Evangelio del domingo: Santísima Trinidad

Comentario de la Solemnidad de la Santísima Trinidad (Ciclo C). «Recibe de lo mío y os lo anunciará». La acción del Espíritu sobre la Iglesia no consiste en suscitar ni enseñar cosas distintas de las manifestadas por Jesucristo, sino en favorecer la plena comprensión de todo lo que el Hijo oyó del Padre y nos dio a conocer (cf. v. 15).

Evangelio (Jn 16,12-15)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

— Todavía tengo que deciros muchas cosas, pero no podéis sobrellevarlas ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de la verdad, os guiará hacia toda la verdad, pues no hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que oiga y os anunciará lo que va a venir. Él me glorificará porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso dije: «Recibe de lo mío y os lo anunciará».


Comentario

En la última cena, Jesús explica a los apóstoles las verdades más profundas acerca de sí mismo y de su relación con el Padre y el Espíritu Santo, a la vez que les asegura que no se quedarán solos porque contarán con la ayuda del Espíritu Santo, que continuará su misión guiando a la Iglesia a lo largo del tiempo.

Los Apóstoles han sido testigos de la predicación y de las acciones de Jesús, así como de su trato filial con Dios, al que siempre se dirige llamándole “padre”, incluso en ocasiones, con la forma infantil abbá, “papá” (cf. Mc 14,36). Ahora, les habla de la ayuda que les prestará el Espíritu Santo: “recibirá de lo mío y os lo anunciará” (v. 14). La acción del Espíritu sobre la Iglesia no consiste en suscitar ni enseñar cosas distintas de las manifestadas por Jesucristo –ya que la verdad no cambia con el tiempo, las opiniones, ni el parecer de las gentes–, sino en favorecer la plena comprensión de todo lo que el Hijo oyó del Padre y les dio a conocer (cf. v. 15). Jesús ya les había anunciado que “el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho” (Jn 14,26), y ahora añade que “os guiará hacia toda la verdad, pues no hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que oiga y os anunciará lo que va a venir” (v.13). Su tarea consistirá en orientarnos hacia la verdad en las nuevas y cambiantes situaciones de la historia y de la vida de las personas, con la mirada puesta siempre en lo que Jesús nos ha enseñado.

Jesús habla con naturalidad del Padre y del Espíritu como personas distintas a él y entre sí, a la vez que insinúa que comparten lo mismo: “todo lo que tiene el Padre es mío” (v. 15), y lo que anuncia el Espíritu es lo que “recibirá de lo mío” (v. 14). Sólo hay un Dios, una sola naturaleza divina, que subsiste en tres personas distintas, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. El Catecismo de la Iglesia Católica, utilizando la fórmula de la antigua confesión de fe llamada Quicumque, afirma que “la fe católica es esta: que veneremos un Dios en la Trinidad y la Trinidad en la unidad, no confundiendo las personas, ni separando las substancias; una es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo; pero del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo una es la divinidad, igual la gloria, coeterna la majestad”[1].

Esta verdad de fe no es algo bonito, pero lejano, sino que nos habla de nuestra relación personal con Dios y con cada una de las personas divinas: “En efecto —recuerda el Papa Francisco—, mediante el Bautismo, el Espíritu Santo nos ha insertado en el corazón y en la vida misma de Dios, que es comunión de amor. Dios es una ‘familia’ de tres Personas que se aman tanto que forman una sola cosa. Esta ‘familia divina’ no está cerrada en sí misma, sino que está abierta, se comunica en la creación y en la historia y ha entrado en el mundo de los hombres para llamar a todos a formar parte de ella. El horizonte trinitario de comunión nos envuelve a todos y nos anima a vivir en el amor y la fraternidad, seguros de que ahí donde hay amor, ahí está Dios”[2].

Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, por eso, es parte de nuestra propia naturaleza fomentar la unidad y el amor recíproco con el Señor y con los demás, en la gran familia del mundo y de la Iglesia, en las relaciones sociales y domésticas, en la amistad y el entorno de trabajo. “La fiesta de la Santísima Trinidad nos invita a comprometernos en los acontecimientos cotidianos para ser fermento de comunión, de consolación y de misericordia”[3].


[1] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 266.

[2] Papa Francisco, Ángelus. Domingo 22 de mayo de 2016.

[3] Ibidem.

Francisco Varo