Mi mejor amiga está embarazada. María, hija de Ana y Joaquín, y esposa de José. Siempre alegre, tiene un brillo especial en los ojos, como si guardara un secreto en el corazón.
Ya se siente el aire frío del invierno. En nuestra aldea, las personas se preparan como pueden, haciendo ajustes de último momento en las paredes de sus casas para que el calor no escape durante las noches.
Pero en el caso de María y José, los preparativos son distintos. Ambos se alistan para emprender el viaje a Belén, convocado por el censo ordenado por el rey.
Le ofrecí a María quedarse en la casa de mis padres mientras José iba a la ciudad de David. ¿Cómo podían siquiera considerar un viaje tan largo estando ella con ocho meses de embarazo?
«Susana», me respondió ella, con una calma que solo ella tiene. «Así lo ha dispuesto Yahvé».
Yo dudo que Yahvé tenga mucho que ver con un rey como Herodes, pero María siempre ha tenido mucha fe.
Así que me limito a ayudarla, a prepararse. Juntas hacemos unos pañales para el bebé que llegará en pocos días, y los guardo en una bolsita de lino.
La noche anterior al viaje, paso a visitarlos por última vez. José ha salido a dar el último pago por el burro en el que viajará María, así que la encuentro sola en su casa. Está sentada junto a la entrada del taller de José, con un manto de lana sobre los hombros. Sonríe al verme llegar.
Me siento junto a ella, en ese silencio que solo puede darse entre los amigos de verdad. No sé cuándo nos volveremos a ver. Me ha dicho que estarán en Belén al menos un año, mientras termina el censo y el bebé tiene edad suficiente para regresar.
Nunca he sido buena con las palabras, pero jamás me había sentido tan impotente como ahora. ¡Cómo me gustaría poder expresarle cuánto la quiero y admiro! ¡Cuánto deseo agradecerle todo lo que ha hecho por mí!
Observo su rostro de niña, sus ojos de largas pestañas que parecen bailar bajo la luz de las estrellas. Hemos sido amigas toda la vida. Juntas aprendimos a hacer pan y siempre nos acompañábamos al pozo a buscar agua. Estuve a su lado el día de su boda, y ella me consoló cuando mi madre murió. No puedo imaginar mi vida en Nazaret sin María.
Siento cómo mis ojos se llenan de lágrimas. María lo nota y pone un brazo sobre mis hombros.
¿En qué momento crecimos? ¿Cómo llegamos a preocuparnos por bebés recién nacidos, censos y largos viajes? ¿Por qué crecer tantas veces significa despedirse?
María se ríe, interrumpiendo mis pensamientos.
«El bebé se está moviendo. Mira». Toma mi mano y la coloca sobre su vientre. Efectivamente, siento pequeños golpes desde el interior.
No puedo evitar preguntarme por el futuro de este niño. ¿Qué será de Él? ¿Dónde crecerá? ¿Se dará cuenta de lo especiales que son sus padres?
Por alguna razón, despedirme me duele más de lo esperado, no solo de mi amiga, sino también de su hijo. La quiero tanto a ella que ya siento un cariño inmenso por el bebé que aún no conozco.
«Jesús», digo en voz baja, inclinándome hacia el vientre de María, quien sonríe divertida.
Luego, incorporándome, añado: «Me habría gustado ayudarte más».
«¡Claro que me has ayudado! Sin ti, nunca habría terminado los pañales a tiempo», responde María con una sonrisa.
«Pero no estaré contigo cuando nazca Jesús, ni podré ayudarte durante esos primeros meses tan difíciles. Y no podré conocer a tu bebé».
«Pero Él sí sabrá de ti. Le contaré todo sobre nosotras, de lo mucho que nos divertimos siendo niñas. Él sabrá que lo quieres, aunque estemos en Belén y tú aquí, en Nazaret».
Por alguna razón, sus palabras desatan el nudo que llevaba cargando todo este tiempo.
Cuando José regresa, nos encuentra conversando animadamente. Antes de irme, me muestra una cuna de madera que guarda en un rincón del taller.
«¿Podrías llevarla a alguna mujer del pueblo que la necesite? La hice para Jesús, pero con el viaje… bueno, ya no la usaremos». Le prometo encontrar a alguien que pueda aprovecharla.
Me despido de José, de María y también de Jesús. Me consuela saber que me conocerá gracias a lo que su madre le cuente. Estoy segura de que, como buena amiga, solo le dirá cosas buenas de mí.
De regreso a casa, miro al cielo. Una estrella brilla con una fuerza especial.