Los empeños de Fran Ruiz Antón

Julio Montero Díaz, Catedrático de Universidad, escribe esta semblanza de Fran Ruiz Antón, recientemente fallecido.

Fran Ruiz Antón

La Rioja Fran Ruiz Antón

Conocí a Fran sin que ni él ni yo lo supiéramos. Era octubre de 1967. Yo tenía 16 años y él no había cumplido el primero de su vida. Yo intentaba estar más cerca de San Josemaría, empeño que compartía con una multitud tras la Misa que celebró en el campus de la Universidad de Navarra, y Fran estaba en brazos de su madre. Ella sí llegó a poner entre las manos del santo a su primogénito, al que le levantó un tanto mientras le sonreía. El rubio diminuto debió decir algo parecido a ¡papá! Y sin saberlo fue protagonista luego de una consideración sobrenatural sobre el sentirse hijos de Dios, que hizo el fundador de la Obra tiempo después.

Hoy ha muerto Fran con 53 años. Un cáncer de piel. Nada de COVID. Al pie de la cama sus padres, como lo estuvieron en aquel octubre soleado en que coincidimos. Entre medias toda una vida. Me lo encontré en Granada al iniciarse los ochenta con cerca de 15 años mientras se debatía entre qué estudios seguiría en la universidad. Con ese y otros motivos me fui metiendo, casi sin darme cuenta, dentro de su familia: era el primogénito de 9 hermanos de los que por entonces no sabía absolutamente nada. Finalmente se decidió por Periodismo y en Pamplona. Y allí sacó sus estudios mientras enseñaba inglés a los alumnos de un colegio para mantenerse.

Fran era exigente consigo mismo. Muy exigente. Desde que volvió como joven periodista intentó acoplarse en diversas redacciones de Granada, Málaga y Córdoba. Sacaba petróleo de donde fuera. Su inteligencia y su insistencia daban confianza: tanto como su lealtad con las fuentes y con la verdad. Surgió una posibilidad en Madrid y se decidió a dar el salto cuando ya estaba cómodo en una delegación andaluza de ABC.

Momento en el que san Josemaría alzó a Fran Ruiz Antón, cuando era un niño pequeño (Pamplona, 1967)

Aterrizó en la prensa económica y se especializó en telecomunicaciones. Eran años propicios aquellos inicios del tercer milenio y más aún en aquel sector que hizo suyo. Tejió una buena red de información que iba más allá de lo que los departamentos de comunicación hacían público en sus comunicados. Le encantaba, como a todos, hacerse un hueco en la portada de aquella Gaceta que quiso revivir Juan Pablo Villanueva.

Luego llegó el tiempo del “lobbying” . Lo entendió siempre como una oportunidad de mostrar a los políticos las posibilidades de mejora que tenían en sus manos; y que constituían también una oportunidad para las empresas que las promovían. En eso era tremendamente racional y sus trabajos, bien pensados, bien fundados, sabían ofrecer argumentos a los de uno y otro partido.

De allí saltó a Google. Se le abrieron muchas posibilidades, especialmente en aquellos años de crisis total. Varias fueron de formación con nuevos enfoques profesionales para jóvenes en paro. Las tecnologías a las que tenía acceso le facilitaron esa tarea. Ese fue otro de sus empeños: dar nuevas oportunidades y acercar tecnologías emergentes a sectores con dificultades de algún tipo: mujeres de ambientes rurales; prevención de adicciones; en general, procurar disolver desigualdades por arriba, no por debajo.

No es extraño que mantuviera a sus amigos de siempre: a los del colegio, a los de la universidad, a los de las redacciones y empresas en que trabajó... homos y heteros; de derechas y de izquierdas; ateos, agnósticos y creyentes... hasta era tolerante con los del Real Madrid, aunque fuera acérrimo seguidor del Barcelona.

Entre esos muchos amigos está Fernando que me llamó llorando desde Salamanca para darme la noticia de su muerte... y la cadena de llamadas ha seguido y recorrido todo el país, con paradas más fuertes en Granada, su ciudad; Pamplona (sus cinco años de estudiante y profesor de inglés) y Madrid, donde, me parece, ha concentrado sus amistados en los últimos veinte años.

Me lo imagino inquieto llegando al cielo. Buscaría a alguien conocido al llegar, para situarse y hacerse una idea de cómo actuar. Y quiero pensar que le saldrá al encuentro San Josemaría, no para cogerle como de niño, pero sí para abrazarle y llevarle del brazo hacia Dios Padre con la confianza de quien presenta a uno de sus mejores hijos, sabiendo que le hará quedar bien: si es que esas cosas se pasan por la mente de los santos.

Julio Montero Díaz. Catedrático de Universidad