El Concilio Vaticano II

“Tiempo de caminar”, libro de Ana Sastre sobre el fundador del Opus Dei.

A pesar de las colosales dimensiones de la Basílica de San Pedro, el 11 de octubre de 1962, fiesta de la Maternidad de la Virgen, el templo está repleto. Los Padres Conciliares, además del cuerpo diplomático y representaciones oficiales de casi todos los países del mundo, asisten a la Misa de Pontifical que oficia el Cardenal Tisserant, Decano del Sacro Colegio, para invocar la ayuda del Espíritu Santo.

Tras dedicar varias sesiones a otros temas, el 30 de noviembre comenzará el estudio del esquema sobre la Iglesia, que será el documento más importante del Vaticano II. En él se enseñarán conceptos relativos al pueblo de Dios, al episcopado, a los religiosos, a los laicos, a la llamada universal a la santidad, a la índole escatológica de la Iglesia y a la Virgen María en el Misterio de Cristo y de la Iglesia. Todo ello se recogerá más tarde en la Constitución Dogmática Lumen Gentium.

Desde el momento en que se hizo la convocatoria oficial del Concilio Ecuménico por Juan XXIII, el Fundador del Opus Dei pide a sus hijos, repartidos por todo el mundo, que recen por el Papa y por la Asamblea Conciliar. Como siempre, va a poner la energía de su oración en servicio de la Iglesia entera.

Algunos miembros del Opus Dei y de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, que son obispos, participarán en las sesiones del Concilio. Además, don Álvaro del Portillo multiplicará su trabajo en el Vaticano. Ostenta el cargo de Secretario de una Comisión Conciliar e intervendrá en otras Comisiones para la redacción definitiva de los documentos. También será designado Consultor de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. En este mismo tiempo, Juan XXIII constituye la Comisión Pontificia para la Revisión del Código de Derecho Canónico y le nombra, asimismo, Consultor.

Una tarde, mientras se desarrolla una de las sesiones del Concilio Vaticano II, don Álvaro se siente enfermo y con fiebre. Se le ve muy fatigado, pero el trabajo en la Comisión Conciliar de la que forma parte, exige que vuelva de nuevo a la mesa de trabajo, ya que se van a puntualizar acuerdos importantes.

El Padre le mira con ojos preocupados; dada la situación, no tiene más remedio que animarle a ir.

Don Álvaro, con una sonrisa de asentimiento, sale. Entonces el Padre, volviéndose a Francesco Angelicchio, testigo ocasional de la escena, le dice:

-«¿Crees que no tengo compasión de este hombre? Pero hay cosas que hay que hacer aunque nos acorten la vida... Temo por la salud de este hijo mío. Yo lo necesito, nos hace falta... la Obra lo necesita ...»(11)

Don Álvaro, entregándose generosamente a su trabajo, cumplirá a la letra, a lo largo de todos los avatares del Vaticano II, esta idea tantas veces repetida por el Fundador de la Obra:

«Amad a la Iglesia, servidla con la alegría consciente de quien ha sabido decidirse a ese servicio por Amor» (12).

Este amor a la Iglesia que está tan dentro del espíritu del Opus Dei, le lleva a sentir todas las alegrías y penas, las preocupaciones y los gozos del Papa. Escribirá a sus hijos para que ofrezcan por esta intención muchas horas de su trabajo diario, donde quiera que se realice: en las Universidades, en las fábricas o en el campo, en establecimientos oficiales o en profesiones liberales: «haced todo esto en unión con Dios, por el feliz resultado de esta gran iniciativa que es el Concilio Ecuménico Vaticano II. Sé que ésta es la gran intención de nuestro Santo Padre, y deseo que también nosotros, desde nuestra parcela, podamos contribuir, mediante nuestra oración, la penitencia y el trabajo santificado y santificador; y os recuerdo, una vez más, aunque no sea necesario, que éstas son las grandes armas, los únicos medios de que dispone el Opus Dei»(13).

Este amor inmenso, que le hizo presentir con anticipación tiempos de confusión y sufrimiento para toda la Iglesia Católica, se extiende también a la jerarquía que acude a Roma durante los años conciliares. Un gran número de Obispos pasarán por la Sede Central del Opus Dei para conocer al Fundador. Entre ellos, el Arzobispo de Dublín; el de Filadelfia, hoy Cardenal Krol; el de Detroit; el de Madison, Monseñor O'Connor... Algunos, como Monseñor Wright, Obispo de Pittsburgo, visitarán además algunos Centros de la Obra en la Ciudad Eterna, como la Residencia Universitaria Internacional (RUI). Muchos, como uno de Nigeria, escribirán luego al Padre pidiéndole insistentemente que la Obra llegue a sus países lo más pronto posible.

La segunda etapa o sesión conciliar da comienzo el 29 de septiembre de 1963 y se prolonga hasta el 4 de diciembre del mismo año. El período de tiempo que media entre el final de la primera y el comienzo de la segunda sesión es importante, especialmente porque Juan XXIII, el Papa de la convocatoria, morirá el 3 de junio de 1963. Después de catorce días, se reúne el Cónclave para elegir al nuevo Papa. Toda la cristiandad está pendiente de este paréntesis que ha dejado la muerte del Papa Juan. El 21 de junio de 1963 a las 12.12, se abren, al fin, las grandes hojas del balcón central de la fachada de San Pedro. Aparece la Cruz alzada y, detrás, el Cardenal Ottaviani, Protodiácono. Se hace un silencio total en la Plaza de San Pedro. Millones de fieles están pendientes de la Televisión o de las emisoras de radio:

“Anuntio vobis gaudium magnum: habemus Papam, Eminentissimum ac Reverendissimum Dominum, Dominum Ioannem Baptistam Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Montini, qui sibi nomen imposuit Paulum Sextum”.

Rompen el aire los aplausos de la multitud y sale, por primera vez, revestido con los atributos del Pontificado, Pablo VI. La gente se arrodilla, mientras el Vicario de Cristo imparte su Bendición.

El Fundador de la Obra recuerda, con cariño personal, al nuevo Papa. Cuando el Padre llega a Roma, en 1946, Monseñor Montini ocupa el cargo de Sustituto de Asuntos Ordinarios de la Secretaría de Estado.

«La primera mano amiga que yo encontré aquí, en Roma, fue la de Monseñor Montini; la primera palabra de cariño para la Obra que se oyó en Roma, la dijo él»(15) .

Le envía inmediatamente un telegrama de felicitación y alegría: es el gozo de una familia que venera al Papa y que recuerda, además, el afecto de un amigo.

Un interrogante está planteado sobre la Asamblea Conciliar: ¿continuarán las sesiones después de la muerte de Juan XXIII? Al día siguiente de su elección, en su primer radiomensaje al mundo, Pablo VI desvanece todas las dudas: «La parte preeminente de nuestro Pontificado estará ocupada por la continuación del Concilio Ecuménico». El 14 de septiembre, con la Carta Horum tempora signa convocará a los Padres conciliares en Roma. En esta etapa, desde el 24 de septiembre hasta el 4 de diciembre, se promulgarán ya los dos primeros documentos: la Constitución sobre la Sagrada Liturgia y el Decreto sobre los medios de comunicación social.

El 24 de enero de 1964, el Santo Padre Pablo VI recibe, en audiencia privada, al Fundador del Opus Dei. Cuando llega ante el Papa, intenta arrodillarse para saludarle como prescribe el protocolo. Pero Su Santidad no se lo permite: antes, le rodea con sus brazos en un gesto de cariño y cordialidad.

Pablo VI, Vicario de Cristo, mira al espíritu del Opus Dei con el amor que le presta hoy su propia misión en el pueblo cristiano.

Durante la entrevista, el Padre manifiesta la fe firme de todos sus hijos, su inconmovible esperanza, su amor sin límites a la Iglesia de Jesucristo, la Iglesia Romana, Católica y Universal. Sus palabras conmueven visiblemente a Pablo VI, porque conoce la verdad y el sufrimiento que contienen las expresiones del Fundador.

Monseñor Escrivá de Balaguer sufre por esta familia inmensa que es la Iglesia: por tantos cristianos que olvidan hoy la dignidad a la que fueron llamados...

Casi al final de la entrevista, dice al Papa que, fuera, está don Álvaro del Portillo. Pablo VI manda enseguida que entre:

-Don Álvaro...: ¡Nos conocemos ya desde hace veinte años!...

-Santidad: sólo de dieciocho.

- Da a llora sono diventato vecchio (desde entonces me he vuelto viejo).

- Ma no, Santitá: é diventato Pietro (No, Santidad: se ha vuelto Pedro)(15).

El Papa quiere que lleven su Bendición para la Obra, para cada una de las personas, para cada uno de los trabajos, para todo cuanto van a emprender en el mundo.

El Fundador y don Álvaro vuelven a Villa Tevere . Y, días más tarde, aún llega la estela de este cariño del Santo Padre hacia el Opus Dei:

«Cumpliendo ahora el venerado encargo del Padre Santo, me es grato significarle que El, en hora densa de acontecimientos y de esperanzas para la Cristiandad, experimenta profundo consuelo al saber cómo tan crecido número de personas, diseminadas en los cinco continentes, practicando los altos ideales que el Opus Dei les propone, tan acomodados a las exigencias de los nuevos tiempos, tratan de servir a la Iglesia como ella desea ser servida; con su conducta personal y profesional vigorosamente cristiana que une la contemplación a la acción, con el sublime afán de plasmar y de difundir en los más variados ambientes de trabajo los postulados de la verdad y santidad Evangélicas»(16)

Esta carta se hace eco, también, de los sentimientos de devoción y filial obediencia a la Cátedra de Pedro que, como preciosa característica, distingue al Opus Dei.

Ocho meses más tarde, el 10 de octubre de 1964, el Fundador de la Obra es recibido de nuevo en audiencia privada por Pablo VI. Al final, también quiere que entre don Javier Echevarría, que es quien acompaña esta vez al Padre, para demostrarle su afecto, decirle palabras de buen humor y bendecirle. Una fotografía que se conserva en la Sede Central de Roma, mantiene vivo el recuerdo de esta larga conversación, de la que el Fundador sale muy conmovido por tantas cosas buenas como el Romano Pontífice ha dicho de la Obra. Además, Pablo VI le entrega un cáliz en cuya base campea el escudo pontificio y un «Chirógrafo» (carta manuscrita).

«Colocados por la voluntad de Dios al timón de la nave de Pedro, desde la que escrutamos con vigilante solicitud los signos anticipadores de los tiempos, el ansia de las almas que esperan la llegada de los operarios del Señor, las necesidades antiguas y siempre renovadas que entraña la difusión del Evangelio de Cristo, consideramos con paterna satisfacción cuanto el Opus Dei ha realizado y realiza por el Reino de Dios; el deseo de hacer el bien, que lo guía; el amor encendido a la Iglesia y a su Cabeza visible, que lo distingue; el celo ardiente por las almas, que lo empuja hacia los arduos y difíciles caminos del apostolado de presencia de testimonio en todos los sectores de la vida contemporánea»(17) .