Una vez, en mi época universitaria, un amigo y yo hablábamos de nuestros planes para el futuro. Él sabía que yo era numerario del Opus Dei, y me preguntó: «¿Estás seguro de que quieres pasar por la vida sin un matrimonio y una familia? Veo que ahora eres feliz, pero ¿cómo será en el futuro? Qué hermoso es entregar tu amor a una mujer y formar una familia juntos». Aprecié la sinceridad de la pregunta y el cariño que había detrás. Me recordó a san Josemaría, cuando le dijo a su padre que quería ser sacerdote. Su padre se sorprendió y le dijo que la vida de sacerdote es solitaria y que se lo pensara mucho, pero que respetaría su elección.
No recuerdo lo que le dije a aquel amigo en aquel momento. Pero en este artículo, me gustaría explicar el propósito de una vocación célibe. Quiero compartir por qué una persona decidiría renunciar a algo tan hermoso y sagrado como el matrimonio para seguir a Cristo en una vida de celibato apostólico.
Todos los cristianos estamos llamados a amar a Cristo por encima de cualquier otra cosa. Todo amor en la tierra debe llevarnos a amarle a Él. Precisamente por eso, el Señor pide a algunas personas que hagan de su vida un todo en torno al Amor en el que deben centrarse todos los amores de la tierra. Enraizando plenamente su vida en el Amor de Dios, pueden servir de modo especial a los hermanos y ser antorcha que ilumina el camino que conduce a la santidad. Benedicto XVI lo expresa así: El verdadero fundamento del celibato (...) debe significar dejarse consumir por la pasión por Dios y después, gracias a un modo más íntimo de estar con Él, servir también a los hombres.
El celibato no es sólo una decisión personal, sino una gracia que Dios concede a quien Él quiere: nosotros amamos, porque Él nos amó primero. Él toma la iniciativa llamándote por tu nombre e invitándote a una intimidad especial que sólo se consigue entregando todos los deseos y toda la intimidad exclusivamente a Él. Del mismo modo que el discípulo amado durante la Última Cena, el célibe es invitado a apoyarse en el pecho de Jesús para sentir los latidos de su Corazón.
La vocación célibe es apostólica por naturaleza. En la medida en que una persona crece en esta intimidad especial con Cristo, se convierte en testigo vivo del Amor que no deja indiferente a nadie. Esto es lo que experimentó un estudiante cuando conoció a Pedro Ballester (1996-2018), que fue numerario del Opus Dei y murió muy joven de cáncer. Después de hablar con Pedro, le dijo a otro amigo: «He conocido a un cristiano con fuego en el alma». Ese fuego que experimentó el estudiante es fruto de la relación que Pedro tuvo con Jesús. Pedro era un testimonio vivo de dejarse consumir por la pasión por Dios y servir también a los demás. Incluso cuando sufría intensamente los dolores causados por el cáncer, permanecía constantemente centrado en las personas que le rodeaban. Quería servir. Quería acercar a Dios al mayor número posible de personas. Familiares, amigos, enfermeras y médicos... Todos se sintieron conmovidos por el amor que Pedro les manifestaba. Se entregaba por completo a los demás, como demuestran también sus notas personales: «Ya no se trata sólo de ir al cielo, sino de llevar a muchos al cielo. Eso requiere mucho más». El testimonio de Pedro demuestra que la gracia del celibato otorga la capacidad de ensanchar el corazón y latir al compás del de Cristo. Otorga la capacidad de cultivar un amor especial por todas las personas.
El amigo del que te hablé se preocupaba de si yo seguiría siendo feliz sirviendo a Dios en una vocación célibe toda la vida. Como en todas las relaciones, la perseverancia gozosa en la vida célibe no es un hecho. Puede suceder como con la Iglesia de Éfeso, que recibió el siguiente reproche de Dios: Habéis perdido el amor que teníais al principio. Cuando eso sucede, el corazón se encoge, se vacía y busca consuelo y compensación. En definitiva, conduce a la mediocridad y a la tristeza.
Creo que el último punto del libro Camino de san Josemaría es especialmente relevante para las personas con vocación célibe: ¿Y cuál es el secreto de la perseverancia? El Amor. Enamórate de Él, y no le dejarás. Sin ese amor íntimo a Cristo, el celibato no tiene sentido. Pero puedo deciros que, cuando vuestro corazón late al compás del de Cristo, no hay amor en la tierra que pueda haceros más felices y alegres: ¡Seguro que el Amor de Dios vale más que cualquier amor!