Walter Aparicio, una vida de trabajo

En Walter latía un corazón alegre que veía lo mejor de cada uno, y se apoyaba en ello para transmitir una alegría, presentar metas y acercar las almas a Dios. Falleció el 11 de marzo de 2019.

Walter junto a don Javier, en su viaje a El Salvador en 2014

Después de platicar confiada y alegremente con un par de amigos, que habían asistido para recibir una charla de formación doctrinal, falleció Walter Aparicio, el pasado lunes 11 de marzo de 2019. Un infarto agudo de miocardio se lo llevó a sus cincuenta y nueve años.

Murió como vivió, sin dar la lata -como él mismo solía decir- trabajando, teniendo atenciones con los demás, pensando siempre en los otros antes que en sí mismo. Fue un gran trabajador, que dedicó su vida a dos grandes pasiones: su profesión como médico psiquiatra e impulsando las labores apostólicas del Opus Dei.

Conoció esta institución de la Iglesia Católica en sus primeros años de la carrera de medicina, en Buenos Aires, Argentina. Ya en el colegio fue un brillante estudiante y sus compañeros del Liceo Salvadoreño lo recordarán por su permanente sonrisa y sus excelentes calificaciones, de donde se graduó como primer bachiller de su promoción.

Con su papá, hermana y algunos de sus sobrinos.

En la capital argentina, también destacó por su dedicación académica e hizo muy buenos amigos por medio de quienes llegó a conocer el Opus Dei. Desde el principio, contaba, se sintió cautivado por la posibilidad de encontrar a Dios entre los libros, los pacientes y la vida cotidiana.

Fue generoso y decidió entregar su vida a Dios. Pidió la admisión en el Opus Dei el 12 de septiembre de 1983 y decidió, al terminar la especialización de psiquiatría, regresar a El Salvador y trabajar no sólo con sus pacientes, a quienes –según testimonios- dedicaba largos ratos de conversación y ayuda médica y personal, sino también sacando adelante las labores apostólicas que la Obra fundada por San Josemaría desarrolla en el país.

Optimista y decidido, contagiaba con su entusiasmo a muchas personas, que se pusieron junto con él, manos a la obra. Con su buen humor promovió labores como el Club Sherpas, el Centro Cultural Buenos Aires y el colegio Citalá, una labor educativa por la que en sus siete años de existencia han pasado casi cuatrocientos alumnos de muy escasos recursos económicos, gracias a becas completas que se les otorgan. Walter se dedicó personalmente a gestionar estas ayudas económicas entre sus amigos y conocidos.

En Walter latía un corazón alegre que veía lo mejor de cada uno, y se apoyaba en ello para transmitir una alegría, presentar metas y acercar las almas a Dios.