La Rosa de Pallerols, una caricia de la Virgen María

Unas 300 personas han conmemorado en Pallerols el paso de San Josemaría por el pirineo leridano, cuando iba camino de Andorra, en 1937. En este lugar encontró la rosa de Rialp, que siempre recordó como una caricia de la Virgen María.

Por cuarto año consecutivo, la Associació d’Amics dels Camins de Pallerols de Rialb a Andorra celebró, el pasado domingo 19 de noviembre, la Fiesta del Encuentro de la Rosa, que recuerda la noche del 21 al 22 de noviembre de 1937, cuando San Josemaría encontró una rosa de madera estofada en el suelo de la iglesia de Sant Esteve de Pallerols.

Aquel atardecer de noviembre, San Josemaría y el grupo de cinco jóvenes que lo acompañaban llegaron para pasar la noche, escondidos por uno de los guías de la expedición que los llevaba hacia Andorra. Huían de la persecución religiosa. El Fundador del Opus Dei pasaba por un intenso padecimiento: dudaba si hacía bien emprendiendo este viaje, o debía quedarse.

Se acurrucaron en un pequeño cuarto de la vicaría de la pequeña iglesia. Pedro Casciaro escribe a su diario: “Pude vislumbrar el rostro abatido del Padre: nunca lo había visto así. (...) Me puse a rezar nervioso y atemorizado; mientras rezaba, alcancé a oír los sollozos contenidos del Padre”. 

Años después, D. Álvaro del Portillo explicaba que, en aquellos momentos, San Josemaría Escrivá “sentía como dividido el corazón, entre la necesidad –de una parte– de llegar al otro lado (...) y la conveniencia de regresar a Madrid. (...) El caso es que decidió: si, en el término de unas horas, encuentro una rosa de madera estofada, esto significa que la Virgen quiere que vaya al otro lado.” San Josemaría Escrivá veló toda la noche, pidiendo al Señor, por intercesión de la Virgen María, que le desvaneciera la duda.

A la hora prevista para celebrar la Eucaristía, San Josemaría Escrivá salió del cuarto y bajó a la iglesia. Estaba estropeada; en 1936 habían destrozado los retablos —entre ellos, el de Nuestra Señora del Rosario— y habían sacado fuera los trozos para quemarlos. Quedaban maderas rotas por el suelo. Entre ellas, salía una rosa de madera estofada. 

Era la prueba que había pedido. Lo recordó, el resto de su vida, como una caricia de la Virgen María. La recogió con devoción y volvió a la vicaría para celebrar la Eucaristía, en una mesa adecuada, tal vez del comedor. “Así como nunca había visto el Padre tan afligido como la noche pasada —comenta Pedro—, tampoco lo vi nunca tan gozoso como aquella mañana”. 

Casi 70 años después, unas 300 personas se reunieron, el pasado domingo, en Pallerols, provenientes de varios lugares de la zona, y también de todas partes de Cataluña: Tarragona, Lleida, Barcelona, Igualada, Terrassa...

Desde el anochecer del sábado se organizaron varias actividades, dirigidas a los padres, a los pequeños y a las familias. Entre ellas, destacó una explicación de los hechos de la madrugada del 22 de noviembre de 1937, en el mismo escenario donde sucedieron: la iglesia y la vicaría de Sant Esteve de Pallerols.

El acto central fue la Eucaristía, presidida por el vicario general del Obispado de Urgell, D. Joan Pujol, que contó con la presencia del rector, D. Bonifaci Fortuny. Posteriormente, hubo una sentida plegaria por los difuntos, en el cementerio.