6. Visión panorámica

“El Fundador del Opus Dei”, biografía escrita por Andrés Vázquez de Prada

Apenas habían pasado dos semanas desde la visita al Provincial de Toledo, Rev. P. Gómez Martinho, S.J., cuando don Josemaría se vio obligado a echar, una vez más, mano de la pluma. La noticia que tenía que comunicar era desagradable. En unas breves horas de estancia en Valencia se había enterado, por boca de sus hijos y de algunos amigos, de las amenazas, hechas en público y en privado por el P. Segarra, de repetir el espectáculo de Barcelona |# 131|. Decidió comunicarlo al Superior, por si estaba en sus manos parar el golpe.

Muy estimado P. Provincial —le decía—: No imagina con qué alegría recuerdo nuestra entrevista de Areneros. Habiendo amor de Dios y ganas de servir a la Iglesia, sabía yo bien que habría cordialidad y mutua comprensión [...].

A algunas personas, PP. de la Compañía leyeron una carta de otro P. de Madrid, que fue la ocasión de comenzar esta triste campaña. ¡Qué agradable a Nuestro Señor, y qué puesto en razón y en justicia y en caridad sería que ese P. se desdijera noblemente! Creo que ahora nadie puede formarse la conciencia para repetir, sin remordimiento, que soy masón, hereje, perverso, loco, etc., etc. Ni para afirmar que el Opus Dei es todo ese montón de injurias que se han dicho de palabra y por escrito |# 132|.

A pesar de todo lo cual, se repitieron en Valencia los procedimientos utilizados en Barcelona. Se produjeron de nuevo las críticas a Camino |# 133|, la denuncia ante las autoridades civiles y las visitas a las familias de los miembros del Opus Dei, para advertir a los padres que sus hijos caminaban rectos hacia el despeñadero de la perdición eterna |# 134|.

El inesperado brote de estas calumnias fue lo que llevó a don Josemaría a suplicar al P. Gómez Martinho que intercediera con el P. Provincial de Aragón, para poner remedio |# 135|. A esas alturas, tanto se había extendido la dura incomprensión por toda España que no le sorprendió demasiado al Fundador recibir un día carta de un convento de Segovia, con ocasión del escándalo.

Enseguida le vino al pensamiento el primer oratorio de Ferraz y el pobre sagrario de madera que pidieron prestado a la Superiora de las monjas de María Reparadora (en el siglo: Antonia Muratori Muller; en religión: María de la Virgen Dolorosa). Y, con fecha del 6 de agosto de 1941, le escribió en los siguientes términos:

R. M. María de la V. Dolorosa

S E G O V I A

Muy respetada y, en Cristo, estimadísima Madre:

Muchas veces la he recordado con cariño, tanto por el afecto que tengo a ese santo Instituto de María Reparadora como por los favores que personalmente debo a Vd. ¡Dios se lo pague!

Me dio su carta alegría... y pena, al ver que hasta ese Convento ha llegado el rumor de la contradicción de los buenos, de la persecución que estamos padeciendo —desde hace más de año y medio— por nuestra vocación, por nuestro Amor a Jesucristo [...].

Madre: por amor de Dios, diga a esa Venerable Comunidad que no deje de encomendarnos, para que siempre veamos, a través de personas y sucesos, la mano de Nuestro Padre que está en los cielos; y así padeceremos, como hasta ahora, cum gaudio y pace [sic] lo que Él quiera. ¡Qué alegría da cumplir la santa Voluntad de Dios! |# 136|.

Sospechaba, y temía, don Josemaría que la hoguera prendida en algunos lugares se propagase, adquiriendo proporciones de incendio social. El corazón se lo decía a gritos, aunque no podía imaginarse que el asunto fuese a parar ante las autoridades civiles |# 137|. Ahora, por desgracia, veía sobradamente cumplidos sus temores.

Las acusaciones de herejía, sociedad secreta, masonería blanca, oposición al poder constituido, y otras muchas falsedades, se habían difundido en los sectores civiles y académicos para desprestigiar a la Obra. Especialmente peligrosa fue la acusación presentada ante el Tribunal de Represión de la Masonería, constituido el 10 de septiembre de 1940. A comienzos de julio de 1941 el Tribunal procedió a conocer la causa, a puerta cerrada. Según el ponente, Sr. González Oliveros, se denunciaba a un grupo de personas, dirigidas por el padre Escrivá, de formar una rama masónica con concomitancias de sectas judaicas. El presidente, general Saliquet, se interesó por el género de vida que llevaban los miembros de esa asociación. Entre otras cosas, le dijeron que vivían la castidad. Se extrañó el general, pero le confirmaron que sí, que era un hecho comprobado lo de la castidad de sus miembros. El Presidente entonces decidió que no se hablara más de la denuncia y que se archivara el asunto, pues él jamás comprendería la utilidad de que un masón, para sus fines, tuviera que vivir la castidad. Aserto que compartió el Tribunal en pleno |# 138|.

Aun cuando el procedimiento era secreto y no se informaba siquiera a los acusados, si es que resultaban absueltos, en este caso, excepcionalmente, como para reparar la injusta acusación, varios miembros del tribunal visitaron la Residencia de Jenner. Pidieron a don Josemaría que les enseñase el oratorio, donde, según los denunciantes, levitaba el sacerdote y donde había un friso de signos cabalísticos. Les mostró el Fundador el oratorio y bromeando, pues estaba bastante grueso, les comentaba: sería un milagro de primer orden si me alzase del suelo un solo palmo |# 139|.

Pero las acusaciones políticas continuaban llegando al Fundador de todos lados. Eran los años de la segunda Guerra Mundial, en que la Falange, al menos en la primera fase bélica, tuvo mayor relevancia política y presencia en el Gobierno, y no se recataba de manifestar ostentosamente sus aires y preferencias totalitarias de partido único. Cualquier otro criterio político era considerado como antipatriótico, y sujeto, por tanto, a persecución. Por otra parte, los enemigos de la Iglesia Católica, y quienes estaban en pugna con el régimen franquista, acusaban al Fundador de todo lo contrario. Años después recordaba don Josemaría cómo le tildaban de masón, y también de monárquico, de antimonárquico, de falangista, de carlista, de anticarlista. En plena Guerra Mundial —escribe el sacerdote—, iban las mismas personas —o gentes movidas por ellos— a las Embajadas de los aliados, para decir que yo era germanófilo; y a las representaciones de Alemania e Italia, para decir que yo era anglófilo |# 140|. Estos chismes, utilizados por gentes del Movimiento Nacional, el partido dominado por la Falange, constituían una amenaza latente, que podía estallar en cualquier momento.

En efecto, las calumnias de carácter político fueron recogidas, poco más adelante, en un "Informe Confidencial sobre la Organización Secreta Opus Dei", elaborado por la Delegación de Información de la Falange |# 141|. En dicho informe se decía de los miembros del Opus Dei que:

«En su concepción de vida defienden el internacionalismo, asegurando que para el católico no deben existir fronteras, naciones ni patrias |# 142|. [...] Esta organización se opone a los fines del Estado: 1º, por su clandestinidad; 2º, por su carácter internacionalista; 3º, por la intromisión que supone en la vida intelectual y en el orden de ideas propugnado por el Caudillo, y, 4º, por su sectarismo, que obliga al Estado a aparecer como injusto en la provisión de cátedras, becas, etc. [...] sus elementos se mueven con apariencias de adhesión al Movimiento y del que sólo esperan su caída, confiados en la eternidad de la Doctrina Católica, escudo de sus turbias ambiciones» |# 143|.

Realmente, la situación de España, escribe el Fundador, no era la más propicia, desde ningún punto de vista, para que una fundación joven y nueva fuera adelante. No estaba el ambiente dispuesto |# 144|. Acudiendo al refranero, decía don Josemaría que no estaba el horno para bollos ni la Magdalena para tafetanes. No se trataba tan sólo de calumnias e injurias verbales. El peligro era muy serio. Un embajador, amigo suyo y persona bien informada, le avisó que ciertos extremistas de la Falange habían decidido eliminarlo |# 145|. Cómico, y alarmante a la vez, dada la estrecha vinculación ideológica existente entre algunos sectores falangistas y el nacionalismo alemán, es lo que se lee en un apartado del Informe Confidencial. Refiriéndose a la Residencia de Jenner se hacía constar que en esta residencia existía un mapa de Alemania cubierto de cerdos; asegurando que no se trataba de un mapa de producción ganadera, sino de representación del pueblo alemán |# 146|.

También se denunciaba en dicho Informe que la gente de la Obra pretendía, además del poder político, hacerse con la enseñanza universitaria, las cátedras y los centros de investigación científica |# 147|. Y así sucedió que, cuando algunos miembros de la Obra se presentaron a las oposiciones públicas para tratar de obtener una cátedra universitaria, chocaron con tales prejuicios, que vinieron a ser injustamente discriminados en las pruebas de examen. Tanto se había extendido la especie de que intentaban copar las cátedras por procedimientos tenebrosos que, aún a la gente amiga le era difícil dejar de creer las calumnias que circulaban públicamente |# 148|. A un sacerdote le explicaba don Josemaría:

Mira: tú sabes cómo el Opus Dei, ajeno en absoluto a toda preocupación de ambiciones terrenas, busca exclusivamente "la perfección cristiana de sus miembros, por la santificación del trabajo ordinario". El Opus Dei es obra sobrenatural que se preocupa solamente de la vida interior de las almas. Por eso, no es posible que le falten contradicciones. Y el Señor ha permitido que padezcamos la persecución de los buenos, que es la mayor contradicción. Y a los buenos se han unido los que no lo son tanto: los que odian a la Santa Iglesia y a la España católica [...].

Quienes pertenecen a la Obra saben bien que no pueden agradar a Dios, si no acomodan su vida al decoro social más exquisito y a la moral cristiana más exigente. Puedes, por tanto, rechazar de plano ese montón de inmundicias que les atribuyen, para escalar puestos que no les interesan.

¡Que trabajo con universitarios! Es verdad. ¿Acaso es un delito? Yo entiendo que es servicio señalado a la Patria. Igual pudo el Señor haberme movido a trabajar con analfabetos. Pero falta a la verdad quien se atreva a afirmar que trato de "copar" las Universidades. La Obra no es para formar catedráticos: es para formar santos, en todas las actividades sociales, que no tengan más afán que amar a Jesucristo (y, por tanto, a la Patria) y hacer silenciosamente el bien |# 149|.

Tales sucesos —unos chuscos, otros ridículos, y todos ellos lamentables— se apilaban como montones de basura. Mientras tanto no cesaban de llegar nuevos infundios a oídos de don Josemaría. Aunque para él la mayor molestia era tener que recogerlos puntualmente, obedeciendo órdenes de su Prelado. Así le ocurrió en diciembre de 1941, cuando se encontraba en Valencia, dando ejercicios a las universitarias de Acción Católica en el convento de las Religiosas del Servicio Doméstico. Muy harto debía estar de todo aquello cuando comienza su anotación con esta resignadas palabras: Otra vez tengo que tomar la pluma, para obedecer, anotando chismes y chismerías. ¡Todo sea por Dios! |# 150|.

He aquí el resumen del apunte, en que recoge la conversación mantenida con una de las ejercitantes, la señorita María Teresa Llopis, estudiante de Ciencias Químicas. Esta señorita, según contaba ella misma a don Josemaría, había sido enviada por terceras personas a la tanda de ejercicios espirituales, con el ingrato encargo de espiar al sacerdote. Arrepentida, le comunicó la sucia trampa que le tendían. Según la señorita Llopis, se preparaba un tenebroso enredo, tramado por algunos Concejales del Ayuntamiento de Valencia con el respaldo del Comisario de policía. Y, como para dar veracidad a lo que con tanto aire de misterio contaba a don Josemaría, le suministró alguna información sobre lo que preparaban contra la Residencia de la calle Samaniego:

— ¿Hay un pozo en la casa?, preguntó al sacerdote.

— Sí, hija mía: la casa es muy vieja, y supongo que habrá pozos así en muchas casas de Valencia.

— Pues ahí aseguran que han echado los signos masónicos. Y también aseguran que hay unos pasadizos, siguió afirmando la señorita Llopis.

Yo volví a nuestra casa —termina de anotar el Fundador— y, al escribir esto en la media noche del viernes al sábado, no puedo menos de sonreírme ante lo burdo de las calumnias. Les falta otro dato del local: en esta casa hay ¡siete escaleras! Bonito título para un cuento de miedo: la casa de las siete escaleras |# 151|.

El tono de chanza con que escribe es indicio de que el misterioso relato de la señorita Llopis le salía por una friolera. ¡Eran ya tantos, y tan repetidos, los infundios! Pero, en este caso, se equivocó. Efectivamente, las autoridades municipales, escudándose en una inspección sanitaria intentaban clausurar la Residencia de la calle de Samaniego. Don Josemaría se dio prisa en deshacer el entuerto, mandando estudiar el asunto a un arquitecto del Ayuntamiento de Madrid, para cerciorarse de que todo era pura arbitrariedad.

Es menester evitar el atropello —escribía a su amigo Antonio Rodilla—. Espero, por tanto, de ti —es de mucha gloria de Dios— que visites al alcalde y, si es preciso, al gobernador; y pongas en claro el asunto, logrando que nos dejen en paz, sin obligarnos a dar ni un brochazo de pintura, porque es innecesario a todas luces. Lo que querrían es obligarnos a cerrar la casa, o, por lo menos, interrumpir nuestra labor de almas y sacarnos dinero. No sé si sabes que ya buscaron excusa para ponernos otra multa, que se pagó, aunque no estaba claro el asunto, para evitar molestias. Se ve que les parece poco |# 152|.

El espionaje de los centros de la Obra, y del apostolado que en ellos se hacía, continuó por muchos años. En 1943, esta vez en Madrid, en el centro de Diego de León, se presentó un agente del Servicio de Información de la Falange, enviado a sonsacar noticias con el pretexto de ver cómo estaba organizada la cuestión del abastecimiento. Pronto descubrió el Fundador qué es lo que realmente pretendía el intruso; y le puso de patitas en la puerta de la calle, no sin haber hecho antes amistad con él |# 153|.

Mas, ¿para qué cansar al lector, repitiendo hechos y situaciones que nada van a añadir a lo ya sabido? Esos casos, pintorescos e inverosímiles, servirían para componer un florilegio de anécdotas, sin contribuir a esclarecer en lo más mínimo la vida del Fundador, salvo en méritos, en experiencia y en dolor. Porque la historia de la contradicción no se estancó en los años cuarenta, por más que don Josemaría evitara meterse en peleas y siguiese, a rajatabla, sus santas normas de conducta para tales casos. Hagamos, pues, un prudente y brevísimo sondeo, en longitud y profundidad, cuidando de no enturbiar las aguas:

De una carta del Fundador al P. Roberto Cayuela, S.J., buen amigo suyo, fechada el 13-I-1945, con recientes memorias de la Segunda Guerra mundial:

Muy estimado P.: ya siento tener que escribirle sobre cosas tristes, pero una honda amistad y confianza ha de saber de lo grato y de lo ingrato.

Otra vez, y en distintas ciudades, brota el ataque de varios PP. de la Compañía al Opus Dei [...].

No es cosa de comunicarle dichos y dichos. Implícita o explícitamente —que vayan a otros sitios; aquí, ¿a qué?— parecen una inversión del Evangelio; parece como si dijesen: la mies es poca y los operarios muchos. En la mente de un gran general —aquel gran Capitán que se representaba S. Ignacio— caben millones de hombres encauzados en una creciente diversidad de funciones. Y en los planes del Rey universal, Sacerdote eterno, a quien estos días saludamos como dominator Dominus, cabe infinitamente más de lo que cualquier mente humana puede concebir. Hoy se trata no sólo de colonizar lo inculto, sino de intensificar el vigor productivo de lo cultivado; que lo fértil lo sea más; que los operarios piensen que también ellos son mies.

Pero no sé el gesto de locura que haríamos si leyésemos en el periódico que los aviones norteamericanos bombardeaban a los ejércitos ingleses. Ésta es una de las cosas más tristes que pueden pensarse: ¿habrá más relación entre ejércitos aliados de la tierra que entre los que cada día deben oír el amaos los unos a los otros de la cena eucarística? Si entre los unidos a Roma pasan estas cosas, ¿cómo nos dará el Señor la unión de los disidentes? Y estas cosas son docenas y docenas de testimonios, que ya sólo por su número fatigan, pero por su contenido dan honda tristeza.

Ya sabe con qué profunda amistad agradece sus oraciones y queda siempre suyo servidor afectísimo q. b. s. m. |# 154|.

He aquí una carta al P. Carrillo de Albornoz, en la que se percibe un sincero deseo de ofrecer personalmente el perdón a quien promovió la campaña contra la Obra:

Roma, 3 de junio de 1950

Revmo. P. Ángel Carrillo de Albornoz S.J.

L o n d r e s

Mi querido Padre Carrillo: Recibí su cariñosa carta del 15 del pasado, y siento yo también que no se arreglen las cosas para que viniera Vd. por esta casa.

Cuando vuelva a Roma, espero que nos veremos despacio y con frecuencia. Si yo no estuviera, ya conoce a D. Álvaro del Portillo, con quien sé que se entenderá siempre muy bien.

Con sincero afecto, le abraza y pide oraciones para el Opus Dei y para este pecador,

su affmo. a. in Domino |# 155|.

Testigo de visu del momento en que el Padre se enteró de la defección del P. Carrillo es Encarnación Ortega, la cual testimonia: «Presencié el momento en que le dieron la noticia de que el P. Carrillo había abandonado la Compañía de Jesús. El Padre se apenó profundamente. Don Salvador Canals le recordó que era quien había organizado una fuerte calumnia contra la Obra. El Padre le cortó: — Pero es un alma, hijo mío, es un alma. Y estuvo un rato muy triste, indudablemente rezando» |# 156|.