Y te lo pido cantando

El Hermano Mayor de una Cofradía de la Semana Santa cordobesa cuenta su experiencia

Joaquín Cabello es Hermano Mayor de la Hermandad del Resucitado, una de las más antiguas y populares de Córdoba.

Los lectores se sorprenderán quizá de que en estas fechas de Pascua aparezcan en esta web varias fotografías de una procesión de Semana Santa, en concreto de la Semana Santa cordobesa. 

No se trata de un error. La Hermandad de la que soy Hermano mayor es bastante singular: recorre las calles de Córdoba en la mañana del Domingo de Resurrección –este año, gracias a Dios, bajo un cielo soleado- y rebosa de la alegría de estos días de Pascua. Durante la Semana de Pascua se celebran diversos actos de culto, como el besamanos; y el próximo domingo –de la Divina Misericordia- se celebrará la fiesta de Regla, con la alegría de celebrar, además, el cumpleaños del Papa. Se entiende que nos llamemos una “Cofradía de júbilo”.

La Hermandad se llama popularmente “del Resucitado”, aunque su nombre oficial, como de costumbre, sea largo y rico en adjetivos: “Real e Ilustre Hermandad y Cofradía de Nuestro Señor Resucitado y María Santísima Reina de Nuestra Alegría”. Es una estación de Penitencia con sabor de fiesta… y de siglos, porque la Hermandad está documentada ya desde finales del XVI en la parroquia cordobesa de Santa Marina.

La Hermandad se llamó durante un tiempo “de los Piconeros” porque muchos se dedicaban a ese oficio. Desapareció tras diversas peripecias en el siglo XIX y se reconstituyó en 1927. 

La alegría de la Pascua se refleja en el trono del Resucitado; en el semblante sonriente de la Virgen; en el color de las túnicas y de los cubrerostros –blancos-; de las flores –claveles y rosas blancas-; y en los airosos compases de la música, que interpretan bandas de Hinojosa del Duque (Córdoba) y de Mairena del Alcor y Estepa (Sevilla).

Se cantan saetas -por ejemplo cuando pasa por la calle de la Reja de don Gome-, como es tradición en nuestra tierra, pero durante la mañana del Domingo de Resurrección esos cantos, que suelen ser de llanto y desagravio, cobran acentos de alegría y esperanza.

Señor de tanto poder,

con el que estoy siempre hablando,

hoy te lo pido otra vez

y te lo pido cantando.

Sé que estas tradiciones resultan muy familiares para unos y casi desconocidas para otros. La Iglesia alienta a los cristianos a vivir con espíritu de penitencia, respetando las formas culturales de los diversos lugares. Para los cordobeses hacer penitencia de este modo es algo tan secular como entrañable, y es una tradición que está más viva que nunca. Baste con este dato: la imagen del Señor que se procesiona es de 1988 y la de la Virgen del 1944.

Es un reflejo de la sensibilidad religiosa de miles de personas de nuestra ciudad, y un instrumento espléndido de catequesis, que ayuda a profundizar en los grandes misterios del cristianismo; en nuestro caso, en el misterio central de la fe cristiana: la Resurrección del Señor.

El nombre técnico de estas procesiones es “estación de penitencia”, y soy testigo de que los que participan en ella viven intensamente ese espíritu de penitencia corporal: desde los ancianos hasta los niños, cada uno según su edad y circunstancia. Los costaleros suelen ser hombres jóvenes que llevan el paso a hombros, con frecuencia en cumplimiento de una promesa. Ponen  mucho esfuerzo y sacrificio, porque el paso pesa. Los nazarenos –que en nuestro caso son 180- realizan un recorrido que no es muy largo, pero que les supone ofrecer diversas incomodidades. Cada cual tiene su misión y su tarea.

Participan abuelos, padres y nietos, hombres y mujeres, unidos por un común deseo de mortificación y desagravio. En otras cofradías cordobesas hay personas, sobre todo durante el Viernes Santo, que hacen descalzas el recorrido para unirse más intensamente, siempre de forma anónima, a los sufrimientos de Jesús en la Cruz. 

"Una sonrisa –solía decir el Santo- es muchas veces la mejor mortificación"

Este afán de amor y reparación –expresado en la penitencia corporal, en la oración del cuerpo, como la denomina la Iglesia- tiene honda raigambre popular. Cuando hablo con mis amigos de la advocación de la Virgen de la Alegría les recuerdo las mortificaciones que aconsejaba especialmente san Josemaría: esas mortificaciones de cada día, que pasan ocultas a todos, sin espectáculo y que llevan a sonreír en esos momentos en los que una sonrisa cuesta especialmente; que llevan a guardar silencio en determinadas ocasiones... Una sonrisa –solía decir el Santo- es muchas veces la mejor mortificación.

Esa palabra acertada –escribía en Camino-, el chiste que no salió de tu boca; la sonrisa amable para quien te molesta; aquel silencio ante la acusación injusta; tu bondadosa conversación con los cargantes y los inoportunos; el pasar por alto cada día, a las personas que conviven contigo, un detalle y otro fastidiosos e impertinentes… Esto con perseverancia, sí que es sólida mortificación interior”.

Yo procuro trasmitir estas ideas a mis amigos de la Hermandad. Les animo a poner esa “sal de la mortificación”, no sólo en estos días señalados de Semana Santa y de la Semana de Pascua, sino siempre, en el día a día, con perseverancia, como enseñaba san Josemaría.

Pienso que tenemos cierta tendencia a concentrarnos en los momentos excepcionales, en actos con el de una procesión en medio de la calle, pero donde espera el Señor que nos unamos a su Cruz Redentora es -también en medio de la calle-, en esos días grises de la vida “que no ve nadie”: cuidando el orden, cumpliendo con las obligaciones familiares, profesionales, cívicas y sociales, procurando hacer la vida agradable a los demás… 

En esos días se puede descubrir a Cristo en lo grande y en lo pequeño, tratándole con ese primor de enamorado con el que se cuidan todos los detalles en una procesión como la nuestra: desde la dignidad de las cruces de guía hasta el bordado del palio de la Virgen, que es transparente y acaba cubierto por los pétalos de rosas que derrama el pueblo de Córdoba desde las ventanas. 

Y si ustedes no han visto nunca esos detalles, ni han tenido la fortuna de admirar la belleza interior y exterior de una Estación de Penitencia como la nuestra, están invitados a verla el año que viene, por las calles de Córdoba, si no llueve, en la mañana del Domingo de Resurrección.