Un corazón que sufre por el mundo
Ante los contratiempos san Josemaría no se amilanaba. Se mantenía tieso, pero, indudablemente, todo él sufría, especialmente considerando los padecimientos de sus hijos. Su corazón, grande y abierto al mundo, se asomaba, más allá de las necesidades de la Obra y de sus apostolados, a cuanto alteraba la paz universal: odios fratricidas, enfrentamientos sociales, persecución de la Iglesia y guerras entre los pueblos. Eran, estas luchas, cuestiones que tomaba sobre sí, suplicando millares de veces al día: Cor Iesu sacratissimum, dona nobis pacem!
Pero tan mal cariz presentaba el asunto de las obras (en el edificio de Villa Tevere) al entrar el mes de septiembre, que el Fundador, viendo que la empresa romana se iba a pique, lanzó un S.O.S., por si el Señor quería poner fin a esta tortura. (...) Decidió consagrar el Opus Dei, con todos sus miembros y apostolados, al Sagrado Corazón de Jesús. Pronto haré la consagración al Sagrado Corazón —anuncia a los de México—. Ayudadme a prepararla, repitiendo muchas veces: Cor Iesu sacratissimum, dona nobis pacem.
Y, a modo de postdata, la petición de auxilio: S.O.S. Seguimos con el agua hasta el cuello. Y también con la misma confianza en nuestro Padre-Dios. Acercábase el 26 de octubre, Fiesta de Cristo Rey, día fijado para la ceremonia de la consagración, y don Josemaría animaba a todos sus hijos a que le ayudasen a hacerla a su gusto, a gusto del Corazón de Jesús. En tal atolladero se había metido que, a juzgar por lo que escribe, sentíase acorralado, sin escapatoria, atado de pies y manos: Ponemos los medios terrenos y rezamos, aquí. Pero —insisto— no se ve salida [...]. Si no resolvemos este nudo antes de fin de mes, podemos llevar un golpe que alegre a satanás.
Diez días de respiro antes del previsto hundimiento, si es que Dios no remediaba la situación. Confiaba en que la Virgen no les desampararía y que su Divino Hijo, al acercarse el día de consagrar la Obra, no podía menos de responder al clamor de tanta oración. Pero la carta en que expresa esta esperanza acaba con una desfallecida confesión al Consiliario de Colombia: No sé cómo te escribo —no releo la carta— porque tengo además la preocupación de la salud de Álvaro. (...)
“La Obra de Dios” —había escrito— “ha nacido para extender por todo el mundo el mensaje de amor y de paz, que el Señor nos ha legado; para invitar a todos los hombres al respeto de los derechos de la persona.
[...] Veo a la Obra proyectada en los siglos, siempre joven, garbosa, guapa y fecunda, defendiendo la paz de Cristo, para que todo el mundo la posea”.
Llegó el día
El día que tocaba hacer la consagración —26 de octubre de 1952—, no estaba aún acabado el pequeño oratorio contiguo a su cuarto de trabajo. Cuando escribe a los de Madrid, días más tarde, todavía se le nota claramente satisfecho de la hazaña: trepar por tres escaleras hasta alcanzar el oratorio y hacer allí la consagración: “Contento: hice la consagración, subiendo por tres escaleras de mano —¡una detrás de otra!— para llegar al oratorio. ¡Vendrá la paz, en todos los terrenos! Estoy seguro”.
Ese día había consagrado la Obra con todas sus labores apostólicas; y las almas de los miembros del Opus Dei con todas sus facultades, sentidos, pensamientos, palabras, acciones, trabajos y alegrías; y especialmente te consagramos —rezaba la fórmula— “nuestros pobres corazones, para que no tengamos otra libertad que la de amarte a Ti, Señor”.
Optimista y seguro
La paz cayó despaciosamente sobre su alma, como lluvia mansa y benéfica. Ni un cambio repentino. Ni un prodigio sorprendente. Vino la felicidad interior —el gaudium cum pace— como una brisa, restableciendo en el alma la alegría, la seguridad y el optimismo: “Hasta ahora, no se ve la solución económica. Pero estoy contento y seguro. ¡Cuánto espero de esta consagración!”.
Aminoró la contradicción, sin cesar por completo, pues eran las calumnias como el monstruo de las siete cabezas. Cedió un tanto el peso abrumador de las deudas; fue posible retrasar algunos pagos; se recibieron pequeños donativos y se hipotecó el solar y parte de lo ya construido.
Con la consagración se dilató su audacia, declarándose optimista y seguro. En el Corazón de Jesús halló paz y refugio, conforme a la petición hecha el 26 de octubre: "Concédenos la gracia de encontrar en el divino Corazón de Jesús nuestra morada; y establece en nuestros corazones el lugar de tu reposo, para permanecer así íntimamente unidos: a fin de que un día te podamos alabar, amar y poseer por toda la eternidad en el Cielo, en unión con tu Hijo y con el Espíritu Santo. Así sea".
Fuente: Textos extraídos de Vázquez de Prada, Andrés, El Fundador del Opus Dei (III)