“Estos días ya no piensas en ti”. Manuel, coordinador de los teléfonos 'Salud Responde' de Andalucía.
‘Salud Responde’ es el teléfono de referencia en Andalucía para descubrir posibles positivos por coronavirus. Hasta la fecha, este servicio ha recibido más de 77.000 llamadas. El volumen de trabajo es ingente, tanto que el personal no logra atender todas las que reciben.
“La fe me ayuda muchísimo, porque aunque esté colapsado de trabajo sé que tengo la ayuda de Dios: nunca estoy solo”, explica Manuel. Las situaciones que vive cada día son duras, y a veces él también confiesa que siente cómo si perdiera la fe. Sin embargo, “cada mañana me levanto, ofrezco mi trabajo al Señor, y considero que estoy haciendo un bien a la comunidad, ayudando a gente que lo está pasando muy mal”.
En los dieciséis años que lleva trabajando en este servicio, Manuel no había vivido nunca una situación como ésta. Y eso que ha atendido servicios de enorme complejidad, como los de maltrato a menores o violencia de género. Pero esto es diferente. “Es un momento de locura, donde los protocolos cambian constantemente. Al principio no teníamos guantes ni mascarillas, ni material adecuado. A veces no damos abasto, y miles de llamadas se quedan sin atender. Es muy duro”, lamenta.
La adversidad está sirviendo, eso sí, para que el equipo de trabajo esté más unido, por encima de los modos de pensar y los diferentes estilos de vida de cada uno. “Todos estamos dando lo mejor; se nota una unión y una solidaridad que antes no había”, comenta.
Cada noche, en su oración personal, Manuel recuerda las personas que ha atendido y a aquellas que no ha podido atender. “Estos días ya no piensas en ti; cuando en casa te viene algún problema piensas en esas llamadas y ves que no puedes quejarte. No te acostumbras a esto, por muchos años que lleves tienes siempre en mente a estas personas y le pido a Dios por cada uno. Le digo: ‘ayúdales Tú’, eso me da fuerzas y me ayuda a tirar hacia delante”.
Confinando a la gente “con mucho amor”. Héctor, guardia civil.
Desde que empezó el estado de alarma, Héctor sale a patrullar con otro compañero, pero ambos circulan en vehículos separados. Está casado y tiene una hija, es del Opus Dei y trabaja como guardia civil de Tráfico en A Coruña. Allí trata de hacer cumplir el decreto dictado por el Gobierno, evitando que la mayor parte de la población salga a la calle, y tratando de reducir el número de accidentes en la carretera.
“Los guardias civiles estamos acostumbrados a la entrega y el sacrificio. Forman parte de nuestro día a día. Ahora salimos a la calle también con la preocupación de que puedes contagiarte, y de que eso supone contagiar a tu familia. Pero junto con eso tienes la fe y la esperanza de que Dios nos cuidará”, señala.
Su trabajo estos días consiste en hacer reflexionar a la gente que no puede aguantar en casa. “Les ayudas a canalizar eso, a que piensen en la suerte que tienen de estar vivos. Otros no pueden salir de sus casas porque están en un hospital”, relata.
Incluso cuando tiene que firmar una denuncia contra alguien, trata de no perder el buen humor, y de ver en eso un servicio. “Un día un sacerdote me preguntó cómo era capaz de denunciar a la gente. Le dije que lo hacía con mucho amor, que entregaba la copia del boletín con mucho amor y rezaba para que esa fuera la mayor de sus consecuencias, porque detrás de cada infracción suele estar la causa de un siniestro. Siniestro que se ha evitado al haberse encontrado con nosotros. Y eso hago estos días, 'confinar' a la gente con mucho amor”.
“Dios está tocando los corazones de todos”. Esther, fabrica el material para hacer viseras protectoras en 3D.
Escasean las mascarillas, y toda una comunidad de personas ha decidido poner sus impresoras 3D al servicio de la crisis sanitaria, y han empezado a fabricar desde sus casas viseras protectoras para los policías y el personal sanitario. Esther dirige en Granada una empresa dedicada a fabricar el filamento con el que se hacen estas viseras, que estos días están siendo solicitadas por hospitales e instituciones con urgencia.
“Un colectivo que parecía un poco friki, el de los ‘makers’ que utilizaban en sus casas impresoras 3D, ha demostrado una solidaridad tremenda. Muchos no tienen fe, pero a través de esta situación Dios está tocando los corazones de todos”, reflexiona.
Esther es del Opus Dei, acude cada tarde a su empresa para gestionar los pedidos de filamento, y cuando sale de casa se pone en manos de Dios con una jaculatoria: “Señor, Tú lo sabes todo”. Asegura que sin la fe y la ayuda espiritual que recibe la situación sería muy difícil de superar. Su labor cotidiana, sin embargo, ha adquirido estos días un sentido de servicio muy especial. “Ahora le sacamos al trabajo una rentabilidad mínima, pero eso da lo mismo si podemos ofrecer algo de seguridad a los policías o médicos y enfermeras que están al pie del cañón”, añade.
“Nos escucha mucha gente que quizás está en un hospital”. Mayte, periodista en una emisora de radio.
Veterana periodista, Mayte ha pasado por la prensa escrita y los gabinetes de comunicación. Ahora dirige el magazine de las mañanas en una radio local de Jaén. Nunca como ahora ha sido consciente de la importancia de informar, entretener y acompañar a miles de oyentes que la escuchan, confinados en sus casas, cada vez que se pone delante del micrófono.
“La radio es sobre todo compañía, en momentos que, para muchos, son de soledad”, dice. Por eso arranca cada día su programa con un tono positivo, alegre y cercano. “Somos conscientes de que nos escucha mucha gente que quizás está en un hospital, y queremos que nos sientan cerca”.
A Mayte el espíritu del Opus Dei también le ayuda a afrontar cada día la situación, salir a la calle y dar lo mejor de sí misma a través de las ondas. “En la radio se transmite todo, también el estado de ánimo. Por eso es importante estar bien. Yo me esfuerzo para estarlo, ofrezco esa tarea a Dios y trato de sacar lo mejor de mí misma, que es lo que al oyente le va a servir. Sin duda, creer en Dios me da una seguridad y una tranquilidad que si no, no tendría. Los que salimos a la calle estamos en peligro, y a veces entra miedo, pero también te sientes protegida”, considera.
Con el objetivo de ayudar a superar la situación, su programa combina testimonios de oyentes, que comparten en antena cómo llevan los días de encerrona en casa, con ideas sobre alimentación saludable, ejercicio, juegos o entretenimiento para niños. “El objetivo es que sean momentos para convivir más con la familia; aprovechar este tiempo para comunicarnos mejor, cuidar a los amigos y unirnos más a nuestros familiares”, señala.
La radio sirve también para dar información, dar a conocer las acciones solidarias de supermercados y centros comerciales, y para colaborar en la reducción del número de casos mediante campañas de concienciación como #QuédateEnCasa, además de otra dirigida a luchar contra las noticias falsas.
Desde que se declaró el estado de alarma, Mayte ha cambiado de horario para no coincidir en la radio con otros compañeros y evitar los contagios. Cada día abandona la emisora ya entrada la noche, y recorre las calles vacías hacia su casa, donde le esperan su marido y sus tres hijos. Lo hace, eso sí, con la satisfacción de haber prestado un servicio.
“Me está costando no darles besos y abrazos”. Lorena, auxiliar de enfermería en una residencia de religiosas.
Lorena siempre soñó con ser policía, pero se quedó fuera de la Academia por dos centímetros. No medía lo suficiente, y tras asimilar la noticia decidió aprovechar el curso estudiando auxiliar de enfermería. Se enamoró de su profesión, y ahora trabaja en una residencia de religiosas de edad avanzada en Tuy. Los únicos centímetros que le importan ahora son los que la separan de las monjitas a las que cuida, todas ellas de más de 90 años.
“Me está costando un montón no darles besos y abrazos, y eso que yo no soy de exteriorizar mis sentimientos, pero con ellas es diferente; son como niños pequeños, y me supone mucho mantener las distancias por el coronavirus. Mi trabajo supone un contacto con el paciente mucho más estrecho que el de un médico o una enfermera: los aseamos, nos cuentan sus problemas… Cumplimos todas las precauciones, pero sí o sí tiene que haber contacto”, relata.
La mayoría de estas monjas están enfermas o requieren cuidados especiales y no entienden lo que está pasando. Las que lo entienden, se dedican a rezar para que cambie la situación. Para Lorena, supernumeraria de Opus Dei, cuidarlas es “un orgullo”. Cuando era adolescente soñaba con ser policía, soñaba con servir a su país y al Rey. “Ahora me encuentro con que estoy sirviendo a personas que toda su vida han servido al verdadero Rey, que es Dios”, comenta.
“Los caminos de Dios no son los nuestros. Dios me llevó a una profesión de servicio absoluto. Y estoy muy contenta. Y lo que realmente me gusta es la gente mayor”, señala. Lorena no solo procura dar a estas religiosas los mejores cuidados; también las acompaña cuando se encuentran en el trance de la muerte. Así lo ha hecho ya con varias de ellas. “Es un trabajo muy gratificante, de contacto directo con el paciente”.
“Procuro rezar por cada persona que sube al autobús”. Tino, conductor de autobuses.
Tino tiene 60 años, y sale cada día a conducir uno de los autobuses públicos que circulan por Valladolid. Entre las tres de la tarde y las once de la noche recorre siempre la misma ruta, pero estos días lo hace con una sensación especial. “Me hace ilusión trabajar, y estos días tienen el valor añadido de poder realizar mi trabajo como un servicio público imprescindible”.
“Procuro rezar por cada uno de los que se suben al autobús y por sus familias. También me esfuerzo en evitar los frenazos y ‘arreones’, aunque no todos autobuses responden igual”, relata. En el vehículo no pueden viajar estos días más de 20 personas a la vez. Todos los pasajeros se comportan con una amabilidad especial.
“Mis compañeros saben que soy del Opus Dei y algunos aprovechan para pedirme que rece por ellos y por sus familias. Yo lo hago encantado y les animo también a rezar. Se nota que ha mejorado también el compañerismo entre todos”, cuenta.
Los paseos por la ciudad le sirven también para ir saludando al Santísimo, presente en los sagrarios de las iglesias por las que pasa, y que en casi todos los casos permanecen cerradas. “Es mi modo de acompañar al Señor y el momento de hacer una comunión espiritual. También rezo por las personas que van por la calle y por los compañeros conductores cuando me cruzo con otro autobús”. Otra ‘medida’ de seguridad que emplea antes de ponerse al volante es pedirle ayuda a su Ángel de la Guarda, y ofrecer el trayecto, “ese bendito trabajo de cada día, para que todos los pasajeros puedan decir que casi es un viaje de placer".
“Seguro que sacamos algo bueno de esta pandemia tan dañina”. Santi, en el mercado central de frutas.
Santi, de 62 años, trabaja en el mercado central de frutas de Valladolid, que cada madrugada abre sus puertas a las 4.30, hora a la que empieza la venta y los preparativos de los pedidos. Estos días hay menos actividad: sólo las tiendas y las residencias de la tercera edad. “Cuidamos con precaución la higiene. El protocolo en el recinto del mercado es el uso de guantes y mascarillas y dispensadores de solución”. Santi es del Opus Dei, y mientras trabaja aprovecha para rezar por los mayores que viven en esas residencias, “pues son personas más vulnerables y que tienen estos días una especial sensibilidad. ¡Cuánto me alegra que coman buenas naranjas de Levante! Con ellas van mis oraciones para todos”.
El ambiente estos días es un poco tenso, según relata, pues a veces el miedo se apodera de las personas y toda precaución es poca. “Hay comentarios de todas clases, desde el que nunca reza hasta el que pide a Dios para que se curen los enfermos; nunca he oído tantas imploraciones como en estos días. El jueves pasado vino un camionero de Murcia y en la cabina tenía el rosario. Le pregunté si lo utilizaba; él me dijo que era su acompañante y más en estos días. Como este caso tengo cien historias más”.
“A veces pienso que de esta pandemia tan dañina seguro que sacamos algo bueno, sobre todo la sensibilidad hacia las demás personas y un acrecentamiento de la fe, que mucha gente ya tiene, pero que, por lo que sea, no manifestaba”, considera.
“La gente se está portando increíblemente bien”. María, farmacéutica en un pueblo de Galicia.
María nunca pensó que viviría escenas como las de estos días: puntos para que la gente espere a distancia mientras se la atiende, aforo limitado, limpieza sobre las superficies con cada cliente, mascarillas, espacios de más de un metro y medio entre el personal, pijamas especiales que se desinfectan y un cañón de ozono para limpiar el aire. Y, sobre todo, el nerviosismo que genera la incertidumbre.
“La gente no sabe, y necesita que se le expliquen cosas como el funcionamiento del sistema inmunitario. Algunos vienen asustados y otros con incredulidad. Los hay incluso que se comportan como si no fuera con ellos. Pero la gente se está portando increíblemente bien: no tiene tanta prisa, no pone mala cara si no hay lo que busca, o si tiene que compartir el pedido con otros clientes. Se ve mucha generosidad”, relata.
María se emociona cuando cuenta cómo afronta estos días: “Me ayuda pedirle ayuda a la Virgen. Como farmacéutica mi patrona es la Inmaculada Concepción, y la tengo en la farmacia. Hay momentos en los que le pido que nos eche un cable, que su manto nos proteja. Soy “egoísta” y empiezo pidiendo por mi familia, pero conforme pasa el día intento rezar por las personas que vienen a la farmacia, por cada persona que tengo delante y todo lo que tiene que ver con ella. A veces me da miedo todo lo que puede suceder, pero lo pongo en manos de Dios”.
Pese al estado de alarma, cree que el confinamiento puede servir para algo positivo: “estar más serenos, saber que en la vida hay cosas más importantes que correr para un lado y otro y no llegar a ningún sitio. Estos días todo el mundo está sacando lo mejor de sí”.