Una carta desde Roma

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

Tras aquel encuentro con el Fundador le enseñaron la Sede central del Opus Dei, en particular los Oratorios del Corazón de María y del Santo Cristo, con columnas de líneas sencillas, de mármol de color verde, en contraste con los capiteles blancos. Frente al Sagrario, en el centro de la sillería, se venera una imagen de la Virgen sentada, con el Niño entre los brazos, de mármol blanco débilmente veteado.

Conchita Puig, que la conocía de Seva, la acompañaba, apoyada en su brazo, y advirtió que Montse "estaba muy caliente, tenía fiebre; en la sacristía se sentó en un taburete, le llevamos un vaso de agua y tomó un medicamento. Estaba maravillada y feliz de ver todas aquellas cosas tan bonitas y cuidadas".

Encendieron todas las luces para que pudiera contemplar las vidrieras que hacían brillar, al iluminarse, un escudo con el sello del Opus Dei -una cruz inscrita en un círculo, significando la cruz en las entrañas del mundo- y el retablo en el que, en un tríptico, se representa, al estilo del quattrocento, la Crucifixión del Señor. La Virgen está de pie, junto a la Cruz, como evoca el punto 508 de "Camino":

"Admira la reciedumbre de Santa María: al pie de la Cruz, con el mayor dolor humano -no hay dolor como su dolor-, llena de fortaleza.

-Y pídele de esa reciedumbre, para que sepas también estar junto a la Cruz".

Aquel día almorzó con las alumnas del Colegio Romano de Santa María, y estuvo un rato de tertulia con ellas. "Siempre está riendo y animando a todas", escribió una en el diario aquel día. Durante aquella reunión de ambiente familiar y distendido, Encarnita se sentó a su lado y fue contándole cosas de unas y otras, mientras algunas cantaban canciones de diversas regiones.

Montse, como buena catalana, quiso cantar unos aires de su tierra ayudada por Conchita Puig y Teresa Negre, que recuerda: "En el transcurso de la tertulia, dijo que podíamos cantar una canción en catalán. Creo que fue 'Muntanyes del Canigó'".

Mientras cantaban, la miraban con cierta tristeza, sabiendo que muy posiblemente, salvo que Dios hiciera un milagro, no la volverían a ver; y aunque se esforzaban, les resultaba difícil estar a su lado como si no pasara nada. Montse se daba cuenta de esto y procuraba pasar inadvertida. "Ni una sola vez hizo alusión a su enfermedad", cuenta Manolita Ortiz.

Hubo un momento especialmente emotivo. Al acabar una canción, durante unos segundos todas se quedaron en silencio mirándola. Ella salvó la situación proponiéndoles cantar un villancico. Todavía faltaban unas semanas para las Navidades, pero ¿qué importaba? Empezaron a cantar:

Soy una mula, mi Niño, mi Niño,

pero te quiero, te quiero...

Niño, móntate a caballo, a caballo,

iremos por el sendero.

Yo te enseñaré la tierra,

tú me enseñarás el Cielo...

Y les mostró el regalo que le había hecho el Fundador. "Nos enseñó emocionada -se lee en el Diario- la medalla del Colegio Romano de Santa María que esta mañana le regalara el Padre. Al mirar la imagen de la Virgen Regina Operis Dei que está en el anverso, decíamos, encomendando fuerte (...): 'iter para tutum'", prepárale un camino seguro... Durante la tertulia le hicieron esta fotografía:

"Ese día -sigue contando Pepa-, después de comer, y para que descansara, le alojaron en una habitación que hay detrás del soggiorno de la Montagnola. Aprovechó el momento para escribir a sus padres". "Hablaba con un cariño inmenso de sus padres y hermanos -recuerda Encarnita-. Se notaba que formaban una familia muy unida". La primera carta la dirigió a su madre, que había aprovechado la breve ausencia de su hija para hacer un Curso de Retiro.

"Querida mamá:

En estos momentos estoy en el Soggiorno de la Montagnola. Ya he visto al Padre.

Bueno, te lo voy a explicar todo desde el principio, para que te des más cuenta de todo lo que voy conociendo. Por la mañana me han venido a buscar en coche a la Región, pues no vivo en Villa Sacchetti. A eso de las 11 ya (estaba) había llegado y enseguida empecé a ver cosas, y todas ellas ¡tan bonitas! El Oratorio del Santo Cristo es precioso, no se puede explicar por carta; así es que ya te lo explicaré de palabra cuando llegue. Al lado mismo está el Oratorio del Corazón de María, también preciosísimo. Luego, enseguida de haber visto esto, bajó Encarnita y nos dirigimos al salón donde el Padre recibe (...).

Allí esperamos como unos 2 ó 3 minutos y llegó el Padre con don Alvaro. Fue tan emocionante: es tan sencillo el Padre que por eso te impresiona muchísimo más (...) Enseguida se acercó a mí (...), nos sentamos y el Padre mandó buscar a Icíar. Vino volando. Mientras tanto el Padre me iba preguntando por mis padres, hermanos, etc. Yo le dije que estabais muy bien, y en cuanto llegó Icíar nos hizo pasar a una galería donde nos hicieron dos retratos para mandároslos a vosotros, o sea que papá ya los habrá recibido, fíjate qué detalle tuvo el Padre tan estupendo, ¿no te parece?

Esta carta la he interrumpido porque ha subido Encarnita al soggiorno y nos marchamos con Pepa a ver más cosas, y no te las cuento porque si no, cuando llegue, no sabré qué contarte y eso no puede ser. Como te decía, te continúo esta carta después de la tertulia que ha sido ¡¡tan maravillosa!! No te lo puedes imaginar. Estaba también Encarnita y éramos muchísimas y además de cantidad de sitios distintos. Una venezolana y otra de Guatemala tocaban la guitarra y las demás cantábamos. Había una también del Perú y muy jovencita además. Es hija de la primera Supernumeraria que ha habido allí. Hemos cantado además muchísimas canciones de Casa y además muy bien cantadas, pues Teresa Negre es la profesora y canta divinamente. Bueno como Encarnita te quiere decir algo, yo me despido, muchísimos besos y abrazos.

Montse"

En Villa Sacchetti vivían muchas mujeres del Opus Dei de diversos países, profesiones y edades, aunque la mayoría no habían superado la treintena. Algunas ayudaban a Mons. Escrivá en el gobierno del Opus Dei, en todo lo relativo a las mujeres, como Encarnita Ortega, y otras trabajaban o estudiaban allí, mientras aprendían de los mismos labios del Fundador, el espíritu de la Obra. Después de residir en Roma durante un tiempo, volvían a sus naciones de origen o comenzaban la labor en algún nuevo lugar. Alguna se quedaba a vivir en Italia de un modo más estable, como Pepa Castelló, que se había ido a vivir a un Centro del Opus Dei de Roma precisamente el día anterior de la llegada de Montse a Italia.

Encarnita Ortega veía cómo aquellos sueños apostólicos, de los que les hablaba el Padre pocos años antes, en aquella tarde de noviembre del 42, en el Centro de la calle Jorge Manrique de Madrid, ya tenían rostros y nombres concretos: los de aquellas chicas de países y mentalidades tan diversas, de varios continentes, que habían acogido con generosidad la llamada de Dios.

Habían pasado sólo dieciséis años desde que el Fundador le hacía ver a las tres que le escuchaban todo el panorama apostólico que Dios quería para el Opus Dei: entonces eran sólo tres en torno a una mesa y ahora... eran miles y miles en todo el mundo.

Se estaban abriendo aquellos "caminos divinos de la tierra" de los que le hablaba el Padre a comienzos de la década anterior: miles de hombres y mujeres de todo el mundo santificándose en las tareas más diversas. Pero esos caminos, a veces, parecían incomprensibles: junto a aquellas chicas jóvenes, con toda la vida por delante, estaba Montse, en aquella salita, en los últimos meses de su vida, escribiendo a su padre...

"Querido Papá:

En este momento acabo de escribir a mamá y le he contado tantas cosas que ya no sé cómo voy a contártelas a ti. Lo principal: he visto al Padre. Ha sido emocionante: se le ve tan bueno y tan sencillo. Me ha preguntado por vosotros, me ha dado la bendición y un recuerdo preciosísimo, ya te lo enseñaré.

Todo es estupendo. Me pinchan cada día, ¿sabes? Esto es para que no sufras. La ida en avión ya te la contaré con más detalle. Sólo te digo que desde Milán a Roma hizo un tiempo de mil demonios. El avión bailaba que era un contento. Ni qué decir tiene que pasé un miedo y un mareíllo, pero en cuanto llegué, todo se me pasó. Estaba Pepa en el aeropuerto. Me hizo una ilusión... y además me cuidan mucho y me quieren más.

Hoy estoy en Villa Sacchetti y es formidable; te lo contaré todo de 'pe a pa' (...).

Resulta que todavía no termino porque estoy continuando después de la oración. Perdóname la letra, pero estoy en una postura que, como dice Pepa, 'así ya se puede vivir', pero de todos modos es muy incómoda para escribir. Dile a Nacho que está en muy buenas manos lo de buscar chapas y que seguramente le traeré un montón (...). Que me acuerdo mucho de la abuelita y que la compadezco, pensando en el trabajo que debe tener con todos, especialmente con Rafaelín, que debe estar hecho un demonio, como siempre; y si es así, un buen tirón de orejas y un beso en la punta de la nariz.

Muchos recuerdos a Jorge y que a ver qué hace que todo esto VALE LA PENA. Si veis a Enrique preguntadle de parte mía cómo le va el pie y la acetona, y dile también papá que esto vale la pena. Muchos besos a las nenas y que estudien mucho.

Bueno, ya estoy cansada de tanto escribir, cuando llegue ya os contaré más cosas y a ver si os traigo algo que os guste. Papá muchos besos y más todavía y hasta el lunes que llegaré.

Montse"

Después de escribir a sus padres hizo media hora de oración junto al Sagrario, y muy posiblemente meditó, como recomendaba el Fundador, las palabras del himno eucarístico compuesto por Santo Tomás:

Adoro te, devote, latens déitas,

quae sub his figuris vere látitas.

Tibi se cor meum totum súbiicit...

Al terminar, las que vivían en Villa Sacchetti siguieron enseñándole diversas zonas del edificio y algunas costumbres de la casa, que guardaban un profundo sentido mariano, inculcado por el Fundador. En un pequeño jardín, muy cerca de un semicírculo formado por columnas blancas, estaba lo que llamaban el Cortile del Cipresso: un patio con un ciprés, algunos macizos recortados, una palmera y una yedra. En la pared, sobre un sarcófago romano con altorrelieves del que emergían begonias y plantas trepadoras, había una representación de la Virgen con el Niño, con el cuerpo envuelto en vendas, según la costumbre oriental. Cada día, al anochecer, una de las que vivían en aquella casa encendía el farol que iluminaba débilmente la cara del Niño, mientras rezaba una oración a la Virgen, habitualmente un "Acordaos". Aquella noche le tocaba a Montse.

Aunque Montse "residía en Villa delle Palme (...) -recuerda Adelaida Sánchez, que vivía entonces en Villa Sacchetti-, bastante tiempo lo pasó entre nosotras(...). Estuvo con nosotras feliz y como si nada le ocurriese. Se movía con mucha dificultad, aunque no lo hacía notar. Solamente quien la llevase del brazo podía darse cuenta de su peso". Durante una tertulia, recuerda también Adelaida, hablaron de diversas labores apostólicas, y Encarnita le iba diciendo que tenía que ayudar desde el Cielo a todas aquellas chicas de los distintos países de los que estaban hablando...

"No lo hacía notar", añade Adelaida. Y eso, durante aquellos días romanos se le fue haciendo cada vez más difícil, porque los dolores fueron en aumento. "En los pocos días que estuvo en Roma -recuerda Pepa- empeoró muchísimo. Sin embargo, soportaba el dolor como podía, y cuando bajaba al comedor disimulaba la cojera haciendo bromas".

Pepa refleja uno de los rasgos más característicos de Montse: su preocupación por "envolver" el dolor en alegría. Como tenía como punto de lucha espiritual no hablar de sí misma, procuraba mortificarse especialmente en estas cosas evitando todo lo que ella pensaba que hacía sufrir a los demás. Eso hacía que a veces resultara difícil adivinar sus padecimientos. Durante la Misa se esforzaba especialmente por disimular su dolor: no hacía muecas, ni se adivinaban en su rostro gestos contraídos. Se ponía de pie, cuando lo mandaba la liturgia, igual que todas. Sólo cuando contó lo que aquello le costaba, y le dijeron que se sentara, pudo seguir la Misa más descansada.

Más descansada... relativamente. Porque cuando Encarnita le preguntó si le dolía mucho, contestó, con toda sencillez:

-"Sí. Es como si un perro rabioso me estuviera mordiendo siempre".

Por las noches parecía como si aquel perro se pusiera especialmente furioso. María Altozano, que era por entonces Secretaria regional del Opus Dei en Italia, estaba preocupada por ella, porque pensaba que no iba a poder conciliar el sueño a causa del dolor: "si esta noche te despiertas -le dijo- y no puedes dormir, te vienes a mi habitación, charlaremos un rato, y luego verás cómo descansas".

"Aquella noche no lo hice -explicaría Montse- porque yo sabía que, al día siguiente, ella tendría que hacer vida corriente..."

Aquella noche Montse se acostó; comenzó a sentir un profundo dolor; se levantó; el dolor proseguía; se volvió a acostar de nuevo. Y aquella punzada hiriente seguía y seguía... "Estaba tan agotada de dar vueltas en la cama -contó al día siguiente- que me levanté, bailé la titiritaina delante de la imagen de la Virgen, y después me dormí enseguida".

Al día siguiente, cuando supo lo que había sucedido la noche anterior, María Altozano decidió quedarse con ella hasta última hora para cerciorarse de que no le dolía la pierna y dormía tranquila. Estuvieron charlando durante largo rato en su habitación. "Durante esa conversación -recuerda Pepa- le preguntó por Tía Carmen y María le contó su muerte y de cómo supo llevar sus sufrimientos con tanta alegría y con un sentido sobrenatural tan profundo. Entonces Montse se incorporó y levantando una mano hacia el cielo, dijo:

-Tía Carmen... ¡Llévame contigo!"