“Yo procuro escuchar”

Soy matrona. Durante dos décadas trabajé en un hospital y ahora llevo dieciséis años ejerciendo como matrona de atención primaria en un centro de salud de Alhaurín de la Torre, un pueblo que está muy cerquita de Málaga

El trabajo de una matrona es muy variado: hay que hacer controles durante el embarazo, dar clases de preparación antes y después del parto, visitar a la madre antes de que dé a luz, etc. Yo, además, tengo una consulta para personas interesadas en conocer los métodos naturales de planificación familiar.

En mi campo profesional hay mucha confusión, aunque personalmente, gracias a Dios, a la formación cristiana que me dieron mis padres y a la formación que recibo en el Opus Dei –soy agregada-, tengo la alegría de poder aportar un granito de esperanza a muchas personas que vienen a mi consulta en situaciones verdaderamente angustiosas.

A veces vienen madres psíquicamente destrozadas porque, mal aconsejadas, han realizado un aborto voluntario en un momento de confusión. El remordimiento por haber hecho algo así es como una losa terrible que las va aplastando interiormente, día tras día, y que les aguijonea la conciencia sin cesar: “Eso no me lo perdono. No me lo perdonaré jamás”, me decía una mujer hace poco, hecha un mar de lágrimas.

Yo procuro escucharlas y consolarlas, y como en la mayoría de los casos suelen ser personas creyentes que se han alejado de Dios, por ignorancia o por cualquier otra causa, las animo a volver a Él, a acudir a su perdón, y a confesarse, porque estoy convencida – ¡lo he visto en tantos y tantos casos!- que sólo cuando se saben perdonadas y reconciliadas con Dios pueden perdonarse y reconciliarse consigo mismas, y recobrar la esperanza.

Sé lo que pasa…

Con frecuencia me invitan a hablar sobre estas cuestiones en mesas redondas o centros de salud. Aunque no es que me sobre el tiempo, yo procuro acudir siempre que puedo, porque sé lo que pasa. 

Lo que pasa es que siempre, al terminar, suele haber una mujer que me pide que charlemos personalmente de una cuestión privada. La última vez que estuve en un coloquio hablando del aborto, se me acercó una chica joven que me dijo que, aunque ya tenía cita en una clínica abortista, quería hablar conmigo antes de acudir allí.

La escuché durante mucho rato, en silencio, dejando que se desahogara; y al final le dije que comprendía muy bien la situación tan difícil en la que se encontraba, pero que no tenía más remedio que decirle la solución que había elegido era… la peor de todas. Le aconsejé que pidiera fortaleza a san Josemaría y que se decidiera a tener aquel hijo. 

Durante un tiempo no supe más de ella, hasta que luego me enteré que no sólo tuvo aquel hijo, sino otros dos más, y que a raíz de aquello decidió reemprender de nuevo su vida cristiana. Ahora es una madre de familia numerosa que acude a los medios de formación cristiana del Opus Dei.

Más tuya que mía

Gracias a Dios, estos casos no son hechos aislados. El otro día entró una paciente por la puerta, cuya cara recordaba vagamente, con una niña de cinco días en los brazos.

-Toma –me dijo- aquí tienes a tu niña. Te la he traído para que la conozcas, ya que es más tuya que mía…

Pocos después recordé quien era. Era una chica joven con la que había estado hablando largo y tendido varios meses atrás. Había venido a la consulta completamente decidida a abortar: tan decidida, que ya tenía la maleta hecha para irse de casa con su hijo pequeño, abandonando a su marido.

Procuré transmitirle confianza en Dios y en ella misma. Y le dije que aquel hijo que ahora veía como un estorbo para sus planes personales sería, por el contrario, la gran solución para todas sus dificultades. Y le aseguré que si se abandonaba en las manos de Dios, Él la ayudaría.

-Tenías razón. Dios me ha ayudado. ¡Y cómo! Todos los problemas que tenía con mi marido se me han solucionado; y además está como loco con su niña.

No siempre  las que vienen a la consulta son las madres. En una ocasión se me presentó un señor pidiéndome información para que su mujer pudiese abortar. Yo le dije que mi trabajo profesional consiste en traer vidas al mundo y  no en eliminarlas. Se enfadó conmigo y se fue.

Al poco tiempo volvió a verme, insistiendo en su petición con muy malos modos. Fue una situación más tensa y violenta aún que la primera, porque no tuve más remedio que plantarle cara, educadamente, pero con claridad, y decirle que conmigo se había equivocado de puerta. Me insistió con dureza y acritud; y yo le volví a decir que mis manos sólo trabajaban para la vida y nunca para la muerte. No le convencí. Fue una conversación tan desagradable que cuando cerró la puerta de la consulta me temblaban las manos.

Alhaurín de la Torre (Málaga)

Pocos días después volvió de nuevo. Nada más verle, me inquieté, hasta que me explicó que venía para pedirme disculpas por los malos ratos que me había hecho pasar, y que deseaba agradecerme que le hubiese hablado con tanta claridad.

- ¿Y su esposa?

- Ah, muy bien. Está muy contenta desde que hemos decidido seguir adelante con el embarazo.

Comportamientos heroicos

Con frecuencia veo comportamientos que no dudo en calificar de heroicos, como el de una madre embarazada que ya tenía un hijo con síndrome de Down. La ayudé todo lo que pude en este segundo embarazo, que fue muy complicado. Se negó en todo momento a hacerse pruebas que no fueran las habituales, porque había decidido aceptar con alegría el hijo que Dios le mandara, sano o enfermo.

Tuve la alegría de tocar por primera vez a su hijo, que nació por cesárea: era un niño precioso, perfectamente sano, al que no volví a ver hasta siete años después, paseando por la calle.

-Mira –le dijo la madre al niño- esta señora es la primera persona que te tomó en brazos cuando naciste.

-¿Ah si? ¿Es ésta por la que me pides que rece siempre?

Circunstancias dramáticas

Muchas veces se presentan jóvenes en circunstancias dramáticas. Una vez vino una chica que me dijo que el padre del niño que esperaba tenía Sida. Ella se había quedado embarazada pensando equivocadamente que eso podía ayudarle, e incluso se había ido a otra ciudad  a vivir con él. Pero cuando el futuro padre se enteró de su situación, decidió abandonarla. Y ahora se encontraba sola, abandonada de todos, muy confusa y planteándose abortar. Y no quería hacerse ningún test para saber sí había contraído la enfermedad. Lo único que hacía era llorar.

La ayudamos todo lo que pudimos el médico de cabecera, la pediatra y  yo; y tuvo una niña perfectamente sana, que me trae de vez en cuando, diciéndome: “Toma, aquí tienes a tu niña, te la traigo para que la veas”. Ahora ha rehecho su vida; se ha casado; ha tenido otro hijo, y agradece a Dios que le ayudáramos a ser madre en aquellos momentos terribles.

-“Si no llegáis a hacer lo que hicisteis –suele decirme- habría quedado marcada de por vida”.