La cultura, la música y san Josemaría

“El que ama cultiva lo amado, y al hacerlo, se hace culto”. Así resume Rafael Frubëck de Burgos, director emérito de la Orquesta Nacional de España, el amor de San Josemaría por la cultura y la música. Artículo publicado en el Diario de Burgos.

El músico Rafael Frühbeck de Burgos.

La sensibilidad de san Josemaría en lo que respecta a la cultura no sólo era grande, sino que era mucho mayor de lo que un examen no suficientemente atento de sus escritos y sus palabras recogidas pudieran dar a entender. Ya el análisis de uno de los conceptos centrales, si no el más fundamental de su mensaje, el de “unidad de vida”, lo muestra con claridad. En efecto, esa unidad se entiende como el armazón de la santificación de la vida ordinaria en el trabajo, la cual consiste en tener presente y hacer presente a Dios en esa vida.

Como Dios es el autor de todos los seres y el posibilitador de todas las buenas acciones, para verlo y hacerlo ver en ellas es menester primero ponerse en disposición de captarlo. Y esa disposición no es otra cosa que el amor al mundo y al trabajo. Pero el que ama, cultiva lo amado y, al hacerlo, se hace culto.

Así pues, cuando san Josemaría pide a sus hijos, son sus palabras literales, que amen al mundo apasionadamente, y que amen de la misma manera su trabajo profesional y su familia, pues su vocación o vocaciones mundanales -familia, profesión, etc.- son la base que divinamente se ha de perfeccionar, está afirmando ya sin decirlo que el cultivo, la cultura, será una realidad ineludible en aquellos que le siguen (...).

La Cultura, excelencia del hombre

Con todo, precisamente porque se ha de tener en cuenta tanto la alta dignidad del ser humano -todos, según insistía, están llamados a la santidad- como la maravilla de la creación en general, san Josemaría consideraba que también la cultura en su acepción clásica más común, o sea, la cultura como formación integral y como toque de excelencia, debería ser patrimonio de los que participaban en su espíritu (...).

No quería hombres de ciencia incultos, ni cultura como exhibicionismo erudito. Quería personas cultas de verdad. Primero es la sabiduría, después la cultura, después la ciencia, decía. Y, en esa cultura, la música ocupaba un lugar de relieve. De una parte, y en lo más interior, porque la religión -que tan profundamente vivió- es canto a Dios.

Teatro Real de Madrid.

Era muy patente en san Josemaría esa musicalidad de la relación con Dios. Y así como ella explica el carácter central que la fiesta tiene en toda religión, y particularmente en la cristiana -pues la música es esencia de toda fiesta-, explica que un hombre de Dios encarne el carácter festivo. Como afirmó de él su primer sucesor, mons. Álvaro del Portillo, “su presencia era fiesta”.

Su hablar con Dios y de Dios era siempre “musical”. En efecto, al igual que sucede en la música, en su trato con Dios él ponía por delante el silencio humilde, profundo y atento del alma, sin el cual no es posible ni la inspiración creativa ni la escucha, y después -con su gran corazón- lanzaba el ritmo, daba a luz la nota, la palabra, a la vez medida en su contenido y desmedida en su fuerza emocional.

Oración: coplas de amor a lo divino

En su oración, interior o expresada en voz alta para los demás, que sonaba como copla de amor a lo divino, según una expresión que le gustaba. Sabido es que la música es el arte y el lenguaje por excelencia para el romanticismo. Alguna vez san Josemaría dijo que se consideraba el último romántico. Su conversación con Dios y con todos era cántico del corazón.

Esa música interior que llevaba dentro se expresaba también en música interpretada y en un aprecio señalado por ella, tanto la vocal como la instrumental. Apreciaba la música “clásica” y le gustaba mucho la buena música popular. Él mismo, sobre todo en los viajes en coche, solía cantar, y en las múltiples reuniones y tertulias que a lo largo de su vida tuvo con gente joven, gozaba haciéndoles cantar e interpretar todo tipo de música. Les regalaba instrumentos musicales y, en los últimos años de su vida, a veces les pedía que les dejasen sus guitarras para bendecirlas.

Una conocida anécdota, relatada por el primer rector de la Universidad de Navarra, puede servir como conclusión. Se celebraba un acto de investidura de doctores “Honoris Causa”, en el edificio Central y Escrivá caminaba al lado del profesor Sanchez Bella. El cortejo académico desfiló en silencio. Poco tardó el entonces Gran Canciller en comentar al Rector, en voz baja y con su proverbial buen humor, que aquello parecía “un funeral de tercera”. El mismo día comenzó el desarrollo de la música en la Universidad de Navarra.