2. Prehistoria: viajes por Europa

“El Fundador del Opus Dei”, biografía escrita por Andrés Vázquez de Prada

¡Cómo me gustaría veros, en vuestra propia salsa! |# 52|, escribía el Padre a sus hijos de Venezuela en 1964. Por entonces llevaban trece años tratando de arraigar en esa tierra, no como planta parásita sino como hijos adoptivos. Punto sobre el cual insistía el Fundador: La mentalidad de mis hijos no será la del emigrante: pues todos van al nuevo país para amarlo, para servirlo con abnegación |# 53|. A los de Venezuela, precisamente, se lo había recordado años atrás:

Comprended, disculpad, tratad con delicadeza y con afecto sincero, y continuad sirviendo con todas vuestras fuerzas a esa bendita tierra venezolana, que es vuestra nueva Patria, a la vez que servís a las almas |# 54|.

El Fundador tardó más de veinte años en visitar a sus hijos de América, para verlos en su propia salsa. Le animaban e invitaban a cruzar el Atlántico; y el Padre se escudaba en motivos de pobreza, en el trabajo o en la falta de tiempo |# 55|. Lo cierto es que se hallaba enteramente sumergido en labores de gobierno. Los papeles, cada día más, le obligaban a residir en la Sede Central, punto neurálgico para la dirección de la Obra. Bien definía su situación cuando hablaba de hallarse en medio de un total empapelamiento. Estoy empapelado y muerto de trabajo |# 56|, escribía a uno de sus hijos. Pero, fiel a su principio de que la expansión universal del Opus Dei había de hacerse desde Roma —a Roma e da Roma—, permanecía firme en el puesto de mando.

Las gestiones y vigilancia sobre el desarrollo institucional del Opus Dei no le permitían ausentarse de Roma, salvo en salidas relámpago, para preparar la futura expansión de la Obra por Europa, cuya situación no era, ni mucho menos, como para dedicarse a giras de ninguna clase. En efecto, al término de la segunda Guerra Mundial, cuando se presentó a los Estados la oportunidad de resurgir y reorganizarse, se produjo un nuevo enfrentamiento, denominado la guerra fría. La tirantez ideológica existente entre las dos grandes potencias vencedoras, Estados Unidos y la URSS, derivó en lucha por la supremacía militar y económica. Ante la amenaza de expansión territorial rusa y la agresividad ejercida por los partidos comunistas en toda Europa, se crea en 1949 una alianza defensiva político-militar: la OTAN. La respuesta soviética a esa alianza fue el Pacto de Varsovia de 1955, que, bajo la dirección de Moscú, integraba a los países satélites comunistas.

Mientras tanto, la confrontación entre los dos bandos, que había comenzado con el bloqueo soviético de los accesos a Berlín, desencadenó la persecución de todas aquellas instituciones que representasen un obstáculo a las doctrinas marxistas. Entre ellas, a la cabeza, la Iglesia Católica, cuya Jerarquía fue sometida a procesos espectaculares, como en el caso del Cardenal Mindszenty de Hungría en 1949, y los de Beran o Stepinac. Cuando muere Stalin en 1953, con la subida al poder de los antistalinistas se producen revueltas en Alemania oriental y nuevas represiones comunistas. El más importante levantamiento popular fue el de Hungría de 1956, brutalmente aplastado por las armas, ante la pasividad de los Estados occidentales. Tal era, a bulto, la triste situación de Centroeuropa en los años en que el Fundador tomó sobre sí la responsabilidad de preparar los comienzos en Alemania, Austria y Suiza. Tarea previa a la del trasplante y, por ello, conocida como prehistoria |# 57|.

* * *

Llevaba el Padre un año visitando Italia de norte a sur, cuando decidió hacer una correría apostólica por la Europa Central, para conocer la situación de los países de habla alemana. Salió de Roma el 22 de noviembre de 1949 y se detuvo en varias ciudades del norte de Italia: Génova, Milán, Como, Turín... |# 58|. De camino, envió desde Milán una carta a sus hijos de México en la que les decía:

Estamos unos días aquí, preparando el arreglo de esta casa, y camino de Austria y Alemania, donde vamos a echar una ojeada con vistas a abrir un par de casas también, cuanto antes, con la ayuda de Dios. No dejéis de encomendar las cosas que ahora llevamos entre manos, porque importan mucho para toda la Obra |# 59|.

Pasó dos días en Innsbruck, donde cambió impresiones con algunos profesores de la Universidad y, entre ellos, con el Rector. El 30 de noviembre llegaban a Munich. A la mañana siguiente, luego de haber celebrado misa, visitó al Cardenal Faulhaber, Arzobispo de Munich, quien le acogió con grandísimo afecto |# 60|. Hablaron luego largamente, en latín, de los problemas pastorales de las diócesis alemanas, de los católicos huidos de los países del Este, que buscaban refugio en la Alemania Occidental, y de la Obra. El Cardenal se mostraba muy complacido con la idea de que el trabajo del Opus Dei comenzara en Baviera. Se despidieron, y el 4 de diciembre el Fundador estaba de vuelta en Roma.

En varios sitios esperaban impacientes el Opus Dei. Pero el Padre, precisamente porque sentía esa urgencia apostólica, iba dando los pasos concienzudamente, sin precipitaciones. Coincidieron esos años —de 1950 a 1954— con la época de duros trabajos en Villa Tevere, con la contradicción de los buenos en Italia, con la batalla de la formación de los nuevos miembros de la Obra y con la expansión por muchos países del continente americano. En Alemania se empezó con breves estancias durante las vacaciones académicas, yendo y viniendo, hasta que el primero de mayo de 1953 se consiguió en Bonn una casa, vieja y desangelada, pero de buen porte. Acomodada y ampliada en el curso de los años, sería la residencia de estudiantes Althaus. Pero, de momento, se dieron de cara con las dificultades previstas: el idioma, la falta de dinero, y rachas de impaciencia y de cansancio |# 61|. El Padre, como venía haciendo con sus hijos repartidos por el mundo entero, procuraba levantarles la esperanza e insuflar optimismo y buen humor en sus ánimos, sin ocultarles que era preciso pasar por una etapa de asperezas antes de saborear los frutos. Su correspondencia está sembrada de observaciones, predicando paciencia y el dejar correr el tiempo para fortalecer el trasplante:

Tened paciencia, que no se ganó Zamora en una hora: las vocaciones vendrán, firmes y abundantes. Pero no se improvisan, y menos con el carácter tedesco |# 62|.

Un año hacía desde la milagrosa curación de la diabetes, cuando emprendió un largo viaje con la intención de recorrer Suiza y valorar la situación en Austria. Salió de Roma el 22 de abril de 1955. Pasó por Milán y Como. Visitó el Santuario de Einsiedeln, Zurich, Basilea, Lucerna, Berna, Friburgo y St. Gallen |# 63|. Cerca de la frontera alemana, bastó una leve sugerencia de don Álvaro para que el corazón del Padre se dejase vencer por la idea de ver a sus hijos de Alemania antes de cruzar la frontera austríaca. La desviación, dicho sea de paso, suponía un no pequeño rodeo de mil y pico kilómetros |# 64|.

El 1 de mayo fue, pues, día de inolvidable sorpresa para los de Althaus, donde no se le esperaba. En charlas con sus hijos, el Fundador les recomendó alegría y trabajo, anunciándoles que era llegada la hora de la cosecha.

Hijo mío —le decía a uno de ellos—, ¿no te hace ilusión ver la confianza que el Señor ha puesto en nosotros? Parece como si hubiera condicionado la fecundidad de la labor a que seamos fieles. ¡Qué responsabilidad tan grande tenemos! ¡Y qué sentido de filiación divina, ante esta confianza que Dios nos ha manifestado! ¡Qué ilusión al pensar en la cosecha que se aproxima en esta tierra alemana...!

La Obra huele ya a campo cuajado, a cosa hecha a pesar de que veintisiete años no son nada para un ente moral, y menos para una familia que el Señor ha querido promover y que ha de durar mientras haya hombres sobre la tierra, para servir a la Iglesia, para extender el reinado de Cristo, para bien de las almas, para hacer dichosa a la humanidad, llevándola a Dios |# 65|.

El 3 de mayo fueron a Düsseldorf, para obtener en el consulado de Austria un visado de entrada. El día 7 estaba en Viena. Se hospedaron en el Hotel Bellevue, maltrecho a consecuencia de la guerra y vecino a una estación de ferrocarril. El Padre y don Álvaro, con sotana, patearon la ciudad (era expresión de don Josemaría), recorriendo sus calles. Viena estaba todavía dividida en cuatro zonas, ocupadas por soldados franceses, ingleses, rusos y americanos. Por la calle se encontró con soldados rusos que le trajeron a la memoria escenas violentas de la guerra civil española: asesinatos en masa e iglesias incendiadas, blasfemias y profanaciones, y brigadas comunistas.

En Roma tenía a un grupo de hijos suyos estudiando alemán, con intención de ir a Austria |# 66|. Pocos días antes de salir de Roma, en este viaje que por primera vez le llevó a Viena, el Padre había escrito a los de Alemania, con fecha 15 de abril de 1955: Si las cosas de Austria se arreglan, yéndose los rusos, será cosa de ir pensando en Viena... |# 67|. Era asunto divulgado que, de un día a otro, se firmaría el tratado sobre el Estado austríaco y se retirarían las tropas de ocupación. De otro modo el Fundador no hubiera ido a Viena con intención de comenzar la labor en esa ciudad ocupada. Sus hijos no tenían vocación de mártires, aunque no temían el martirio; por eso no les enviaba a los países asolados por el comunismo, allí donde no existía un mínimo de libertad. Eso sería tentar a Dios. Yo no mando a mis hijos temerariamente, afirmaba. A donde no os enviarían vuestras madres, yo, que os quiero como vuestra madre, no os puedo mandar |# 68|.

En los tres días que pasó en Viena saludó al Nuncio, Mons. Dellepiane y charló detenidamente con el Obispo auxiliar, Mons. Franz Jachym sobre el comienzo de las actividades apostólicas de la Obra en Austria. El 12 de mayo estaban de regreso en Roma.

De nuevo salió en larga correría apostólica por toda Europa el 16 de noviembre de ese mismo año de 1955. El itinerario, y los encuentros y visitas del recorrido, pueden seguirse por las anotaciones de la epacta del Padre y por las cartas y postales que enviaba a Roma y a otros Centros de la Obra: Roma, Spezia, Milán, Como. Entró en Suiza: Lausanne, Ginebra. Llegó a París, donde comió en el Centro de Boulevard Saint Germain, el 22 de noviembre. De Versailles se fue a Chartres y Lisieux, donde oró ante la tumba de santa Teresita. Siguió por Rouen, Amiens y Lille, camino de Bélgica. Pasó por Lovaina y Amberes, para hacer unas visitas. Continuó la ruta de Breda, Rotterdam, La Haya, Amsterdam y Utrecht, echando los cimientos de la prehistoria de los Países Bajos. Pasó a Alemania y se vio con sus hijos en Bonn, en Althaus, donde sin preámbulos, de sopetón, lo primero que les dijo es que tenían que moverse, porque entraban en la historia. Éstas fueron sus palabras:

Ha acabado la prehistoria de la región alemana y ahora estamos ya en la historia. Hoy comienza la historia de la Obra en Alemania. Hoy, 30 de noviembre de 1955, entramos en la historia de esta región. No será algo inmediato, repentino. Requerirá algunos meses... esperar. Pero vendrá gente, saldremos de Bonn, se comenzará a trabajar en labores más diversas |# 69|.

A continuación, en los primeros días de diciembre, estuvo en Colonia, Munich, Salzburgo y Linz. El día 3 llegó a Viena y se hospedó en el Hotel Bristol; y el 4 por la mañana celebró misa en San Esteban. Dando gracias después de la misa, rezando allí, en la catedral, ante la imagen de María Pötsch, la invocó por vez primera con la jaculatoria Sancta Maria, Stella Orientis, filios tuos adiuva! No era una más de sus muchas invocaciones a la Virgen. Por lo que se deduce de la correspondencia de esos días debió venirle la certeza de que con esas palabras quedaba encomendada a la Madre de Dios la protección del apostolado futuro en los países de la Europa sometida a los comunistas. En efecto, ese día 4 de diciembre, escribía a España: sigo pensando que es Viena un magnífico enclave para el oriente, y que esos hijos darán en estas tierras mucha gloria a Dios Nuestro Señor (...): Un propósito hice hoy, de devoción a la Ssma. Virgen |# 70|. Y cinco días más tarde, también a España:

Me siento seguro, al afirmar que Dios Nuestro Señor nos va a dar medios abundantes —facilidades, personal— para que trabajemos por Él cada día mejor en la parte oriental de Europa, hasta que se nos abran —que se abrirán— las puertas de Rusia [...].

Haz que digan muchas veces esta jaculatoria: Sancta Maria, Stella orientis, filios tuos adiuva! |# 71|.

Tornó a Bonn el 7 de diciembre; y el 10 entraba en Roma. En Villa Tevere les contó sus impresiones del viaje: hijos míos, hacéis mucha falta por el mundo |# 72|.

De nuevo visitó en 1956 Francia y el Centro de Europa. Salió de Roma el 23 de junio. Estuvo primero en Suiza (Berna y Lausanne); luego pasó a Francia (Lyon, Versailles, París). En París celebró misa en el piso del boulevard Saint Germain. El 1 de julio entraba en Bélgica; y enseguida en Alemania, para atravesar Suiza y estar en Roma el 18 de julio. Sin tomarse un descanso veraniego, reemprendía el camino de Suiza para asistir al Congreso General de 1956, celebrado en Einsiedeln del 21 al 25 de agosto.

No había rematado aún el Fundador la prehistoria de Austria y Suiza, cuando sobrevino el alzamiento popular de Hungría contra el régimen comunista. Unos días antes de que las tropas rusas invadiesen el país, el Padre escribía a los de Alemania: ante los acontecimientos que se dibujan en el oriente europeo, rezo y sufro, pensando con impaciencia en la labor nuestra ahí y en Austria |# 73|.

En 1957 salió de viaje fuera de Italia en varias ocasiones. En mayo estuvo dos semanas en Francia. En agosto, después de pasar por Einsiedeln, donde descansó unos días, recorrió Alemania, Bélgica, Holanda y Suiza. El 24 de agosto, fiesta de san Bartolomé, celebró misa en la residencia universitaria Eigelstein, que venía funcionando desde el otoño anterior. Era el primer centro que abrían sus hijas en Colonia |# 74|.

La etapa de la prehistoria tocaba a su fin. En 1958 celebró misa a sus hijas, establecidas ya en París; y en la segunda mitad de septiembre, de vuelta de Londres, estuvo en La Haya, en Colonia y en Zurich. Por lo que escribía a las de la Asesoría Central, el Padre parecía satisfecho: Muchas cosas buenas de Holanda, Alemania y Suiza, les decía. Tan buenas como las de Inglaterra |# 75|. Ese mismo día, fiesta de Nuestra Señora de la Merced, escribía también a sus hijos de España: Tengo muchas ganas de veros, para contaros tantas cosas buenas, también de Holanda, donde hemos terminado nuestra prehistoria de los Países Bajos |# 76|.

* * *

Como jalones del apretado programa de visitas a personas y ciudades, que iba tejiendo la prehistoria apostólica del Opus Dei en Europa, estaban los viajes de peregrinación a santuarios marianos, tumbas de santos o lugares donde habían vivido éstos. Einsiedeln, Lourdes, Loreto, Fátima, Willesden, Nuestra Señora del Pilar en Zaragoza, o de la Medalla Milagrosa en París; y Asís, Bari, Lisieux, Ars, Siena, etc. fueron metas de peregrinaciones |# 77|.

Con toda razón el Fundador podía decir de aquellas correrías apostólicas en compañía de don Álvaro: Conozco Alemania tan bien y mejor que vosotros |# 78|. No exageraba en absoluto. Por el contrario, se quedaba muy corto.

Sus viajes eran rápidos y fecundos, como incursiones apostólicas. No pudiendo ausentarse largo tiempo de Italia, y con el apremio de poner a muchos obispos al tanto de la Obra, tenía que multiplicarse. El estado del coche, las grandes distancias y el continuo mudar de sitio le suponían un fuerte desgaste. Con gozo ofrecía al Señor cansancio e incomodidades, alegrando los trayectos con canciones y más canciones, rosarios y más rosarios |# 79|. Dirigía a menudo la oración de la tarde de quienes le acompañaban, haciéndoles considerar el texto evangélico en que el Señor dice a los apóstoles: —Os he elegido para que vayáis..., ut eatis.

Regresaba a Roma de esos viajes de trabajo cargado de sucesos, que aplicaba a su vida interior o a otras necesidades. Desde Lausanne mandó una postal a los arquitectos de Villa Tevere. Era una fotografía tomada en la localidad, a cuyo dorso escribió: ¡Buena fuente! Abrazos. Mariano |# 80|. A buen entendedor, pocas palabras bastan. De la inspiración de la foto salió la Fontana degli Asinelli, enclavada en un muro del Cortile degli Uffici, en Villa Tevere.

En Viena vio una columna con una inscripción dedicada a la Santísima Trinidad: Deo Patri Creatori; Deo Filio Redemptori; Deo Spiritui Sanctificatori, palabras que mandó grabar en el retablo del oratorio donde solía celebrar, en Villa Tevere |# 81|.

De sus visitas a los Centros de la Obra se llevaba también recuerdos vivos de la alegría con que sus hijos vivían, pasando estrecheces. Lo que le ocurrió en París, en el boulevard Saint-Germain, el 28 de junio de 1956, no es un caso insólito, porque algo muy parecido le sucedió en Althaus. El hecho fue que, al acabar de celebrar misa el Padre, pasaron todos al comedor para desayunar.

Con el Padre y los que le acompañaban, el número era mayor que el de costumbre. Habían sacado toda la loza disponible, pero no alcanzaba el servicio de mesa. Y hubo que echar mano de una taza desportillada y sin asa. El desperfecto se disimuló cubriéndola con una servilleta, pudorosamente, y relegándola al último asiento, con la esperanza de que pasase inadvertida en el rebullicio del comedor. (Todas estaban recubiertas; y más de una, averiada).

Pero el Padre, en lugar de elegir el sitio preferente, fue a escoger el que trataban de evitar. Alzó la servilleta que cubría las vergüenzas de la taza y se dio de ojos con la pobreza personificada. No era así el desprendimiento que debían de practicar; pero, atendidas las circunstancias históricas de comienzos en un país, el Padre se llevó un alegrón. Aquellos hijos se debatían noblemente.

Quiso llevarse la taza a Roma. Y fue a lucir sus heroicos quebrantos en el esplendor de una vitrina de recuerdos, donde había porcelanas, abanicos y otros objetos, sin más valor que el de su origen o su pequeña historia.

Hasta que, en cierta ocasión, contemplando un eclesiástico esa antigualla en sitio tan prominente, y sin poder imaginar el episodio del traslado, soltó una ponderación, mezcla de cortesía y de despiste: —¡Es de ónix! ¡Qué pieza tan hermosa! Y le respondió el Fundador: —¡Que Santa Lucía le mejore la vista! Usted cree que es de ónix, y es de cielo, porque es una manifestación maravillosa de la pobreza que vivimos en el Opus Dei con mucha alegría, con mucho amor. Y es una manifestación de la pillería santa de mis hijos, que intentaban que yo no supiera la carencia que padecían |# 82|.

* * *

Casi doce años llevaban en Inglaterra cuando el Padre puso el pie en Londres en 1958. Pasó allí una larga estancia, desde primeros de agosto hasta mediado el mes de septiembre. Y también fue a esa isla los años siguientes, hasta 1962, de modo que, con excepción de España e Italia, el Reino Unido fue el país donde vivió más tiempo. Había recorrido —como hemos visto— gran parte de Europa, pero sin tener ocasión de saltar a las islas. El afán apostólico y el deseo de ver a sus hijos, entre otros motivos, le llevaron a Inglaterra.

Entre el 24 de julio y el 3 de agosto el Fundador pasó por Suiza y celebró misa en un Centro de la Obra en Zurich el día 25. Al siguiente estaba en el Santuario de Einsiedeln. Se detuvo dos días en París, para visitar a sus hijas en el Centro de Rouvray, y charlar con sus hijos en el boulevard Saint Germain. Finalmente, el 4 de agosto cruzaba el Canal, de Boulogne a Dover. Fecha memorable en la historia de la Obra en Inglaterra, donde el avance de fundación había empezado en la Navidad de 1946. El Padre les confirmaba en ello al decirles:

Estáis poniendo un buen cimiento, y si lo ponéis con alegría, persuadidos de vuestro papel de fundadores, con sentido de vuestra responsabilidad, pronto, muy pronto, se dará a esa casa otra fisonomía y comenzarán a saborearse los frutos, que ahí —os lo aseguro— si sois fieles, serán abundantísimos |# 83|.

Durante años había acompañado a sus hijos en la oración, animándoles a superar un ambiente al que no estaban acostumbrados.

Os envié sabiendo a lo que ibais —les escribe—: porque sabía y sé que sois capaces de poner en práctica ese hacer poesía divina, de la prosa humana de cada jornada |# 84|.

En 1952 dejaron el piso de Rutland Court, que ocupaban desde 1947, y se trasladaron a Hampstead, al norte de Londres, el 4 de abril. La casa, amplia y con extenso jardín, funcionó como residencia de estudiantes universitarios, con el nombre de Netherhall House. Tres meses más tarde llegaban a Londres las mujeres de la Obra |# 85|. Pronto, en la primavera de 1954, comenzaron a venir las primeras personas que pedían la admisión en la Obra; y el Padre escribía a los de Londres:

Muy contento, porque se ha roto el hielo y comienzan las vocaciones. No olvidéis, sin embargo, que ese ambiente es más difícil que otros de tradición católica. Tened paciencia, si las cosas no van deprisa; a mí me parece que se va a buen paso, gracias a Dios |# 86|.

Se crecía con esfuerzo, hasta que el 4 de agosto de 1958 se presentó el Fundador en Inglaterra. Enseguida firmó en el dorso de una fotografía: Sancta Maria, Sedes Sapientiae, filios tuos adiuva; Oxford, Cambridge, 5-VIII-58 |# 87|.

Hizo un recorrido por Londres. Se llegó a la City. Por sus calles se apresuraba la gente: oficinistas, empleados con hongo, traje oscuro y cuello almidonado. Había un tráfico denso de autobuses rojos y taxis de charol negro. Todo apretado, con prisas y febril.

Por todas partes aparecían rótulos con fechas antiguas: Established in 1748; ...in 1760; ...1825... La mente del Padre penetraba su significado histórico, abarcándolo en sus consecuencias: continuidad en el trabajo, transacciones con todos los continentes, riqueza, poderío económico...; una costra secular y resistente. Era la City como un viejo árbol centenario, con las raíces al aire. Y, circulando entre la multitud, cada cual a su tarea, se veían rostros y atuendos de lo más exótico: indios, africanos, chinos y árabes.

Calibraba el Fundador los hechos, instalado en la presencia de Dios. Consideraba cuán insuficientes serían su esfuerzo e intrepidez, vertidos en aquella encrucijada del mundo. Y debió sentir un roce de desaliento al medir sus fuerzas materiales con el poderío de la City. Pero no se dejó abatir. Al encararse interiormente con el Señor, examinó recursos, sacando la palmaria conclusión de que llevar todo eso a Cristo —tantas almas y tantas empresas— requería una palanca y un esfuerzo sobrehumanos.

En los primeros días recorrió algunos lugares de Londres y de otras ciudades próximas: el Parlamento, Fleet Street, Westminster, Whitehall; Oxford, Saint Albans... La mañana del domingo día 10, fue de nuevo a la City. Más impresionante resultaba ahora, ausente de vida. Con el weekend el cambio era brusco: calles totalmente desiertas, donde no se veía un paseante, vacías de tráfico; edificios cerrados a cal y canto, muertos, en silencio. Ese domingo escribió a Michael Richards, el primero que había pedido la admisión en Inglaterra, que estaba entonces en el Colegio Romano:

Esta Inglaterra, bandido, è una grande bella cosa! Si nos ayudáis, especialmente tú, vamos a trabajar de firme en esta encrucijada del mundo: rezad y ofreced, con alegría, pequeñas mortificaciones |# 88|.

Fueron días de oración y trabajo. Pensando en la gente que deambulaba por las calles, en tantos que no amaban a Dios, o tenían un conocimiento superficial de Cristo, se sentía impotente para hacer algo. Esa impotencia le llevaba a Dios, como niño que acude a su padre. Y hacía oración, que es el secreto de la eficacia del Opus Dei, y, según les dijo en Londres, servía como un gran paraguas contra las incidencias del tiempo y las contrariedades.

El lunes 11, estuvo en Cambridge. Y el miércoles, en una tertulia en Netherhall House, por la tarde, les habló de la expansión por Oxford, por Cambridge, por Manchester; mostrándoles las posibilidades apostólicas desde Inglaterra, que era una encrucijada del mundo; por allí pasaban gentes de todos los continentes y naciones. Países a los que no había llegado aún la Obra en su expansión apostólica y donde se les esperaba. Sus hijos le escuchaban atentos.

Estuvo en Michaelham Priory, Eastbourne... Renovó la consagración de la Obra al Corazón de María en el santuario de Willesden, el día 15. ¿Podría remover Inglaterra?

Debió ser por entonces cuando el Señor le contestó claramente con una locución, una de tantas como tuvo, y que tan firmes quedaron en su memoria: «¡tú, no!; ¡Yo, sí!» Tú, ciertamente, no podrás; pero Yo sí que puedo |# 89|.

A esa experiencia sobrenatural se refirió, a su vuelta a Roma, cuando contaba a sus hijos en una meditación:

Me encontraba hace poco más de un mes en una nación a la que quiero mucho. Allí pululan las sectas y las herejías, y reina una gran indiferencia ante las cosas de Dios. Al considerar ese panorama me desconcerté y me sentí incapaz, impotente: Josemaría, aquí no puedes hacer nada. Estaba en lo justo: yo solo no lograría ningún resultado; sin Dios, no alcanzaría a levantar ni una paja del suelo. Toda la pobre ineficacia mía estaba tan patente, que casi me puse triste; y eso es malo. ¿Que se entristezca un hijo de Dios? Puede estar cansado, porque tira del carro como un borrico fiel; pero triste, no. ¡Es mala cosa la tristeza!

De pronto, en medio de una calle por la que iban y venían gentes de todas las partes del mundo, dentro de mí, en el fondo de mi corazón, sentí la eficacia del brazo de Dios: tú no puedes nada, pero Yo lo puedo todo; tú eres la ineptitud, pero Yo soy la Omnipotencia. Yo estaré contigo, y ¡habrá eficacia!, !llevaremos las almas a la felicidad, a la unidad, al camino del Señor, a la salvación! ¡También aquí sembraremos paz y alegría abundantes! |# 90|.

El Fundador puso dócilmente en práctica la invitación del Señor, aunque apenas disponía de medios materiales y eran contados aún los miembros del Opus Dei ingleses. Pero, con gran fe y audacia, concibió un plan de ataque y no demoró su ejecución. Se ocupó primero de la nueva instalación de la Comisión regional en Inglaterra, y del envío de más personas, y de la administración de la residencia. El 17 de agosto se le veía recorriendo iglesias por Londres: unas católicas (Spanish Place, St. Etheldreda, Westminster Cathedral) y otras anglicanas (la Anunciación de Bryanston Street, Westminster Abbey, Hanover Square). Quería encontrar una iglesia en Londres, que pudiera ser encomendada a los sacerdotes del Opus Dei.

Deseaba que el Opus Dei comenzara una labor apostólica en Oxford. Luego de redactar unas notas claras y precisas sobre gestiones con las autoridades académicas, recibió el día 21 a un profesor del King’s College de Londres, para enfocar los trámites. Y el 26, Mons. Craven, Obispo auxiliar de Londres, que estaba al tanto de lo de Oxford, habló con el administrador de la catedral de Westminster, Mons. Gordon Wheeler. Existía la posibilidad de conseguir una casa con terreno en Oxford, al otro lado del río: Grandpont.

Entre trámites y visitas, el Padre seguía de cerca el proyecto, se entrevistaba con los miembros que vinieron de Irlanda y despachaba correspondencia con Roma. Encargó doce aras de altar, que consagraría el 28 de agosto. Algunas fueron a Irlanda. Las aras representaban otros tantos oratorios en ciernes. Consagrar las piedras era dar anticipo a sus sueños, era empujar las esperanzas, colocándolas ya en un futuro próximo.

El 26 de agosto y el 3 de septiembre fue a Canterbury, a la iglesia de San Dunstan, a orar ante la tumba de los Roper, lugar donde reposa la cabeza de santo Tomás Moro |# 91|.

Terminaba su estancia en Londres y se le esperaba en Roma. La víspera de su partida dio la bendición a los de Inglaterra. En la primera página de una Biblia en inglés escribió: Semper ut iumentum, Londini, 15-IX-58. El día 16 por la mañana, franqueada la aduana del puerto de Dover, les despidió con un Sancta Maria, Regina Angliae, filios tuos adiuva!

Dejó Inglaterra con muy gratas impresiones, pues había sacado la clara idea de que su estancia había sido providencial, como decía a sus hijos de España:

Yo sólo os digo que pienso que es providencial nuestra estancia en Inglaterra, y que pueden salir aquí muchas labores para gloria de Dios.

Rezad, poned como siempre a Nuestra Madre Santa María por intercesora, y veremos grandes trabajos de nuestro Opus Dei realizados en esta encrucijada de la tierra, para bien de las almas de todo el mundo |# 92|.

El clima, aunque dulce y mansamente lluvioso, no fue un sedante que permitiese a su naturaleza resarcirse de insomnios pasados. Pero, había algo que le producía gran satisfacción; y era el no ser reconocido por la gente y que no le mirasen por la calle |# 93|.

Largo sería pormenorizar sus actividades, baste decir que sobre Oxford hizo rezar mucho, cuidando con esmero las relaciones con autoridades civiles, académicas y eclesiásticas. Cuando por fin se consiguió Grandpont envió un reducidísimo telegrama, con fecha del 22 de abril de 1959, y de larguísimo contenido: Auguroni. Mariano.

En el verano volvió de nuevo a Woodlands, la casa al norte del Heath, el 16 de julio de 1959. Hizo venir el Padre a los arquitectos de Roma, dándoles instrucciones para el proyecto de un Hall universitario en Oxford. Acariciaba la ilusión de plantar una aguja en lo alto del edificio, y, rematándola, una imagen de Nuestra Señora, que estaría iluminada. También aparecía la Virgen en el diseño del escudo de Grandpont, con el lema ipsa duce, encima de un puente con ondas blancas y azules.

Cuatro días se ausentó ese verano de Inglaterra. El 15 de agosto, fiesta de la Asunción, Michael Richards celebraba su primera misa solemne en la catedral de Westminster.

En esa misma fecha tuvo que salir para Irlanda. Llegó a Dublín por la tarde. Al día siguiente celebraba misa en Ely Residence, haciendo a sus hijos en voz alta la acción de gracias al Señor: os ha escogido para comenzar la labor en Irlanda y haceros instrumentos de sus maravillas: a pesar de ser tan poca cosa, a pesar de todo, yo también soy un pobre hombre, añadía |# 94|.

Visitó Nullamore, sede de un Curso Internacional de verano, en donde había cuarenta muchachos de diversas nacionalidades, con gran entusiasmo por aprender inglés. Se fue a Galway, a ver a los de otro centro. El 18 de agosto, acompañado de don Álvaro, visitó al Arzobispo de Dublín, y a última hora de la tarde del 19 estaba de regreso en Londres |# 95|.

El año anterior, en septiembre, poco antes de dejar Inglaterra, escribía al Consiliario de Colombia, aconsejándole que descansase y diese a los suyos buen ejemplo, como lo doy yo a todos mis hijos, pues a descansar me he venido a Inglaterra |# 96|. Ahora, en el verano de 1959, vibraba de actividad apostólica, para sacar adelante lo iniciado en 1958. Se había tomado posesión de la casa y terrenos de Grandpont, en Oxford, y el Padre se ocupaba del proyecto de un Hall universitario |# 97|. De manera que resumía sus ocupaciones en breves palabras: Aquí descansamos, trabajamos y rezamos. Rezamos mucho |# 98|. Pero, para ser más objetivo, puntualiza en carta posterior: Aquí estamos, más bien trabajando que descansando |# 99|.

En agosto le hicieron una entrevista. En el número del 20-VIII-1959 del periódico The Times, apareció una página bajo el título: Spanish founder of Opus Dei, de carácter muy elogioso. Era una de las varias semblanzas de figuras de gran talla internacional, con promesas para el futuro de la historia.

En septiembre se vio con algunos prelados: en Winchester, con el Arzobispo de Portsmouth, cuya diócesis llegaba hasta Grandpont; en Londres, con el Cardenal Godfrey y con Mons. Craven.

Por tercera vez regresó a Inglaterra en el verano de 1960. Mantenía tertulias con sus hijos. Recibía visitas de Irlanda, de Francia, de España. Maduraba el proyecto de extensión de la obra corporativa de Netherhall House, pues quería una nueva residencia con más plazas, para estudiantes de la Commonwealth.

No le ganaba al Padre el desaliento, pero tampoco dejaba de prever lo mucho que costaría aquel esfuerzo. En sus visitas, o en sus gestiones, tuvo oportunidad de ir viendo las grandes realizaciones en el curso de la historia: el emporio de la prensa en Fleet Street; los magníficos colegios de las universidades (aquel patio de colosales dimensiones de Christ’s Church College de Oxford)... Insistió de nuevo en sus oraciones ante la tumba de santo Tomás Moro.

En el verano de 1961 cambió de casa, no lejos de la anterior, en el número 21 de West Heath Road. A los dos días de su llegada le comunicaron que la ordenación de un grupo de sacerdotes de la Obra, que tendría lugar en Madrid, habría de retrasarse, porque se presentaron algunas dificultades formales. Al día siguiente de recibir la noticia, sábado 22 de julio de 1961, decidió ir a ver a don Leopoldo Eijo Garay, que solía veranear en Vigo |# 100|.

Se compraron los billetes y el domingo salió de Londres en vuelo a Biarritz, con don Álvaro. El Consiliario de España les esperaba con un coche. Durmieron en Vitoria, y el lunes atravesaban la meseta, con un calor insoportable y un vehículo de limitada velocidad, desde la madrugada hasta la caída de la tarde. Abrazó a don Leopoldo: ¿Cuál era el problema? No había problema, todo estaba arreglado. Simplemente, el Obispo de Madrid llevaba mucho tiempo sin ver al Fundador y no quiso renunciar a esa alegría |# 101|.

Se acordó el Padre de que en la cercana Tuy vivía don Eliodoro, sacerdote que le había ayudado generosamente desde los comienzos de la Obra. Su amistad y gratitud le pusieron inmediatamente en camino. Pudo verle a las tantas de la noche y regresar rendido a la cama. El 25 de julio era fiesta en Santiago de Compostela. Visitó a sus hijos e hijas y al Cardenal. Recruzó la meseta. El 27 aterrizaba en Londres.

Ese verano mandó poner un nuevo centro en Londres para la Comisión regional. Periódicamente le llegaba el correo de Roma. Los apostolados de la Obra adquirían firme estabilidad en todas partes. Incluida Inglaterra, pues yendo en coche hacia el aeropuerto de Southend, el 5 de septiembre, cantaba aquella copla de antaño:

«Capullico, capullico,

ya te estás volviendo rosa...»

En 1962 fue por última vez a Inglaterra. Acababa de instalarse una nueva sede para la Comisión regional. Alentó los apostolados. Celebró tertulias en grandes grupos. Se preocupó de dar indicaciones sobre la labor con chicos jóvenes. Y rezaba, rezaba.

Se le veía con el rosario en las iglesias anglicanas, o delante del altar de Westminster Abbey. Se le oía decir jaculatorias en la soledad de los templos sin sagrarios: en All Hallows, o en Saint Bartholomew, ante una imagen de la Virgen.

Desde Roma venía siguiendo el desarrollo de los proyectos. Se abrió un club de jóvenes en el sur de Londres. Comenzó a funcionar en Manchester un University Hall, la residencia de Greygarth. Se inició una casa de retiros en Sussex: Wickenden Manor. Se trabajó en otras muchas labores.

Y, por mencionar solamente obras de carácter corporativo, la Sección de mujeres llevaba en Londres la residencia de Ashwell House, y otras dos, en Bangor y Manchester, para estudiantes.

Entretanto se levantaba de nueva planta el edificio de Netherhall House, que sería inaugurado el primero de noviembre de 1966 por la Reina Madre, The Queen Mother, que derrochó amabilidad y simpatía, charlando con los directores y con residentes ingleses, asiáticos, africanos, americanos. Fue luego a la Escuela de Ciencias Domésticas y Hoteleras, que dirigía la Sección femenina, e inspeccionó clases, guisos y cocinas.

A las autoridades presentes, al séquito, a los estudiantes, y al grupo promotor de Netherhall House —cuyo presidente era un anglicano—, les dirigió la Reina Madre una sentida alocución, subrayando el esfuerzo y la idea de servicio que animaba todo aquello |# 102|.