Después de "Itinerarios de vida cristiana" y "Getsemaní", Mons. Javier Echevarría acaba de publicar un libro sobre la Eucaristía. Tiene por título "Eucaristía y vida cristiana", y su objeto, en palabras del autor, es: "...intentar adentrarnos con mayor hondura en la actualidad de la Encarnación, en ese pasar de Jesús por la tierra para conversar con los hombres. También es una invitación a profundizar con agradecimiento en la maravillosa realidad de nuestro ser hijos de Dios”.
Ofrecemos a continuación algunos fragmentos de este libro.
"Ahí tenéis a nuestro Dios"
El cristianismo es cercanía de Dios al hombre; entraña amistad, trato, intimidad del hombre con Dios; expresa la familiaridad de un hijo amadísimo, acogido con indecible alegría, con músicas, fiestas, y un gran banquete (cfr. Lc 15, 22-24). Esta realidad de contenido, sobre todo espiritual, tiene también una dimensión sensible, que encuentra su fulcro en la carne de Cristo.
«El Verbo se ha hecho carne», escribe san Juan (Jn 1, 14) resumiendo todo el designio de salvación que el Padre ha fijado por medio de su Palabra. La cercanía de Dios no significa sólo que mueva y gobierne todo; la Alianza no se limita sólo a un pacto jurídico, del que se conservan algunos papeles como testimonios. Lleva consigo cercanía personal que se ha hecho sensible, tangible. El Hijo de Dios ha asumido nuestra naturaleza y desde entonces «la carne es quicio de la salvación», con palabras de Tertuliano .
Aprender a amar
Es preciso que miremos con sinceridad nuestro propio interior, ir al fondo de las situaciones o reacciones, y reconocer que el problema se reduce en definitiva a un problema de correspondencia.
El amor constituye la sustancia de la felicidad: amar y saberse amados componen la única respuesta verdadera a las ansias últimas del corazón humano. Y, en definitiva, buscamos esta finalidad en todo cuanto nos ocupa: un "querer" que no muera, que no pase, que no traicione, que sacie el alma.
Agustín de Hipona lo dejó escrito con frase brevísima: «Pondus meus, amor meus» . Mi amor es mi peso, lo que me confiere solidez, lo que me atrae y me exalta, me transmite altura y profundidad, el origen de mi paz. También lo propuso con la consideración de que nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en Dios: porque sólo en Él se encuentra la verdadera caridad que proporciona densidad y sentido a todo, que libra de la superficialidad y de lo provisorio .
Nazaret y Belén: con Cristo en el propio hogar
La comunión de vida que instaura el matrimonio encuentra su centro fundamental en el Misterio eucarístico. Jesús continúa entregándose a su Esposa en el Sacrificio de la Misa; y, a través de la Eucaristía, continúa dando a los esposos la luz y la fuerza para que se amen como Él ha amado a su Iglesia, para que den a su Padre nuevos hijos por medio de su amor fiel y fecundo. Para los esposos cristianos, el Sagrario se yergue siempre como la referencia emblemática de su amor.
Cristo une, no separa. Al mismo tiempo, la caridad y el cariño añaden categoría al respeto por el otro y valoran sabiamente sus necesidades, de modo que el propio comportamiento espiritual no suponga un peso; evita, por ejemplo, apartarse para rezar cuando lo que urge es reparar una puerta que no cierra, atender una visita, o preparar la cena, puesto que estas mismas actividades se transforman en ocasión de encuentro con Dios, es decir, pueden convertirse en oración.
Lo que separa a los hombres entre sí, lo que lleva un matrimonio al naufragio, suele proceder de la soberbia que pretende enrocarse en “su” razón, y de este modo resiste al don de Dios y aísla al interesado de los demás. He aquí un consejo de san Josemaría a los esposos: «Evitad la soberbia, que es el mayor enemigo de vuestro trato conyugal: en vuestras pequeñas reyertas, ninguno de los dos tiene razón. El que está más sereno ha de decir una palabra, que contenga el mal humor hasta más tarde. Y más tarde —a solas— reñid, que ya haréis en seguida las paces» .
Descanso y filiación divina: la enseñanza de Jesús
Al hablar del descanso auténtico, Jesús nos está enseñando a conducirnos como hijos de Dios. Los mismo que un padre de la tierra se preocupa de la alimentación, del vestido, del desarrollo armónico de sus hijos, así Dios obra con nosotros; o, para expresarlo de modo más exacto, la paternidad en la tierra es un reflejo de la paternidad divina.
Nos encontramos ante un aspecto de capital importancia para entender quién es nuestro Padre Dios y cómo nos trata. En grave error se caería al imaginarlo como un ser tremendo y lejano, que habita en el cielo infinito, desentendido de las criaturas que Él mismo ha puesto en la existencia.
A pesar de que deseamos sinceramente comportarnos como cristianos, ese peligro nos ronda. «Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo. —Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado.
"El que a vosotros oye, a mí me oye": la razón de la eficacia apostólica
El secreto del afán apostólico de un discípulo de Cristo radica en su amor al Maestro: eso es lo que le impulsa a dar la vida por los demás, a gastarla en ayudarles a conocer la Palabra divina y a vivir según los imperativos del Amor de Dios. Su celo por las almas nace de un amor a Cristo que persigue, como todo amor verdadero, la identificación con el amado.
En esto se centra la razón de su eficacia, porque entonces se cumplen las palabras de Jesús: «El que a vosotros oye, a mí me oye» (Lc 10, 16).
¿Cómo se alcanza esa identificación? Es el Espíritu Santo quien obra la incorporación del discípulo al Maestro; por eso, también al Paráclito preside y mueve toda la actividad de los Apóstoles, y la llena de eficacia.
Sin la asistencia del Espíritu Santo, la criatura no puede acoger la Palabra de Dios, no puede creer; así lo ha enseñado siempre la Iglesia, contra las diversas formas de autosuficiencia humana ante las metas divinas.
Tampoco puede vivir según esa Palabra si el Paráclito no lo sostiene constantemente con su gracia: no puede esperar en Dios, no puede amar como Cristo. Sin el auxilio de este Consolador, las lecciones del Maestro y el ejemplo del Modelo no nos aprovecharían: querríamos conducirnos según sus enseñanzas y no podríamos, intentaríamos imitar sus ejemplos y no lo conseguiríamos.
San Ireneo lo explicaba así: «El Señor prometió que enviaría al Paráclito para que nos conformara con Dios. De la misma manera que sin agua no se puede lograr con trigo seco una masa compacta ni un único pan, nosotros, que somos muchos, no podríamos hacernos uno en Cristo Jesús sin esta Agua que viene del Cielo. Y así como la tierra árida no fructifica si no recibe agua, nosotros, que anteriormente éramos leña seca (cfr. Lc 23, 31), no hubiéramos producido fruto a no ser por esta lluvia que libremente nos baja de lo alto».