23 de febrero. La última fotografía

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

"Esta es la última fotografía que le hice -comenta su padre- el día 23 de febrero. Anteriormente le había hecho otra, con el pelo largo, junto con su madre".

"Pensamos en la conveniencia de cortarle el pelo -recuerda María Teresa- porque, largo como lo llevaba, se le enredaba mucho y nos parecía que con el pelo corto estaría más cómoda. Antes de hacerlo, y con esta disculpa -aunque no le hacía mucha gracia-, nos dejó que le hiciéramos alguna fotografía".

Esto era fruto también de la caridad con los demás. "Quería tener el cabello siempre limpio -recuerda Marisa-; pero como vio que en la cama nos resultaba muy incómodo lavárselo, aunque le gustaba llevar el pelo largo se lo cortó..."

"Yo la miraba -continúa su padre- y me quedaba absorto... era como si aquella hija mía hubiese madurado de repente humana y espiritualmente... Todo ese camino de identificación con Dios que a cualquiera de nosotros nos cuesta la vida entera, ella lo estaba recorriendo rápidamente, casi sin darse cuenta, durante aquellos pocos meses de su enfermedad...

Yo veía, asombrado, cómo, día a día, se iba acercando a la muerte que siempre había deseado para mí: con aquella presencia de Dios, con aquel abandono propio del espíritu del Opus Dei, con aquel afán apostólico y aquel olvido de sí que la llevaba a no pensar más que en los demás, a no quejarse durante aquellas curas tremendas, a estar pendiente de que su madre descansara... y siempre con aquella alegría formidable que no permitía que estuviésemos tristes...

Para que estuviésemos siempre alegres llegó a hacer incluso lo que más le podía costar físicamente: bailar. No se me olvidará nunca aquella mañana. Como había que curarla a primeras horas del día, yo dejaba el despacho durante un tiempo porque para realizar esas curas se necesitaban tres personas, por lo menos. Ella no quería que dejara de trabajar para venir a cuidarla y me reñía cariñosamente. Un día la sostenía de pie, en el pasillo, esperando a que terminaran de hacerle la cama. Estaba ya muy mal, muy débil... Debió verme un gesto de pena; no sé, el caso es que, para que yo no sufriera, me dijo: 'Papá, ven, que vamos a bailar...'. Me tomó del brazo y quiso que bailáramos unos momentos..."

Aquel mismo día 23 de febrero, fue a visitarla Lía, que había tenido que ausentarse unos días fuera de Barcelona.

"Lo primero que hice al llegar fue ir a ver a Montse -recuerda- y me quedé horrorizada. Estaba como muerta. Casi ni abrió lo ojos cuando entré. Estaba su madre que me dijo que me hizo una seña para que me sentara y me callara.

Había pasado uno días malísima y me dijo que había pensado que tendrían que llamarme...

Estaba muy preocupada porque en aquella situación no podía hacer bien las Normas de piedad... Yo la tranquilicé, diciéndole que su oración actual era darle al Señor su sufrimiento con generosidad.

Me dijo que ya lo hacía

-Por las noches, cuando no puedo dormir, repaso una por una cada una de vosotras..."

El cansancio y el dolor la iban venciendo. Y aunque, como señalaba el Dr. Manuel Vall, "luchó heroicamente por cumplirlas todas, a pesar de lo difícil que era esto en sus circunstancias", cada vez tenía menos fuerzas físicas para hacerlas. Pidió que viniesen a verla algunas amigas suyas y la ayudasen a rezar; sobre todo algunas por las que rezaba especialmente para que Dios les concediese la vocación: quería hacer todo lo posible por removerlas para que se entregasen a Dios.

Aunque estaba agotada, no descuidaba los pequeños detalles de su vida de piedad con Dios. Ahora que todo le costaba más, procuraba poner más amor, preguntando todo lo que no entendía. "Recuerdo -cuenta María del Carmen- que una tarde le estaba leyendo 'Historia de un alma' de Santa Teresita de Jesús, y que a veces, después de la lectura del Evangelio, me preguntaba por los pasajes y los términos que no entendía bien, por ejemplo cuando el Señor habla de la piedra angular".

Intentaba rezar bien el Santo Rosario, y todo aquello que se refiriera a la Virgen. "La devoción a la Santísima Virgen -recuerda Lía- fue (...) como la música de fondo de su vida de piedad". Y a pesar de que se encontraba cada vez más desfallecida, cuidaba con esmero la oración, y anotaba en su pequeña libreta los propósitos de lucha que sacaba tras el examen de conciencia... El lunes 23 escribió por la noche: "Oración: mejor, con más ganas. Comunión: me ha costado mucho, pero he luchado. Santo Rosario: una parte bien, dos no..."

Montse llevaba asiduamente su examen de conciencia en una pequeña libreta azul, muy sencilla, en la que apuntaba cada noche sus propósitos de lucha. No era ningún "diario", porque no tuvo nunca esa costumbre.

"Una noche -cuenta María Teresa González, otra de las que le acompañaban-, cuando ya estaba muchos ratos del día como inconsciente, empezó como siempre a hacer el examen. Estábamos con ella su madre y yo. Se dio cuenta de que no había hecho todas las normas de piedad que solía hacer y casi llorando nos dijo que sólo había rezado dos partes del Rosario, y que no había rezado la Estación al Santísimo. La tranquilizamos y le dijimos que inmediatamente íbamos a empezar a rezar, pero ella, con voz de angustia, me comentó:

-Es que, ¿sabes?, no puedo.

-Pero, ¿tú quieres? -le pregunté.

-¡Claro que quiero!

-Entonces no te preocupes, nosotras rezamos y tú nos escuchas.

Se quedó tranquila: sólo rezamos la estación al Santísimo y siguió hasta el final las oraciones, con mucho fervor, aunque apenas se la oía".