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"El matrimonio es la vocación natural a la que están llamados
el hombre y la mujer."


Pocas cosas han sido tan alabadas y glorificadas en el arte y en la cultura como el amor entre el hombre y la mujer: desde mitos antiguos como el de Orfeo y Eurídice, hasta novelas como "Los novios" de Alessandro Manzoni y películas como Casablanca. También en la Sagrada Escritura, donde encontramos maravillosas historias de amor como la de Tobías y Sara. El Libro de Tobías cuenta cómo el Arcángel Rafael, disfrazado de hombre, es enviado por Dios para ayudar al joven Tobías a encontrar esposa. Lo que sigue es un viaje lleno de dificultades y desafíos, pero finalmente Tobías encuentra a Sara, con quien se casa, y llevan juntos una vida ejemplar y feliz.
Las historias matrimoniales bíblicas, como la de Tobías y Sara, no sólo son bellas historias que tienen valor por sí mismas, sino que también forman parte de la historia más grande y verdadera jamás contada: la de la alianza de amor que Dios hace con la humanidad a través de su hijo Jesucristo. Empezando por Adán y Eva, cada matrimonio es una prefiguración del banquete de bodas eterno anunciado al final del Libro del Apocalipsis: Gocémonos y alegrémonos y demos gloria a Dios, porque éste es el tiempo de las bodas del Cordero. (...) Dichosos los invitados a las bodas del Cordero.

El matrimonio es la vocación natural a la que están llamados el hombre y la mujer. El libro del Génesis nos dice que Dios reconoció que era justo que el hombre y la mujer se convirtieran en una sola carne y les ordenó que fecundaran, se multiplicaran, llenaran la tierra y la sometieran. En realidad, Dios contó con esto para venir Él mismo a la tierra, como muestra San Mateo con la genealogía de Jesús.


"El célibe está llamado a
dilatar el corazón con el amor de Dios y convertirse en padre y madre
de muchos."

Para algunas personas, sin embargo, Dios tiene un plan diferente. Les invita a renunciar al maravilloso bien del matrimonio para seguir a Cristo dondequiera que vaya. Les invita a demostrar con su vida que el vínculo con Jesús prevalece sobre cualquier otro vínculo, familiar o social. Les invita a seguir a Cristo en un estilo de vida del que Él mismo es modelo.
La vocación célibe libera el corazón, por la gracia de Dios, para que arda en el amor de Cristo. Como escribió san Juan Pablo II, la vida del célibe testimonia esa perla preciosa que es preferible a cualquier otro valor, por grande que sea, y que, por tanto, hay que buscar como único valor definitivo. Por eso la Iglesia, a lo largo de su historia, ha defendido siempre la superioridad de este carisma sobre el del matrimonio.

A pesar de haber renunciado a la fecundidad física, el célibe está llamado a dilatar el corazón con el amor de Dios y a convertirse en padre y madre de muchos.
Tiene la misión de dar buen ejemplo de fidelidad amorosa y de ayudar a los casados en su vocación. 

El celibato 'por el reino de los cielos' muestra hacia dónde se dirige el matrimonio: el amor eterno de Jesucristo. Esto no significa que el matrimonio esté destinado a personas que se toman menos en serio su santidad o que son incapaces de seguir verdaderamente a Jesús.

El matrimonio es una verdadera vocación a la santidad. San Josemaría lo subrayaba a menudo, porque no siempre se entendía: Todavía hay personas, aunque poco a poco van desapareciendo, que infravaloran la vida matrimonial, dando a los jóvenes la impresión de que es algo que la Iglesia simplemente tolera, como si el matrimonio excluyera cualquier búsqueda seria de la santidad.
El matrimonio es una vocación que exige una entrega total. Su objetivo es la unión perfecta con Cristo. En realidad, el amor entre un hombre y una mujer es una bella analogía de la relación sobrenatural del alma con Cristo. Y el matrimonio es también apostólico en sí mismo; es un instrumento esencial para la evangelización: ¡Qué importante es que los jóvenes vean con sus propios ojos el amor de Cristo vivo y presente en el amor de los esposos, que testimonian con la realidad de su vida que el amor para siempre es posible!

Puede que te encuentres en una fase de discernimiento de tu vocación.
Te animo a que seas audaz y pidas luz al Señor con el corazón abierto. No te dejes engañar por consideraciones y comparaciones mediocres y estrechas de miras. Tanto el matrimonio como el celibato exigen abrazar completamente la cruz, y ambos -cuando nos esforzamos verdaderamente por ser santos- otorgan una alegría que nada en la tierra puede igualar.