El sillar, el cimiento de la expiación fueron las penas y dolores de los enfermos y agonizantes a los que atendía; los sufrimientos de las personas necesitadas a las que ayudaba en lo material, y en lo espiritual, enseñándoles a orar y sufrir con alegría. Iba pidiéndoles —recordaba— que ofrecieran esos dolores, sus horas de cama, su soledad —algunos estaban muy solos—: que ofrecieran al Señor todo aquello por la labor que hacíamos.
Una de las personas que participaban en la labor era Luis Gordon, un ingeniero cervecero, reciamente piadoso, que, además de sacar adelante la fábrica y de realizar un buen trabajo profesional llevó a cabo una intensa tarea social y asistencial con los obreros, entre los que era muy querido.
En una ocasión, cuando acompañaba a don Josemaría en una de sus frecuentes visitas a los hospitales, Gordon tuvo que limpiar un orinal usado como escupidera. Vi que palidecía tremendamente —recuerda el Fundador—, pero se dirigió a un pequeño cuarto del hospital, donde había un grifo y unas brochas para lavar esas cosas. Lo seguí, pensando que podía caerse redondo al suelo, y me lo encontré con la cara radiante de alegría. En vez de utilizar las escobillas, metía la mano para limpiar bien el orinal. Me quedé muy contento y le dejé hacer. (...) Después, me contaba que había pensado: ¡Jesús, que haga buena cara!
Entre los enfermos que atendía estaba una mujer, perteneciente a una de las familias más aristocráticas de España, que había llevado una vida irregular. Me la encontré ya podrida —contaba don Josemaría—; podrida de cuerpo y curándose en su alma, en un hospital de incurables. Había estado de carne de cuartel, por ahí, la pobre. Tenía marido, tenía hijos; había abandonado todo, se había vuelto loca por las pasiones, pero luego supo amar aquella criatura. Yo me acordaba de María Magdalena: sabía amar.Un día hube de administrarle la Extremaunción (...). Y al ver la alegría de su alma, que consideraba que estaba cerca de Dios, le hice decir: bendito sea el dolor, y ella lo repetía a voz en grito; amado sea el dolor; santificado sea el dolor; ¡glorificado sea el dolor!
Poco después moría, y en el Cielo está, y nos ha ayudado mucho.