Buenos días, esperanza

“Algunos días, cuando me levanto –cuenta Pilar Fernández-Loza, una madre de familia de Asturias (España)- y pienso en la enfermedad de Cayetano, mi marido, me inunda una sensación de tristeza que me recuerda aquella canción de Edith Piaf: Buenos días tristeza. Pero rectifico enseguida y le pido ayuda a Dios para decir: Buenos días, esperanza”.

Bodas de oro

“Acabamos de celebrar las bodas de oro. Por eso tengo la casa más bonita que nunca, con estos ramos de flores y estos regalos de mis hijos. Mi hijo vive en Bilbao y tiene dos hijos, de diecisiete y catorce años. Mi hija vive en Estados Unidos y tiene dos, de trece y ocho años. Durante la celebración, en la que comimos rico y lo pasamos muy bien, mi nieta María me estuvo preguntando por mi boda. Empecé a contarle que el abuelo y yo nos casamos el 12 de octubre de 1956, en Covadonga, junto a la Santina, y fue muy emocionante.  Y también muy divertido, porque cuando salía del Hotel Pelayo y me dirigía hacia la Gruta me avisaron que esperara un ratín, porque estaban poniéndole el manto blanco a la Virgen y colocando los gladiolos blancos sobre el altar, como habíamos pedido. Y durante ese tiempo se me acercó un obispo, muy solemne, con solideo y capa púrpura –vendría de alguna ceremonia, supongo- y me preguntó:

-Pero hija mía, ¿dónde vas vestida así?

Y yo le dije, con todo respeto:

-Pues señor obispo, es evidente: ¡me voy a casar! 

En fin; les estuve contando los recuerdos habituales de las Bodas de Oro de cualquier matrimonio que tenga la alegría de celebrarlo. 

Nuestras Bodas de Oro han sido, cómo diría yo… algo especiales. Antes pensábamos que cuando fuéramos mayores tendríamos los típicos achaques, la tensión alta o cosas así. Ahora, algunos días, cuando me levanto y pienso en su enfermedad, me inunda una sensación que me recuerda aquella canción de Edith Piaf: Buenos días, tristeza. Pero rectifico enseguida y le pido  ayuda a Dios para identificarme con su Voluntad.

Cayetano lleva enfermo desde hace diez años. El primer síntoma fue en la Navidad de 1996, cuando fuimos a Bilbao a visitar a mi hijo. A la vuelta venía conduciendo y se perdió en dos ocasiones. Yo me quedé extrañada, porque se conocía la carretera como la palma de su mano. A partir de entonces empezó a tener dudas y distracciones. Bajaba, compraba el periódico y lo dejaba sobre la mesa, sin abrir…

- Pilarina (me decía, a la asturiana, aunque él es de Almería), algo me está pasando…

Un día, en la primavera del 98, se puso a hacer la declaración de la renta, como todos los años. Ejercía de auditor de banco y no sabía hacerla... Hasta que dijo: “vamos al médico”. 

Era Alzheimer.

Desde entonces ha ido perdiendo progresivamente la memoria, y eso es muy duro, porque está… pero no está. Un día, durante una reunión, comentaban como van cambiando de expresión, de gesto, como van perdiendo la mirada… –“Quizá –les dije yo-. Pero los ojos de mi marido siguen siendo azules”.

"Gracias a Dios hemos sido un matrimonio muy afortunado: nos hemos querido mucho y nos seguimos queriendo, aunque ahora él no pueda expresarlo"

Yo procuro darle todo el cariño que puedo y no me tengo que esforzar, porque gracias a Dios hemos sido un matrimonio muy afortunado: nos hemos querido mucho y nos seguimos queriendo, aunque ahora él no pueda expresarlo. A veces, le acerco mi mejilla a sus labios, y aunque tarda en reaccionar, siempre me acaba dando un beso.

La gracia de la vocación

Hemos sido muy felices en nuestro matrimonio, aunque no nos han faltado penas. Se nos murió un hijo con diecinueve años. Pero hemos tenido siempre la fuerza y el consuelo de la fe. Además, hemos recibido la gracia de la vocación. Somos supernumerarios del Opus Dei desde finales de los sesenta. 

Cayetano se decidió poco antes que yo. Ahora siento mucha alegría al recordar que nunca le puse dificultades cuando se iba unos días de curso de retiro, por ejemplo, y yo me quedaba en casa sola con los niños. Yo no era del Opus Dei, pero pensaba: “esto es bueno para él; y si es bueno para él, es también bueno para mí”.

Luego, cuando me hice del Opus Dei, él tampoco me puso ningún obstáculo: al contrario, me ha ayudado siempre en mi vocación, gracias a la cual hemos recibido tantas orientaciones buenas para la educación de nuestros hijos, para nuestra relación humana y espiritual…

Desde luego, la vocación es de lo más maravilloso que nos ha pasado, y si Cayetano estuviera bueno, también lo diría. Esto lo he sabido siempre, pero ahora lo palpo con las manos, sin forofadas de ningún tipo. Estamos recibiendo cariño a raudales. Vienen, me alientan, me animan… Hay un sacerdote que viene a verle con frecuencia, y aunque no se sabe hasta qué punto comprende, su presencia es muy buena para él y para mí. El otro día, para mi aniversario de boda, me trajeron ese ramo de crisantemos y me puse a llorar. “¿Pero, Pilar, por qué lloras?” –me preguntó una. Le expliqué que también se llora de alegría, al ver esas delicadezas que tiene la Obra; esas muestras de cariño que son como si te envolvieran en una bufanda de cachemir…

Son delicadezas de madre: yo perdí la mía a los tres años, y me criaron dos tías que han sido dos madres para mí. Murieron las dos con más de cien años y me estuvieron ayudando y confortando, por medio del teléfono, hasta el último momento. A mí me daba muchísima pena no poder ir a verlas desde Madrid, a causa de mi situación, pero ellas me decían: “No te preocupes: ahora, tu primera obligación es cuidar de tu marido; y la segunda, cuidarte tú”.

Por eso, siempre que acudo a un medio de formación, aunque me planteen metas muy exigentes de vida cristiana, doy las gracias. Cuando me preguntan por qué lo hago, como soy asturiana y me gusta hablar claro, contesto: “¡porque me estáis ayudando!”.

Naturalmente, hay aspectos del espíritu del Opus Dei que me han costado vivir, y cosas que no he comprendido a la primera. También le doy gracias a Dios por eso:  he ido ganando en docilidad a la Voluntad de Dios, y Dios me ha ido preparando para esto…

Me han ayudado a ver el amor de Dios en todo esto, a intentar encariñarme con esta enfermedad; a sonreír y a estar contenta, aunque tenga mis sesiones de llantos, pero sin amargura, con sosiego, con paz. Es mi forma de ser fiel a Dios y de serle fiel a Cayetano en estos momentos.

 

En mi Asociación

Yo pertenezco a una Asociación de Familiares con Alzheimer, AFAL, y formo parte de un grupo de cuidadores de personas con esta enfermedad, que procuramos ayudarnos entre nosotros, porque nuestra situación es muy difícil y dura. AFAL funciona muy bien: nos orientan, nos confortan, nos dan afecto y nos fijan metas; y contamos con las orientaciones de un psicólogo para el grupo que nos anima a cuidar de nosotros mismos, para transmitirle al enfermo el propio bienestar.

Porque esta enfermedad tiende a aislarte de los demás y las amistades vienen menos a verte, quizá como autodefensa: es tan triste contemplar a una persona se va apagando lentamente…

Santuario de Covadonga

Recuerdos

Yo a Cayetano le hablo mucho, aunque no me pueda contestar y no sepa si me comprende del todo. Y siempre, cuando regresa del centro de día, ayudado por otra persona, salgo a esperarle a la puerta de la calle, como cuando éramos novios. 

Ahora, cuando pienso en aquellos años, me da mucha alegría haber tenido un noviazgo cristiano: se lo agradezco mucho a Dios. Me parece que en estos momentos gran parte de la juventud desconoce el verdadero amor. El otro día, cuando mi nieta María me preguntaba por mi boda, le conté algo personal, muy íntimo quizá, pero que refleja el modo de ser de Cayetano. Lo cuento, porque si puede hacer bien a alguna persona. La primera noche tras la boda quisimos pasarla en Covadonga, en un hotel de finales del siglo XIX que tenía una habitación con una ventana desde la que se veía la Santina. Y al acostarme, bajo la almohada, me encontré una carta. Era un detalle de delicadeza muy suyo.

Habíamos sido novios durante cuatro años, y casi todo nuestro noviazgo fue por carta, porque él era de Almería y yo de Gijón, y entonces ni las comunicaciones ni las posibilidades económicas eran las de ahora. Total: que nos habíamos visto relativamente poco, aunque durante cuatro años nos habíamos escrito todos los días: to-dos-los-dí-as. En esa carta, la primera de casado, me manifestaba todo el amor que me tenía, su alegría por haber recibido el sacramento del matrimonio, y su deseo de serme fiel durante toda la vida.

Hace unos años no hubiese contado estas cosas. Pero ahora las digo, porque hay jóvenes que lo reducen todo a pura biología y eso no dura, no puede durar. Nosotros, gracias a Dios, teníamos clarísimo en aquellos momentos, por nuestra formación cristiana, que el matrimonio es un sacramento y un camino de santidad; que nos casábamos para siempre y con todas las consecuencias.

Recuerdo que hace años, cuando vivíamos en Bilbao, Cayetano tenía que viajar mucho a causa de su trabajo, y me contó que, después de hacer una auditoría, no recuerdo ahora en qué ciudad, había ido con el equipo de auditores a tomar una cervecina a un bar. Eran un grupo de solteros y casados. En el bar se encontraron con unas chicas y empezaron a hablar. Unas chicas normales. Todo normal. Al día siguiente, volvieron, y al ver que estaban las mismas chicas, él se despidió. -¿Por qué te vas? –le preguntaron. –Porque yo tengo una mujer que me está esperando en Bilbao, les dijo. Ya digo que no había pasado nada en especial: pero él decía que en esas circunstancias de soledad hay que ser especialmente cautos y saber alejarse a tiempo.

Recuerdo con qué cuidado preparaba las auditorias; quería hacerlas lo mejor posible, para ofrecérselas a Dios. Y siempre, antes de entregarlas, me pedía consejo sobre tal o cual expresión. –“¡Pero si yo no tengo ni idea de banca!” –le decía yo. –“Sí, pero las mujeres sois más delicadas que los hombres –me explicaba-, y sabéis decir lo mismo de forma más amable. Yo quiero decir la verdad, pero sin herir a nadie. Anda, léete esta frase, a ver si se puede decir mejor”.

¿Esto son tonterías? Pienso que no; es coherencia cristiana. ¿Y de dónde salía todo esto? Está claro: de lo que rezaba, del espíritu del Opus Dei que vivía… y que vive ahora, porque esta enfermedad también es Opus Dei, Obra de Dios. 

Esto que voy a contar ahora sí que puede parecer una tontería: tengo un bol en la cocina para la sal y un día se me ocurrió escribir en él: “la sal de la tierra”, que es una idea que me gusta mucho. ¡Pues Dios se sirve hasta de estas tonterías! El otro día mi nieta María entró en la cocina y me preguntó: “abuela, ¿y esto que significa? “ Y antes que yo le contestara, su padre le explicó que eran unas palabras del Evangelio. Fue algo muy pequeño, pero yo descubrí que Dios se sirve de cualquier medio, por pequeño que parezca, para remover a los demás. Como esos pequeños detalles de cariño que son tan importantes. “-¿Y le cuidan?”, me preguntó un día mi hijo, refiriéndose a las personas del Opus Dei. “No; -le expliqué –a tu padre le cuido yo, que soy la que tengo que cuidarle. A tu padre le quieren.” ”