4. VOCACIÓN CRISTIANA EN EL MUNDO: SUS PRESUPUESTOS

“El itinerario jurídico del Opus Dei. Historia y defensa de un carisma”. Libro escrito por A. de Fuenmayor, V. Gómez-Iglesias y J. L. Illanes

Es obvio, de otra parte, y lo apuntábamos hace poco, que, si bien esas afirmaciones sobre la llamada universal a la santidad son presentadas por el Fundador de la Obra como expresión del carisma o don divino recibido, y no como conclusión de una reflexión especulativa, están, no obstante, grávidas de implicaciones teológicas, y arrastran consigo -reclaman- una profundización en aspectos centrales de la verdad cristiana. El propio don Josemaría Escrivá de Balaguer formuló explícitamente algunas de esas implicaciones, ya que, al volver constantemente a lo largo de toda su vida a la luz inicial, fue profundizando cada vez más, percibiendo matices, destellos, consecuencias; tanto más cuanto los acontecimientos le exigían subrayar la peculiaridad de la Obra y sus diferencias respecto a otros fenómenos pastorales. No es éste el momento de exponer con amplitud la totalidad del espíritu del Opus Dei, ni tampoco el de glosar los impulsos que aporta en orden al desarrollo de la teología; convendrá, sin embargo, anotar algún detalle, ya que puede contribuir a subrayar el fondo de esa peculiaridad de la Obra, y poner de manifiesto sus raíces. Fijémonos concretamente en dos puntos: la conexión entre vocación humana y vocación divina, y el valor cristiano de las realidades terrenas.

a) Vocación divina y vocación humana

Todo el existir cristiano se fundamenta en el nuevo nacimiento que significa el Bautismo. La vida cristiana no es un mero despliegue de la personalidad humana, sino el desarrollo de la vida divina comunicada con Cristo. Pero precisamente porque el Bautismo es un nuevo nacer, un ser recreados en Cristo, afecta no sólo a algunas facetas de la existencia, sino a la existencia entera, en todos sus momentos y en todas sus dimensiones. Esa novedad que la vida cristiana implica podrá, a veces -en quien reciba la vocación religiosa-, reclamar el apartamiento o ruptura con las condiciones normales del vivir humano, o, en otros casos -en quien se sienta llamado al sacerdocio-, la dedicación a las tareas ministeriales; pero de ordinario, en la inmensa mayoría de los cristianos, desembocará más bien en la irrupción de un espíritu nuevo en el acontecer diario, que resulta así incorporado e integrado en el existir cristiano.

Don Josemaría Escrivá percibió esta realidad con particular hondura, y la expresó de mil modos y maneras. Citemos, a título de ejemplo, las palabras de una homilía pronunciada el día de San José de 1963, en la que glosó ampliamente la vida sencilla, ordinaria, del Santo Patriarca, para proyectarla a cualquier cristiano: "Vosotros, que celebráis hoy conmigo esta fiesta de San José, sois todos hombres dedicados al trabajo en diversas profesiones humanas, formáis diversos hogares, pertenecéis a tan distintas naciones, razas y lenguas. Os habéis educado en aulas de centros docentes o en talleres y oficinas, habéis ejercido durante años vuestra profesión, habéis entablado relaciones profesionales y personales con vuestros compañeros, habéis participado en la solución de los problemas colectivos de vuestras empresas y de vuestra sociedad". "Pues bien -concluía-: os recuerdo, una vez más, que todo eso no es ajeno a los planes divinos. Vuestra vocación humana es parte, y parte importante, de vuestra vocación divina” (45).

Inmediatamente antes, había dicho: "La fe y la vocación de cristianos afectan a toda nuestra existencia, y no sólo a una parte. Las relaciones con Dios son necesariamente relaciones de entrega, y asumen un sentido de totalidad. La actitud del hombre de fe es mirar la vida, con todas sus dimensiones, desde una perspectiva nueva: la que nos da Dios".

La luz de la fe, al iluminar la existencia, lleva a descubrir su dimensión más profunda: su referencia radical a Dios; y da a conocer que el horizonte último de los afanes y tareas humanas no es otro que el designio divino de salvación; más aún, Dios mismo. Una conclusión brota _de ahí, y de manera inmediata, para el cristiano corriente: la vocación de cristiano, la llamada que como tal recibe, no se yuxtapone a su existencia diaria, sino que, insertándose y compenetrándose con su vida, debe informarla y dotarla de plenitud sobrenatural y totalidad de sentido. Caminar con Dios y hacia Dios, identificarse con Cristo, no implica, en modo alguno, alejarse de la vida ordinaria y común, sino vivirla con actitud teologal. En suma, como acabamos de referir y solía repetir don Josemaría, en una de esas frases que condensaban su pensamiento, "la vocación humana es parte, y parte importante, de la vocación divina" (46).

Las tareas y situaciones humanas no son mero ámbito en el que transcurre una vida teologal que les es ajena, sino medio y camino, más aún, materia que la vida teologal debe asumir e incorporar a su propia dinámica (47). El existir cristiano del hombre corriente, al que Dios quiere en medio del mundo, entregado a las ocupaciones seculares, se nos presenta, en suma, como una vida que tiene su fuente y fundamento en la gracia; y, en las tareas y ocupaciones seculares, su eje o quicio (48). De ahí que el empeño que tal existir implica pueda ser resumido en santificar la vida diaria, o, como hizo frecuentemente el Siervo de Dios, de acuerdo con la importancia que reconoció siempre al trabajo, en "santificar el trabajo, santificarse en el trabajo y santificar a los demás con el trabajo” (49).

b) Valor cristiano de las realidades terrenas

Como resulta obvio, esas afirmaciones implican y presuponen una aguda conciencia de la unidad de la creación, en cuanto regida por un designio divino que la dirige hacia el fin que el mismo Dios ha prefijado; en otras palabras, de la íntima unidad entre Creación y Redención. El propio don Josemaría Escrivá de Balaguer lo expresó de forma clara y explícita. "Hemos de amar el mundo -afirmaba en una homilía pronunciada en 1967-, el trabajo, las realidades humanas. Porque el mundo es bueno; fue el pecado de Adán el que rompió la divina armonía de lo creado, pero Dios Padre ha enviado a su Hijo Unigénito para que restableciera esa paz. Para que nosotros, hechos hijos de adopción, pudiéramos liberar a la- creación del desorden, reconciliar todas las cosas con Dios” (50)

Más extensamente reiteraba esta honda realidad teológica en otra homilía tres años después: "Cristo , Nuestro Señor, sigue empeñado en esta siembra de salvación de los hombres y de la creación entera, de este mundo nuestro, que es bueno, porque salió bueno de las manos de Dios. Fue la ofensa de Adán, el pecado de la soberbia humana, el que rompió la armonía divina de lo creado.

"Pero Dios Padre, cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo Unigénito, que -por obra del Espíritu Santo- tomó carne en María siempre Virgen, para restablecer la paz, para que, redimiendo al hombre del pecado, adoptionem filiorum reciperemus (Gal IV, 5), fuéramos constituidos hijos de Dios, capaces de participar en la intimidad divina: para que así fuera concedido a este hombre nuevo, a esta nueva rama de los hijos de Dios (cfr. Rom VI, 4-5), liberar el universo entero del desorden, restaurando todas las cosas en Cristo (cfr. Eph 1, 9-10), que las ha reconciliado con Dios (cfr. Col 1, 20)” (51).

Los textos y consideraciones que acabamos de exponer no constituyen -ya lo advertíamos- una exposición del espíritu del Opus Dei, cuya descripción, incluso aproximada, exigiría tratar de otros muchos aspectos: el sentido de la filiación divina, la unión entre las virtudes teologales y virtudes humanas, la valoración de las cosas pequeñas, la vida contemplativa en medio del mundo, la dimensión eucarística y mariana, etc., etc. (52). Más aún, respecto a las dos cuestiones mencionadas, nos hemos limitado a esbozarlas, sin glosarlas con detenimiento.

El lector habrá advertido, por lo demás, que en esta breve exposición hemos seguido un método de carácter sistemático, y no histórico, como veníamos haciendo hasta ahora. Aspirábamos -y con esto respondemos a las dos observaciones que acabamos de hacer- a poner de manifiesto o, al menos, a señalar la hondura teologal de un carisma: convenía limitarse a unos puntos esenciales, suficientes para entrever horizontes, aunque no los agoten, y, de otra parte, basarnos en textos en los que el propio Fundador del Opus Dei mostrara lo que implica y supone su mensaje. En todo caso, y dejando aparte consideraciones metodológicas, importa detener la atención en esas perspectivas teológicas consideradas en sí mismas. Porque, así, podremos captar mejor las dimensiones profundas del espíritu del Opus Dei y advertir, en consecuencia, su peculiaridad, su diferencia respecto a otras realidades eclesiales y, por tanto, el empeño que reclamaba su difusión pastoral y su posterior configuración jurídica.

Notas

45. Es Cristo que pasa, n. 46.

46. "Os he dicho mil veces -escribía en 1948- que la vocación humana es una parte, y una parte importante, de nuestra vocación divina, porque nuestra vida puede resumirse diciendo que hemos de santificar la profesión, santificarnos en la profesión, y santificar con la profesión" (Carta, 15-X-1948, n. 6). Vid. también, entre otros muchos textos, Es Cristo que pasa, n. 46; Amigos de Dios, n. 60.

47. Cfr. Es Cristo que pasa, n. 4; Conversaciones, n. 60. 48. Amigos de Dios, n. 62.

49. "Os digo una vez más, hijos míos -escribía en 1940-: el Señor nos ha llamado para que, permaneciendo cada uno en su propio estado de vida y en el ejercicio de su propia profesión u oficio, nos santifiquemos todos en el trabajo, santifiquemos el trabajo y santifiquemos con el trabajo. Es así como ese trabajo humano que realizamos puede, con sobrada razón, considerarse opus Dei, operatio Dei, trabajo de Dios" (Carta, 11-111-1940, n. 13). Vid. también Conversaciones, n. 55. Otros textos paralelos, aparte del citado en nota 46 de este capítulo, se encuentran en Carta, 6-V-1945, n. 16; Carta, 24-XII-1951, n. 79; Carta, 31-V-1954, n. 18; Carta, 25-1-1961, n. 10; Conversaciones, n. 70; Es Cristo que pasa, n. 46; Amigos de Dios, n. 9. Respecto a la doctrina de don Josemaría Escrivá de Balaguer sobre el trabajo, puede consultarse, entre otros estudios, J.L. ILLANES, La santificación del trabajo, cit. (nota 41 de este cap.), y P. RODRÍGUEZ, Vocación, trabajo, contemplación, Pamplona 1986.

50. Es Cristo que pasa, n. 112.

51. Ibid., n. 183; ver también Conversaciones, n. 70.

52. Para un conocimiento del espíritu del Opus Dei, la mejor fuente son, como es lógico, los escritos de su Fundador. Entre los diversos estudios, y además de los ya mencionados, pueden consultarse las colaboraciones incluidas en el volumen colectivo, Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei, cit. (cap. 1, nota,3), y el intento de síntesis realizado por D. LE TOURNEAU, en El Opus Dei, cit. (nota 22 de este cap.), pp. 27 ss., con la bibliografla allí citada.

A. de Fuenmayor, V. Gómez-Iglesias y J. L. Illanes