Dile, dile…

Dolores (Li) Morante, madre de familia, actriz de cine y cantante pop, cuenta su historia

Todavía hay mucha gente que recuerda esa canción. Es muy alegre y muy pegadiza, y con ella me dieron un disco de Oro. Empezaba así: Yo sé tanto del amor/ que te puedo aconsejar. / Tú pregunta y te diré/ que tienes que hacer…. Y sigue con el estribillo: dile que/ dile que tu amor es para siempre;/ dile que/ por su cariño mueres;/ dile, dile

Yo tenía entonces dieciséis años y fue como un sueño. Mi nombre artístico era Li Morante. Soy de la misma época que Marisol y Rocío Dúrcal. Algunos decían que íbamos a ser nada menos que las sucesoras de Carmen Sevilla, de Paquita Rico y de Lola Flores… 

Fue una historia muy bonita. Cesáreo González me propuso hacer cuatro películas en exclusiva y firmé un contrato con la Casa Philips -el mismo día, recuerdo, que Raphael- con la que grabé cinco discos. Eran los años del pop, cuando cantábamos aquello de Gigliola Cinquetti:No tengo edad, no tengo edad / para amarte y no está bien /que salgamos solos los dos…

Una de las películas que hice fue una comedia musical, que se llamó “Objetivo las estrellas”, en la que actuaba junto a Walter Santesso y Lina Morgan, entre otros. Se estrenó el 17 de mayo de 1963 y era muy divertida: en el reparto estaba el mismísimo Luis Sánchez Polack, el Tip de “Tip y Coll”. 

Pero a mí aquel ambiente no me llenaba. Yo buscaba algo más, y allí… allí no lo encontraba. Me explicaré. 

¡Vete pa Granada, niña!

 

Desde que tengo uso de razón, desde muy pequeña, yo soñaba con entregarme a Dios, y a veces pensaba, cuando era chica: “voy a irme de monja misionera”; pero luego veía que ése no era mi camino. Lo mismo me pasaba entonces: sabía que Dios me quería artista, que es una vocación maravillosa –y sigo siendo artista–, pero no así; no allí; quería ser artista, pero de otra manera. 

Y en medio de las películas, los discos y los festivales, me iba dando cuenta de que aquello no era lo que Dios me pedía. Debía tener cara de insatisfecha porque recuerdo que Carmen Sevilla me decía a veces, con mucha gracia: “¡Vete pa Granada, niña! ¿Qué hases tú aquí?

Los discos, las películas, el mundo del cine… era un mundo fantástico, en el que una persona se puede santificar y encontrar a Dios. Recuerdo que siempre, cuando tenía que actuar en un festival o en la televisión, le decía muchas veces en mi alma al Señor: “Jesús, que por mí no peque nadie”. 

Parecía un mundo de ensueño para una chica de dieciséis años como yo, pero en el fondo de mi alma no era feliz, y le pedía al Señor que me enseñara mi camino, porque me daba cuenta de que aquello era pasajero.

No me resultó fácil tomar aquella decisión. Los productores habían hecho una promoción fuerte y ya lo tenían todo preparado para mi “lanzamiento”. Me decidí cuando me propusieron actuar en Pasapoga, una gran sala de fiestas de la Gran Vía, con Lina Morgan como compañera de reparto y yo de protagonista. 

Recuerdo que Lina me decía: “Ven, ven, un día, que te tengo que presentar a las vedettes”. Me esperaba la fama, me esperaba el triunfo, me decían todos, pero yo pensaba: ¿Y qué pinto yo, a mis dieciséis años, en el Pasapoga?

Eso me llevó a pensar, a reflexionar, a rezar… hasta que me decidí: si este estilo de vida no me gusta –pensé– tengo que tomar una determinación, con todas las consecuencias… Unas consecuencias que recaían sobre mi padre, porque como yo era menor de edad, él había tenido que firmar todos los contratos. 

Y después de tanto “Papá, fírmame, fírmame, que quiero hacer cine”, comencé a decirle: “Papá, fírmame otro papel, porque ya no quiero hacer cine y quiero volverme a Granada”. 

Lo hice; y mi padre tuvo que indemnizar a los productores. Todo lo que gané durante la gira por América fue para ellos… y me volví a Granada, contenta y feliz. Además, aquí había un chico que me gustaba. Fue un poco como en la canción:

Tienes que demostrar

que nadie apagará

la llama que brotó

en tu corazón…

El primer punto de Camino

 Aquella relación no funcionó, y me quedé bastante triste y desconcertada. Pasé aquel verano en la costa, con mi grupo de amigas, entre las que había una que estaba siempre contenta. “¿Qué secreto tendrá esta niña -me preguntaba yo- para tener esa alegría?”. Porque esa era, precisamente, la alegría que yo buscaba. 

Una tarde esta amiga me prestó un libro: Camino. Lo abrí y leí el primer punto: “Que tu vida no sea una vida estéril…” y fue como si se me encendiese una luz, y viese claro, clarísimo, el sentido de mi vida.

 Y así fue pasando aquel verano: mi amiga me prestaba Camino, yo leía unos cuantos puntos, los meditaba y luego se lo devolvía… Durante esa época iba a Misa, confesaba, comulgaba… pero me faltaba tanta, tanta formación, que no lograba tratar a Dios con la rapidez y con la intimidad que yo quería…

Al terminar el verano, seguí estudiando Decoración, conocí a un chico, nos enamoramos, nos casamos, empezamos a tener hijos y en 1970 nos fuimos a vivir a Canarias, a Santa Cruz de Tenerife. Yo seguía buscando, en mi alma, aquello que Dios me pedía.

Regresamos a la Península, volví a hablar con aquella amiga mía, y le dije: háblame de Camino. Y me explicó el Opus Dei.  Me gustó mucho y comencé a ir por un centro de la Obra. Estaba claro: aquello era lo mío. 

Mi amiga me sugirió la posibilidad de ir poquito a poco: podría ser cooperadora, y luego… pero yo tenía prisa: estaba deseando, después de tantos años de búsqueda, entregarme a Dios lo antes posible y formar parte del Opus Dei. Y me hice de la Obra, que es la alegría de mi vida.

Cuando me hice del Opus Dei le pedí al Señor: “Que no me equivoque al dar este paso”. Y gracias a Dios, ya llevo casi treinta años en el Opus Dei, donde he descubierto que el espíritu de la Obra es como un guante, que se adapta a las circunstancias de cada persona. También de los artistas, porque yo, aunque abandoné los escenarios, sigo siendo artista. Eso es algo que no se puede dejar nunca: es una forma de mirar el mundo. 

Y esta es mi historia, por la que le doy tantas gracias a Dios y a San Josemaría, pidiéndole que me ayude a ser cada día más fiel, con las palabras de aquella canción, que se pueden dirigir al Señor:

Dile que

tu amor es para siempre

dile que

por su cariño mueres

dile, dile…