“Sin fe no hubiera salido de la cama”

Noelia y Jesús Mª se conocieron en clase, en la Universidad. Los dos son Supernumerarios. Fueron novios durante tres años y decidieron casarse. Tenían claro que querían formar una familia. Su familia.

Noelia Sanz

Cuando a Noelia le preguntan cuántos hijos tiene, maneja dos tipos de respuestas: “cuatro” o “cinco: una de ellas, en el Cielo”. Pero Almudena, Álvaro, Blanca y Begoña responden siempre, invariablemente: “somos cinco: María está en el Cielo”. Son niños y, como tales, no tienen filtros.

Noelia estaba en su quinto embarazo. Sabía que tenía que someterse a una cesárea. Y el bebé nació el 30 de mayo, pero no lloró. Uno de los médicos se lo acercó y le dijo que en sus rasgos se asomaba el síndrome de Down. El primer pensamiento de Noelia fue “bendito sea Dios”. Entendió que esa niña diminuta, que pesó sólo 2 kilos y 300 gramos podía hacer mucho bien en su familia. Ella, Jesús Mª y sus hijos conocen, tratan y quieren a Guillermo, un chaval de 28 años que padece también el mismo síndrome. Y Guillermo es la alegría de la casa.

En ningún momento pensó que no podría sobrellevar la enfermedad de su hija; al contrario, estaba convencida de que Dios les daría la fuerza y que si Él había permitido que naciera así, sería por algo.

“Si me la has dado, no me la quites ahora”

A las tres horas del nacimiento, les dijeron que padecía también una cardiopatía congénita, típica de los niños con síndrome de Down. Se la llevaron a la UCI pediátrica. Era necesario hacerle una intervención quirúrgica, pero debían esperar a que creciera un poco, unos dos o tres meses. Y aquí Noelia se vino abajo. “Si me la has dado, no me la quites ahora”, esa era su oración, una oración que alternaba con las lágrimas.

La pequeña María

La bautizaron a los dos días de nacer y le pusieron el nombre de María. Tuvo el consuelo de las oraciones de mucha gente, de las visitas, de la compañía, de las flores de tantos familiares, amigos y compañeros de trabajo que con esos gestos les decían una y otra vez que estaban a su lado. Cuando Jesús Mª les dijo a sus otros hijos que María tenía síndrome de Down lo único que les preocupó fue que la gente pudiera reírse de ella.

Operaron al bebé a principios de septiembre. La intervención duró once horas. Pudieron verla en la UCI. Noelia y Jesús Mª estaban destrozados. Y así estuvieron cinco días, mañana y tarde. Y cada día tenía otra cosa más y a la vez desde el centro hospitalario les animaban a no perder la esperanza.

“Tú me la das, Tú me la quitas”

“Hágase tu voluntad” era ahora la oración de Noelia, mezclada con otra: “No te la lleves, cúrala, haz un milagro”. Nunca tiró la toalla: era su hija. Se resistía a pensar que se iba a morir, hasta que la primera oración de todas “Si me la has dado, no me la quites ahora”, se transformó en “Tú me la das, Tú me la quitas” y la convicción, firme como una roca, de que aquella niña que había robado el corazón de sus padres, de sus hermanos, de toda su familia y de los amigos, había venido al mundo a cumplir una misión muy corta en el tiempo, de sólo tres meses, pero misión al fin y al cabo.

Falleció el 9 de septiembre a las 12 del mediodía. Noelia subraya la hora, porque coincide con aquella en la que tradicionalmente la Iglesia entera recuerda a la Madre de Dios su concepción virginal a través del rezo del Ángelus.

"Algo que humanamente es desgarrador, se sobrelleva con la comunión de los santos”

Y llegó un vacío, un dolor para el que no hay palabras, “sin fe, no hubiera salido de la cama”, asegura. Y a la vez el convencimiento pleno de que tiene un ángel en el cielo, que les ayuda e intercede por ellos en el día a día. En casa hablan de María con normalidad; de hecho el 30 de mayo, cuando hubiera cumplido un año, celebraron su cumpleaños. “Tengo 5 hijos -dice Noelia- una de ellas no me da trabajo, al revés, me quita”.

Desde ese 9 de septiembre de 2009 piensa que María la ha hecho mejor persona, porque ha aprendido a dar importancia a las cosas que realmente se la merecen, porque los posibles agobios propios del trabajo se relativizan, también. “En el Opus Dei me ayudaron a afrontar con visión sobrenatural la enfermedad y la muerte de María. Te das cuenta de que no estás sola, de que hay mucha gente que te acompaña con su oración. Algo que humanamente es desgarrador, se sobrelleva con la comunión de los santos”, asegura.

Y cada vez que ve a un niño con síndrome de Down se emociona, no puede evitarlo. Y se inquieta pensando en la paradoja de vivir en una sociedad donde un colectivo de profesionales se desvivieron y pusieron todos los medios para sacar adelante a María y, sin embargo, cuando un bebé está en el seno de su madre, que merece y necesita de todos los cuidados, esa misma sociedad no siempre lo respeta. La vida es más fuerte que la muerte.