El comienzo de una historia muchas veces repetida
Por algún mecanismo que quizá no alcanzamos a comprender bien, suele suceder que, los primeros momentos de las historias que componen nuestra vida se quedan guardados en nuestra memoria con una especial fuerza que hace que los podamos revivir con facilidad.
La primera vez que acudimos a un Centro del Opus Dei puede ser muy bien una de esas historias. Cada uno, cada una, guarda por supuesto sus propios recuerdos. Pero, a pesar de esa casi interminable variedad de experiencias, cuando alguien comparte con nosotros aquellas primeras impresiones, no es raro que reaccionemos con cierta admiración: ¡¡igual que a mí!!
Enlace relacionado: Medios de formación cristiana para gente joven
Sí; igual que a mí. A todos nos sorprendería quizá ese modo de tratar al Señor en el Sagrario, mezcla de reverencia sobrenatural, cariño y proximidad humana que nos cautivó: “este es el lugar más importante: el Oratorio; por eso saludamos al Señor al llegar y nos despedimos de Él cuando nos marchamos”.
De igual manera, no dejaría de sorprendernos, mientras nos mostraban la casa, el ir encontrándonos con los rostros sonrientes de las personas que allí había; quizá pensáramos: ¿Qué pasa aquí? hay algo distinto. Algo que nos resultaba difícil definir pero que hacía que nos sintiéramos a gusto. Seguramente no tardaríamos mucho en descubrir que aquello era algo más que un Centro, que todo lo que allí se percibía cuadraba más con la palabra familia que con cualquier otra; en eso consistía ese algo: una familia de la que todos formamos parte. Por eso se estaba tan bien.
Llegamos a la sala de estudio. Tomamos asiento, quizá con un poco de timidez: no queríamos distraer, alterar el silencio y el ambiente de trabajo que se respiraba allí. Y entonces… ¡¡otra sorpresa!! Nos encontramos, como es normal en un lugar destinado al estudio, con libros, ordenadores, apuntes, esquemas…, Vimos también a quienes tenían a la vista, en la mesa junto a los libros, un crucifijo, una estampa de la Virgen… Aquello nos dejó un poco descolocados. Quizá nunca habíamos visto una imagen de la Virgen al lado de unos apuntes o de cualquier otro material de estudio. Cuando pudimos, de una manera discreta, intentamos salir de la duda acudiendo a alguien más veterano que pudiera satisfacer nuestra curiosidad: ¿oye… y esto…?
La novedad de que el estudio es algo más que estudiar
Y entonces oímos, quizá por primera vez, esa expresión: esto es para recordarnos que tenemos que santificar el trabajo, que ahora es el estudio. Eso sí que era una novedad. Quizá entendíamos que el estudio era algo necesario, a veces costoso, pero necesario, pero de ahí a santificarlo… hay un salto grande.
Santificar —continuamos pensando— tiene que significar que hay algo que se pone cerca del Señor… Pero en realidad eso es todavía poco. Eso sólo sería una cercanía superficial. Tiene que parecerse más… a que ese algo, mi estudio, es para el Señor, ¡¡es del Señor!!
Verdaderamente era un descubrimiento el que estábamos haciendo, algo bastante más allá de lo que nunca hubiéramos imaginado que podía esconderse en el trabajo, en mi estudio.
Cuatro aproximaciones sobre la santificación del estudio
Con el tiempo seguiríamos avanzando en esa novedad asimilándola, descubriendo nuevos aspectos de lo que significaba incorporarla a nuestra vida.
1. Si mi estudio es para Él, entonces no puedo conformarme con estudiar para salir del paso, ni tampoco para lucirme yo, eso sería muy parecido a engañar… mi estudio tiene que ser algo bien hecho… lo mejor que pueda; de ese modo sí puedo decir: Señor, para ti.
Ese hallazgo personal quizá lo vimos confirmado cuando leímos, en un ratito de oración, con palabras de san Josemaría, lo que habíamos intuido: No cabe olvidar que el trabajo digno, noble y honesto, en lo humano, puede —¡y debe!— elevarse al orden sobrenatural, pasando a ser un quehacer divino[1].
2. Un quehacer divino… ¡¡exacto!! Mi estudio ya no es sólo algo para el Señor, sino que es divino, suyo, y eso sólo puede alcanzarse si Él me ayuda… y yo me empeño en estudiar, en trabajar, como Él mismo lo haría. Tengo camino por delante… pero no me desanimo, en realidad esto es… ¡¡extraordinario!! no hay momento en que no pueda estar con Jesús; jamás lo habría pensado. Creía que eso sólo pasaba cuando rezo, asisto a la Santa Misa… cuánto hay aquí escondido, oculto, que antes no había sabido ver…
3. Además, fíjate: si mientras estudias puedes estar con el Señor, eso significa que tu estudio lo puedes convertir en algo muy parecido a una conversación con Él: una hora de estudio, para un apóstol moderno, es una hora de oración[2]. Pero no te preocupes, todo esto es parte de ese algo divino que tenemos que ir poco a poco descubriendo…[3]
4. Quizá un día, después de muchos ratos de estudio en aquel mismo lugar, reparaste en algo que formaba parte de la decoración y que ya habías visto, pero que ahora te decía algo más: un Crucifijo, una imagen de la Virgen y el MANDATUM NOVUM (Un mandamiento nuevo os doy…)[4]. Y todo encajó, ya estaban todas las piezas del puzle: esfuerzo, caridad, Cristo, y, siempre, la compañía de nuestra Madre.
Santificar el trabajo, santificar el estudio: todo un reto…
[1] Forja, n. 687.
[2] Camino, n. 335.
[3] Amar al mundo apasionadamente, n. 114.
[4] Palabras del Señor en el Evangelio de San Juan que suelen presidir las salas de estudio de los Centros del Opus Dei.