Relato que hace uno de sus hijos chilenos de este viaje pastoral
Fue una semana que tuvo más de siete días. El miércoles 24 de julio vino a los suyos y a los amigos de los suyos para hablar de Dios y de las cosas de Dios, de la Obra que conduce.
En la casa donde vivo fuimos marcando la cuenta regresiva de su venida y comimos ensaimada al desayuno el día de la llegada. Me acordé de la vieja canción popular: “Café café/ Café con leche café./ Chocolate con ensaimada/ ¡le gusta a usted!/ ¡le gusta a usted!”. Es un producto de gran tradición reposteril, un bollo de masa en espiral que hay que hornear con sumo cuidado.
Una pregunta que le hicieron una semana antes, el día de la Virgen del Carmen, en el polideportivo de Navarra, resume bien la disposición con que lo esperábamos en Chile: “Los trabajos con los estatutos nos llevan a tener como un deseo muy intenso de vivir todo este tiempo estrechamente unidos al Padre, pegados a él. ¿Tendría algún consejo para ayudarnos a vivir acabadamente ese propósito?”.
El Prelado de la Obra respondió: “La unión con el Padre, la oración por el Padre tiene que ir a la vez y en proporción igual en unión y en oración por los demás. La unión con el Padre: unión con los hermanos, con las hermanas”.
No he dormido, comentó la primera noche en pleno jet lag, pasando del verano al invierno. Muchos de sus hijos pudimos desayunar, almorzar o comer y pasar después un rato con él. Otros a la hora del té, como don Tono y Toto, que celebraban su cumpleaños.
“Los hijos... ¡Cómo procuran comportarse dignamente cuando están delante de sus padres!” (Camino, 265). La presencia y cercanía del prelado de la Obra sacó a relucir la mejor parte de sus hijos: graciosos, ocurrentes para contarle cosas de Chile, la vida en la Obra y el apostolado.
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El Padre se divirtió mucho. Por personalidad, calzó muy bien con nuestra idiosincrasia comedida. Sobrio, de pocas palabras, con una capacidad asombrosa para concentrarse en lo esencial e ir al meollo de los asuntos con ojos de eternidad, iluminando los problemas y abriendo horizontes.
Comprende a la gente, no tanto en el sentido de fijarse en sus limitaciones, sino de valorar la grandeza que hay en cada persona. Con un fino sentido del humor, siempre estuvo alegre, sonriente y en ocasiones se desternilló de la risa… Vivir con el Padre es una cosa muy seria, comentó uno de los afortunados que estuvo con él en el día a día.
El prelado se reunió con centenares de jóvenes y miles de chilenos y chilenas en el Movistar Arena, que fue una inolvidable fiesta espiritual. Recibió a familias y más familias… decenas. Predicó una meditación a sus hijas numerarias y agregadas y después les celebró la Misa. Otro tanto hizo con sus hijos. Se entrevistó con el arzobispo de Santiago, Mons. Fernando Chomalí.
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Dio una clase magistral a los profesores de la Universidad de los Andes sobre la identidad cristiana en los centros de enseñanza. Visitó los colegios Trigales del Maipo y PuenteMaipo de Bajos de Mena. Tuvo un emocionante encuentro con sacerdotes de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Se manifestaron agradecidos por lo que la Obra hace en la Iglesia, uno comentó que veía a san Josemaría en él.
No pocos inmigrantes también pudieron estar con el Padre. Al venir a Chile, escriben pidiendo contactarse con la Obra, porque lo estuvieron en sus países de origen o porque quieren acompañamiento espiritual en su nuevo país. En un círculo de formación participan un brasileño doctor en filosofía, un venezolano médico, dos colombianos (uno, cafetero, participa por zoom desde Bogotá)... ¿Por qué Chile?, se preguntaba el colombiano médico veterinario avecindado por acá. Y rememoró episodios: fue a desayunar con su mujer en un hotel bogotano, en que flameaban muchas banderas. Quedaron ante un ventanal en que la de Chile entró con el viento… Pero no –dice él–, ahora sé la razón. Aquí conocí el Opus Dei, que ha llenado mi vida.
La última jornada el prelado fue a visitar a la Virgen del San Cristóbal que preside la ciudad. Y luego pasó junto al monumento de san Josemaría al comienzo de la avenida que lleva su nombre. Con estas últimas impresiones, siguió rumbo a Lima el martes 30 después de almuerzo.
El Padre pudo disfrutar de un buen tiempo. Sol con moderación, temperaturas razonables. Las lluvias torrenciales quedan en el recuerdo de hace cincuenta años, cuando vino el fundador de la Obra a Chile, a las que siguieron días radiantes y la cordillera de los Andes en todo su esplendor. Un recuerdo poderoso, para el Padre antes que nadie. Con mucha frecuencia hizo referencia a que san Josemaría estuvo entre nosotros hace medio siglo. Y que ahora lo está permanentemente… con su ejemplo, sus enseñanzas y su poder intercesor.
El Padre encarna su mensaje, qué familiaridad tiene con él, cuánto partido le saca… Como el santo fundador, vive para sus hijas e hijos.
Una imagen de cordillera y mar presidió el Encuentro del Padre con las Familias.
Benjamín Martínez, coordinador general del evento, explicó el diseño al prelado del Opus Dei, mons. Fernando Ocáriz:
"Chile, siendo una franja al fin del mundo y un paisaje de contrastes, es un territorio amable que acoge con su naturaleza indómita. Y este mural representa lo que somos: la creación de Dios de norte a sur, de la arena del desierto y el horizonte infinito, a las altas cumbres nevadas y el bosque austral.
Nosotros, los chilenos, lo recibimos Padre, con nuestro mar tranquilo que nos invita a remar mar adentro y esta cordillera que nos acoge y abraza a lo largo de nuestra tierra. Estos colores, texturas y distintos momentos, representa lo que somos: un país diverso, donde cada persona puede encontrar a Dios en la vida ordinaria.
Ahora en Santiago, y frente a todos los que estamos aquí reunidos, lo recibimos con cariño y lo hacemos presente en todos los rincones de nuestra geografía, en lo que nos une y nos identifica como chilenos, agradeciendo a Dios por su visita y los frutos de su viaje apostólico, a 50 años de la venida de san Josemaría. Bienvenido Padre!"