2. Camino

“El Fundador del Opus Dei”, biografía escrita por Andrés Vázquez de Prada

A poco de establecerse en Burgos y conectar con los jóvenes militarizados que, de algún modo, recibían su dirección espiritual, don Josemaría echó de ver los muchos obstáculos que impedían atenderlos con regularidad. Se encontraban aislados, en distintos frentes. Los desplazamientos del sacerdote se hacían dificultosos. El transporte resultaba precario. Le faltaba tiempo. Y, en todo caso, había que obtener los salvoconductos reglamentarios. Aún así, no siempre era posible llegar hasta la primera línea.

Tampoco era fácil la correspondencia. Porque si don Josemaría se ausentaba de Burgos, no era raro que al regresar se encontrase con un montón de cartas sobre la mesa. Por lo general sucedía lo contrario; tardaban mucho en llegar las respuestas. Esto suponiendo que las estafetas militares funcionasen con normalidad, porque con frecuencia, a causa de los traslados de las unidades, quedaba interrumpido el servicio de correos.

Cuando el sacerdote escribía a los suyos solía recordarles, indefectiblemente, que cumpliesen las normas de piedad y, ante todo, que no olvidaran el rato diario de oración. La lectura de las hojas mensuales de Noticias ayudaba, a quienes las recibían, a reavivar hábitos quizá olvidados, ofreciéndoles algunos puntos de meditación. Pero este procedimiento apostólico de hacer llegar hasta la línea de combate un soplo de vida interior, para que el soldado elevase la mente a Dios en la trinchera, era insuficiente, por lo esporádico. De modo que don Josemaría pensó poner remedio, haciendo circular entre los suyos las Consideraciones espirituales publicadas en Cuenca en 1934. Su proyecto inicial era reimprimir el libro en formato reducido, para que cupiese en el bolsillo de las guerreras o cazadoras que usaban los militares. Sin embargo, tropezó con dificultades materiales para la impresión, viéndose obligado a posponer por unas semanas la realización de aquella idea |# 41|.

Estaba ya en el Hotel Sabadell cuando emprendió la tarea de ampliar el número de consideraciones, de la edición de 1934. Para ello siguió un método idéntico al empleado en Madrid al elaborar las catalinas. En cuanto le venía a la mente una idea, una sugerencia apostólica o una iluminación, inmediatamente tomaba nota de ello en un trozo de papel, de modo esquemático, con la intención de pasar luego a limpio ese pensamiento. Y cuando, a última hora de la tarde, volvían Pedro y Paco del trabajo, en no pocas ocasiones, al entrar en el cuarto, el Padre les saludaba agitando un manojo de papelitos u octavillas. Después se las leía —eran frases concisas—, y las alargaba, sacando comentarios sustanciosos. Gaiticas llamaba a esas breves notas, en que se encerraba un pensamiento apretado o el esbozo de una anécdota. Eran frases cargadas de sentido; y al desentrañarlas posteriormente, las hacía resonar, como quien saca un prolongado pitido del fuelle hinchado de una gaita |# 42|.

Un día, al regresar del cuartel, los dos militares se encontraron con una sorpresa. Las gaiticas, trabajosamente pasadas a máquina por el Padre, estaban cuidadosamente distribuidas en montoncitos. Las octavillas, ordenadas por materias, cubrían las tres camas del cuarto. Pero todavía hubieron de correr varios meses antes de que el libro estuviera listo para su publicación. La campaña del Ebro, primero, y la campaña de Cataluña después (sin olvidar la escasez de papel en tiempo de guerra y la esperanza de una próxima entrada en Madrid), fueron demorando su posible impresión. Estaba Pedro Casciaro en Calatayud, a comienzos de 1939, cuando recibió una carta de Burgos en que le decía el Padre: Me gustaría que te encargaras tú de la impresión de mi libro: ¿hay ahí imprentas, para eso? Sólo me faltan ochenta Consideraciones: es cosa de días |# 43|. (Todos, al menos los que pasaban por Burgos, estaban enterados de la marcha del libro, pues una semana más tarde, esta vez en carta a José María Albareda, añade esta lacónica postdata: Faltan 27) |# 44|.

Tal precisión sobre el número de las consideraciones que añadía hace sospechar que el autor se había fijado de antemano una meta, que estaba a punto de alcanzar. Se trataba —luego se supo— del 999. Número garboso y arquitectónico, que, obviamente, no estaba escogido al azar. Muy grabado tenía en su mente el símbolo espiritual de los números, que le llevaba a la "teología de las matemáticas" |# 45|. El 9 era el número que le entusiasmaba, según decía. La elección de 999 puntos en Camino no es, por tanto, un mero capricho matemático sino modo de expresar su devoción a la Trinidad Beatísima.

A todo esto, ¿ha dicho algo el autor sobre el título del libro? En uno de sus viajes, en febrero de 1939, don Josemaría se había llevado consigo a Vitoria las páginas mecanografiadas del libro, ya en limpio y debidamente clasificadas, con objeto de enseñárselas al Prelado. A Mons. Lauzurica le entusiasmó su lectura, porque al día siguiente don Josemaría escribía a Pedro Casciaro: ¿Cómo va la cubierta del libro? Urge. Al Sr. Obispo, le gusta: ayer me hablaba de hacer una gran tirada |# 46|.

En vista de la urgencia, esa misma semana envió Pedro el diseño del libro a Burgos; y, después de verlo, le contestaba el Padre: Me gusta la cubierta del libro: te haré unas indicaciones, cuando sepamos el tamaño, para que dibujes la definitiva |# 47|. Naturalmente, Pedro, como buen artista, no quedó satisfecho y se puso enseguida a idear otros dibujos. Abiertamente se lo decía por carta a Paco Botella: «Envío un proyecto de la portada de Consideraciones. No me convence mucho. Por eso haré uno o dos más. Si le parece a Mariano, puede enviarme el nombre "Consideraciones" escrito por él mismo, para ser reproducido en la tapa, ya sea en negro o en rojo» |# 48|. Pasaron luego cinco días sin obtener respuesta, por lo que Pedro volvió a insistir: «Espero la palabra Consideraciones» |# 49|. Esta demanda también cayó en el vacío. Nunca tuvo respuesta. ¿Es que el autor había perdido interés en el libro? ¿Acaso el asunto de su publicación se daba por arrumbado? Y, lo que es más extraño, ¿cómo es que don Josemaría, que nunca dejaba de contestar las cartas, no ponía unas letras a Pedro después de tantas urgencias?

Pero, no. Por lo que hace al libro, su autor no abandonaba la idea de lanzarlo cuanto antes al mundo. Hay constancia escrita de una urgente petición al Obispo de Vitoria, como si la obra estuviera a punto de salir a la calle: ¡que me haga el prólogo, para mi libro, cuanto antes!, apremiaba don Josemaría al Prelado. Pocos días más tarde don Javier envió el prólogo, fechado en la «festividad de San José de 1939», como dando a entender que era un regalo por el santo de don Josemaría. De dicho prólogo son estas frases, que tienen, como se verá, particular interés biográfico: «En estas páginas aletea el espíritu de Dios. Detrás de cada una de sus sentencias hay un santo que ve tu intención y aguarda tus decisiones. Las frases quedan entrecortadas para que tú las completes con tu conducta» |# 50|.

Completo estaba, pues, el libro cuando sobrevino el fin de la guerra. El regreso a Madrid, y obligaciones de más tomo y lomo, dejaron abandonadas las gestiones para su impresión. Pero, ¿no resulta curioso que, en todo el largo proceso de composición, no se haya hecho la más mínima alusión al título de la obra? Es indudable que don Josemaría lo guardaba celosamente "in pectore", porque Mons. Lauzurica, en el prólogo escrito a instancias de don Josemaría, tiene que recurrir a inverosímiles suplencias y perífrasis: «esas líneas penetrantes, esos pensamientos lacónicos», «en estas páginas», en que «las frases quedan entrecortadas», y «detrás de cada una de sus sentencias»... Líneas, pensamientos, páginas, frases, sentencias... ¿de qué libro? Todo está reclamando a voces el título de la obra. Hasta el punto de que el prologuista no puede usar siquiera la palabra "libro", porque, desprovista del título, destruiría la intimidad que trata de suscitar en el lector.

Después de un prolongado silencio de meses, sin tener el menor indicio del título, en una carta del 18 de mayo de 1939 leemos estas líneas dirigidas por el Fundador a su hijo Álvaro:

Saxum! ¡qué blanco veo el camino —largo— que te queda por recorrer! Blanco y lleno, como campo cuajado. ¡Bendita fecundidad de apóstol, más hermosa que todas las hermosuras de la tierra! Saxum! |# 51|.

Y esa palabra "camino", por esa fecha y en semejante contexto, es una lucecita que nos lleva en derechura al título del libro, porque por vez primera en sus escritos el Fundador recala en esa palabra, exornándola de atributos espirituales. En efecto, cuando el 1 de junio pidió el Padre a algunos de sus hijos en Madrid que le ayudasen a confeccionar el índice de las "gaiticas", uno de los que trabajaron en la preparación de dicho índice fue Paco Botella, que pasó un fin de semana en Madrid y que al día siguiente, ya en Burgos, escribía a Pedro Casciaro comunicándole, con aire de novedad y sorpresa, que el libro ya no se llamaría "Consideraciones" sino "Camino" |# 52|.

Don Josemaría fue a Valencia el 5 de junio a dar el curso de retiro espiritual a los universitarios, e inmediatamente entregó el original en la imprenta. Y el día 6 anunciaba a los de Madrid: el libro está en la imprenta |# 53|. Su encuentro, a poco de llegar a Burjasot, con el cartelón de "cada caminante, siga su camino", despertó sus ansias apostólicas. Era, bien lo sabía, algo más que coincidencia; y mandó que lo dejasen en su sitio. Le serviría de perenne recordatorio. La oportunidad del cartel con el título del libro, largamente pensado y muy a última hora decidido, acaparó sus dotes de exégesis y su prodigiosa capacidad de comentarista, señalando de mil modos a los ejercitantes el "camino" por el que podían orientar sus vidas |# 54|.

Con todo, el libro no se acabó de imprimir hasta el 29 de septiembre de 1939 |# 55|.

* * *

El contenido básico de Camino lo constituyen las Consideraciones espirituales, a las que se agregó más de medio millar de puntos, hasta el 999 |# 56|. El trasfondo histórico de Consideraciones son los años 1928-1934, mientras que en Camino esa etapa histórica se prolonga hasta 1939. Sin embargo, ambos períodos están fundidos por una única fuente de inspiración, porque los pensamientos emanan, más que de los sucesos de la vida española, de la vida contemplativa del autor y de las incidencias cotidianas de su labor apostólica.

La fuente principal de las Consideraciones publicadas en 1934 son las Catalinas; a diferencia de Camino, en que muchos de los puntos añadidos en Burgos proceden de la correspondencia con las personas que dirigía espiritualmente. Pero, en ambos casos, ya se trate de aportaciones extraídas de los Apuntes íntimos o de las cartas, a la inspiración personal se incorpora una buena porción de comentarios evangélicos y de reflexiones morales |# 57|. De tal suerte que siempre prevalece lo autobiográfico, reflejándose en las páginas del libro las experiencias íntimas del autor.

Ante los ojos del lector —sin seguir ningún orden cronológico— desfilan personas y escenas vinculadas al joven Fundador. Así, por ejemplo, Somoano, capellán del hospital del Rey, alma de gran finura y sensibilidad:

¡Cómo lloró, al pie del altar, aquel joven Sacerdote santo que mereció martirio, porque se acordaba de un alma que se acercó en pecado mortal a recibir a Cristo! |# 58|.

Así también Luis Gordon, dócil y obediente, que, al tener que limpiar la bacinilla de un enfermo trataba de vencer la natural repugnancia que sentía y decía bajito: ¡Jesús, que haga buena cara! |# 59|.

Y aquella enferma, "carne de cuartel" en su día y una Magdalena a la hora de la muerte, a quien don Josemaría ayudó a morir santamente, recitando con ella la letanía del dolor que abrasa y purifica:

Bendito sea el dolor. —Amado sea el dolor. —Santificado sea el dolor... ¡Glorificado sea el dolor! |# 60|.

Sin embargo, cuando el protagonista es el mismo autor y el suceso va teñido de carácter sobrenatural, estos datos aparecen convenientemente desdibujados o despersonalizados, como ocurre, por ejemplo, con la locución que tuvo el Fundador al dar la comunión a las monjas de Santa Isabel:

Cuentan de un alma que, al decir al Señor en la oración "Jesús, te amo", oyó esta respuesta del cielo: "Obras son amores y no buenas razones" |# 61|.

Casos hay también en que el autor despoja las locuciones o iluminaciones divinas de su carácter original de fenómenos sobrenaturales, y las diluye en el texto; como por ejemplo:

Crécete ante los obstáculos. —La gracia del Señor no te ha de faltar: "inter medium montium pertransibunt aquae!" —¡pasarás a través de los montes! |# 62|.

Muchos de los puntos de Camino son auténticos retazos de su vida. Anécdotas que serán transferidas discretamente en el relato a segunda o tercera persona, para borrar así toda huella autobiográfica. Veamos, a manera de ejemplo, cómo anota el 22 de diciembre de 1937 lo sucedido en la capilla del palacio episcopal en Pamplona:

El Vicario General ha consagrado cálices y patenas. Me quedé un momento solo en la capilla, y puse, para que mi Señor se lo encuentre la primera vez que baje a esos vasos sagrados, un beso en cada cáliz y en cada patena: Eran veinticinco, que regala la Diócesis de Pamplona para el frente |# 63|.

Descripción que pasará al punto correspondiente de Camino, pero resaltando tan sólo el aspecto de la devoción a la Eucaristía:

¡Loco! —Ya te vi —te creías solo en la capilla episcopal— poner en cada cáliz y en cada patena, recién consagrados, un beso: para que se lo encuentre Él, cuando por primera vez "baje" a esos vasos eucarísticos |# 64|.

Mas la distancia que media entre Consideraciones y Camino no es sólo cuestión de fechas y de número, esto es, de un mayor caudal de páginas, como si se tratase del afluente que desemboca en otro río de mayor volumen. Las diferencias, sin duda, consisten en algo más hondo. Ya en la Advertencia preliminar de Consideraciones se declaraba que los apuntes en cuestión habían sido escritos sin pretensiones literarias ni de publicidad. (Esencialmente consistía en una recopilación de pensamientos por temas y capítulos). Pues, bien; en la génesis de Camino hay, desde el primer momento, el propósito manifiesto de componer y publicar un libro. De la primera a la última página, la elaboración de Camino —que nació bajo la idea de engrosar Consideraciones— está presidida por una rigurosa unidad de espíritu e intención.

Conforme avanzaba el año 1938, su autor se percataba más y más de que el material disponible como base —es decir, los 438 puntos de Consideraciones— le invitaba a desarrollar con mayor extensión algunos temas. En la génesis de Camino, con gran amplitud de miras, se aumentó, pues, el número de los apartados y, en consecuencia, se dispuso de un abanico más extenso de materias. Después se reordenó la distribución de epígrafes y contenido. Finalmente, se trató de dar mayor cohesión a los capítulos |# 65|.

Semejante operación requería una disciplina de trabajo más radical de lo que a primera vista pudiese parecer. Ya de entrada, nos plantea el autor la finalidad que persigue: Voy a remover en tus recuerdos, para que se alce algún pensamiento que te hiera: y así mejores tu vida y te metas por caminos de oración y de Amor. Y acabes por ser alma de criterio |# 66|.

Este propósito exige todo un método de renovación intelectual y volitiva. El Obispo de Vitoria señala en qué consiste esta sacudida cuando, con mucha perspicacia, hace notar en el prólogo que las sentencias del libro están como esperando una decisión terminante por parte del lector. Este método de espabilar las conciencias queda reflejado también en el estilo de Camino. Sus páginas abundan en exclamaciones e interrogaciones, en argumentos persuasivos —con cuantiosos datos de sentido común—, en ironías y exhortaciones, en formas imperativas y en puntos suspensivos. Valiente material cuyo cometido, en último término, no es otro que el excitar un cambio interior y una mejora de vida. Por esta razón, la lectura de Camino provoca una sosegada intranquilidad. Comienza con un capítulo sobre "Carácter"; y su primer punto, sin andarse por las ramas, es una invitación a cambiar de ruta y emprender en nuestra existencia algo útil y elevado:

Que tu vida no sea una vida estéril. —Sé útil. —Deja poso. —Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor |# 67|.

En Camino existe, claramente, unidad estructurada. En efecto, entre los nuevos capítulos que vienen a engrosar el libro hay uno titulado "Perseverancia", que es el broche que cierra la obra. Pues bien, salvo una de sus consideraciones, todo este capítulo es de nueva hechura. Y es suficiente examinar los dos últimos pensamientos —el 998 y el 999—, al final del libro, para percatarse de su bien trabada armazón y de que su arquitectura va escalando concienzudamente en espiral, desde la base hasta la cúspide. Todo ello conforme al mencionado método de remoción del hombre interior.

Pero, una vez que el lector ha alcanzado la cumbre de la meditación, era preciso asegurar la firmeza de sus propósitos. Razón por la que se introdujo un nuevo capítulo: el de "Perseverancia", porque

Comenzar es de todos: perseverar, de santos |# 68|.

Y, para rematar dicho capítulo, el autor echó mano de una parábola: la de aquel burro que se encontró dando vueltas a una noria en la vega del Órbigo, en julio de 1938, el día que perdió el tren en la estación de León. En aquella escena campesina se transparentaba —además de la docilidad— el trabajo cotidiano, humilde, monótono y oscuro, hecho de pequeños y repetidos esfuerzos, pero con espléndidos resultados de feracidad y de servicio:

Bendita perseverancia la del borrico de noria! —Siempre al mismo paso. Siempre las mismas vueltas. —Un día y otro: todos iguales.

Sin eso, no habría madurez en los frutos, ni lozanía en el huerto, ni tendría aromas el jardín.

Lleva este pensamiento a tu vida interior |# 69|.

No quedaba sino sustentar esa bendita perseverancia con la decisión, tomada en la primera línea del libro, de que nuestra vida no sea una vida estéril. Y, ¿dónde encontrar ese seguro apoyo si no es en la intimidad con el Señor?:

¿Que cuál es el secreto de la perseverancia? El Amor. —Enamórate, y no "le" dejarás |# 70|.

El origen y el proceso de elaboración de cada uno de los puntos del libro nos ilustran sobradamente sobre el objetivo que se persigue: meter al lector por caminos de oración y de Amor, mediante la pensada meditación de sus consideraciones, como se dice en el preámbulo. Camino no es, por consiguiente, un tratado sistemático sino obra de reflexión y consulta, a cuyas páginas puede acudir el lector sin fijarse un orden riguroso de lectura. Lo cual no significa que el libro carezca de concierto. Porque, puestos a examinarlo más de cerca, se echa de ver que cada uno de los apartados de Camino está vertebrado en su interior, y dispuesto para encajar en la arquitectura del conjunto. Tal es el caso del apartado sobre "La voluntad de Dios", por ejemplo. En la edición de 1939 aparecen cambios radicales en la presentación, en el número y hasta en el orden de los pensamientos. Con ello el autor ha buscado, sin duda, facilitar el progreso de la meditación, estableciendo un hilo conductor de las aspiraciones del alma.

En síntesis, los miembros de que consta el capítulo definitivo sobre "La voluntad de Dios" son: una cabecera introductoria; un cuerpo central de variaciones temáticas sobre los pensamientos de la obertura; y, finalmente, unas consideraciones prácticas que desembocan en el siguiente consejo:

Es cuestión de segundos... Piensa antes de comenzar cualquier negocio: ¿Qué quiere Dios de mí en este asunto?

Y, con la gracia divina, ¡hazlo! |# 71|.

Sobre las consideraciones que encabezan el capítulo asienta el autor toda la fuerza de las páginas que siguen. En un primer punto proclama la verdad evangélica:

Ésta es la llave para abrir la puerta y entrar en el Reino de los Cielos: "qui facit voluntatem Patris mei qui in coelis est, ipse intrabit in regnum coelorum" —el que hace la voluntad de mi Padre..., ¡ése entrará! |# 72|.

En el segundo punto, dando un salto inesperado, coloca repentinamente al lector de cara a la administración de su libertad. Y le hace directamente responsable de las repercusiones de su conducta en su propia existencia y en la parcela de la historia donde Dios le espera: De que tú y yo nos portemos como Dios quiere —no lo olvides— dependen muchas cosas grandes |# 73|.

(El texto proviene de una carta del Fundador a uno de los que se dirigían con él en 1938) |# 74|.

La tercera consideración corresponde a una catalina de 1932. En ella se nos descubren las lamentables consecuencias que la protesta, o el rechazo, del designio trazado por Dios acarrea al alma. Dice así:

Nosotros somos piedras, sillares, que se mueven, que sienten, que tienen una libérrima voluntad.

Dios mismo es el cantero que nos quita las esquinas, arreglándonos, modificándonos, según Él desea, a golpe de martillo y de cincel.

No queramos apartarnos, no queramos esquivar su Voluntad, porque, de cualquier modo, no podremos evitar los golpes. —Sufriremos más e inútilmente, y, en lugar de la piedra pulida y dispuesta para edificar, seremos un montón informe de grava que pisarán las gentes con desprecio |# 75|.

(Esta consideración es el remate de un pensamiento, desarrollado en sus Apuntes íntimos, sobre lo que Dios esperaba de los primeros que tuvieran que edificar la Obra:

Si se tratara de levantar una caseta de feria, la cosa era fácil y breve. Hincar cuatro palos en el suelo, unos metros de percalina, clavar las tablas de un cajón..., y ya está. Pero el edificio de la O. de D. es un palacio secular —durará hasta el Fin— y es el Espíritu Santo su arquitecto...

Nosotros somos los sillares que Jesús quiere que se entierren en los cimientos. Sillares, que se mueven, que sienten [...]) |# 76|.

De esta manera se ponía el acento sobre diversos ámbitos de la existencia humana. A saber: la vida eterna que nos aguarda en el reino de los Cielos; la noble participación en las tareas históricas; y las tristes consecuencias de una rebeldía contra la invitación hecha por Dios al hombre. Así, apelando a la fe, a la razón, a la imaginación y a los sentimientos, se intenta apalancar la voluntad, comprometiéndola en un camino de mejora.

* * *

Por entre las páginas de Camino asoma, aquí o allá, una sugerencia sensorial o el leve rastro de una anécdota, que ayudan a situar el contexto de las reflexiones. A veces, unas brevísimas pinceladas sirven para evocar todo un paisaje de fondo:

¿Te acuerdas? —Hacíamos tú y yo nuestra oración, cuando caía la tarde. Cerca se escuchaba el rumor del agua. —Y, en la quietud de la ciudad castellana... |# 77|.

Recuerdo de las aguas rumorosas del Arlanzón, por cuyas orillas salía el Padre de paseo con los suyos, o con algún soldado que se acercaba a Burgos con permiso.

Burgos, unido a la memoria de Rodrigo de Vivar, el Mío Cid, el del cantar de gesta, cuya grandeza de héroe se canta a la par de las menudencias caseras y cotidianas, como se dice en Camino:

Las gestas —nuestro Mío Cid— relatan siempre aventuras gigantescas, pero mezcladas con detalles caseros del héroe. Ojalá hagas siempre mucho caso —¡línea recta!— de las cosas pequeñas |# 78|.

En la alcoba del Hotel Sabadell, separada por una leve cortinilla de la habitación común de Pedro Casciaro y Paco Botella, se recluía el sacerdote para tomar disciplinas de sangre. No tenía otro recurso; y cuando en una ocasión se enteraron sus hijos, el Padre justificó su conducta con las palabras recogidas en Camino:

Si han sido testigos de tus debilidades y miserias, ¿qué importa que lo sean de tu penitencia? |# 79|.

(En algunas ocasiones —como sucede en esta consideración sobre la penitencia—, las circunstancias de donde dimana el hecho narrado han sido pudorosamente silenciadas. Es evidente que los detalles personales hubieran subrayado con mayor vigor la doctrina, sacándola de la abstracta generalización. Pero el autor —lo repetimos una vez más— se retrae de todo lo que suponga alarde autobiográfico).

En Camino queda reflejado también el fervor patriótico de Burgos en aquellos días —banderas, uniformes y entusiasmo—, pero recordando que tampoco a Cristo le falta su milicia:

El fervor patriótico —laudable— lleva a muchos hombres a hacer de su vida un "servicio", una "milicia". —No me olvides que Cristo tiene también "milicias" y gente escogida a su "servicio" |# 80|.

* * *

El título Camino, que por tan largo tiempo maduró su autor, es nombre simbólico, denso y cuajado de sentido. En él confluyen la llamada universal a la santidad de vida; el método para seguir fielmente las pisadas de Cristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida; y un programa de dirección espiritual para alcanzar dicha meta. Dentro de ese título va encerrada también la intención del libro:

¿Quieres que te diga todo lo que pienso de "tu camino"? —Pues, mira: que si correspondes a la llamada, trabajarás por Cristo como el que más: que si te haces hombre de oración, tendrás la correspondencia de que hablo antes y buscarás, con hambre de sacrificio, los trabajos más duros...

Y serás feliz aquí y felicísimo luego, en la Vida |# 81|.

Camino es exigente. Hay en sus páginas lugar para lo pequeño, pero no se da cabida en ellas a lo mediocre. En último término, es una llamada a la santidad de vida, clave no sólo de la existencia personal sino, indirectamente, de la historia de la humanidad:

Un secreto. —Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos |# 82|.

Y, si no contiene el libro todo el espíritu del Opus Dei, sí contiene lo esencial del mensaje divino del 2 de octubre de 1928: la llamada universal a la santidad en medio del mundo, el sentido de la filiación divina en Cristo como fundamento de su espiritualidad, y la función santificante y apostólica del trabajo humano. Camino tiene la virtud de poner la santidad, por así decir, al alcance de la mano:

La santidad "grande" está en cumplir los "deberes pequeños" de cada instante |# 83|.

El estilo peculiar del libro, su vigor ascético e intelectual, su alta inspiración, todo ello está ya implícito en las Catalinas y en las cartas. Razón por la que en Camino, como se ha comprobado, predomina lo autobiográfico. No a la manera de memorias pretéritas y ajadas, como pétalos descoloridos de una flor aplastada entre las páginas de un libro. No; de sus consideraciones se desprende el bonus odor Christi que suscita la presencia viva del autor, el cual, al paso de la lectura —unas veces reflexión y otras diálogo— nos lleva de la mano por el camino de su propia vida interior.

Durante toda su vida siguió don Josemaría la invariable costumbre de comenzar sus cartas encomendando al destinatario:

Jesús te me guarde, decía a Pedro Casciaro:

[...] da mucho gusto escribir a un hijo y encabezar la carta con el santo nombre del Señor: Jesús.

He leído tus... desahogos: gaudium cum pace!

Todo se arreglará como deseas. Ten calma. Está alegre. Descansa en Él y en mí. Acabo.

Mi bendición y un abrazo muy fuerte

Mariano |# 84|.

El interesado podía descansar en Dios y en aquel santo sacerdote, seguro de que no le faltaría, desde el mismo encabezamiento de la carta, ni la oración ni la mortificación del Padre, como se nos refiere en Camino:

¡Poder de tu nombre, Señor! —Encabecé mi carta, como suelo: "Jesús te me guarde".

—Y me escriben: "El ¡Jesús te me guarde! de su carta ya me ha servido para librarme de una buena. Que Él les guarde también a todos" |# 85|.

Ahí, precisamente, estriba la eficacia espiritual del libro: en que todas sus páginas han sido sazonadas con mortificaciones y están ungidas de oración. A poco que colaboremos de nuestra parte, su lectura obrará en el interior del alma. Porque sus pensamientos son algo espiritualmente fresco y vital; y no frases momificadas. Bien decía en el prólogo el Obispo de Vitoria: «En estas páginas aletea el espíritu de Dios. Detrás de cada una de sus sentencias hay un santo que ve tu intención y aguarda tus decisiones» |# 86|.

Don Josemaría siempre, siempre, antes de hablar con una persona, la encomendaba a su Ángel custodio. Igualmente hacía al escribir a alguien una carta. Y tengamos por cierto que lo mismo hizo a la hora de preparar Camino, donde puede leerse esta observación autobiográfica:

"No sé cómo emborronar papel hablando de cosas que puedan ser útiles al que recibe la carta. Cuando empiezo, le digo a mi Custodio que si escribo es con el fin de que sirva para algo. Y, aunque no diga más que bobadas, nadie puede quitarme —ni quitarle— el rato que he pasado pidiendo lo que sé que más necesita el alma a quien va dirigida mi carta" |# 87|.

Desde muy temprano, desde 1931, venía arrastrando el Fundador el deseo de escribir unos libros de fuego, que corrieran por el mundo como llama viva, prendiendo su luz y su calor en los hombres, convirtiendo los pobres corazones en brasas, para ofrecerlos a Jesús como rubíes de su corona de Rey |# 88|. Con ese aliento se compuso Camino.

Entre los libros de fuego se cuenta también Santo Rosario, cuya segunda edición salió a la calle en los primeros días de octubre de 1939, recién acabado de imprimir Camino |# 89|.