Para orar en la solemnidad de la Santísima Trinidad
∙ Comentario al Evangelio y una meditación.
∙ 9 textos para orar en la solemnidad de la Santísima Trinidad (Textos de san Josemaría Escrivá)
∙ Beato Álvaro del Portillo: «La Santísima Trinidad, misterio que colma nuestra vida de cristianos».
∙ Devocionario:
Textos para profundizar en la Santísima Trinidad
- Resúmenes de fe cristiana: Tema 5. La Santísima Trinidad
- Esa corriente trinitaria de Amor (editorial de la serie La luz de la fe): El Misterio de la Trinidad cambia en profundidad nuestra mirada sobre el mundo, porque revela cómo el Amor es el tejido mismo de la realidad.
- Preguntas sobre la fe cristiana: ¿Creo en Dios, Uno y Trino? La Santísima Trinidad es el misterio de Dios en sí mismo, el misterio central de la fe y de la vida cristiana. ¿Qué significa en la práctica decir “Creo en Dios Uno y Trino”? ¿Cómo distinguir y tratar a cada una de las Tres Personas divinas?
- 'Creo, creemos', libro electrónico de Mons. Javier Echevarría: El Credo constituye el hilo conductor de “Creo, creemos", libro compuesto por fragmentos de las Cartas Pastorales que Mons. Javier Echevarría escribió durante el Año de la fe.
- Textos del Catecismo sobre la Santísima Trinidad.
4 enseñanzas de la Iglesia católica sobre la Santísima Trinidad
1. ¿Cuál es el misterio central de la fe y de la vida cristiana?
El misterio central de la fe y de la vida cristiana es el misterio de la Santísima Trinidad. Los cristianos son bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
2. ¿Puede la razón humana conocer, por sí sola, el misterio de la Santísima Trinidad?
Dios ha dejado huellas de su ser trinitario en la creación y en el Antiguo Testamento, pero la intimidad de su ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón humana e incluso a la fe de Israel, antes de la Encarnación del Hijo de Dios y del envío del Espíritu Santo. Este misterio ha sido revelado por Jesucristo, y es la fuente de todos los demás misterios.
3. ¿Cómo expresa la Iglesia su fe trinitaria?
La Iglesia expresa su fe trinitaria confesando un solo Dios en tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Las tres divinas Personas son un solo Dios porque cada una de ellas es idéntica a la plenitud de la única e indivisible naturaleza divina. Las tres son realmente distintas entre sí, por sus relaciones recíprocas: el Padre engendra al Hijo, el Hijo es engendrado por el Padre, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.
4. ¿Cómo obran las tres divinas Personas?
Inseparables en su única sustancia, las divinas Personas son también inseparables en su obrar: la Trinidad tiene una sola y misma operación. Pero en el único obrar divino, cada Persona se hace presente según el modo que le es propio en la Trinidad. «Dios mío, Trinidad a quien adoro... pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora» (Beata Isabel de la Trinidad)
∙ Textos del libro electrónico gratuito: el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica.
∙ Voz Trinidad Santísima del Diccionario de san Josemaría.
1. Importancia de la Trinidad en la vida y en la predicación de san Josemaría. 2. La homilía Hacia la santidad. 3. Unidad y Trinidad. 4. La “trinidad de la tierra” y la Trinidad del cielo. 5. Las devociones trinitarias.
En su predicación san Josemaría fue siempre a lo esencial, a los misterios centrales de nuestra fe y, como consecuencia, sus consideraciones, de un modo u otro, siempre tienen como horizonte el misterio de la Trinidad: el amor de Dios Padre que entrega a su Hijo, el amor del Hijo que le lleva a ofrecer su vida en sacrificio, y la acción santificadora del Espíritu. Toda su doctrina espiritual fue hondamente trinitaria y cristológica.
1. Importancia de la Trinidad en la vida y en la predicación de san Josemaría
Como lo atestiguan sus escritos espirituales, san Josemaría tuvo desde muy pronto un cálido trato con cada una de las tres divinas Personas, subrayando la distinción existente entre ellas según las características que manifiestan en la historia de la salvación: el Padre es la fuente y origen de todo; el Hijo, la Palabra del Padre que se hace hombre para que los hombres se conviertan en hijos de Dios, y el Espíritu Santo es el Santificador, el que une a los hombres con Dios haciéndolos uno con Cristo.
Uno de los rasgos que san Josemaría recalcaba en su itinerario espiritual, con gran conmoción interior, es la filiación divina y, en consecuencia, la paternidad de Dios. En una homilía datada en abril de 1964, hacía la siguiente confidencia: “la vida mía me ha conducido a saberme especialmente hijo de Dios, y he saboreado la alegría de meterme en el corazón de mi Padre” (AD, 143). Se estaba refiriendo a la intuición sobrenatural con que percibió la gozosa realidad de la filiación divina y, en consecuencia, de la paternidad de Dios. Esta paternidad aparece ya en sus Apuntes íntimos, en Santo Rosario y en Camino, como la verdad que sirve de fundamento a su vida espiritual.
El Verbo está presente en san Josemaría, sobre todo, en cuanto Verbo encarnado, con un nombre entrañablemente humano: Jesús. Él es la Sabiduría y la Palabra del Padre, una Palabra llena de amor, pues es “la Palabra de la que procede el amor” (ECP, 162). Con su “Corazón de carne, con un Corazón como el nuestro, que es prueba fehaciente de amor y testimonio constante del misterio inenarrable de la caridad divina” (ibidem). El único camino hacia el Dios-Trinidad es precisamente la Humanidad del Señor (cfr. AD, 300-303).
En la vida espiritual de san Josemaría, este gran “descubrimiento” interior se sitúa entre el 22 de septiembre y el 17 de octubre de 1931. En el otoño del año 1932 tuvo lugar otro “descubrimiento”, también de hondas y perdurables consecuencias en su vida interior y en su pensamiento teológico: la importancia de la obra del Espíritu Santo en el alma. Pedro Rodríguez ofrece un texto, tomado de Apuntes íntimos, de gran elevación mística. En él, san Josemaría describe cómo percibe la importancia de la presencia del Espíritu Santo en el alma: “Hasta ahora, sabía que el Espíritu Santo habitaba en mi alma, para santificarla... pero no cogí esa verdad de su presencia (...) siento el Amor dentro de mí: y quiero tratarle, ser su amigo, su confidente..., facilitarle el trabajo de pulir, de arrancar, de encender (...) –Propósito: frecuentar, a ser posible sin interrupción, la amistad y trato amoroso y dócil del Espíritu Santo. Veni Sancte Spiritus!...” (CECH, p. 270; cfr. F, 514).
Cuando san Josemaría habla de Dios, piensa sobre todo en el Dios-Trinidad. Así se ve, por ejemplo, en su lectura de los primeros capítulos del Génesis: “La Trinidad se ha enamorado del hombre, elevado al orden de la gracia y hecho a su imagen y semejanza (Gn 1, 26); lo ha redimido del pecado (...) y desea vivamente morar en el alma nuestra: el que me ama observará mi doctrina y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos mansión dentro de él (Jn 14, 23)” (ECP, 84). Libertad humana que brota de la libertad que existe en la Trinidad. He aquí un texto muy expresivo tomado de una homilía titulada precisamente La libertad, don de Dios: “En todos los misterios de nuestra fe católica aletea ese canto a la libertad. La Trinidad Beatísima saca de la nada el mundo y el hombre, en un libre derroche de amor. El Verbo baja del Cielo y toma nuestra carne con este sello estupendo de la libertad en el sometimiento: heme aquí que vengo, según está escrito de mí en el principio del libro, para cumplir, ¡oh, Dios!, tu voluntad (Hb 10, 7)” (AD, 25).
Cuando san Josemaría describe el amor de Dios hacia el hombre, recuerda con frecuencia que ese amor es trinitario. Encontramos un pasaje sobre la Trinidad especialmente elocuente en una homilía pronunciada el Jueves Santo de 1960, en la que dedica amplio espacio a hablar de su relación con la Eucaristía: la “corriente trinitaria de amor por los hombres se perpetúa de manera sublime en la Eucaristía” (ECP, 85). Aquí, en el centro del misterio cristiano, llega también a su punto más álgido la manifestación del amor de Dios a los hombres: “Toda la Trinidad está presente en el sacrificio del Altar. Por voluntad del Padre, cooperando el Espíritu Santo, el Hijo se ofrece en oblación redentora” (ECP, 86).
San Josemaría está enunciando en estos párrafos verdades que le son muy queridas, tanto en lo que se refiere a la celebración de la santa Misa y a la naturaleza del sacerdocio ministerial –la liturgia, especialmente la santa Misa, es opus Trinitatis, obra de la Trinidad– como en lo que se refiere al misterio del Amor de Dios: “La Misa –insisto– es acción divina, trinitaria, no humana. El sacerdote que celebra sirve al designio del Señor, prestando su cuerpo y su voz; pero no obra en nombre propio, sino in persona et in nomine Christi, en la Persona de Cristo, y en nombre de Cristo” (ibidem). Al celebrar, el sacerdote penetra, por así decirlo, en la corriente de amor trinitario precisamente porque, actuando en la persona y en el nombre de Cristo, ofrece el holocausto al Padre con la santificación del Espíritu Santo (cfr. ECP, 86).
El camino más directo para tratar a la Trinidad Beatísima se encuentra en la santa Misa: “Asistiendo a la Santa Misa, aprenderéis a tratar a cada una de las Personas divinas: al Padre, que engendra al Hijo; al Hijo, que es engendrado por el Padre; al Espíritu Santo que de los dos procede. Tratando a cualquiera de las tres Personas, tratamos a un solo Dios; y tratando a las tres, a la Trinidad, tratamos igualmente a un solo Dios único y verdadero” (ECP, 91).
2. La homilía Hacia la santidad
Resulta muy ilustrativo cuanto se dice en la homilía Hacia la santidad sobre la importancia que tiene en el pensamiento de san Josemaría la contemplación de la Trinidad Beatísima. En esta homilía se describen las líneas generales del itinerario del hombre hacia Dios. Tras hablar de la llamada universal a la santidad, de oración, de presencia de Dios y de trato con Nuestro Señor Jesucristo, añade: “Para acercarnos a Dios hemos de emprender el camino justo, que es la Humanidad Santísima de Cristo” (AD, 299). El camino hacia la Trinidad ha de recorrerse en estrecha unión con Cristo por medio del Pan y la Palabra.
La unión con Cristo significa muchas veces el encuentro con la Cruz y entrar en tiempos de “purgación pasiva” (AD, 302). Estos tiempos se recorrerán en medio de la paz y de la alegría, pues si de verdad amamos a Cristo, “si con divino atrevimiento nos refugiamos en la abertura que la lanza dejó en su Costado, se cumplirá la promesa del Maestro: cualquiera que me ama, observará mi doctrina, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos mansión dentro de él” (AD, 306). Estamos ante la verdad de la inhabitación de la Trinidad en el alma y sus consecuencias ascéticas.
Como si el alma pudiese tener experiencia de esta morada de Dios en ella, prosigue: “El corazón necesita, entonces, distinguir y adorar a cada una de las Personas divinas. De algún modo, es un descubrimiento, el que realiza el alma en la vida sobrenatural, como los de una criaturica que va abriendo los ojos a la existencia. Y se entretiene amorosamente con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu Santo; y se somete fácilmente a la actividad del Paráclito vivificador, que se nos entrega sin merecerlo: ¡los dones y las virtudes sobrenaturales!” (AD, 306).
San Josemaría se refiere claramente a la contemplación de la Trinidad Beatísima en medio del ajetreo diario. Las expresiones que utiliza para describir esta contemplación son similares a las que utilizan los autores espirituales para hablar de la contemplación como fruto de los dones del Espíritu Santo. He aquí algunas expresiones muy gráficas de cómo concibe esta contemplación: “Sobran las palabras, porque la lengua no logra expresarse; ya el entendimiento se aquieta. No se discurre, ¡se mira! Y el alma rompe otra vez a cantar con cantar nuevo, porque se siente y se sabe también mirada amorosamente por Dios, a todas horas” (AD, 307).
Estas palabras de san Josemaría nos hacen recordar los maravillosos párrafos en los que san Juan de la Cruz describe la unión del alma con la Trinidad Santa y la inhabitación de Dios en el alma, o mejor dicho, la inhabitación del alma en Dios. Desde luego, queda claro que san Josemaría está hablando de contemplación y trato con la Trinidad en la vida ordinaria. “No me refiero a situaciones extraordinarias. Son, pueden muy bien ser, fenómenos ordinarios de nuestra alma: una locura de amor que, sin espectáculo, sin extravagancias, nos enseña a sufrir y a vivir, porque Dios nos concede la Sabiduría. ¡Qué serenidad, qué paz entonces, metidos en la senda estrecha que conduce a la vida! (Mt 7, 14)” (AD, 307).
San Josemaría es bien consciente de que está mencionando una verdadera meta de la experiencia espiritual, y esto en la vida ordinaria. Se trata de “fenómenos ordinarios” que, al mismo tiempo, son una auténtica “locura de amor”. Surgen aquí, por una lógica asociación de ideas, unas preguntas que nos llevan a entender la importancia de la unión con la Trinidad Beatísima –con cada una de las divinas Personas– en la vida ordinaria: “¿Ascética? ¿Mística? No me preocupa. Sea lo que fuere, ascética o mística, ¿qué importa?: es merced de Dios. Si tú procuras meditar, el Señor no te negará su asistencia (...). Eso es ya contemplación y es unión; ésta ha de ser la vida de muchos cristianos, cada uno yendo adelante por su propia vía espiritual –son infinitas–, en medio de los afanes del mundo, aunque ni siquiera hayan caído en la cuenta” (AD, 308).
San Josemaría utiliza las palabras con precisión. Está hablando de contemplación y de unión con la Trinidad, con cada una de las Personas; son términos bien conocidos en la teología espiritual. Habla también de vida ordinaria y de muchos cristianos “yendo adelante por su propia vía espiritual”. Nos encontramos, pues, ante una gran paradoja, pero esa paradoja desaparece, si se tiene presente la honda convicción con que san Josemaría se apoya en la llamada universal a la santidad. Esta contemplación de la Trinidad será siempre “merced” de Dios, una merced que corresponde al don de la universal llamada a la santidad, al hecho de que somos hijos de Dios en Cristo por el Espíritu Santo y a la realidad de la inhabitación de la Trinidad en el alma.
3. Unidad y Trinidad
San Josemaría hace hincapié en la distinción de Personas, considerando la Trinidad como una comunión de vida y de amor en su perfecta unidad, y aconseja tratar a cada una de las Personas en su distinción: “Trata a las tres Personas, a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo. Y para llegar a la Trinidad Beatísima, pasa por María” (F, 543).
La gloria que el cristiano debe dar a Dios tiene también estructura trinitaria. Así aparece ya en Camino: “Que ningún afecto te ate a la tierra, fuera del deseo divinísimo de dar gloria a Cristo y, por Él, con Él y en Él, al Padre y al Espíritu Santo” (C, 786). La devoción a la Trinidad tiene una evidente dimensión cristológica: “Nuestro Maestro es Cristo: el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad Beatísima. Imitando a Cristo, alcanzamos la maravillosa posibilidad de participar en esa corriente de amor, que es el misterio del Dios Uno y Trino” (AD, 252).
En todos estos consejos, san Josemaría se atiene sobriamente a las formulaciones del Símbolo y a las doxologías de la Liturgia, con una gran fe y con un gran sentido eclesial. Y es que, dice citando a san Cipriano, “somos un solo pueblo que confiesa una sola fe, un Credo; un pueblo congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (ECP, 89). Refleja también como realidad largamente vivida su propio itinerario espiritual en el trato con la Trinidad Beatísima y con cada una de las Personas divinas. En este sentido, conviene anotar que los dos planos de la consideración del misterio trinitario –la Trinidad ad intra y la Trinidad ad extra, es decir, la Trinidad inmanente y la Trinidad económica– están muy presentes y netamente distinguidos en su enseñanza.
De la primera Persona, san Josemaría considera sobre todo su paternidad y su fontalidad: todo procede del Padre, Él es el origen de la corriente trinitaria de amor, Él es quien toma la iniciativa de ofrecer al hombre la Alianza. En esta cuestión, como ya se ha advertido en la voz Dios Padre, son de sumo interés las anotaciones y los comentarios de Pedro Rodríguez, en su edición crítico-histórica de Camino, especialmente en los números 267 y 435. San Josemaría contempla la paternidad del Padre con los ojos de Nuestro Señor, uniendo su Abba al Abba de Jesús. Así lo formulaba en una meditación predicada el 28 de abril de 1963: “Cuando el Señor me daba aquellos golpes, por el año treinta y uno, yo no lo entendía. Y de pronto, en medio de aquella amargura tan grande, esas palabras: tú eres mi hijo (Sal 2, 7), tú eres Cristo. Y yo sólo sabía repetir: Abba, Pater!; Abba, Pater!, Abba!, Abba! (…) Y la razón –lo veo con más claridad que nunca– es ésta: tener la Cruz es identificarse con Cristo, es ser Cristo, y, por eso, ser hijo de Dios” (cfr. también Illanes, 2008, pp. 471-472). Illanes comenta, con razón, que este texto y el conjunto de la meditación testimonian la madurez tanto espiritual como teológica alcanzada por san Josemaría, que pone aquí “de manifiesto el sentido profundo de donde dimana el sentido de la filiación y, más concretamente su desarrollo”.
En lo que se refiere al Hijo, san Josemaría se detiene sobre todo, como es lógico, en su Humanidad y en los misterios de su vida, en los gesta et passa Christi. Basta recordar cómo es esta contemplación en los libros Santo Rosario y Via Crucis. En la homilía dedicada al Corazón de Jesús, encontramos toda una teología trinitaria y cristológica: “Dios Padre se ha dignado concedernos, en el Corazón de su Hijo, infinitos dilectionis thesauros (Oración de la misa del Sagrado Corazón), tesoros inagotables de amor, de misericordia, de cariño (...). El amor divino hace que la segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Verbo, el Hijo de Dios Padre, tome nuestra carne, es decir, nuestra condición humana, menos el pecado. Y el Verbo, la Palabra de Dios, es Verbum spirans amorem, la Palabra de la que procede el Amor” (ECP, 162), dice san Josemaría siguiendo a san Agustín y santo Tomás (cfr. S.Th., I q. 43, a. 5; De Trinitate, IX, 10).
También la devoción al Espíritu Santo está presente con fuerza decisiva en la vida y en la predicación de san Josemaría. Del Espíritu Santo, destaca su poder de santificar y de unir con Dios: es Él quien nos identifica con Cristo y a través de Él nos introduce en la vida de amor trinitario: “Para concretar, aunque sea de una manera muy general, un estilo de vida que nos impulse a tratar al Espíritu Santo –y, con Él, al Padre y al Hijo– y a tener familiaridad con el Paráclito, podemos fijarnos en tres realidades fundamentales: docilidad –repito–, vida de oración, unión con la Cruz” (ECP, 135).
Quizás el modo más ajustado a la hora de señalar cómo se encuentra presente en los escritos de san Josemaría el misterio de la Trinidad sea decir que se encuentra presente como amor, según la frase joánica Dios es Amor (1 Jn 4, 16) o, utilizando una conocida expresión teológica, como communio personarum: “el amor de Jesús a los hombres es un aspecto insondable del misterio divino, del amor del Hijo al Padre y al Espíritu Santo. El Espíritu Santo, el lazo de amor entre el Padre y el Hijo, encuentra en el Verbo un Corazón humano (...) el Amor, en el seno de la Trinidad, se derrama sobre todos los hombres por el Amor del Corazón de Jesús” (ECP, 169).
4. La “trinidad de la tierra” y la Trinidad del cielo
San Josemaría se refiere a la Sagrada Familia como la “trinidad de la tierra”, considerando que en ella se manifiesta de forma especial el misterio Trinitario, comunidad de vida y amor, y subraya con fuerza la relación de santa María y la Trinidad.
Ya antes de la redacción de Camino, san Josemaría gusta dirigirse a Santa María recordando su relación con cada una de las tres Personas de la Santísima Trinidad: “¡Cómo gusta a los hombres que les recuerden su parentesco con personajes de la literatura, de la política, de la milicia, de la Iglesia!... –Canta ante la Virgen Inmaculada, recordándole: Dios te salve, María, hija de Dios Padre: Dios te salve, María, Madre de Dios Hijo: Dios te salve, María, Esposa de Dios Espíritu Santo... ¡Más que tú, sólo Dios!” (C, 496). En la edición crítico-histórica de Camino (CECH, pp. 649-651, nts. 15-17), Pedro Rodríguez recuerda la historia de esta oración de honda raigambre popular y ofrece un testimonio de 1939, que documenta que, ya en esa fecha, san Josemaría aconsejaba considerar el misterio de María en su relación a la Santísima Trinidad.
Es lo mismo que encontramos mucho tiempo después en Amigos de Dios, 274: “Esta celebración nos lleva a considerar algunos de los misterios centrales de nuestra fe: a meditar en la Encarnación del Verbo, obra de las tres Personas de la Trinidad Santísima. María, Hija de Dios Padre, por la Encarnación del Señor en sus entrañas inmaculadas es Esposa de Dios Espíritu Santo y Madre de Dios Hijo”.
5. Las devociones trinitarias
San Josemaría, que era partidario de “pocas devociones particulares, pero constantes” (C, 552), en 1959 comunicó a los miembros del Opus Dei que era conveniente comenzar la costumbre de rezar o cantar el Trisagio Angélico en el triduo anterior a la fiesta de la Trinidad, y de rezar y contemplar con frecuencia el Símbolo Quicumque. Con ambas costumbres se pretende manifestar la devoción a la Trinidad con actos de adoración y de fe explícita en las verdades reveladas sobre el misterio central de nuestra fe. Voces relacionadas: Dios Padre; Espíritu Santo; Filiación divina; Inhabitación trinitaria; Jesucristo.
Bibliografía: José Luis Illanes, “Trato con el Espíritu Santo y dinamismo en la experiencia sobrenatural. Consideraciones a partir de un texto del Beato Josemaría Escrivá”, en Pedro Rodríguez (dir.), El Espíritu Santo en la Iglesia, Pamplona, EUNSA, 1999, pp. 467-479; Id., “Experiencia cristiana y sentido de la filiación divina en San Josemaría Escrivá de Balaguer”, Pontificia Academia Theologica, 7 (2008), pp. 461-475; Fernando Ocáriz Braña, Hijos de Dios en Cristo. Introducción a una teología de la participación sobrenatural, Pamplona, EUNSA, 1972; Id., Naturaleza, gracia y gloria, Pamplona, EUNSA, 2000.
Lucas Francisco MATEO-SECO