De la entraña del monte Auseva brota con fuerza el agua que se hace música y poema en el chorrón de la Santa Cueva. Es la imagen natural de tanta gracia divina como de ese bendito lugar se nos regala por mediación de Santa María. En la oquedad del peñasco se yergue humilde la cueva acogedora de una casa habitada por nuestra Santina.
Así durante trece siglos. Así los últimos cien años con la Virgen coronada.
San Josemaría fue peregrino de este bendecido lugar, santuario primordial y cuna de España. Él hablaba con hermosa confidencia en una ocasión: «mi preferencia va a los gestos y a las palabras que han quedado entre cada alma y la Madre de Dios; a esos millones de jaculatorias, de piropos callados, de lágrimas contenidas, de rezos de niños, de tristezas convertidas en gozo al sentir en el alma la caricia amorosa de Nuestra Madre» (VP, 98). Esto es también Covadonga.
Tuve una preciosa e inmerecida amistad con su segundo sucesor, el recordado y querido D. Javier Echevarría. Le invité personalmente a que viniera a Covadonga como Prelado del Opus Dei para hacer la peregrinación en este año jubilar mariano, como lo hizo el Padre Fundador en más de una ocasión. Y D. Javier aceptó gustoso dejando para más adelante el modo de concretarlo. No hubo tiempo ni ocasión, pues el Señor le propició una peregrinación mejor llamándole a culminar su ciudadanía del cielo.
En ese interrumpido deseo, durante el funeral que tuvimos en la Catedral de Oviedo por su eterno descanso, yo dije al final de la Santa Misa: “no sé quién será el nuevo Prelado del Opus Dei, pero le transmitiré con respeto e interés que pueda él realizar este compromiso filial ante la Santina y que D. Javier nos acompañará desde el cielo”.
Esta mañana fresca de julio, con sumo gusto se ve cumplida la promesa. Invité a Mons. Fernando Ocáriz, nuevo Prelado del Opus Dei para que se acercara con sus hijos de esta querida familia eclesial, realizando la peregrinación a Covadonga con motivo del año jubilar en el primer centenario de la Coronación canónica de la Santina. Vd. respondió rápidamente, querido D. Fernando, y hoy nuestro Santuario tiene el gozo de acogerle junto a todos los hijos e hijas que a Vd. le ha confiado la Iglesia como Padre de esta inmensa y querida familia que engendró como carisma San Josemaría Escrivá.
Doy gracias al Señor por vuestra presencia en la Diócesis de Oviedo, por esa precisa y preciosa manera de colaborar de muchos modos con nosotros con verdadera disponibilidad y sincera entrega en tantos ámbitos educativos, docentes, apostólicos, familiares, profesionales, en medio de los avatares cotidianos de la vida santificando el trabajo como una obra de Dios inacabada que quiere Él confiar a nuestras pequeñas manos.
Querido D. Fernando, le agradezco inmensamente la deferencia de venir con tantos buenos amigos, de todas las edades, para pedir a nuestra Madre la Santina de Covadonga la gracia de sabernos sus hijos. Siempre me parecieron hermosas las palabras con las que San Josemaría nos recordaba esto: «para nuestra Madre Santa María jamás dejamos de ser pequeños, porque Ella nos abre el camino hacia el Reino de los Cielos, que será dado a los que se hacen niños. De Nuestra Señora no debemos apartarnos nunca. ¿Cómo la honraremos? Tratándola, hablándole, manifestándole nuestro cariño, ponderando en nuestro corazón las escenas de su vida en la tierra, contándole nuestras luchas, nuestros éxitos y nuestros fracasos. Descubrimos así —como si las recitáramos por vez primera— el sentido de las oraciones marianas, que se han rezado siempre en la Iglesia» (Amigos de Dios, 289-290).
Rezo por la Obra, y que todos vosotros –como hacéis cada día– no dejéis de rezar por mí. Querido D. Fernando, queridos hermanos: sed todos bienvenidos a la casa que María tiene en Covadonga.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
13 julio de 2018