«Tú, Krishna, puedes ser santo»

Después de haber nacido en una granja Hare Krishna y de una adolescencia marcada por los fracasos escolares, conflictos familiares y el consumo de drogas y alcohol, Krishna descubrió el amor y la presencia de Dios en su vida. Así lo ha contado en el canal de YouTube de Jóvenes Católicos.

Mi nombre es Krishna, nací en una granja Hare Krishna y he pasado de fumar porros a ir a misa todos los días.

Quiero contar un poco mi testimonio. Nací en un pueblo de Guadalajara y en una comunidad hare krishna porque a mis padres les encantaba esa espiritualidad. A los 2 años me mudé a Boadilla del Monte (Madrid), ya que tuve una pulmonía y nos trasladamos allí, porque hacía mejor tiempo.

He pasado casi toda mi vida en Madrid. Mi infancia fue bonita hasta los 5 años. A mis padres les iba genial, tenían muchos negocios en la India, traían plata, piedras semipreciosas, productos, recibían encargos de toda España... Les iba bastante bien.

Cuando yo tenía 5 años mi padre falleció y dejó algunas deudas. Mi madre se vio sola con tres hijos y tuvo que sacar a la familia adelante. Mi madre ha sido una guerrera, nos ha querido siempre con locura y la verdad es que le debo todo. Ciertas cosas de tu infancia te hacen ser un poco diferente: yo siempre he tenido tendencia a liarla, a llamar la atención, a hacer lo que está prohibido, a saltarse las normas, etc. Esto me llevó a tener unas ciertas amistades que no eran lo mejor; siempre me he dejado influir mucho.

Porros y litros de cerveza

En 6º de primaria, con los amigos de mi urbanización probamos los porros (cigarro total o parcialmente relleno de cannabis) y el tabaco también. Mi madre me pilló con un poco de marihuana. Con 12 años ya se veía a dónde tiraba la cabra, ¿no? Mi madre lo vio venir y dijo: “a este niño hay que meterle en algún sitio” y me metió en un “colegio de curas”, como decía ella. Fui a un colegio que se llama Andel (Alcorcón), donde estudié toda la etapa secundaria.

En ese momento no me gustaba nada. Me decía: “jo estos pijos con corbata no sé qué, ¿de qué va esta gente?”; pero la verdad es que me ha ayudado mucho y ahora miro hacia atrás y ha sido una pasada: los profesores que tuve me enseñaron a trabajar, a estudiar, están muy encima de ti, estás super arropado. Tienes formación católica, puedes ir a Misa si quieres, hablar con un sacerdote… te quitan todas esas vergüenzas, que yo creo que me han salvado la vida, de acudir a un sacerdote, de no tener esa vergüenza y saber que puedes acudir a él.

En la ESO ya fumaba tabaco y porros con los amigos, me dejaba influir y la verdad es que ni me lo planteé cuando me los ofrecieron por primera vez. Me acuerdo que fue en un descampado, donde teníamos una guarida construida con muebles robados, a la que íbamos siempre.

No me paraba a pensar si eso me gustaba o no, simplemente lo probaba, me reía con ellos pero poco a poco, con 14 años, mi plan de fin de semana empezó a consistir en beber litros de cerveza. Para cuando me di cuenta ya me estaba gastando 5 euros en cerveza todos los días y el plan entre semana era ese y fumar porros. Los fines de semana comprábamos el doble de todo y bebíamos cubatas con los amigos de fiesta, en descampados y llegando a casa a las 12 de la noche.

Cuando llegaba, tenía problemas todos los días, era una situación un poco conflictiva. Mi madre siempre ha sido antidroga, antiporros, antialcohol... Todas las semanas tenía alguna bronca con ella y la verdad que la pobre tuvo primero lo de mi padre, que es una historia que da también para una tertulia. Ella siempre ha estado al pie del cañón. Me enteré más tarde que en aquella época dejó el hare krishna y empezó a ir a Misa y a rezar el rosario con mi abuela todos los días para pedir por mí. Tenían un grupo de oración en el que pedían para que yo me alejara de todos estos temas.

En 4º de la ESO me cambiaron al colegio público, donde enganché bien con todos mis amigos. Ahí noté que era otra cosa: no estás tan cobijado por los profesores, a la gente le das más igual, los compañeros son un poco más malos. Yo entraba a clase muy fumado y se reían de mí y la verdad que creo que fue el peor año de mi vida.

Se me empezó "a ir un poco la pinza" con los porros, el alcohol y empecé a pensar que la gente se reía de mí. Dejé de fumar porque me sentaba fatal y empecé a probar otras cosas. A los 16 nos colábamos en discotecas, metíamos alcohol porque no teníamos dinero, usaba un DNI falso, etc.

Repetí un año de curso por malas notas, me cambiaron una vez más de colegio y las broncas con mi madre continuaban. Nos tuvimos que mudar de Boadilla del Monte a Valdebebas, otro barrio de Madrid.

La última bala... un Padre Nuestro

Recuerdo que antes de mudarnos, en la casa que dejábamos, hubo una noche que estuve fatal y estuve tan mal que utilicé la única, la última bala que me quedaba en la recámara, porque lo había probado todo, había probado todo lo que te propone el mundo para ser feliz: drogas, chicas, popularidad… lo que te ofrece el mundo y la verdad que no me llenaba. Estaba muy triste. Entonces esa noche me comí mi orgullo y me acuerdo que recé un Padre Nuestro diciendo: “te necesito”.

Me comí el orgullo y la soberbia de que yo podía con todo y cambié el chip para reconocer que estaba mal y que necesitaba ayuda, así que se la pedí a Dios. Al día siguiente no cambió nada pero sí que fue un punto de inflexión en el que fueron pasando cosas pequeñas o grandes y que me ayudaron a cambiar de vida.

Una videollamada desde Bilbao

Acabé el bachiller en Madrid y seguí saliendo de fiesta con los amigos. Durante el último año del bachillerato ya no consumía drogas. Me mudé a Bilbao y empecé a estudiar y a trabajar en una cocina de un restaurante. Lo bueno de la cocina es que trabajas todos los fines de semana y no puedes salir de fiesta porque trabajas hasta tarde. Poco a poco empecé a ir a Misa los domingos, a leer el Evangelio mientras iba o volvía de clase, etc. Me lo ponía en la radio y escuchaba. Me llamaban mucho la atención las lecturas y me llenaban.

Un día decidí confesarme y fue fenomenal. Seguí yendo a Misa los domingos y encontré un libro en la casa a la que nos habíamos mudado en Bilbao que se llamaba 'La imitación de Cristo', de Tomas Kempis, que era muy potente. Contaba cosas sobre el cristianismo que tenían mucho sentido, y por la noche fácilmente me podía pasar 2 horas de rodillas rezando. Era impresionante, me llenaba muchísimo, pero sí que sentía que me faltaba algo más, siempre necesitaba algo más: iba a Misa, me confesaba, hablaba con un cura, pero me faltaba algo.

Después llegó la pandemia y rezaba, pero luego me bebía unas cervezas y estaba hasta las 4 de la mañana jugando a videojuegos. Cuando terminó la pandemia un día hicimos una videollamada de antiguos socios del club del Opus Dei al que iba de pequeño, cuando estaba en quinto y sexto de primaria. Hablamos de todo y de nada.

Cuando se acabó dije: “¿no habrá algo parecido a esto en Bilbao?”. Recordé que yo me lo pasaba muy bien con esta gente… y que además rezaba. Entonces escribí a mi monitor y me puso en contacto con una persona del Opus Dei en Bilbao. Empecé a hablar con este chico y la primera vez que hablé con él me puse a llorar porque le conté mi vida: que estaba fatal aunque iba a Misa, pero que todavía tenía heridas que sanar. 

Me animó a rezar más, a rezar el Rosario, etc., pero hubo una cosa que me cambió la vida que fue por la que hoy estoy aquí. Me dijo: “Tú, Krishna, puedes ser santo”. Yo pensé: “este hombre no me conoce todavía”. Y me insistió: “no, no, es que tú puedes ser santo y estás llamado a ser santo. Todos estamos llamados a ser santos y tú no lo vas a hacer, lo hace Dios en ti”, y eso me descolocó.

Feliz con mayúsculas

A partir de ahí empezamos a hablar y yo hacía lo que me decían: empezaba la semana muy bien, luego bajaba, subidas, bajones, lo típico, pero al final conectas los puntos: caí de repente en un club del Opus Dei, me hablaron de la santidad en medio del mundo, y en un momento dado me propusieron pedir la admisión al Opus Dei y entregarme a Dios.

La verdad es que me costó un poco la idea del celibato; dices “a mí me encantan las tías, igual esto no es para mí”, pero claro a todos nos gustan, pero es que Dios necesita gente, nos llama como a los apóstoles y no te lo esperas.

Me costó un poco, varias personas rezaron varias novenas por mí y al final me lancé a la piscina y me fié. La verdad es que sigo muy contento cuatro años después. Sigo luchando no en las mismas cosas evidentemente, pero siempre tiene que haber lucha. Cuando pedí la admisión dije “ya he llegado, ya está todo hecho, qué bien”. Pero no, acababa de empezar todo y hoy sí que puedo decir que soy feliz con mayúsculas.

Darte cuenta que Dios te quiere, que está pendiente de ti, que tiene un propósito y una misión para ti concreta... es impresionante. La libertad que te deja para hacer lo que te dé la gana. Cada día no puedo hacer otra cosa que dar gracias a mi familia que ha rezado tanto por mí; mi madre, que puede ser Santa Mónica, la madre de san Agustín, fácilmente; al igual que mi abuela.