7. Otoño de 1938

“El Fundador del Opus Dei”, biografía escrita por Andrés Vázquez de Prada

Con fecha 14 de septiembre anotó don Josemaría una de esas rarísimas y aisladas catalinas del verano de 1938. Dice así:

Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, 14-9-38. Pedí al Señor, con todas las veras de mi alma, que me dé su gracia para exaltar la Cruz Santa en mis potencias y en mis sentidos... ¡Una vida nueva! Un resello: para dar firmeza a la autenticidad de mi embajada... ¡Josemaría, en la Cruz! —Veremos, veremos. —R.Ch.V. |# 260|.

Sabemos las circunstancias en que fue acuñada esta catalina, ya que los días de retiro espiritual del sacerdote solían ir precedidos de ansias vivas de hallarse a solas con Dios. Y no sólo ganas, absoluta necesidad física tenía don Josemaría de descansar en medio del campo, por ocho o diez días, sin más compañía que Manolito (el Señor), como dice a Isidoro |# 261|. Pero, como también solía ocurrirle, tan pronto se preparaba para estar a solas con Él, comenzaba a notar, en la víspera misma del retiro, un extraño fenómeno: que se le apagaba totalmente el entusiasmo de los sentidos, como el hierro al rojo vivo, metido en agua fría.

La tarde del 25 de septiembre salió de Burgos en autobús de línea, camino del monasterio benedictino de Silos, donde iba a hacer su retiro espiritual de 1938. Llegó allí a las siete; y a las ocho el delgado son de una esquilita le llamaba para la cena. Antes de penetrar en el refectorio, el padre Abad, según costumbre monástica, recibió al huésped con la ceremonia del lavamanos.

A las nueve menos cuarto —contará luego a sus hijos— ya estaba retirado en mi celda. A las diez y cuarto han apagado el gas. Son, en este momento, las once y cuarto. Entre rezar y escribir estas cuartillas, se pasó el tiempo. Noto frío. Haré un poco de gimnasia; rezaré mis oraciones de niño y las Preces; haré el examen; después, las tres avemarías de la Pureza, el miserere, y a acostarme en la cama.

¡Juanito!: ¡cómo te reirías, si me vieras hacer gimnasia! |# 262|.

Cenó poco y durmió menos. Anduvo agitado, con pesadillas, oyendo casi todas las campanadas del reloj durante la noche. Con el pensamiento en vela recorrió, uno a uno, a todos los suyos, a los que dormían en Burgos, en el frente o en Madrid:

Mil veces hoy he pensado en todos y en cada uno de mis hijos; especialmente, en los que están en la zona roja. También en la abuela y en mis hermanos, y en los padres y hermanos de todos |# 263|.

Tres días después, resumió en breves líneas su estado de ánimo, prometiendo no hacer más anotaciones:

Monasterio de Santo Domingo de Silos, vísperas de la Dedicación de San Miguel Arcángel, 28, sep. de 1938. Llevo tres días de retiro... sin hacer nada. Terriblemente tentado. Me veo, no sólo incapaz de sacar la Obra adelante, sino incapaz de salvarme —¡pobre alma mía!— sin un milagro de la gracia. Estoy frío y —peor— como indiferente: igual que si fuera un espectador de "mi caso", a quien nada importara lo que contempla. No hago oración. ¿Serán estériles estos días? Y, sin embargo, mi Madre es mi Madre, y Jesús es —¿me atrevo?— ¡mi Jesús! Y hay bastantes almas santas, ahora mismo, pidiendo por este pecador. ¡No lo entiendo! ¿Vendrá la enfermedad que me purifique? |# 264|.

El Señor continuaba purificando sus potencias y sentidos con tormentos, tentaciones, humillaciones y arideces, para exaltar en ellos la Cruz. Tragos amargos de la noche oscura del alma. Y así, sin ánimo ni para invocar a su Custodio —al Relojerico—, el alma del Fundador se hallaba con la sensibilidad dormida y el pensamiento lejos, muy lejos de Dios, lejos ¡hasta en la Misa! En la celda de Santo Domingo, donde había entonces una capilla, vio claramente confirmado que su método era estar en las pequeñeces más pueriles, como tiempo atrás, aunque le pareciese que estaba haciendo comedia; y perseverar, en esas menudencias heroicas (la sensibilidad, dormida para el bien, no cuenta), por meses y hasta por años, con mi voluntad fría, pero decidida a hacer esto por Amor |# 265|.

* * *

El 2 de octubre, ya de vuelta en Burgos, pasó un mal día. Un día lleno de preocupaciones que, si no le quitaban la paz, le traían inquieto. La Obra cumplía diez años:

Mal día, para mí, fue el 2 —escribe a Isidoro—: porque me ahogué en un mar de recuerdos de personas y de cosas queridas —soy un sentimental: ¡este corazón!—, separadas desde hace un año por las exigencias del negocio, que es la vida y el único porvenir de los de mi sangre. Si me dejo llevar de mi flaqueza, embarco y me presento en mi hogar del otro lado de los mares. ¡Se me pone que habría sido una escenita! |# 266|.

La guerra seguía su curso. En muchas de sus cartas se quejará don Josemaría de que los jóvenes no le escriben, de que no contestan sus cartas desde el frente. La realidad es que la guerra había entrado en la etapa más sangrienta de su historia. A finales de julio, una potente ofensiva republicana en el bajo Ebro, con ruptura del frente nacional, desencadenó una contraofensiva y, luego, una cruenta batalla de desgaste y trituración aérea y artillera. Este enfrentamiento duró hasta noviembre y arrojó un saldo de 125.000 bajas. En medio de ataques y contraataques, el batallón de Juan fue copado por el enemigo, aunque pudieron librarse del cerco perdiendo el bagaje que llevaban consigo. A la vuelta de Silos el Padre tuvo que enviar a Juan ropa de repuesto.

Todavía acariciaba la idea de visitar a sus hijos y a otros muchos, a los que dirigía espiritualmente, en el frente. La carta del 7 de agosto enviada a don Leopoldo, consultándole sobre si consideraba o no conveniente que aceptase un puesto de asesor jurídico-militar que le facilitara su labor pastoral en los frentes de combate, no había tenido aún respuesta. Creyó, pues, necesario comunicar al Vicario, don Casimiro Morcillo, que le estaban presionando del Servicio Nacional de Asuntos Eclesiásticos para que manifestase si se hallaba dispuesto a aceptar dicho nombramiento |# 267|. (No quería hacer el apostolado a su aire y antojo).

La carta a don Casimiro se cruzó con la respuesta del Obispo de Madrid-Alcalá a don Josemaría:

«He pensado mucho en su proposición de V., y, después de darle muchas vueltas, no veo el modo de salvar la prohibición del can. 141, § 1º, que cierra a los clérigos las puertas del ingreso voluntario en el Ejército; porque militares son los jurídico-militares y como tales han de actuar en los casos de guerra o perturbación del orden público taxativamente señalados en dicho canon; y por consiguiente la asimilación de V. a jurídico-militar equivaldría a la voluntaria incorporación al ejército [...].

Cuente con mi bendición y mis oraciones para que Ntro. Señor haga fecundo su apostolado, multiplicando por su medio los frutos de santificación.

De corazón lo bendice y se encomienda en sus oraciones su aftmo.:

+El Obispo de M.A.

Navalcarnero, 4-X-1938» |# 268|.

A vuelta de correo agradecía don Josemaría al Obispo su paternal solicitud:

Muy querido y venerado Señor Obispo: ¡Jesús le guarde! Unas palabras de agradecimiento, por la carta de V. E. Rvma. que recibí ayer. Me ha dado mucha tranquilidad y alegría, y, si fuera posible, me sentiría ahora más hijo de mi Señor Obispo que antes. La he leído repetidas veces, porque el espíritu sobrenatural y paternal de V. E. se retrata en esas líneas; y yo quiero aprender en esa escuela a mejorar mi fe, y a esperar de mi Padre del Cielo y de las bendiciones de mi otro Padre el Señor Obispo la fortaleza, para esos hijos de mi alma y para mí, que iba a buscar con medios... de fin sobrenatural, pero humanos |# 269|.

* * *

Por esos días, las preocupaciones del Padre eran de otra clase. En el retiro espiritual en Silos, en el décimo aniversario de la Obra, y en los días que siguieron, tenía el pensamiento en Madrid. De Madrid no sabemos últimamente nada, escribía el 5 de octubre a Ricardo. Y, unos párrafos más adelante: ¡Madrid! Otra tentación: ¿puedes creer que me volvería, para hacer aquella vida dura, en medio de las personas queridas que allí nos quedan? |# 270|.

Los refugiados que se habían quedado en Madrid, esperando salir de zona republicana por vía diplomática —Álvaro del Portillo, José María González Barredo, Vicente Rodríguez Casado y Eduardo Alastrué— vieron que, conforme avanzaban los meses, retrocedían sus esperanzas. Don Pedro, el cónsul, parecía haber perdido entusiasmo e interés en el asunto de la evacuación |# 271|. Hasta que un día de mediados de junio Manolo Marín, un primo de Vicente, salió del Consulado de Honduras, donde estaba asilado, con la intención de pasarse por el frente a las líneas nacionales. Abandonó Isidoro la idea de la evacuación por lista diplomática, o por canje de prisioneros, y dio permiso a los miembros de la Obra para que intentaran también pasarse por el frente |# 272|.

«Con la ayuda de D. Manuel he pensado detenidamente en tus proyectos —escribía Isidoro a Álvaro—. [...] me parece puedes realizar tus proyectos, y que D. Manuel y Dª María llenen tus deseos, que son los nuestros» |# 273|. Después anunció esta decisión al Padre, es decir, cómo pensaban resolver el asunto «por el conducto de Mr. Richard» (cruzando el frente, como antes hiciera Ricardo).

Es precisamente aquí, en este punto, donde da comienzo lo que pudiera muy bien titularse "Comedia divina de errores y despropósitos", en la que el Señor y Santa María, como invocaba Isidoro, tuvieron que estar constantemente al quite para llevar a buen término los intentos de los fugitivos. Se hicieron los asilados con unas tarjetas de identidad; falsas, por supuesto; y el 27 de junio se presentó Eduardo en la Caja de Reclutamiento. Conviene aclarar que el ejército republicano, tras la campaña de Aragón, había tenido que rehacer sus unidades, movilizando el 13 de abril los reemplazos de 1927 y 1928, y los de 1941. (Esto es, por encima y por debajo, en cuanto a edad, de los que ya prestaban servicio). Álvaro, Eduardo y José María, para justificar el retraso en presentarse a filas, alegaron diversas enfermedades: de estómago, de hígado, defectos de vista y hasta ataques epilépticos. De más difícil arreglo era la edad. Eduardo se presentó como recluta de 1928, es decir, simulando tener seis años más de los que en realidad tenía |# 274|.

Isidoro había dado previamente a los tres reclutas toda clase de consejos, preparándolos para el interrogatorio, que iba a ser duro. Álvaro llevaba como toda documentación un carnet de la C.N.T. de su hermano Pepe. El 2 de julio se presentó en la Caja de Recluta y declaró tener 18 años, como si fuese de la quinta de 1941, la "quinta del biberón". (En realidad tenía 24). El comandante encargado de la recluta, que no estaba para bromas, mandó abrirle una ficha para enviarlo a un batallón disciplinario. Pero, al buscar su nombre en el registro encontraron, en el mismo reemplazo al que había declarado pertenecer, el nombre de otro de sus hermanos, Ángel. Esto cogió al recluta de sorpresa. Cuando le preguntaron la fecha de nacimiento, dijo ser el 11 de marzo, que era realmente la suya. Y así comienza un animado diálogo, que recoge puntualmente el interesado:

— «Pues aquí pone el 14 de febrero», le replica el empleado de la Caja.

— «Es que se trata de un hermano: fijaos que ahí dice Ángel y no José, que soy yo», aclara el recluta.

— «¡Pero, si sois hermanos...!», chilla indignado el empleado, que consideraba sorprendente que dos hermanos pertenecieran al mismo reemplazo y año.

— «Es que somos gemelos», se le ocurre advertir al recluta.

El oficinista no se detiene a discurrir sobre el asunto y empieza a rellenar una nueva ficha. Otra vez las preguntas de ritual y la fecha de nacimiento:

— «El 14 de febrero», declara Álvaro sin vacilar.

— «¡Pues antes no dijiste ésa!», se le queda mirando el empleado.

— «Entonces —continúa el relato— puedo hablar yo triunfalmente:

— Pero, ¡no seas animal, hombre! Yo no sé qué diría antes; pero de lo que no me cabe duda es de que, si somos mellizos, yo nací en el mismo día que mi hermano.

Queda el escribiente un poco desconcertado, y ya no me pone ninguna dificultad. Alego vista e hígado» |# 275|.

A partir de su entrada en Caja vinieron las revisiones médicas, las deserciones militares, el unirse Vicente a la aventura de los otros tres, la presentación en nuevas Cajas de reclutamiento para conseguir que les mandaran a zonas del frente con facilidades para pasarse, y los cambios de compañía para estar juntos los tres que intentaban cruzar las líneas: Álvaro, Vicente y Eduardo. (José María González Barredo había sido destinado a Servicios auxiliares en Madrid). A primera vista todo parecía torcerse o frustrarse; pero, en realidad, no sucedía otra cosa sino que la Providencia decidió entrar en el juego; y corregía y mejoraba los proyectos de los tres reclutas.

El día de San Bartolomé, 24 de agosto, salieron de Madrid en camiones militares Vicente y Álvaro. «A lo largo del camino —escribe éste último—, la gente hace mil cábalas sobre cuál será el punto de destino de la expedición: ¿Levante, Extremadura, Guadalajara? Nosotros apenas intervinimos en la conversación. Nos tiene perfectamente sin cuidado, pues sabemos, que dondequiera que nos lleven, ése precisamente será el mejor punto, a lo largo de todo el frente, para que nos pasemos. No en vano nuestro Generalísimo es D. Manuel» |# 276|.

Gran parte del mes de septiembre lo pasaron haciendo la instrucción en Fontanar, un pueblecito de Guadalajara, donde ocurrió una más de las muchas "casualidades" providenciales que se estaban produciendo en los últimos meses. Un día de finales de septiembre apareció por allí una expedición de soldados, entre los que venía Eduardo, para completar el batallón de Álvaro y Vicente. (En centenares de kilómetros de frente habían ido a encontrarse los tres, precisamente, en ese pueblecito).

Llegó el 2 de octubre de 1938 y Álvaro consiguió permiso para pasar unas horas en Madrid. Después de hacer larga cola en uno de los cuarteles del paseo de Atocha con Isidoro y Santiago, comieron los tres, sentados en la calle, la corta ración que les cupo: un poco de agua con arroz, una sardina y un trocito de pan. Conversando les contó Álvaro que dentro de pocos días saldrían del campo de instrucción para el frente. Lo que sorprendió a Álvaro fue el comentario que, con toda sencillez, hizo Isidoro: «Sí: ya le he escrito al Padre que hacia el día del Pilar estaréis en Burgos» |# 277|. A media tarde regresó Álvaro a Fontanar, llevando en la cartera las Formas Consagradas que le había dado Isidoro, y que cada día guardaría por turno uno de los tres. Por fin, el día 9, de madrugada, salieron hacia el frente, llegando a su destino veinticuatro horas más tarde. Entre las dos líneas de fuego, la nacional y la republicana, había una ancha zona montañosa, tierra de nadie, de unas ocho horas de marcha, pues aquel era un frente muerto. Estudiaron la posición geográfica de las líneas, y decidieron pasarse al día siguiente, 11 de octubre.

Ese 10 de octubre el Padre celebraba por ellos la Santa Misa en Burgos, con cierta preocupación, porque no había tenido carta de la zona republicana desde el 5 de septiembre. Más intranquilas andaban las familias de Álvaro y Vicente, especialmente las madres, que de dos meses a esta parte, esperaban ver a sus hijos en zona nacional. El Padre las calmaba, las consolaba y les daba trabajo; en los ratos libres doña Clementina y doña Amparo confeccionaban lienzos para el oratorio de Madrid |# 278|.

Don Josemaría, que ya había anunciado a la madre de Álvaro que su hijo se pasaría a mediados de octubre, fue más específico con Pedro, Paco y José María Albareda al mencionar las fechas. Con impaciencia paternal les pedía que se acordaran en sus oraciones de sus hermanos en el frente rojo, para que los tuviesen pronto en Burgos: Encomendad —les decía— que lleguen el próximo día 12, fiesta de Nuestra Señora del Pilar |# 279|. Aquella noticia de que el día 12 de octubre atravesarían el frente, la tomaron con gran tranquilidad los del hotel Sabadell, acostumbrados al optimismo sobrenatural del Padre.

El 10 de octubre escribía el Padre a Ricardo:

Presiento acontecimientos próximos: ojalá sepamos corresponder a las misericordias del Señor: estoy anonadado, cuando pienso en Él y en mí. ¡Qué faltas de correspondencia, hasta ahora! |# 280|.

Y el día 11, sin poder contenerse, le decía por carta a Juan:

Yo espero acontecimientos personales de un momento a otro: no puedo más. Y se me prepara buen jaleo |# 281|.

Vino el 12 de octubre. Al despedirse por la mañana, para ir a las oficinas del cuartel, Pedro y Paco vieron en el Padre una nota de alegría inconfundible; y, por si lo habían olvidado, éste les recordó: Ya os avisaré cuando lleguen. Por la tarde, al volver de los Pisones y no ver más que al Padre en el cuarto, temieron que hubiese sufrido un bajón de ánimo. Pero no; el Padre estaba tranquilo, alegre y confiado |# 282|.

Debió conocer don Josemaría la noticia al día siguiente, por el padre de Vicente, porque tenía el ánimo de fiesta y de broma todo el día. Estad alertas, les decía bromeando a Pedro y Paco, os avisaré al cuartel cuando lleguen. Y de esa fecha es una brevísima postdata, en carta a Juan, que lacónicamente dice:

Creo que se notó el día de la Virgen |# 283|.

El 14 de octubre, a última hora de la tarde, se presentaron, por fin, los tres huidos en el hotel Sabadell. Inmediatamente llamó el Padre al cuartel de los Pisones, dando la esperada noticia: Ya han llegado, venid. Contaron los fugitivos sus aventuras de los últimos días. La salida, muy de mañana y con fuerte lluvia, hacia la sierra. Era el 11 de octubre, jornada que pasaron subiendo y bajando montes hasta la caída de la noche. Durmieron en una cueva y, de madrugada, continuaron la marcha. Divisaron un pueblo en la llanada y enseguida el tañido de las campanas de la iglesia. Cerca encontraron a unos pastores que les informaron que el pueblo era Cantalojas y estaba en manos de los nacionales. En el pueblo los soldados se hallaban preparados para el ataque de los republicanos, pues habían visto salir de un pinar a los tres soldados, que tomaron por la avanzadilla de otras fuerzas de ataque, según la información imprecisa que les dieron unos zagales. Asistieron los tres a misa. Prestaron luego declaración y trataron de localizar al padre de Vicente, coronel del ejército, que se reunió con ellos a la mañana siguiente en Jadraque. Bajo su garantía, se libraron de tener que pasar unos días en un campo de concentración, mientras se hacían las indagaciones oficiales.

En el viaje de vuelta a Burgos, el día 14, la madre y hermana de Vicente, que les acompañaban, no hacían más que repetir: «Hay que ver cómo os ha protegido la Virgen. Para algo grande os conserva» |# 284|. (Eran las mismas palabras de doña Dolores, que al contar a su hijo cómo había sido ofrecido a la Virgen cuando estuvo a punto de morir en 1904, comentaba: «hijo mío, para algo grande te ha dejado en este mundo la Virgen»).

* * *

Parece ser que don Eliodoro, que se encargaba de imprimir a multicopista en León la hoja de Noticias, tuvo dificultades con la correspondiente al mes de octubre. De manera que el Padre, Pedro y Paco se dedicaron a hacer copias a máquina de un resumen del texto original. Por esta causa la noticia del paso de Álvaro y sus acompañantes no apareció hasta la hoja del mes de noviembre: «Han conseguido llegar, de la zona roja a nuestras líneas, Álvaro del Portillo, Eduardo Alastrué y Vicente Rodríguez Casado. Con la sola recomendación de sus Custodios, se enrolaron en el ejército comunista y, a la primera oportunidad, se pasaron» |# 285|.

El Padre hizo lo posible para no moverse de Burgos en esas semanas de octubre, con la sana intención de acompañar todo el tiempo a sus hijos. Muchas tardes salía de paseo con ellos por la orilla del Arlanzón, charlando de inmediatos proyectos apostólicos. Tan sólo a final de mes hizo don Josemaría una escapada para visitar al Arzobispo de Valladolid; y tampoco se ausentó de Burgos en noviembre, salvo dos cortos viajes.

La batalla del Ebro, en la que se enfrentaron los mayores efectivos militares de la guerra, había absorbido todas las fuerzas disponibles de uno y otro bando. Ante esa movilización, los permisos para pasar unos días en retaguardia se habían interrumpido de mucho tiempo atrás. El Padre recibía muy escasas visitas de los jóvenes soldados. Por las mañanas seguía trabajando en Las Huelgas, sobre su tesis doctoral, o contestaba la correspondencia, o añadía nuevos puntos al libro de Consideraciones espirituales, publicado en Cuenca en 1934, con la esperanza de que los jóvenes en el frente pudieran utilizarlo para meditar.