En estos días, la Sagrada Familia empieza su viaje hacia Belén. Y nosotros vamos con ellos.
Lo vemos todo desde los ojos de san José: sus dudas, sus miedos y su amor por María y Jesús.
Estas cartas nos muestran un poco cómo fue preparar el camino, enfrentar cada etapa y, sobre todo, disponer el corazón para recibir a Dios hecho Niño.
Llevamos ya cuatro días caminando. Ahora seguimos el curso del río Jordán, rumbo a Jericó. Desde el campamento puedo escuchar el agua correr con fuerza, mezclándose con las voces de los comerciantes que pasan.
María duerme. Después de varias noches en vela, por fin ha logrado conciliar el sueño, vencida por el cansancio. Yo tampoco he descansado mucho; me despierto una y otra vez durante la noche solo para asegurarme de que está bien.
Ayer, al atravesar la ciudad de Beisán, me detuve a observar la vida tranquila de las familias que allí habitan. Desde entonces no he podido dejar de pensar en lo que dejamos atrás en Nazaret. Quizá en los primeros días del viaje estuve distraído por la novedad, pero ahora te confieso que empiezo a sentir una tristeza silenciosa. Todo lo que había imaginado para mi vida estaba allí: mi trabajo, mis amigos, la cuna del Niño ya preparada, la familia de María…
¿Alguna vez te has sentido solo, sola? ¿Sabes lo que es extrañar a tu familia o la ciudad donde creciste? Sé que nunca estoy realmente solo, que Yahvé me acompaña, pero aun así hay un dolor en mi pecho, constante, como un martilleo.
Lo más difícil ahora es no saber si algún día volveremos a casa. Tengo la esperanza de regresar cuando el censo haya terminado, pero aun así nos llevará tiempo reunir el dinero necesario para trasladarnos nuevamente.
No sé si hablar de esto con María. Quiero hacerlo, pero me preocupa hacerla sufrir. Ella también tiene miedo, lo sé, aunque su confianza absoluta en Yahvé le da una fortaleza interior inmensa. Es curioso: Yahvé me ha pedido proteger a María y al Niño, pero la mayoría del tiempo siento que son ellos quienes me protegen a mí. María es la persona más valiente que conozco y en su mirada encuentro la fe que aún me falta.
Esta mañana, mientras recogíamos el campamento, María conversó con una mujer mayor que viajaba en nuestra caravana junto a su único hijo. La mujer, interesada en nuestro camino y en las razones de nuestro viaje, se conmovió especialmente al advertir el embarazo de mi esposa.
—Ser madre es una aventura apasionante —le dijo—, pero también es muy duro, porque tu felicidad pasa a depender de la de tus hijos. Cuando ellos sufren, tú sufres aun más.
María no respondió nada, pero sus ojos brillaron con la ilusión limpia, siempre nueva, de las mujeres que serán madres por primera vez. Yo me quedé pensando en las palabras de la mujer durante el resto del día, que me abrieron un nuevo horizonte. Yahvé me pidió cuidar de María y del Niño, sí, pero no se limitó a eso: me ha elegido para ser padre de su familia aquí en la Tierra. Ya quiero a Jesús y a María con todo mi ser, y será ese amor el que me llevará hasta el final del camino, aun cuando eso implique sufrimiento.
Creo haber encontrado el secreto para vencer mi temor a la incertidumbre: todo valdrá la pena por el amor que le tengo a mi familia. Ahora, solo pido a Yahvé que haga crecer mi corazón.






