El denominador común de tres generaciones

Mª Luisa Sánchez-Lafuente, su hija y su nieta cuentan cómo les ayuda la formación que reciben en las distintas etapas de la vida.

El 14 de febrero de 1930, en la Santa Misa, San Josemaría vio que Dios llamaba a las mujeres a seguir el camino de santidad en medio del mundo que le había hecho ver el 2 de octubre de 1928. 

Desde entonces, siempre habló de este día como una de las fechas fundacionales del Opus Dei. La historia del Opus Dei, desde ese 14 de febrero, se entrecruza con la de mujeres del Opus Dei.

En 1958, en Barcelona, Mª Luisa Sánchez-Lafuente pidió la admisión al Opus Dei. Cincuenta años después, ella, su hija Mª Luisa y su nieta Sonsoles, las tres fieles de la Prelatura, cuentan cómo les ayuda la formación que reciben, en las distintas etapas de la vida.

La abuela

“Yo tenía una marcada vocación al matrimonio”, explica Mª Luisa. “Deseaba vivir un matrimonio cristiano, para toda la vida, con fidelidad y amor; ser una buena esposa y madre de muchos hijos. Pero entonces (yo me casé en 1952) los casados éramos como cristianos de segunda. Me daba cuenta de que necesitaba una ayuda para vivir ese matrimonio cristiano, pero, al pedirla, recibí como respuesta: ‘sea usted buena’. Tenía dirección espiritual con un sacerdote estupendo, pero al que no se le ocurría decirme, por ejemplo, que ofreciera a Dios las molestias del embarazo: con aceptar los hijos que vinieran ya era suficiente. 

Entonces, una amiga me habló del Opus Dei y me invitó a un retiro en el centro que había entonces en Cataluña, que se llamaba Atenas, porque estaba en la calle del mismo nombre. Empecé a ir por allí con frecuencia. Lo que más me impactó de las mujeres que iba conociendo, casadas o no, y de lo que captaba a través de los retiros espirituales a los que asistía, era su alegría. Pensé: ‘¿qué hay aquí?’. Fui profundizando y descubrí que podía ofrecer a Dios el trabajo diario y las contrariedades de la vida cotidiana, que saberme hija de Dios me empujaba a mejorar el mundo que me rodeaba, a que procurara ser yo misma mejor cristiana y a hacer llegar esa felicidad y alegría de Dios a los que me rodeaban. Leí Camino, de San Josemaría, y El valor divino de lo humano, de don Jesús Urteaga, y fui descubriendo que podía santificar mi matrimonio, mi familia, mi trabajo: eran caminos nuevos”.

La hija

Mª Luisa tiene once hijos, de los que Mª Luisa es la mayor. Ella pidió la admisión en 1972, un año antes de casarse. “Conocí el Opus Dei a través de mis padres. Empecé a ir un poco por un club juvenil que organizaba actividades para estudiantes de secundaria, el único que existía entonces en Barcelona, sobre todo los fines de semana. Veía que aquello era como mi casa, no como el colegio: vivíamos unas prácticas de piedad que son propias de muchos cristianos, pero el enfoque era como el de casa. No iba mucho, porque era tímida y no acababa de estar cómoda entre niñas que ya se conocían entre sí; además, me habían planteado la posibilidad de entregarme a Dios por completo, en el celibato, pero veía claro que tenía vocación matrimonial”.

"Lo importante es que sabes que eres hija de Dios y Él es quien te ha puesto en esa situación concreta, con lo cual si tú no llegas, llegará Él"

“Ya en el instituto, empecé a ir por el Colegio Mayor Dársena, para estudiantes mayores; acudí un curso de retiro y cuando ya tenía novio enseguida pedí la admisión, muy joven. Me casé al terminar COU y muy pronto me quedé embarazada. Empecé a trabajar, primero a jornada reducida combinándolo con la atención a mi familia. Tuvimos muchos hijos cuando la economía familiar aparentemente no lo permitía. Tenemos ocho. Pero está claro que Dios ayuda: me dediqué a temas comerciales y esto me ayudó a superar la timidez. 

Ahora tengo un cargo de responsabilidad en la empresa en la que trabajo desde hace diecisiete años. En ese momento, cuando la pequeña tenía un año, se complicó la situación familiar y por necesidad tuve que incorporarme de pleno a la vida laboral, con jornadas de trabajo muy largas. Mis hijos me ayudaban a veces, incluso los fines de semana. Fue muy duro, muy duro. ¿Pero cuál es el quid para compaginarlo todo? Tener muy claro que primero es Dios, después la familia y después el trabajo. Si lo tienes claro, aunque en algún momento se te borre un poco, lo recompones. Lo importante es que sabes que eres hija de Dios y Él es quien te ha puesto en esa situación concreta, con lo cual si tú no llegas, llegará Él. Es la dificultad que tenemos todas las mujeres en algún momento de nuestra vida”.

La nieta

Sonsoles es la mayor de sus hijas. Tiene cuatro niños (los pequeños, gemelos). Trabaja media jornada. Es fiel de la Prelatura desde 1999, también poco antes de casarse. “Yo ya he ido a colegios promovidos por personas del Opus Dei. Pasé unos años rebeldes en la adolescencia. Durante un tiempo fui por el Colegio Mayor Bonaigua, y acabé en otro centro para mujeres ya profesionales, donde pedí la admisión. 

Yo pensaba que lo que se vivía en el Opus Dei era lo habitual, lo había vivido desde pequeña, desde el primer día: el espíritu de servicio, la alegría... y cuando llegué a la universidad me di cuenta de que no. Me resistí un poco a pedir la admisión porque, como en la familia eran muchos del Opus Dei, parecía que ¡hala, otra! Pero la vocación es muy personal. De hecho, yo no sabía que mi marido lo era hasta poco antes de casarnos. ¡ y cuando yo pedí la admisión tampoco le conté nada a mi marido!”.

Esta experiencia de pisar terreno conocido la comparten muchas otras personas. “A veces, es mucho más fácil entablar una conversación profunda sobre Dios con personas que tienen muy poco conocimiento de la fe cristiana que con aquellas personas que ya piensan que lo saben todo. Cuesta más llegar a lo personal. Lo veo con las madres del colegio de mis hijos. Pero en otros entornos, en el trabajo, en vacaciones, llamas la atención simplemente porque vas a Misa, tienes cuatro hijos o no ves la tele. Yo no escondo nada, al revés; te sientes observada, pero a veces eso facilita poder hablar de muchas cosas. Por ejemplo, para algunas madres el curso de retiro es un descubrimiento”. Y su abuela lo confirma: “A veces, las personas que se convierten son las que más se sorprenden de que pueda haber cristianos que se queden en una vida acomodada de Misa dominical y nada más”.

Desafíos compartidos

¿Cómo compaginar la transmisión de la fe a los hijos con dejarles libertad para seguir su propio camino? Las tres coinciden en que es clave mantener una relación habitual con Dios, aprendida en la familia, apoyarse en actividades de formación cristiana que ayuden a profundizar y crecer en nuestra fe, e intentar mejorar en virtudes que alimenten la responsabilidad y la libertad.

“Se trata de transmitir la vida de piedad. Y de educar a los hijos en fortaleza, desprendimiento... Jóvenes y no tan jóvenes tenemos momentos de rebeldía”, afirma Mª Luisa. Su hija aclara: “Decíamos a nuestros hijos que era importante no vivir de rentas para poder ser buenos cristianos. A nosotros nos ayudaba la formación que recibíamos del Opus Dei, pero si a ellos no, que buscaran otros caminos, pero que buscaran algo. Lo que no podemos es quedarnos sólo con nuestros propios recursos, porque vas a peor”. “Siempre nos habéis dicho: si no recibes formación, vas a menos”, corrobora Sonsoles. Y resalta que no se trata solamente de enseñar a rezar a los niños: “Los niños están acostumbrados a ver rezar a sus padres. ‘Papá está rezando’, dicen cuando lo ven recogido leyendo el evangelio. ‘Mamá se ha ido a rezar el fin de semana’, cuando me voy a un curso de retiro. Ahora quizás somos más explícitos”. 

Efectivamente, su madre y su abuela lo confirman: “No les hablábamos de que organizábamos actividades de formación cristiana en casa para otras personas, aunque durante años venían unos señores los martes a las 7. O no mencionábamos al fundador del Opus Dei”. “De hecho, dice la madre, averiguamos que nuestros padres eran del Opus Dei al atar cabos, sin que ellos nos lo hubieran dicho”. “No era secreto, dice la abuela, simplemente queríamos que descubrieran el Opus Dei por ellos mismos, no queríamos influir. Aunque sí que vivíamos en casa una vida de piedad cristiana, pero eso no es específico del Opus Dei, aunque en el Opus Dei la vivamos: bendecir la mesa, rezar el Rosario, leer el Evangelio...”.

“Decíamos a nuestros hijos que era importante no vivir de rentas para poder ser buenos cristianos"

Otro aspecto importante es buscar tiempo para estar con los hijos. No basta con apoyarse en el colegio: es necesario estar en casa, hablar con ellos. Prestarles un tiempo de calidad, pero también cantidad. Las tres destacan la oportunidad que suponen los trayectos, en los que se invierte tanto tiempo: dejar o recoger a los niños en la escuela, llevarlos al médico o acompañarlos a una actividad extraescolar. “Con once hijos”, exclama Mª Luisa, “era el momento de poder tener conversaciones con cada uno”. “Corremos el riesgo”, afirma su hija, “de llegar a casa después de un trabajo gratificante y no implicarnos, como les ha sucedido mucho tiempo a los hombres. Es el desafío de las mujeres de ahora”. Sonsoles añade que también lo es para los hombres: “Para él, significa estrujar más el tiempo, para que quepa todo; pero también facilita un sentido más profundo de la responsabilidad paterna”.

En 1958 había un solo centro en Cataluña. Cincuenta años más tarde, hay centros en once ciudades, se tienen actividades de formación cristiana en muchas más y hay catalanes del Opus Dei esparcidos por todo el mundo. También Mª Luisa resume estos cincuenta años: once hijos, cuarenta y seis nietos y seis biznietos. “Una de mis nietas, numeraria, vive en Holanda y acaba de venir con unas chicas holandesas, de las cuales casi ninguna estaba bautizada. Si una de esas chicas se acerca a Dios, es en parte porque el 9 de octubre de 1952 le dije sí a mi marido ante el altar, y el 24 de abril de 1958 le dije sí a Dios en el Opus Dei”.