El Papa Francisco ha hecho popular la expresión «el santo de la puerta de al lado». Me parece que es un concepto bastante ilustrativo. Por un lado de tantos buenos ejemplos de personas santas que tenemos muy cerca, mucho más cerca de lo que imaginamos, no necesitamos buscar sus nombres en el santoral, sino que conocemos personalmente a muchas personas que con seguridad están en el cielo.
Por otro lado, la expresión «el santo de la puerta de al lado», es una llamada a cada uno a buscar la santidad en las oportunidades ordinarias que nos ofrece la vida, sin buscar fabulosas oportunidades extraordinarias que raramente se presentan.
🎙 Enlace relacionado: “Fragmentos de historia, un podcast sobre el Opus Dei y la vida de san Josemaría”
En la introducción de mi libro titulado Isidoro 100%, hablo del santo de mi puerta de enfrente, no de la de al lado, y explico que Isidoro vivió en la casa en la que yo vivo ahora y ocupó precisamente la habitación que está frente a la mía.
No lo hago sólo para presumir sino, también, para introducir algunas consideraciones sobre las muchas personas que tienen motivos para sentir que Isidoro es su santo de la puerta de al lado, para sentir que son cercanos. Por ejemplo, los vecinos de la avenida Corrientes con Riobamba, la patria chica del tango y el lugar donde nació Isidoro; o los parroquianos de san Alberto Magno, en Vallecas (Madrid), donde reposan sus restos; todos los malagueños, pues en esa ciudad trabajó como profesor y como ingeniero, además de recorrerla con la sociedad excursionista, y se empeñó en numerosas actividades de voluntariado; o no digamos los trabajadores de ferrocarriles, sus colegas.
En fin, esto es una parte, también hay muchos otros motivos para sentirse cercano a él. Era migrante —tanto en Argentina, por ser hijo de españoles, como en España por haber nacido en Argentina—, y creo que estas son realidades muy actuales; estudiaba con el sudor de su frente —sus profesores dudaban de que fuera a terminar el Bachillerato y le costó tres años aprobar el ingreso en la Escuela de Ingenieros—; perdió a su padre a los nueve años; su abuela que vivía con ellos falleció en la pandemia conocida como la gripe española de 1918; murió su hermano Fernando el día de Reyes de 1920 por unas fiebres tifoideas y su hermano Paco en la batalla de Brunete, durante la guerra civil española; su familia se arruinó por la quiebra del Banco Español del Río de la Plata.
Hay más: era de familia numerosa —cinco hermanos—, sus padres tenían una mercería —eran lo que hoy llamaríamos autónomos emprendedores—; le gustaba coleccionar sellos de Correos; sabía hacer receptores caseros de radio galena; le gustaba dar clases; le apasionaba la educación; era riguroso para llevar la contabilidad de su casa —y la del Opus Dei—; era bajito (1,63 m. al tallarse en 1923) y usaba gafas; hacía excursiones de montaña y murió de un cáncer en 1943, poco antes de cumplir 41 años.
En este episodio no es posible desarrollar cada uno de esos temas. He escogido tres: su vocación al Opus Dei, su preocupación por los demás y su optimismo. Vamos allá.
Vocación de Isidoro Zorzano
Isidoro es el primero del Opus Dei. Bueno, el primero es san Josemaría; incluso hay dos más, José Romeo y Norberto Rodríguez, que en un primer momento ven su vocación a la Obra y por diversas causas no siguen adelante. Isidoro es el primero que persevera en su vocación.
Me parece interesante situar en su contexto la vocación de Zorzano, que fue compañero de Bachillerato del fundador del Opus Dei. Ambos nacieron en 1902. San Josemaría en Barbastro e Isidoro en Buenos Aires. Sus padres son unos riojanos que han hecho una cierta fortuna en América y vuelven a España en 1905 con idea de encarrilar los estudios de sus hijos y regresar a la Argentina para continuar allí sus negocios, pero en 1912 muere su padre y optan por permanecer en Logroño. No voy a detenerme en demasiados detalles de la infancia y juventud de san Josemaría, pero sí en su llegada a Logroño el curso 1915/16. El fundador de la Obra era entonces un adolescente, disgustado por la ruina de su familia y la muerte de sus hermanas pequeñas. Cambió de ciudad, de amigos y de colegio y allí conoció a Isidoro.
Fueron compañeros en cuarto, quinto y sexto de bachillerato.
No sabemos de esos años más que su amistad. Probablemente serían, también, amigas las madres. Sería muy interesante tener el testimonio de la madre de Isidoro y de la madre de san Josemaría sobre el otro. Cómo le satisfacía el que fueran amigos, los planes que hacían para el futuro de ambos, si accedía o no a la nevera de la casa del otro, que esta es la señal de la incorporación total a una familia de un amigo.
Lo cierto es que tras 1918 sus vidas se separan: san Josemaría se va a Zaragoza al seminario y a hacer Derecho e Isidoro se va a Madrid a hacer Industriales.
No es raro que las amistades que nacen en esas edades duren toda la vida. Por aquel entonces la distancia entre Madrid y Zaragoza era idéntica a la actual en cuanto a la geografía, pero no había ni mensajería instantánea, ni tren de alta velocidad.
Algún contacto debieron tener durante los años que van de 1918 a 1930, en los que ellos tenían de 16 a 28 años, pero poco sabemos de ese tiempo, salvo que durante unos meses, ambos coincidieron viviendo en Madrid —san Josemaría llegó a la capital en abril de 1927, donde Isidoro permaneció hasta que marchó a Cádiz en noviembre de 1928: apenas mes y medio más tarde se trasladó a Málaga—: en ese año y medio intercambiaron alguna correspondencia y tuvieron que verse alguna vez.
En fin, en 1930, cuando los dos tienen 28 años Isidoro está en Málaga, trabaja como ingeniero de ferrocarriles, pero tiene una inquietud, tiene dudas. Algunos dicen que se va a hacer cura, tiene claro que quiere ser ingeniero (aunque no congenia con su jefe y los ferrocarriles Andaluces no van muy bien), y necesita ganar dinero para sacar adelante a su familia. Pero lo cierto es que Isidoro evita echarse novia.
San Josemaría busca gente para la Obra, reza y pide oraciones, sobre todo a los enfermos que trata en el Patronato de Enfermos, y le pone un tarjetón: «Querido Isidoro: cuando vengas por Madrid no dejes de venir a verme. Tengo cosas muy interesantes que contarte. Un abrazo de tu buen amigo». El tarjetón se los envía a través de su madre que vivía en Madrid y le hace llegar el tarjetón a Isidoro y éste responde: «Espero ir pronto a ésa» (se refiere a Madrid, la capital), «tal vez a fin de mes, en cuyo caso ni qué decir tiene que mi primera visita será para ti»
El 24 de agosto de 1930, día de San Bartolomé, Isidoro va a Madrid y en unas circunstancias llenas de casualidades se encuentran. Isidoro va al Patronato de Enfermos, allí no estaba san Josemaría, se va a dar una vuelta, san Josemaría estaba en otro sitio sin saber muy bien por qué va al patronato y sin encontrarse en un punto que coincidían los recorridos que ambos estaban haciendo sino un poco más allá se encuentran. Isidoro le cuenta sus inquietudes, y san Josemaría le explica el Opus Dei.
Isidoro nota que Dios le pide algo y que a la vez quiere ser ingeniero 100%. San Josemaría busca gente que entienda la santidad en medio del mundo. Si se me permite una comparación un poco bestia: un pirómano con una caja de cerillas acaba de encontrar un tanque de gasolina: el fundador busca gente como Isidoro e Isidoro tiene preguntas a las que responde la vocación al Opus Dei.
Esa misma tarde pide la admisión, pasa unas semanas con su familia en Logroño y vuelve a Málaga.
O sea, el primero que entiende en profundidad el mensaje del Opus Dei, vive a poco más de 500 kilómetros del fundador. San Josemaría tiene mucho interés en darle esa primera formación para que se incorpore al Opus Dei como locomotora y no como vagón.
Desde entonces, Isidoro consigue viajar a Madrid más o menos dos veces al mes. El fin de semana de dos días no se estilaba entonces. Se trabajaba también los sábados. Normalmente Isidoro viajaba el sábado por la noche a Madrid y se quedaba hasta el domingo por la noche para llegar a trabajar el lunes por la mañana.
La buena noticia es que esas distancias obligan a que gran parte de la tarea de acompañamiento espiritual que san Josemaría realiza con Isidoro en esos primeros años de su vocación se realiza por carta, y muchas de esas cartas se conservan.
Por ejemplo, en una carta del 19 de septiembre escribe Isidoro: «Me encuentro ahora completamente confortado; mi espíritu lo encuentro ahora invadido de un bienestar, de una paz, que no había sentido hasta ahora». Se confirma, el Opus Dei era lo que estaba buscando.
Isidoro en Málaga
En Málaga Isidoro es era Secretario de la Asociación de Ingenieros Industriales, germen del Colegio de Ingenieros; aceptó el encargo de proyectar una central hidráulica para una fábrica de miel en el pueblo de Frigiliana —que proporcionaría luz eléctrica a buen precio a todo el pueblo—; a finales de 1930 y comienzos de 1931, con algunos de sus alumnos, creó la delegación malagueña de la Federación de estudiantes católicos, de la que es presidente honorario. También formó parte, como tesorero, de la primera junta diocesana de Acción Católica.
Con motivo de la quema de conventos de abril del 31 (algo que fue especialmente agudo en Málaga), conoció a algunas Adoratrices que se habían refugiado en casa de su amigo Ángel Herrero —una de ellas era su hermana— y comenzó a colaborar con ellas. Particularmente, a partir de entonces pedía dinero cada año a sus amistades para regalar juguetes en la fiesta de los Reyes Magos a las niñas acogidas por estas religiosas.
En esos años colaboró con la Casa del Niño Jesús, una especie de asilo para chavales, en el que da clases y ayuda. Aquello estaba dirigido por un jesuita, el padre Aicardo.
A todo esto, trabaja en los ferrocarriles y da clase en la escuela industrial. En esa misma época lo nombran tesorero del Patronato local de Formación Profesional de Málaga.
Bueno, y más cosas: participa de la Sociedad Excursionista de Málaga, se apunta en un gimnasio.
¿Qué le dice san Josemaría mientras está Isidoro metido en tantas actividades? Pues san Josemaría, en las cartas que conservamos, no recorta su actividad, pero le pide que lo fundamente todo en la oración, que ofrezca las dificultades. He mencionado la quema de conventos, y él participa de organizaciones católicas que no simplemente son vistas por algunas personas con antipatía sino con verdadera agresividad. Le dice que sea constante en lo que se propone, que procure comulgar a diario. En fin, esto consta que Isidoro tuvo una notable devoción a la Eucaristía y de hecho siendo niño consiguió recibir la primera comunión antes de lo que le tocaba, pero el hecho es que en 1930 cuando pide la admisión al Opus Dei iba a misa los domingos únicamente; y hasta finales del 31 no hablan las cartas de la comunión diaria.
Preocupación por los demás
He tenido la suerte de leer los testimonios de la gente que le trataron. Testimonios que se encargó de recoger san Josemaría cuando falleció. Llama la atención como unos y otros hacen referencia a los detalles de servicio que tuvo con ellos: daba clases particulares a sus sobrinos, se ponía el mono para ayudar a los obreros de los ferrocarriles -algo muy poco frecuente en un ingeniero-; preparaba, a los que estaban a los estaban haciendo tesis doctorales y oposiciones académicas, gráficos; a los de letras que estaban en situaciones parecida les limpiaba los zapatos para que se presentarán ante el tribunal de una manera aceptable.
Durante la guerra civil visitaba a unos y a otros, incluso a los que estaban en prisión. Se encargaba de la instalación de los centros de la Obra, buscar fontaneros, electricistas, carpinteros, proveedores de distintos tipos. Luego hay anécdotas pequeñas de encargarse de una gestión funeraria de la novia de un amigo; de ir a recoger a la familia de un amigo a la estación; facilitaba gestiones burocráticas; llevaba contabilidades.
Y todo con una sonrisa y un marcado carácter de ingeniero, que se manifestaba especialmente en el trato con otros ingenieros o estudiantes de ingeniería.
Hay un testimonio de José Ramón Madurga, estudiante de ingeniería industrial, escribió lo siguiente: «En un caso concreto (...) me dijo, medio en serio medio en broma, pero sacándole punta sobrenatural al tema, lo siguiente: “La vida es una suma de mortificaciones pequeñas de orden diferencial; y la integral de la expresión diferencial de la mortificación, es la santidad”».
También hay muchos testimonios de los que le acompañaron durante su enfermedad. Gente que iba a estar atenta del enfermo y salía con la sensación de ser él el atendido.
Pero no quiero leer más testimonios sobre lo servicial que era, que es un tema que he escogido para animar a acudir a su intercesión. Creo que es muy interesante tener la seguridad de que a la persona que uno acude es muy servicial y muy detallista.
Su optimismo
He dicho que iba a decir algo sobre su optimismo. Y un trato es un trato. Solamente un recuerdo, un testimonio de Eduardo Alastrué. Él estuvo alojado junto al fundador del Opus Dei en la legación de Honduras y en la segunda mitad 1938, junto a Álvaro del Portillo y alguno más, dejaron la Legación con la intención de alistarse en el ejército republicano con la intención de ser destinados al frente y pasarse al otro bando. Eduardo tiene el siguiente recuerdo:
«Isidoro venía a comer con nosotros al cuartel, en los días que pasamos en Madrid, ya fuera de la Embajada, pendientes de nuestra incorporación al Ejército. Una tarde nos tocó comer en el cuartel que había frente a la Basílica de Atocha, en el Pacífico y volvimos los dos solos hacia el centro, dando un largo paseo, por la calle de Alfonso XII. Comentábamos los desastres y las ventajas de la guerra e Isidoro empezó a hacer el recuento de los bienes que nos traía y nos había traído. La veía de un modo totalmente sobrenatural, como una oportunidad magnífica que Dios nos deparaba para santificarnos; y lleno de alegría iba enumerando las virtudes —sobre todo, la caridad y unión fraterna— que con aquellas circunstancias y por la bondad de Dios se afirmaban en nosotros. Cuando llegamos a casa, recuerdo que estábamos rebosantes de alegría y dábamos gracias interiormente a Dios de todo corazón por tantos regalos como nos colmaba en aquel tiempo. Estas conversaciones sobrenaturales, hablando de Dios, de la Obra y sus rasgos principales, del futuro del Opus Dei, eran muy frecuentes entre nosotros. Nos encendían de entusiasmo y alegría y agradecimiento a Dios y nos elevaban muy por encima de las dificultades y peligros que nos rodeaban. Isidoro las provocaba a menudo y las circunstancias se prestaban a que estuviesen llenas de naturalidad. Al comentar las cosas grandes que presenciábamos ya y que nos esperaban, recuerdo que repetía a menudo, como no pudiendo expresar de otro modo su admiración: “¡Es admirable! ¡Es extraordinario!”».
No quiero terminar sin animar a profundizar en la vida de Isidoro. Es muy fácil encontrar mi libro, que está disponible gratis en audio y en formatos electrónicos. Allí también se enlaza a una biografía más amplia y a un vídeo en Youtube