Amigos de los hombres, amigos de Dios

“Las ocupaciones cotidianas no son un obstáculo para el desarrollo de la vida espiritual, sino que pueden y deben transformarse en oración”. Este es el mensaje evangélico principal que recordó san Josemaría. Así lo resume una articulista de la Tribuna de Albacete.

Todas las personas que creemos tenemos «nuestros» santos; aquellos que por la idiosincrasia de su vida y obra, nos inspiran especial devoción. Los recomendamos a las personas que queremos y a las que vemos necesitadas de ayuda. «Encomiéndate, que es muy milagroso». Así hacen, desde los toreros, hasta las buenas abuelas de siempre que rezan cada día su estampero particular, pasando por el más variopinto personal.

Gracias a Dios, la Iglesia tiene muchos santos. Seguro que son todos los que están; pero quizá a nuestros ojos - o sea, canonizados - no están todos los que son. Más de uno de nosotros podría dar testimonio de personas santas; esas que viven sencillamente - pero de modo extraordinario - la vida que les ha tocado vivir, convirtiéndola en ocasión para querer a Dios y para ayudar que otros lo consigan.

Entre los santos de mi devoción, adquiere especial relevancia San Josemaría - cuya fiesta se celebra el 26 de Junio -, un santo cercano. No sólo porque su vida fue coetánea de muchos de nosotros; sino porque su personalidad marcó una profunda huella, particularmente significativa de esta doctrina evangélica sobre la llamada universal a la santidad y al apostolado (que no es otra cosa que acercar a Dios a la gente y la gente a Dios), que -tras las enseñanzas del Concilio Vaticano II- es bien conocida por los fieles de la Iglesia Católica.

Desde 1928, con la fundación del Opus Dei, San Josemaría fue pionero de esa plenitud de vida cristiana -santidad- que cada uno ha de buscar en las circunstancias ordinarias donde la Providencia le ha situado. No es un ideal imposible. Recomiendo a todos conocer la historia de su vida y obra.

Vibrar de amor en la calle

Insisto, es un ejemplo, particularmente cercano, que muestra cómo las ocupaciones cotidianas no son un obstáculo para el desarrollo de la vida espiritual, sino que pueden y deben transformarse en oración. Él mismo, anota sorprendido, en sus apuntes personales, que vibraba de Amor de Dios precisamente por la calle, entre el ruido de los automóviles, de la gente; ¡incluso leyendo el periódico!

Como madre de familia, llama mi atención, la influencia que tuvo en este santo el ejemplo y educación recibida de sus padres. «Se desenvuelve en una atmósfera familiar que cultiva la educación, el pudor, los buenos modales. Aprende a escuchar, a atender, a aprender, a ayudar en la convivencia. Observa la comprensión que se tiene con los ancianos, los enfermos y los pobres; va atesorando ese comportamiento, con la conciencia de que nadie le puede resultar indiferente.»

Por eso, llevó la esperanza, con su amistad y su paternidad sacerdotal, a muchos indigentes, a incontables enfermos, a personas que otros aislaban o rechazaban, a quiénes no habían experimentado la seguridad de una familia.

San Josemaría destacó por su espíritu constructivo, su alegría contagiosa, su capacidad de optimismo y una inconmovible esperanza. Incitaba a amar al mundo apasionadamente. De eso se trata: Les recomiendo la devoción a este santo que enseña a hacer poesía de la prosa de cada día.

Kika Tomás Garrido// La tribuna de Albacete