y académico no tenía límite.

Don Pedro y el P. Bernardo Fernández, su sucesor en la capellanía del IPADE.

Recuerdo que muchos fines de semana, en lugar de dedicarlos a asuntos personales, me llamaba a una mesa de trabajo para estudiar cómo impulsar mejor la labor apostólica. Analizábamos cómo mejorar y actualizar los cursos que se impartían y estaba pendiente de qué material publicado −sobre todo, en revistas especializadas, en análisis elaborados por expertos y otros ensayos difundidos en diversos medios de comunicación− podría resultar de utilidad.

Después yo me iba a tomar un café con un amigo o de excursión o a hacer un rato de ejercicio, y a mi regreso, don Pedro me mostraba entusiasmado una nueva nota técnica que había elaborado para enriquecer algunas de las materias que impartía. “Es una modesta contribución al Departamento de Formación Integral", solía decirme con humildad y para no darse importancia.

En las numerosas convivencias sobre las dimensiones espirituales del trabajo, de la familia, o de la sociedad, que, a lo largo del año, organizaba el IPADE, así como en los cursos de retiro, don Pedro invariablemente informaba a los participantes sobre el horario en que estaría disponible ya fuese para confesar o para brindar dirección espiritual a quienes lo solicitaran. Habría que subrayar también la valiosa colaboración del Dr. Carlos Llano Cifuentes (1932-2010), del Dr. Carlos Rossell Álvarez y de otros profesores de la Obra, que también trabajaban en el IPADE, para la eficaz y didáctica organización de estas convivencias que tanto bien hicieron.

Como yo era uno de los coordinadores de esas actividades, fui testigo de que, más de una vez, alguna persona tocaba en la puerta de su habitación, pasadas las once de la noche (hora en que ya todos los participantes se habían retirado a sus respectivas habitaciones) para solicitar su atención sacerdotal. Don Pedro, de inmediato y con buen ánimo, se ponía de nuevo la sotana y salía para atender con gusto a “aquella alma retardataria", como solía decir con buen humor.

En alguna ocasión le pregunté si eso le incomodaba y me dijo sonriente: “-¡Si para eso precisamente me ordené de sacerdote, para ser 'como aquella alfombra del oratorio -que gráficamente me decía nuestro Padre- donde los demás pisen blando'; para servir a todas las almas y a la hora que haga falta!".

“-¡Si para eso precisamente me ordené de sacerdote, para ser 'como aquella alfombra del oratorio -que gráficamente me decía nuestro Padre- donde los demás pisen blando'; para servir a todas las almas y a la hora que haga falta!".

A lo largo de muchos años, impartió en el IPADE los cursos de “Síntesis del Conocimiento Teológico" y “Principios Morales de la Conducta", que comenzaban a partir de las siete de la noche, después de un intenso día de trabajo. En los últimos años de su trabajo –ya rebasadas las siete décadas de vida y con el surgimiento de problemas cardiovasculares y pulmonares- don Pedro llegaba cansado, y a veces sin aliento, a impartir sus cursos.

Sin embargo, era tal su celo por las almas, que habitualmente ocurría que en las sesiones adquiría un nuevo vigor y entusiasmo. Hacia las diez de la noche, ya de regreso a casa, contaba diversas anécdotas de algunos participantes con quienes había conversado, o bien relataba –con visible ilusión y optimismo– su encuentro con algunos que quizás tenían vocación al Opus Dei. Siempre nos recordaba –cariñosamente pero con energía− que había que darle continuidad a ese trato apostólico.

Era un maestro de vida interior y de vibración apostólica. Un día, por la tarde, en que le acompañaba a tomar el té negro −como era costumbre de su familia por la nacionalidad inglesa de su abuelo−, mirando por la ventana de la capellanía, veíamos bajar por las escaleras del casco antiguo de la ex Hacienda de Clavería a cientos de participantes que se quedaban conversando animadamente en el centro del patio empedrado. Y me comentó: “-¡Cuántas personas valiosas no se encontrarán allí que nos comprenderían bien y quizá tengan vocación! Recuerda que tú y yo, y todos los que pertenecemos a la Obra y laboramos en IPADE, hemos recibido un tesoro espiritual maravilloso, ¡pero qué responsabilidad tenemos de no quedarnos pasivos, de saber compartirlo para conseguir esos frutos maduros que espera Cristo de nosotros! ¡Recuerda que el Señor es el más interesado en que su Obra se extienda cada vez más por todo México y el mundo entero porque su espíritu es universal! Así me lo dijo muchas veces el Padre (san Josemaría) y esos sueños se han cumplido con creces".

Así que, pasados los años, cada vez que saludo al Santísimo Sacramento en el oratorio del IPADE, encomiendo siempre a don Pedro todas las labores que en esta institución se realizan. Y al encaminarme hacia la salida, observo la oficina de la capellanía y me vienen a la memoria decenas de anécdotas y recuerdos de esos años felices y de intenso aprendizaje al lado de este inolvidable capellán.

Raúl Espinoza