Todo comenzó en 2003, cuando yo nací y, poco después, mi hermana Clara fue diagnosticada con estenosis pulmonar, una afección que le dificultaba la respiración y la capacidad para hacer ejercicio.
Esto llevó a que pasara largos períodos hospitalizada en Córdoba (España), lo que provocó que hubiera cierta distancia entre nosotros. Aunque era pequeño, sentía esa separación. Mis padres estaban muy preocupados, y mi abuela también nos echaba mucho de menos.
Llegó un momento en que los médicos decidieron que la única opción era abordar una operación a corazón abierto. Nos advirtieron de que las probabilidades de éxito eran muy bajas, y que era posible que mi hermana no sobreviviera.
Sin embargo, contra todo pronóstico, la operación fue un éxito total. El cirujano estaba asombrado del resultado, algo que él mismo no podía explicar. Para nosotros fue un claro acto de la providencia. Desde entonces, celebramos el 25 de enero como el "segundo cumpleaños" de mi hermana, agradeciendo a Dios por ese gran milagro.
Un nuevo desafío: el cáncer de mi padre
Años después, cuando estaba en segundo de la ESO, nos enfrentamos a una nueva prueba: a mi padre le diagnosticaron cáncer de piel, un melanoma que se mostró cuando un lunar en la nuca empezó a sangrar. Mi padre, al principio, se vino abajo, pensando que no llegaría a vernos crecer a mi hermana y a mí.
Sin embargo, comenzó a acercarse a Dios, y aunque al principio no pedía por su curación, poco a poco entendió que no era egoísta pedir por su salud. Empezó a ir a Misa todos los días y, tras varios tratamientos y cirugías, logró superar la enfermedad.
Pero el impacto del cáncer en nuestras vidas no terminó ahí. Durante la cuarentena de 2020, a mi padre le volvieron a diagnosticar cáncer, esta vez en el cuello. La situación era compleja, con un sistema de salud colapsado por la pandemia, pero aún así, pudo someterse a otra cirugía. Esta operación fue muy delicada; le extirparon 60 ganglios linfáticos y le aplicaron quimioterapia. Aunque fue un proceso muy duro, mi padre lo afrontó con una cercanía a Dios aún mayor.
Mi proceso de conversión durante la pandemia y el Colegio Mayor Albaycín
Durante la cuarentena, a nivel personal viví un tiempo difícil. Me aislaba en mi habitación, jugaba a videojuegos hasta tarde y apenas interactuaba con mi familia. Mi padre y mi madre me pedían que me acercara más a ellos, pero me costaba mucho salir de mi mundo. Ver a mi madre llorar y sentir el dolor de mis padres me afectaba, pero no lograba cambiar mi comportamiento.
Cuando la salud de mi padre empeoró, con dos tumores más en el cuello, comencé a reflexionar sobre el sufrimiento que estábamos viviendo. Aunque mi padre estaba gravemente enfermo, lo veía lleno de fe, afrontando la situación con una paz admirable. Fue entonces cuando empecé a entender la importancia de la familia y la necesidad de tener una relación más cercana con Dios.
Con el tiempo, me fui preparando para entrar en la universidad. Mi padre, que había estudiado en el Colegio Mayor Albaycín de Granada, me sugirió que considerara la opción de un colegio mayor. Tras investigar varias opciones, elegí el Albaycín, no solo por los recuerdos de mi padre, sino porque sentí que era el lugar donde encontraría una comunidad cercana y un ambiente de familia.
Al llegar allí, comencé a recibir formación cristiana. Aprendí a rezar el rosario y empecé a asistir a misa diaria. Poco a poco, fui sintiendo una mayor cercanía a Dios y a entender la importancia de la oración. Fue un cambio profundo que afectó no solo mi vida espiritual, sino también mi relación con mi familia.
La vocación de mi hermana y mi propio camino
Durante este tiempo, mi hermana también se acercó más a Dios. Un día, me contó que percibía la vocación al Opus Dei, algo que me sorprendió mucho, pues nunca había hablado antes de ello. Poco después, mi padre también me llamó para decirme que él había descubierto su vocación en el Opus Dei. Este proceso de transformación en mi familia me ayudó a encontrar mi propio camino espiritual.
Eventualmente, yo también sentí una llamada a formar parte del Opus Dei. Fue una decisión que me llenó de alegría y paz, sabiendo que Dios tenía un propósito especial para mí y para mi familia.
El último adiós a mi padre
Desafortunadamente, la enfermedad de mi padre volvió a manifestarse de manera agresiva. En 2023, el cáncer se extendió a su costilla y a otras partes del cuerpo. A pesar del dolor, mi padre decidió hacer un viaje a Nueva York, cumpliendo uno de sus grandes sueños. Disfrutó mucho el viaje, aunque sufría físicamente.
A finales de septiembre de 2023, mi padre fue ingresado en el hospital de Jaén, donde finalmente perdió la movilidad en las piernas debido a la presión de un tumor en la médula espinal. Con una serenidad impresionante, pidió no someterse a más tratamientos y decidió pasar sus últimos días en paz, confiando plenamente en Dios.
Mi padre falleció el 6 de octubre, rodeado de nuestra familia y con una profunda paz, como él deseaba. Lo despedimos con una Misa multitudinaria a la que acudieron muchos amigos, sabiendo que se iba al cielo, para cuidar de nosotros y amándonos desde allí. Aunque lo echamos de menos, estamos llenos de gratitud por su vida y por el legado de fe y amor que nos dejó.
Esta es mi historia, una historia de cómo Dios ha estado presente en mi vida y en la de mi familia, cuidándonos y guiándonos en los momentos más difíciles. Hoy más que nunca, siento que mi padre está cerca de nosotros, protegiéndonos desde el cielo, y eso me llena de una profunda paz y felicidad.