Evangelio (Mt 13,47-53)
Asimismo el Reino de los Cielos es como una red barredera que se echa en el mar y recoge toda clase de cosas. Y cuando está llena la arrastran a la orilla, y se sientan para echar lo bueno en cestos, y lo malo tirarlo fuera. Así será al fin del mundo: saldrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos y los arrojarán al horno del fuego. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto?
– Sí -le respondieron.
Él les dijo:
– Por eso, todo escriba instruido en el Reino de los Cielos es como un hombre, amo de su casa, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas.
Cuando terminó Jesús estas parábolas se marchó de allí.
Comentario al Evangelio
Jesús habla de una pesca con una red barredera que recoge todo lo que encuentra. Se trata de un tipo de red alargada y ancha que se extiende entre dos barcas y que al arrastrarla recoge peces, restos de algas, o cualquier objeto que haya, flotando en el agua.
“El Señor entre barcas y redes halló a sus primeros discípulos, y muchas veces comparaba la labor de almas con las faenas pesqueras –recordaba San Josemaría–. ¿Te acuerdas de aquella pesca milagrosa, cuando se rompían las redes? (…) A esa pesca apostólica, abierta a todas las almas, podríamos aplicar aquel texto de San Mateo, que habla de “una red barredera, que echada en el mar, allega todo género de peces”, de cualquier tamaño y calidad, porque en sus mallas cabe todo lo que nada en las aguas del mar”[1]. En efecto, Dios quiere que gocen de la felicidad eterna en su Reino todas las personas, de todas las culturas, razas y condiciones, no excluye a nadie de su llamada a la amistad con Él. Aunque no todos acogerán necesariamente su llamada.
El mar es el mundo donde conviven toda clase de personas, con las más variadas disposiciones y en muy diversas circunstancias. A todos alcanza la voluntad salvífica de Dios, que cada uno puede libremente acoger o rechazar. Lo mismo que los pescadores en la orilla separan lo que es bueno de lo malo entre todo lo que ha arrastrado la red, así sucederá al final de los tiempos: el Señor juzgará y discernirá lo bueno y lo malo. Unos se salvarán y otros se condenarán, según las obras de cada uno.
“Cristo juzgará a los vivos y a los muertos con el poder que ha obtenido como Redentor del mundo, venido para salvar a los hombres –enseña el Catecismo–. Los secretos de los corazones serán desvelados, así como la conducta de cada uno con Dios y el prójimo. Todo hombre será colmado de vida o condenado para la eternidad, según sus obras”[2].
Jesús habla de modo claro y amable de cuestiones muy serias. Está en juego acoger y recibir la felicidad eterna que ha venido a ofrecer a todos, pero también es posible rechazarla e ir al infierno, el horno del fuego donde hay llanto y rechinar de dientes.
[1] San Josemaría, En diálogo con el Señor, “Con la docilidad del barro”, n. 3.
[2] Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 135.