Los jóvenes en el Opus Dei: la obra de San Rafael

En 1932 San Josemaría Escrivá puso bajo el patrocinio de San Rafael la formación cristiana y humana de los jóvenes. En este podcast el historiador José Luis González Gullón relata los comienzos de la Obra de San Rafael, su desarrollo y cuáles son sus actividades en la actualidad.

En 1932 San Josemaría Escrivá puso bajo el patrocinio de San Rafael la formación cristiana y humana de los jóvenes. Actualmente participan de esta labor tanto universitarios y estudiantes de escuelas secundarias como jóvenes de diversas profesiones y condiciones sociales.

En este podcast el historiador José Luis González Gullón nos acerca una narración sobre qué es la obra de San Rafael y cuáles son sus actividades. Para ello nos invita a recorrer distintos puntos geográficos y a sumergirnos en sus contextos históricos.


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La historia de la obra de San Rafael es la historia de cómo el mensaje del Opus Dei se ha difundido, se ha transmitido, a la gente joven desde la fundación de la Obra hasta nuestros días. Es una historia apasionante porque recorre cronologías y geografías muy distintas, tiempos históricos diversos y países de los cinco continentes.

Comienza el 2 de octubre de 1928 cuando san Josemaría recibió de Dios un carisma, un espíritu, un mensaje cristiano que consistía en recordar a todos los hombres allí donde están, allí donde viven, allí donde trabajan, que Dios les llama a estar unidos a Jesucristo y a identificarse con Jesucristo. Desde el principio buscó personas que él conocía para explicarles el mensaje de la Obra y para que le acompañaran en la aventura de transmitirlo a los demás.

En cuatro años tenía pequeños grupos, un grupo de estudiantes que había conocido a partir de un estudiante de arquitectura; otro grupo de jóvenes profesionales que conoció en una actividad de voluntariado los domingos por la tarde en un hospital. También había un grupo de mujeres, algunas eran enfermas “incurables”, otras habían hecho el bachillerato. Las había conocido, sobre todo, a través del confesionario. Finalmente, un grupo de sacerdotes diocesanos a los que les daba círculos de formación cristiana. Pero todavía no sabía cómo darle cierta unidad a estas actividades, a estos apostolados.

Fue en unos ejercicios espirituales, el 6 de octubre de 1932, cuando entendió –y siempre pensó que había sido por inspiración divina– las tres obras con minúscula. Como él denominó: la obra de San Rafael dedicada a la gente joven; la obra de San Miguel para las personas con llamada de Dios en el celibato y la obra de San Gabriel para personas sin llamada al celibato, la mayoría de ellas en el matrimonio. Estas tres obras estructuran los apostolados y las actividades del Opus Dei. Concretamente la obra de San Rafael es la obra a la cual el Fundador dio prioridad. Podemos decir que en el comienzo de la Obra esa actitud suya de dedicarse como se llamaban entonces a los intelectuales –hoy diríamos a los universitarios– fue una estrategia para después difundir mejor su mensaje que él sabía era para todas las estructuras sociales, para todo tipo de personas y de profesiones.

Entre los jóvenes que conocía había un estudiante de cuarto de medicina llamado Juan Jiménez Vargas. Juan tuvo algunas conversaciones de dirección espiritual con el Fundador y, en poco tiempo, le pidió la admisión en el Opus Dei. Fue concretamente en enero de 1933, en los primeros días de enero. Entonces san Josemaría le dijo que tenía ilusión por sacar adelante dos actividades para los jóvenes. Una estaba pensada para la cabeza y otra para el corazón. Una consistía en unas clases de formación cristiana, unos círculos, unos encuentros en los que el Fundador les iba a explicar cómo se puede desarrollar, fomentar la vida interior y el trato con Dios. Otra estaba pensada más bien para el corazón. Eran unas catequesis para niños de primera comunión.

Efectivamente así ocurrió. En muy pocos días Juan habló con amigos suyos y el 21 de enero de aquel año 1933 tuvo lugar la primera clase de formación cristiana, el primer círculo, y al día siguiente, 22 de enero, la primera catequesis, en este caso para niños de primera comunión de un colegio de escasos recursos en el norte de Madrid. A partir de ese momento, poco a poco, unos amigos trajeron a otros, y el Fundador, primero, durante un año abrió una academia de repaso de asignaturas, sobre todo de ingreso para la universidad, donde él que era el capellán de laAcademia llevaba la dirección espiritual de los jóvenes que querían. En unos meses esa academia se convirtió en una residencia para universitarios. En esta residencia con la presencia del Fundador y también teniendo al Santísimo Sacramento en el Sagrario, Josemaría pudo explicar a los jóvenes que se acercaban a él, que llegaron a ser unos 150 antes de la Guerra Civil española, el mensaje de la Obra.

Llamados a la santidad

San Josemaría les explicaba que el estudio era un instrumento de crecimiento humano, también de prestigio profesional y algo que podían ofrecer a Dios, y de modo muy particular en la Santa Misa. Algo que realmente a aquellos estudiantes les hacía muy felices. Entre sus anotaciones, los apuntes íntimos de aquella época, hay uno que dice: «Oras, te mortificas, trabajas en mil cosas de apostolado..., pero no estudias. Hijo no sirves para la Obra de Dios. El estudio, la formación profesional que sea, es obligación grave entre nosotros». Es decir, san Josemaría daba tanta importancia al estudio porque es lo que los padres de ese joven, la sociedad y Dios mismo le pedían que realizara bien su trabajo que era estudiar.

En segundo lugar, otro ámbito que explicaba san Josemaría era el de la vida cristiana, el trato personal con Jesucristo, tener el deseo y vivir la realidad de un trato de tú a tú con Jesucristo y en Él con la Trinidad Santísima. Algo que lógicamente ponía como en un plano inclinado, es decir, los jóvenes que se acercaban a él, muchos eran ya creyentes, practicantes, y el fundador lo que hacía era facilitarles que se encontraran con el Señor. Para eso también les invitaba a tener una vida sacramental y también algunas devociones de las prácticas cristianas habituales. Por ejemplo, en una ocasión le recomendó a un estudiante de arquitectura, Javier Huerta, este plan de vida. «Oración, un cuarto de hora por la mañana. Rosario, todos los días. Examen, siempre antes de acostarte. Y cada día ofrecer una, sólo una, mortificación pequeña». Era en definitiva un pequeño plan, un programa para hacer cada día, que le facilitará el trato con Jesucristo. Es decir, hemos visto que el Fundador proponía el estudio como modo de trabajo, de crecimiento humano y sobrenatural, y el trato con Jesucristo.

En tercer lugar, la apertura a los demás. De hecho a aquellos jóvenes que iban por la residencia, el fundador les decía que la residencia no era solamente eso, un lugar de vida, un lugar para estudiar, era su casa. De algún modo muchos contaban que de la amistad con un amigo que les invitaba, pasaban casi sin darse cuenta a entender la fraternidad. Amigos que hacen otros amigos en la residencia y que entienden también la Obra como su familia. Ahí al Fundador desde el primer momento le llamaban “padre”. No solamente porque es un modo tradicional de referirse a los sacerdotes en España, sino porque encontraban un sentido a su filiación al padre, su unión con aquel sacerdote que les estaba cambiando la vida, les estaba ayudando a ser mejores hijos de Dios y mejores profesionales. Pero la apertura a los demás también se manifestaba –lo decía san Josemaría– en la amistad con todos, con los que tenían otro pensamiento político o cultural. También, por supuesto, en la generosidad para dedicar tiempo al cuidado de las personas necesitadas. Se hizo habitual que desde la residencia hicieran visitas a personas de escasos recursos. San Josemaría llamaba a estas visitas, visitas a los pobres de la Virgen, porque muchas veces dos o tres jóvenes residentes y amigos iban a hacer una visita a una familia necesitada para llevarles un poquito de dinero, para llevarles algo de alimento, quizá un capricho que no se podían permitir, una pequeña cosa. Iban sobre todo en los días de las fiestas de la Virgen. Por eso las llamaba visitas a los pobres de la Virgen.

Por el mismo motivo les invitaba a acudir a catequesis para dar y explicar la doctrina cristiana a niños de primera comunión. Generalmente lo hacían los domingos por la mañana y, realmente, era una prueba de generosidad. Tanto porque donde iban – los suburbios de Madrid– había rechazo y, a veces, incluso violencia anticlerical y anticristiana. Por otra parte, porque en aquella época había clases en la universidad hasta el sábado por la mañana y dedicar el domingo por la mañana a dar catequesis era realmente una actividad que exigía generosidad para dedicar tiempo.

En esos primeros años de la Obra san Josemaría escribió dos instrucciones, como él mismo las llamó. Es decir, dos escritos en los cuales resumía parte del espíritu del Opus Dei. Uno lo llamó Instrucción sobre el modo de hacer el proselitismo. La palabra proselitismo que hoy tiene una connotación fundamentalmente negativa en aquella época no la tenía. Significaba, de acuerdo con la Biblia, hacer un prosélito, es decir, acercar a una persona a Dios a través del espíritu del Opus Dei. Y en esta Instrucción, fundamentalmente, lo que hace el Fundador es decir que el modo de atracción cristiana, precisamente, surge de la relación con Dios. Es un modo que no es invasivo, sino que es propositivo y, sobre todo, es un modo que nace desde dentro, nace de las personas que en su espíritu están unidas a Dios.

La otra Instrucción se llama para la obra de San Rafael. Ahí el fundador explica cómo se da la formación a los jóvenes, una formación que es un plano inclinado y que les ayuda a mejorar en su vida profesional y en su trato con Dios. De ahí –dice el Fundador– surgirán vocaciones para la Iglesia y, concretamente, algunas para el Opus Dei.

Nuevos impulsos

Después de la Guerra Civil española, el Fundador tuvo prácticamente que recomenzar desde cero el Opus Dei. Es verdad que le habían quedado 12 hombres y dos mujeres que estaban con él, pero realmente eran muy pocas personas. Comenzó del mismo modo que había hecho antes de la guerra, es decir, una residencia de estudiantes en Madrid y viajes a otras capitales de provincia españolas, donde también había universidades. Es decir, fundamentalmente volvía a esa estrategia inicial de comenzar con los universitarios para difundir su mensaje. De este modo, en los primeros años 40, varias residencias se abrieron en España. A finales de los 40 había ocho para hombres y una para mujeres, la residencia Zurbarán en Madrid, algo que también era bastante novedoso y pionero en España cuando solamente un porcentaje muy pequeño de mujeres acudía a la universidad.

Otro apostolado para la gente joven fue el que dedicó a empleadas de hogar. Mujeres a las cuales el fundador veía que el espíritu del Opus Dei les podía ayudar a desarrollarse tanto profesional como espiritualmente. Algunas de ellas, a partir del año 1946, pidieron la admisión en la Obra como numerarias auxiliares, es decir, mujeres que se dedican al cuidado de la persona poniendo en juego su corazón materno y, además, con una llamada de Dios a vivir en el Opus Dei.

Una vez que acabó la Segunda Guerra Mundial la Obra se expandió primero por el oeste europeo y después prácticamente en los años 50, por todas las Américas. A esos países se añadieron en 1958 Kenia en África y Japón en Asia. Fue un momento de gran expansión en los cuales, generalmente, la Obra comenzó a partir de la obra de San Rafael. Fueron bastantes las residencias universitarias que se pusieron en capitales de los países donde iban los miembros de la Obra, tanto para hombres como para mujeres.

A partir del año 56 comenzaron también entidades juveniles para alumnos de secundaria. Al principio eran para alumnos de 14 a 18 años, pero incluso después se abrió la mano a partir de los 11 o 12 años. Lógicamente, estas entidades juveniles estaban coordinadas con los padres de los jóvenes. Muchas veces eran los propios padres los que creaban un patronato, una asociación, para esa entidad juvenil, en la que los numerarios de la Obra transmitían la formación cristiana y también realizaban juegos y actividades propias de los jóvenes de esas edades tempranas.

En tercer lugar, junto con las residencias y entidades juveniles, en los años 50 se desarrollaron diversas casas o centros pequeños de la Obra en las que unos 12 o 14 numerarios que vivían ahí dedicaban el tiempo libre al desarrollo de la Obra entre la gente joven. A veces como eran casas pequeñas se especializan en algún tipo de público, por ejemplo, universitarios o empleados o jóvenes profesionales.

En los años 60 del siglo pasado fueron años de gran proliferación de colegios creados por miembros de la Obra en muchos países. Algunos eran obras corporativas del Opus Dei, es decir, el Opus Dei como entidad las organizaba. Otras eran las llamadas labores personales creadas por supernumerarios y cooperadores de una ciudad con el deseo de que sus hijos recibiesen una buena formación académica y también una formación cristiana. Junto con estos colegios, en estos años se multiplicaron las escuelas técnicas y profesionales de ayuda al desarrollo social en ciudades y pueblos de varios países del mundo.

Fue una oportunidad para que hubiese más entrelazamiento, como decía el Fundador, de la obra de San Rafael con la obra de San Gabriel, es decir, de los jóvenes con sus padres. Ocurrió en algunos sitios que el desarrollo, por ejemplo, de la obra de San Gabriel con los supernumerarios y cooperadores facilitó que sus hijos acudieran a actividades de la obra de San Rafael.

A finales de los años 60 surgió una actividad que se ha mantenido prácticamente todos los años en la historia de la obra dedicada a universitarios. Todo comenzó en 1966, cuando un grupo de universitarias alemanas acudieron a Roma para vivir la Semana Santa en la Ciudad Eterna y encontrarse con el fundador del Opus Dei. Esta idea de vivir la Semana Santa en la Ciudad Eterna, en Roma, tomó cuerpo y acabó siendo una actividad que al principio se llamó Encuentro Romano, después Congreso UNIV. Todos los años se reúnen en Semana Santa algo más de 2.000 universitarios que tienen la oportunidad, por una parte, de vivir propiamente ese tiempo tan intenso de la liturgia cristiana; y a la vez vivirlo cerca del Papa –tienen una audiencia con el Santo Padre– y cerca también del prelado del Opus Dei, en aquellos años con san Josemaría y después con sus sucesores.

La obra de San Rafael en la actualidad

Con la muerte de san Josemaría la obra de San Rafael ha crecido paulatinamente de acuerdo con el desarrollo de la Obra. El crecimiento de las entidades juveniles y, también, de las entidades para universitarios como las residencias, ha sido progresivo y en estos momentos hay más de 800 centros, clubs juveniles y residencias en el mundo dedicadas a la obra de San Rafael.

También se han profesionalizado muchas actividades de acuerdo con la legislación de los países y cada vez las actividades de la obra de San Rafael son actividades que están pensadas para mejorar y ayudar al crecimiento de las personas. Convivencias, coaching, cursos de idiomas y, también, cursos de cocina, campamentos, actividades deportivas. Junto con todo tipo de actividades para la gente joven y que les ayudan en su crecimiento humano y de virtudes.

También hay actividades de formación cristiana. Por ejemplo, en los años 80 del siglo pasado, cuando se vio una deficiencia en la formación cristiana de los jóvenes nacieron unos cursos básicos en los cuales se repasa las verdades fundamentales del Credo y del Catecismo explicadas a los jóvenes. En tiempos recientes hay un mayor énfasis en encuentros en los que se explica el sentido del compromiso, la formación del carácter, la formación de la afectividad, la necesidad de entrar en diálogo con los padres sobre temas de afectividad y sexualidad. Encuentros de explicación sobre el uso de Internet, de las redes sociales, fomento de los grandes libros, de las buenas lecturas. En definitiva, aportar tanto a la cabeza como al corazón de los jóvenes modos en los cuales ellos puedan desarrollarse tanto humana como cristianamente.

De algún modo podemos decir que la obra de San Rafael mantiene aquello que san Josemaría le escribió en un libro a un joven en 1933. Fue uno de los primeros miembros de la Obra, Ricardo Fernández Vallespín. Acudió por primera vez a tener un encuentro de acompañamiento espiritual, de dirección espiritual con el Fundador. San Josemaría al acabar de hablar con él, tomó de una estantería un libro que es una historia de la Pasión de Cristo y en la primera página, como dedicatoria, escribió: «Que busques a Cristo. Que encuentres a Cristo. Que ames a Cristo». Esto es lo que realiza la obra de San Rafael acercando a cada joven al corazón de Dios.