Selección de textos sobre la Eucaristía

Cuando falta un mes para que finalice el año de la Eucaristía, ofrecemos una selección de textos de la carta sobre el Santo Sacramento escrita por el Prelado del Opus Dei.

Extractos de la Carta que, con motivo del Año de la Eucaristía, publicamos en octubre de 2004.

Centro y raíz de la vida espiritual

«En la Santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo, que por su Carne vivificada y que vivifica por el Espíritu Santo, da vida a los hombres». Así lo enseñó nuestro queridísimo Padre con su ejemplo, con su predicación y con sus escritos, cuando afirmaba que la Eucaristía constituye «el centro y la raíz de la vida espiritual del cristiano».

Un Dios cercano

San Josemaría nos ha enseñado a asumir con plenitud la fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, de manera que el Señor entre verdaderamente en nuestra vida y nosotros en la suya, que le miremos y contemplemos —con los ojos de la fe— como a una persona realmente presente: nos ve, nos oye, nos espera, nos habla, se acerca y nos busca, se inmola por nosotros en la Santa Misa.

Pasmarse ante el misterio de amor

Jesús se ha quedado en la Eucaristía para remediar nuestra flaqueza, nuestras dudas, nuestros miedos, nuestras angustias; para curar nuestra soledad, nuestras perplejidades, nuestros desánimos; para acompañarnos en el camino; para sostenernos en la lucha. Sobre todo, para enseñarnos a amar, para atraernos a su Amor. «Cuando contempléis la Sagrada Hostia expuesta en la custodia sobre el altar, mirad qué amor, qué ternura la de Cristo. Yo me lo explico, por el amor que os tengo; si pudiera estar lejos trabajando, y a la vez junto a cada uno de vosotros, ¡con qué gusto lo haría!»

El ‘Emmanuel: Dios con nosotros’

«El Dios de nuestra fe no es un ser lejano, que contempla indiferente la suerte de los hombres: sus afanes, sus luchas, sus angustias. Es un Padre que ama a sus hijos hasta el extremo de enviar al Verbo, Segunda Persona de la Trinidad Santísima, para que, encarnándose, muera por nosotros y nos redima. El mismo Padre amoroso que ahora nos atrae suavemente hacia Él, mediante la acción del Espíritu Santo que habita en nuestros corazones». Su amor y su interés infinitos por cada uno de nosotros, han llevado al Hijo a quedarse en la Hostia Santa, además de a encarnarse y a trabajar y a sufrir como sus hermanos los hombres. Es verdaderamente Emmanuel, Dios con nosotros. «El Creador se ha desbordado en cariño por sus criaturas. Nuestro Señor Jesucristo, como si aún no fueran suficientes todas las otras pruebas de su misericordia, instituye la Eucaristía para que podamos tenerle siempre cerca y —en lo que nos es posible entender— porque, movido por su Amor, quien no necesita nada, no quiere prescindir de nosotros».

Contagiar el amor por la Eucaristía

No basta con que cada uno, cada una, de nosotros busque y trate al Señor en la Eucaristía; debemos conseguir "contagiar" —en nuestra labor apostólica— a cuantos más mejor, para que también miren y frecuenten esa amistad inigualable. «Amad muchísimo a Jesús sacramentado, y procurad que muchas almas le amen: sólo si metéis esta preocupación en vuestras almas, sabréis enseñarla a los demás, porque daréis lo que viváis, lo que tengáis, lo que seáis».

Ante la triste ignorancia que hay, incluso entre muchos católicos, pensemos, hijas e hijos míos, en la importancia de explicar a las personas qué es la Santa Misa y cuánto vale, con qué disposiciones se puede y se debe recibir al Señor en la comunión, qué necesidad nos apremia de ir a visitarle en los sagrarios, cómo se manifiestan el valor y el sentido de la «urbanidad de la piedad».