Barcelona

“Tiempo de caminar”, libro de Ana Sastre sobre el fundador del Opus Dei.

Cataluña será la última etapa de este viaje de Monseñor Escrivá de Balaguer. Es un terreno duro pero fértil, en el que ha arraigado ampliamente el Opus Dei. Están muy lejos aquellos años en que la contradicción pesaba sobre el Padre y sobre los primeros miembros de la Obra en la Ciudad Condal. Ahora, muchos catalanes generosos con lo que entienden, con lo que hacen suyo por serio, eficaz y trascendente, se vuelcan con el Fundador de la Obra.

Nada más llegar, se acerca a la Basílica de la Merced. Allí donde fue en circunstancias graves a pedir fuerzas, a sentir la protección firme de la Virgen María antes de navegar hasta la Ciudad Eterna. Amor con amor se paga, y el Padre se arrodilla una vez más para decir su acción de gracias.

Después, un calendario apretado que va a llenar diez días de tertulias, visitas y encuentros con toda clase de personas. Hay que habilitar la pista deportiva de la Escuela Deportiva Brafa , en Horta, para dar cabida a unas seis mil personas cada día. Vienen de Cataluña, Aragón y Baleares.

También Castelldaura -Casa de Retiros junto a San Pedro de Premiá- va a ser testigo de grandes reuniones.

A primera vista, puede suponer una dificultad que estos encuentros tengan lugar en días laborables. Si para todo hombre el trabajo es serio, y tratándose de un cristiano debe ser santo, para un catalán los adjetivos adquieren grados superlativos. Por eso el Padre se conmueve cuando entra en el polideportivo del Brafa y se encuentra el local abarrotado.

«Consideraba esta mañana qué os diría, y me han venido a la mente las palabras de la Sagrada Escritura: que el Señor creó al hombre ut operaretur, para que trabajara... Pero habéis de pensar que el trabajo necesita ser santificado, que os habéis de hacer santos con el trabajo y que habéis de santificar a los demás con vuestro trabajo»(46).

Preguntan al Padre cómo compaginar su profesión, sin horario previsible, con el apostolado, la atención familiar..., y responde que, un hijo de Dios en el Opus Dei «saca horas para todo. A mí me interesan las personas que no tienen tiempo. Vagos, no quiero. Los amo mucho, pero fuera del Opus Dei»(47).

El Fundador toca un tema bien entendido en Cataluña. Pero les habla del espíritu del Opus Dei que ha metido la presencia de Dios en los entresijos del trabajo; del apoyo constante en la filiación divina para encajar los zarpazos de la derrota, del aparente fracaso, o los éxitos del esfuerzo bien hecho.

«Si quieres santificar el trabajo, santificarte con el trabajo y santificar a los demás con el trabajo, no puedes hacer chapucerías. Deberás desempeñar tu trabajo muy bien, de un modo noble, limpio, con empeño y ofreciéndoselo al Señor. ¿Cómo vas a ofrecer a Dios una cosa que sea voluntariamente imperfecta y hasta mala?»(48).

Y ante la dificultad de encontrar tiempo para llevar adelante más de una tarea, el Padre responde:

«El apostolado, para nosotros, no es una cosa superpuesta: lo estamos haciendo continuamente. Con respecto a la familia te diré que, si tienes mucho quehacer, serás de los que tienen capacidad para sacar cuarenta y ocho horas al día. Son los que no trabajan los que no encuentran diez minutos libres»`.

Después, las preguntas en el Brafa se multiplican: sobre cómo ayudar a los amigos que han perdido la fe; cuestiones relativas a la Confesión, a la Eucaristía, a la Santa Misa. La presencia de Dios en las almas de los cristianos; la Cruz de cada día; el dolor en la vida de los hombres; la alegría... Todo va saliendo por los cuatro puntos cardinales de las pistas del Brafa para escuchar la respuesta clara, la doctrina de siempre.

«Me gustaría que tuvierais la devoción de agradecer cada día al Señor todos los bienes que habéis recibido, y también los que no conocéis. ¡Yo lo hago! Medio me confieso con vosotros, perdonad; pero sería un hipócrita si os recomendara una cosa que no hiciera. Yo rezo: pro universis beneficiis tuis, etiam ignotis ; agradezco también los beneficios que no conozco» (50) Como contrapunto, un hombre interviene desde un rincón de la sala y habla de su hija impedida, que quiere saludarle.

Desde un sillón de ruedas, a través de los altavoces, se oye una voz infantil que dice, lentamente:

-«Padre.

-Dime, hija mía.

-Yo también fui a Lourdes y he vuelto muy contenta. Rezo mucho por usted.

-Oye, guapa, mañana en la Santa Misa te pondré en la patena, con la Hostia, en el momento del Ofertorio. Y le pediré al Señor que te haga muy feliz en la tierra, y que después te dé el cielo. ¿Te parece bien?

-Sí, Padre.

-¡Guapa, te quiero mucho!

-Gracias, Padre»(51).

Y Monseñor Escrivá de Balaguer señala a estos padres y a esta niña como ejemplo de aceptación del dolor. De espíritu cristiano auténtico, no teórico, ante lo incomprensible de los juicios divinos. Porque Dios nos ama infinitamente, por encima de todos los zarandeos existenciales, de la enfermedad y de la muerte. Y la sala entera, sin vacilación, aplaude. Porque es el modo afectuoso y emocionado de subrayar el acuerdo. Parece que, cuando se habla de Dios, los problemas pierden gravedad y el peso se alivia por la fuerza de todos los hermanos unidos en la fe.

En el IESE , Instituto de Estudios Superiores de la Empresa , hablará, también, a un grupo numerosos de empresarios:

«No olvidéis el sentido cristiano de la vida. No os gocéis con vuestros éxitos. No os sintáis como desesperados, si alguna cosa fracasa. Además, si tenéis cien cosas en movimiento, alguna tiene que ir mal, porque las otras noventa y nueve van bien. Acordaos de los que tienen menos que vosotros» (52).

Y les anima a usar del dinero con la magnanimidad exigente del Evangelio.

El día 24 se desplaza el Fundador desde Barcelona a Gerona para hablar en el Instituto Técnico Agrario Bell-lloc del Pla en el que se cursan el Bachillerato y enseñanzas agrarias. Aquí el Padre sigue exponiendo los mismos temas, en el lenguaje universal de los hijos de Dios, sin distinción alguna. Idéntica petición de fe y esperanza, igual exigencia de caridad.

Antes de salir de Cataluña visita a las monjas Clarisas de Pedralbes. Sus palabras se oyen, una vez más, entre los murós góticos de este convento. Días antes, a las carmelitas de Puzol, cerca de Valencia, les ha asegurado:

«La Iglesia se quedaría árida sin vosotras, y no podríamos decir: sacad con alegría las aguas de las fuentes del Salvador. Es aquí donde sacáis las aguas de Dios, para que nosotros podamos convertir la tierra seca en un huerto lleno de naranjos. Sin vuestra ayuda no haríamos nada; por eso vengo a daros las gracias. Estoy persuadido de que muchos sacerdotes que sufren y lloran ahora en el mundo, al escuchar vuestros cánticos -también los de la recreación- se llenarán de gozo. ¡Mil veces benditas seáis!»(53)

En la misma mañana del día 30 de noviembre, Monseñor Escrivá de Balaguer emprende su viaje de regreso a Roma. Antes, se reunirá con algunos hijos suyos en el oratorio de Castelldaura. Las imágenes románicas asisten, en actitudes ingenuas de piedad primitiva y sincera, al Te Deum con que el Fundador del Opus Dei agradece a Dios los resultados de este viaje en el que ha podido hablar a tantos miles de personas.

«Daremos gracias a Dios Nuestro Señor porque en toda la Península Ibérica -en Portugal y en España- hemos encontrado miles, miles y miles de personas estupendas. Algunas estaban un poco alejadas de los sacramentos -por esos líos que pasan, por estas cosas que suceden, que sentimos y lamentamos-, pero ahora se han acercado al Sacramento de la Penitencia, y han recibido a nuestro Señor. Esa riqueza me ha llenado el corazón de alegría»(54)

Por las ventanas -casi aspilleras- del oratorio de piedra, se filtra una luz blanquecina. Es el sol, que parece rubricar las palabras que suenan en la nave.